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de Alba y de otras muchas casas; sesto, doña Inés de Solier, mujer de Pedro Venegas, cuarto señor de la villa de Luque, de cuya union procedieron por varonia legitima sus Condes, los señores del Temple, y Rodrigo Alvarez, los de la Harina y Mirabuenos, y por hembra casi toda la nobleza de Córdoba.

D. Pedro Fernandez de Córdoba, hijo mayor del segundo matrimonio, llamado comunmente D. Pedro de Solier, fué uno de los varones mas señalados de su siglo. Siguió el estado eclesiástico, por cuyo motivo fuẻ Canónigo y Arcediano de Castro en esta Santa Iglesia, cuya dignidad gozaba el año de 1452, cuando en 17 de Enero ante Martin Fernandez, Racionero y Notario, donó á la Santa Iglesia de Córdoba el meson con las dos puertas con sus tiendas para extinguir la obligacion de pagar en cada año ochocientos veinte maravedis de moneda blanca, á los cuales estaban afectos los bienes de su casa por la obligacion que habia otorgado su abuelo paterno por una capellanía, fiesta y aniversario y doce. memorias fundadas en la capilla del Espiritu Santo, donde tambien su abuela doña Inés Martinez dotó otras doce memorias, y en 4 de Junio de 1449, ante Pedro Martinez de Barrio, Notario Apostólico, pagó el Alcaide de los Donceles Martin Fernandez de Córdoba cuatrocientas doblas de oro para la fundacion de dos capellanias perpétuas en la capilla de San Pedro Mártir, donde estaba sepultado el cuerpo de su segunda mujer doña Beatriz. Resplandeciendo despues D. Pedro, su hijo, en merecimientos y virtudes, fuè electo canónicamente por Obispo de Córdoba en 7 de Julio de 1465, favoreciendo su eleccion el Rey D. Enrique IV por el respeto al Conde de Haro D. Pedro Fernandez de Velasco, primo hermano del Obispo electo.

Estaban por este tiempo los Grandes divididos en dos parcialidades que tenian perturbado todo el Reino. La primera era del sobredicho Rey á quien todos debian obedecer como á señor natural. Mas violentando muchos grandes la obediencia y la tranquilidad de muchas ciudades resultaba la segunda faccion por el Infante don Alfonso, hermano del Rey, que proclamaron públicamente en Avila, deponiendo ignominiosamente al legitimo Rey. En Córdoba siguian este partido D. Alonso Fernandez de Córdoba, señor del estado de Aguilar, Ricohombre de Castilla, Alcalde mayor de Córdoba, cabeza de toda la faccion; Luis Mendez de Sotomayor, señor del estado del Carpio; Martin Fernandez de Córdoba, sobrino del mismo, señor de las villas de Lucena, Espejo y Chillon, Alcalde de los Donceles, casado con hermana del Señor de Aguilar; Gonzalo Fernandez de Córdoba, el gran Capitan; Gonzalo Mesia Carrillo, señor del estado de la Guardia y Santa Eufemia; D. Alonso de Sotomayor, Conde de Belalcázar; D. Luis Fernandez de Córdoba, señor de Guadalcázar; Antonio Fernandez de Córdoba, señor de Belmonte, Alférez mayor de la ciudad; Alfonso Fernandez de Bocanegra, señor de la Moncloba; Juan Mesia de la Cerda, señor de la Vega; Luis Fernandez Portocarrero, señor de Palma; Pedro de Cabrera, señor de Albolafias; Fernando Diaz de Cabrera, su primo, señor de las Torres de su apellido; Rui Diaz de Vargas, señor de Fuenreal; Fernando Iñiguez de Cárcamo, señor de Aguilarejo; Fernando Ruiz de Narvaez, Alcaide de Antequera, Alcalde mayor de Córdoba; el Mayordomo Fr. D. Luis Muñoz de Godoy, Comendador de Almodovar del Campo; Luis Fernandez Pernia, valiente Alcaide de Osuna con todos los caballeros Angulos, Cárdenas, Sousa, Argote, Berrios, Guzmanes, Castillejos,

Cabreras de los Caminos, Infantas, Godoyes, Morales, Saavedras, Gabetes, Hinestrosas, Lunas, Armentias, Bañuelas, Herreras, Valdelomares, Heredias y otros muchos.

