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Un cúmulo de circunstancias fatales cegaba en aquellos momentos los ojos de todos los españoles, que recibian hasta con muestras de simpatía á los soldados franceses.

Fernando y su partido eran los mas alucinados, pues en íntimas y secretas relaciones aquel príncipe con Napoleon, creian sus partidarios que le mandaba aquellas tropas para apoyarle en el destronamiento del rey y ruina del ministro.

Engañado el pueblo de Madrid con esta idea, divulgada mañosamente por los agentes de Fernando, á quien desde la causa del Escorial creia el vulgo una víctima sacrificada ante el favoritismo de Godoy, observaba la invasion de aquellos 100,000 franceses con completa tranquilidad, viendo en ellos, no unos usurpadores que habian de ametrallarlo inhumana y traidoramente. al poco tiempo, sino unos nobles aliados con cuyo poderoso auxilio pensaba librarse muy pronto del mal gobierno de Carlos IV, del despilfarro de Godoy y del despotismo del marques de Caballero, ministro de Gracia y Justicia é inflexible ejecutor de aquella política de restriccion y tropelías.

Pero si la alucinacion de Fernando y ceguedad de la nacion estaban mas o menos justificadas, no tiene la menor escusa la punible indiferencia de la corte, embriagada con sus sueños de engrandecimiento á costa de Portugal.

Duramente se ha calificado al príncipe de la Paz por todos los historiadores de aquella época, atribuyéndole la simulada venta de España por el precio del principado de los Algarbes y Alentejo. No perteneciendo nosotros al número de sus apasionados ni al de sus detractores, y juzgando su administracion, como lo juzgamos todo en esta obra, á la luz del raciocinio y de la filosofía, creemos que Godoy, adormecido por la vanidad, ofuscado por su ambicion, mareado por sus aduladores, no pudo sospechar las fatales consecuencias del imbécil tratado de Fontainebleau, y pecó mas de confiado que de perverso, mas de ignorante que de traidor.

La raza del conde D. Julian por fortuna es muy escasa en el mundo, y repugna la idea de que haya un hombre, un español, que premeditadamente comercie con la independencia de su pa

tria, cambiando por un título, aunque sea de rey, ó por un puñado de oro, la libertad y la sangre de sus hermanos.

Lo cierto es que señoreadas á su sabor las tropas francesas de las principales provincias de España, dependia su suerte del capricho de Napoleon, quien, al clavar su vista de águila en el mapa de Europa, habia marcado con un punto de sangre el sitio que ocupaba la península.

Sin embargo, á pesar de su tortuosa política y de la falta de buena fe con que intervenia en los asuntos de España, creeriamos injuriar á su clara inteligencia, si le atribuyerámos el proyecto de apoderarse del trono de Carlos IV de la manera que lo hizo.

Las raras é inesperadas circunstancias de entonces vinieron á facilitar su empresa y á marcarle la norma de su conducta.

Indudablemente su objeto por el pronto no era otro que ayudar á Fernando en el destronamiento de su padre para tener en él, enlazándolo á su familia, un feudatario y no un aliado, disponiendo así del territorio español, segun le conviniese para el bloqueo continental y su lucha con Inglaterra.

La proposicion del cambio de las provincias del Norte por otras conquistadas de Portugal, puso ya de manifiesto sus planes y alarmó á la corte, desengañando al pueblo.

Deshechas las ilusiones del rey y su favorito, solo procuraron evitar un golpe de mano, y concibieron el imprudente proyecto de abandonar la península y embarcarse para América, arrojando la corona, tan débilmente sostenida, en el camino del usurpador.

Tan imprudente y descabellado plan, mal encubierto por los cortesanos, aterró y alarmó á un tiempo á la amenazada nacion. Tan cierto es que la inminencia de un gran peligro da valor y osadía al mas postrado, como que cuanto mas se aproxima se teme menos.

Los rumores del viaje de los reyes, esparcidos por los enemigos de Godoy, produjeron su efecto. El pueblo de Madrid, indignado de tanta traicion, y harto ya de la ineptitud del rey, de los caprichos de la reina y de la desmoralizada administracion del favorito, se despertó, como se despiertan siempre los pueblos, dando rugidos de ira; y demasiado hidalgo para desconfiar por

completo del frances, fijó sus ensangrentados ojos en el regio alcázar, y hallando allí la verdadera causa de sus males, trató de estirparla.

El príncipe de la Paz debia ser su primera víctima, y lo fué. El sedicioso y turbulento conde del Montijo habia venido en posta desde Cádiz, llamado por el príncipe de Asturias, y permaneció disfrazado en un barrio miserable, atizando la conjuracion, para cuyo objeto se ponia de acuerdo con Fernando, por medio de señales convenidas, al apearse este del coche en los paseos ó en la puerta de palacio.

Reducíase entonces el plan de los conspiradores á fraguar por medio de un motin la caida del ministro favorito y á precipitar la abdicacion del anciano rey, pero ni aun estaba señalado el dia ni madurado el plan. Las circunstancias facilitaron pronto la ocasion los medios.

y

Habitaban los reyes el palacio de Aranjuez, en las orillas del Tajo, y á los primeros síntomas de desasosiego en Madrid trasladóse Godoy al Real sitio, temeroso de la tormenta que presagiaba.

