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que por el enorme desarrollo de las metrópolis se originan, creaudo así una administración metropolítica complejísima, se comprende fácilmente la necesidad de una nueva forma de gobierno en esta clase de localidades. De un lado los servicios municipales son diversos en cantidad y calidad; las ciudades metropolitanas están sujetas á la satisfacción de necesidades que no pueden sentir los municipios pequeños; como consecuencia de las grandes urbes nació la municipalización de los servicios públicos, que si por alguien no se concibe en los municipios pequeños, es inevitable en aquellos. De otro lado, los lentáculos del pulpo aprisionando con sus ver tosas los pequeños pueblos adyacentes, la heterogeneidad de la población de estas supremas formas urbanas, crean aquel estado de cosas.

Los Estados han establecido formas distintas de administración de estas grandes ciudades. Por lo que hace à Londres puede considerársele como el distrito metropolitano por excelencia. La ciudad de Londres, la histórica ciudad, es una parte pequeñísima de la metrópoli. Alrededor de ella se han ido in corporando sucesivamente las pequeñas villas que crecieron por la prosperidad comercial del distrito metropolitano. Cuando se hizo efectiva esta incorporación, los legisladores ingleses comprendieron lo necesaria que era una nueva forma de administración con respecto á la metrópoli. De no establecerla se corría el riesgo de poner en manos del municipio londinense la fuerza política colosal que suponen siete millones de habi tantes; además se mataba la autonomía de los pueblos absorbidos por la gran urbe y esto ocasionaría un peligro para la organizacióu política y administrativa inglesa. Por esto en 1855 votó el Parlamento la ley de administración de las metrópolis por la que se consideraba à Londres dividido en 38 distritos, de los cuales 23 constituían simples parroquias. No obstante esta división se centralizaron algunos servicios, como los referentes á obras municipales, creándose al efecto una oficina metropolitana (Metropolitan Board of Works). Recientemente, en 1858, se determinó que la metrópoli londinense constitu

yera un solo Condado al y no cuatro como antes sucedía "" frente del cual está el Consejo del Condado con iguales atribuciones, tan considerables como las poseídas por las antiguas autoridades del distrito metropolitano, si bien algunos servicios quedaron en la misma situación que antes tenían, como sucedió con el Board London School y el Metropolitan Guardians of the Poors. Actualmente se pretenden centralizar todos los servicios de la metrópoli en el Consejo del Condado de Lon dres.

En París se ha pretendido establecer una centralización muy rigurosa con el propósito de que la misma Corporación municipal se halle más ligada al Prefecto que en cualquier otra población de la República. Mas como dice Goodnow en la obra citada, es necesario conceder bastante á la heterogeneidad de las condiciones de las metrópolis, y en este sentido preocuparse mucho de las localidades de que están compuestas, para mantener el sentimiento de vecindad, sin el cual un buen gobierno permenente es imposible. Por esta razón, aun cuando en París subsiste la administración establecida por Napoleón, por la que se divide á la metrópoli en doce distritos con un alcalde al frente de cada uno, asistido de varios consejeros municipales, que no son más que meros agentes electorales del Prefecto, que es quien ejerce jurisdicción conjuntamente sobre la ciudad histórica y sobre los comunes suburbanos que con Paris forman el departamento del Sena, hoy día estos distritos, que por el aumento de población llegan al número de 20, van adquiriendo su particular fisonomía, y aun cuando no tienen cuerpos electivos locales, los servicios administrativos residen en la alcaldía de cada uno de ellos. En este sentido en la alcaldía de distrito se inscriben los nacimientos y defunciones, se verifican las ceremonias matrimoniales, se forman las listas de jurados, se realizan los alistamientos para el servicio militar, se verifican las operaciones preliminares para el reparto de impuestos, se obtienen las licencias y privilegios de todas clases, los préstamos á los necesitados; allí residen las biblio

tecas municipales, los centros de caridad y de beneficencia, las cajas de ahorro, los montes de piedad, en suma, las alcaldías de los distritos puede decirse que son la unidad administrativa local. El alcalde tiene tres adjuntos nombrados por la Prefectura y considerados como agentes locales de éste; sin embargo, no pueden ser arbitrariamente removidos y gozan en el ejercicio de su cargo de una verdadera infiuencia local que aprovechan en beneficio del pueblo.