Por el partido del Rey se mantuvieron constantísimos D. Diego Fernandez de Córdoba, Conde de Cabra, Vizconde de Iznajar, señor de Baena, Rute, Zambra y doña Mencía, Alguacil mayor de Córdoba; sus hijos don Diego, Mariscal de Castilla; D. Martin, Comendador de Estepa, Alcaide de los Alcázares de Ecija y del castillo del puente de Córdoba; D. Gonzalo y D. Sancho Rocas, despues primer señor de casa Palma ; Gonzalo Fernandez de Córdoba, hermano del Conde, Alcaide de Almodovar del Rio; Martin Alfonso de Córdoba, señor de las villas de Montemayor y Alcaudete, con sus hijos y parientes, Egas Venegas, señor de Luque; Fernando Gutierrez de los Rios, señor de Fernan Nuñez; Juan Perez de Valenzuela, el valiente, señor de Valenzuela; D. Juan Perez de Valenzuela, gran Prior de San Juan con todo su linaje, escepto Juan el Trasqnilado que seguia la faccion contraria; Alfonso Fernandez de Córdoba, señor de Zuheros; D. Pedro de Solier, su hermano; Rodrigo Fernandez de Mesa, señor del Chanciller; Diego Gutierrez Aguayo, señor de Villaverde, Corregidor y Capitan general de Jaen; Lope Gonzalez de Hoces; Diego Gonzalez de Hoces, su sobrino, señor de la Albaida; Pedro Gimenez de Góngora, señor del Cañaveral y la Zarza, con todos los Pinedas, Membrillas, Velascos, Cevicos, Arandas, Clavijos, Torreblancas, Aguileras, Baenas y otros muchos caballeros de Baena y Alcalá la Real, à quienes favorecian muchos señores del Rey confederados con el Conde y sus parciales. De modo, que ardiendo en guerras civiles toda la Andalucía, dominaba absolutamente dentro

de los muros de Córdoba la faccion de D. Alonso. Mas fuera de los muros era superior el Conde, como se esperimentó muchas veces con fatales daños de las villas y lugares del Reino.

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En esta constitucion deplorable fué electo Obispo de de Córdoba D. Pedro Solier contra la faccion de don Alonso, señor de Aguilar, su sobrino. Este sin reparo de la inmunidad eclesiástica apenas se dió la posesion al Obispo cuando hizo que fuesen llevados presos al Alcázar todos los Canónigos electores, de donde fueron llevados á su castillo de Cañete, donde se mantenian todavia en 22 de Octubre del mismo año. En este dia, por parte de la ciudad, justicia y regimiento fueron requeridos el Prior y la Universidad de Beneficiados, para que aclamasen como invalida la eleccion hecha en D. Pedro Fernandez de Córdoba, Canónigo y Arcediano de Castro por haber salido con solo los votos necesarios, teniendo grande contraresto en los demás. La Universidad respondió haciendo una protestacion jurídica ante Martin Ruiz de Aguanevada, Notario Apostólico, de que cuanto hicieren á instancia de los violentadores fuese de ningun valor, porque su ánimo era no apartarse un ápice de los mandatos de la Santa Sede Apostólica; finalmente, cuanto fué desagradable esta eleccion á los partidarios del Infante D. Alonso, tanto fué agradable á los grandes y caballeros que seguian el partido del Rey, por cuya instancia fué confirmada por el Pontifice Romano, mas no por esto se sosegó el ánimo turbulento de D. Alonso, señor de Aguilar.

Era el Obispo, como dice Palencia, muy noble Prelado, vigilantisimo Pastor sobre su grey, procurando siempre con sus grandes talentos, virtudes, letras y nobleza, contener no solamente á los nobles, eclesiásticos

y plebeyos, sino tambien à los grandes dentro de los limites de sus obligaciones. D. Alonso tenia usurpada la tenencia de los Reales Alcázares, y estaba constituido patrono de los hebreos y cristianos nuevos de Córdoba, de los cuales, muchos vivian con tanta insolencia por sus riquezas y por el patrocinio de D. Alonso, á quien mantenian trescientas lanzas á su costa, que ya tenian atrevimiento de comprar los oficios del Regimiento y otros condecorados con intolerable dolor de los demás caballeros, ciudadanos y cristianos viejos, especialmente del Obispo D. Pedro, cuyos procedimientos eran muy religiosos y santos.

Mas no pudiendo contener á su sobrino en esta parte ni refrenar los escesos de los insolentes hebreos, llegó el negocio á tanto estremo que fulminó censuras contra D. Alonso y sus parciales, puso entredicho en todas las Iglesias de Córdoba, y por evitar mayores atropellamientos se salió de la ciudad, retirándose al monasterio de San Gerónimo, fundacion de su padre y de su abuela. D. Alonso y sus parciales interpusieron apelaciones, que no siendo admitidas por el Obispo en el efecto suspensivo dieron ocasion para que sus contrarios, persiguiéndole de muerte pasasen al monasterio de San Gerónimo con gentes armadas, de donde sacaron al Obispo con violencia, y pretendieron desterrarle de Córdoba; lo llevaron por el puente, tirando las riendas de la mula uno de los principales sin dejarlo, hasta ponerlo en el castillo de Montemayor, desde donde pasó á la villa de Baena. Alli repitió las censuras y el entredicho contra D. Alonso y los demás delincuentes. Mas el efecto fué tan contrario á la enmienda que le quemaron su palacio episcopal, maltrataron y prendieron á sus criados en los castillos de Montilla, Cañete de las Torres, Castro del

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