Las órdenes que se comunicaron para que la guarnicion de la corte marchase á Aranjuez, fortalecieron mas y mas las sospechas del viaje, y la oposicion del Consejo á tan imprudente medida, que dejaba abandonada la capital, escitó, sin quererlo, el descontento popular, aumentado por las instigaciones de los partidarios del de Asturias que irritaban al vulgo, siempre impresionado y crédulo, con la idea de que el favorito habia dispuesto aquel viaje contra la voluntad de la régia familia para alejar á esta y entregar la huérfana nacion á Bonaparte, recibiendo por aquella venta el ofrecido principado.

Por su parte los ingleses, maestros hábiles en materia de dirigir alborotos en otro pais que el suyo, cooperaban al de Madrid con su oro y sus consejos, encaminando sus descos á encender la guerra civil y debilitar así las fuerzas de Napoleon, por las que se veian hostigados.

La plebe desasosegada y amenazadora corria por las calles en pequeños pero numerosos grupos, como negros nubarrones que, aunque diseminados por el cielo, al menor soplo de viento favo

rable se reunen en una espesa nube y hacen estallar la tempestad. Con objeto de ganar tiempo y calmar tanta agitacion, dió una proclama Carlos IV garantizando la buena fe y pacíficas miras de las tropas francesas, y desmintiendo lo del viaje, cuya noticia atribuia á los enemigos del órden público.

El buen efecto de este paso, que calmó en algun tanto la efervescencia popular, lo deshizo la misteriosa salida de las tropas por la noche. La parte del pueblo madrileño mas revoltosa y amiga del desórden trasladóse á Aranjuez, inundado ya por los campesinos de las poblaciones inmediatas.

Un soplo solo bastaba ya para alterar el turbio mar de las rebeladas pasiones contra el solio de un anciano y el insostenible poder de su favorito. Los mismos soldados, destinados á la custodia y defensa de la corte, contaminados de las nuevas ideas y seducidos por los conspiradores, no presentaban ya garantías de órden y de disciplina.

Era el 17 de marzo. Los cortesanos, aturdidos y acobardados, no sabian cuándo ni cómo realizar el preparado viaje. Fernando, dirigiendo ya con mas talento la conjuracion, habia indicado á un guardia de corps, con el objeto de que lo divulgase, que aquella noche saldria furtivamente la familia real y que él se marchaba contra su voluntad.

Con esta noticia, que cundió rápidamente por la poblacion, el populacho se sublevó, y armado de toda clase de armas, rodeó al anochecer el palacio del ministro y tomó las avenidas del regio alcázar.

Lo nublado del cielo, la escasa luz de las estrellas, el confuso y lúgubre rumor del Tajo, mezclado con el tumultuoso vagar de la muchedumbre que recorria las calles y obedecia sumisa las órdenes del Tio Pedro, que no era otro que el disfrazado conde del Montijo, daban al risueño y pintoresco Aranjuez. un aspecto fatídico y aterrador.

A las once y media, el lejano rumor de un coche puso en alarma á los conjurados. Iba en él una dama encubierta y escoltada por algunos guardias de la confianza de Godoy. Era la hermosa y célebre en aquella época Pepita Tudó, condesa de Castillo Fiel,

y amiga íntima del ministro, que trataba de ponerse en salvo. Al querer descubrirle el rostro un grupo de amotinados, y al resistirse como caballeros españoles los acompañantes de la tapada, el guardia de corps Merlo, que mandaba el sublevado paisanaje, disparó una pistola al aire y no se necesitó mas. Fernando puso, al oir el disparo, una de las luces de su cuarto en la ventana, como señal convenida de antemano, y un trompeta, apostado de intento, al ver aquella luz, tocó á caballo y se generalizó el motin.

Bien pronto una espantosa gritería de mueras é improperios, dirigidos contra Godoy, ensordeció el espacio y atemorizó á los pacíficos habitantes del Real sitio. La desbocada muchedumbre entró á saco la magnífica casa del almirante, y una inmensa hoguera consumia á poco rato delante de sus puertas los preciosos muebles y ricos cortinajes que adornaban sus salones, alumbrando con sus rojizas llamas los rostros mas fieros y las mas asquerosas y siniestras cataduras.

La rara circunstaneia de que nadie guardaba para sí la menor alhaja, sino que al contrario, arrojaban al fuego, contentos y alegres, algunas de un valor inmenso, que formaban tentador contraste con la sucia traza de la mayor parte de los conjurados, y la no menos estraña de recoger con cuidado para llevarlos al rey los collares y veneras del perseguido príncipe, revelaban claramente que el pueblo sc sublevaba entonces por puro patriotismo y no con codiciosas miras como en los tiempos modernos, y que era capitaneado por jefes de elevada esfera social y no por tribunos comprados y esplotadores.

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Por mas descarriado, por mas fanático, por mas encolerizado que se encuentre el pueblo en semejantes ocasiones, suelen vencer sus instintos de nobleza y de justicia á sus pasiones y caprichos. Esta consoladora verdad que nos enseña la historia de todos los paises y de todas las revoluciones, la demostró prácticamente el amotinado populacho de Aranjuez respetando á la esposa de Godoy, víctima de la escandalosa conducta de su marido, escoltándola hasta el régio alcázar en compañía de su hijo y tirando de la berlina los mismos sublevados.

El brusco ataque de la ya desbordada plebe sorprendió al

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