En Prusia se dió una ley de Metrópolis, variando por com pleto el Gobierno local subsistente en el país con respecto de ellas. En dicha ley se determina que las Autoridades administrativas dividirán á las ciudades de gran población ó de gran extensión de territorio en distritos, á la cabeza de los cuales se coloca un inspector y un diputado, que son elegidos entre los electores de los distritos por las Autoridades municipales, y en ellos delegan éstas sus atribuciones según las apti tudes, aunque siempre bajo la dirección y la inspección de la Autoridad central de la ciudad.

Con respecto al sistema de Gobierno seguido en las grandes urbes de los Estados Unidos del Norte de América, apunta Goodnow en su ya repetida obra, soluciones muy dignas de ser tenidas en cuenta. Así dice que en la Administración de las Metrópolis por el sistema americano hay algo imprudente, como el conceder amplios poderes en materia de salud pública á Corporaciones que deben su soberanía á la elección local. Para impedir ésto debiera hacerse algo semejante á lo que acontece en París y en las grandes urbes alemanas; es decir, otorgarse atribuciones limitadas por la intervención central administrativa, siempre en atención á las circunstancias de la localidad. En las grandes ciudades del Norte de América la población es extremadamente flotante, no sólo porque hay gentes que constantemente van y vienen de pueblo en pueblo, sino por el tránsito de la ciudad al campo, y viceversa; por eso los distritos están siempre variando de carácter, siendo en extremo difícil que con tal población se establezca el senti

miento de vecindad. Para evitarlo no sería imprudente plantear el sistema de las submunicipalidades de París, y que tan buenos resultados ha producido en Prusia. Los esfuerzos deben fer dirigidos á cultivar el espíritu de vecindad para que lus habitantes de las ciudades populosas lleguen á ser verdaderos ciudadanos municipales.

El sistema de descentralización municipal es necesario en América por cuanto que el Gobierno central confia muchas cosas al ciudadano que tiene un carácter gubernamental muy marcado. Así el oficial municipal no cree deber suyo velar por la observancia de las leyes, sino únicamente atender à las quejas de los individuos con respecto á la violación de las mismas. Esto constituye una carga para los ciudadanos que otros paises confían á la Autoridad ó á sus agentes. Es verdad que muchas oficinas del sistema ordinario municipai norteamericano tienen un local propio; pero estos locales no están suficientemente concentrados; la Estación de Policía se encuentra en un sitio y la Corte ó Tribunal de Policía en otro distinto; las oficinas escolares están á menudo fuera de los edificios de las escuelas, con lo cual el ciudadano que necesite denunciar la violación de la ley tiene que hacer una investigación minuciosa y emprender un largo viaje para llegar al sitio donde debe presentar la denuncia. De adoptar el sistema de descentralización parisién, en cada distrito estarían agru padas las oficinas necesarias para que los servicios se hicieran adecuadamente y para que las leyes fueren mejor observadas con menos gasto de tiempo y de energía para el ciudadano. << Es de esperar que con un sistema conveniente se despierten en los Estados Unidos los sentimientos de vecindad; el pueblo va acostumbrándose poco poco á actuar en las comunidades locales de la Gran Metrópoli», termina Goodnow.

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Para España el problema de Gobierno de las grandes capitales no existe. Falta la materia prima: la Metrópoli; y, sin embargo, es necesario crearla. Con ello se consigue el crecimiento de la Economía nacional, puesto que las grandes ur

bes-como dice el Sr. Graell (1)—son colosales centros de industria, comercio, capitales y cultura, debido á la proporcionalidad que existe entre la riqueza y la densidad de pobla. ción que se comprueba con la mayor circulación que tiene el dinero en una gran ciudad que en una casa de campo aislada.

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Una vez creadas las grandes urbes, el problema de su Gobierno se simplificaría en España, ya que se haría muy difícil el peligro de la pérdida de la noción de vecindad y comunidad, puesto que aquí existe la vida local bastante intensa.

PLÁCIDO A. BUYLLA Y LOZANA.

(Continuará.)

(1) Graell: Hacia la nacionalización de la Economía, discurso inaugural del curso de 1908-909 en la Societat d'Estudis Economics, Barcelona.

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