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Estos asesinatos jurídicos son siempre tan repugnantes ó acaso mas que los cometidos por la barbarie de las turbas en el acceso de su furor, porque en estos es la locura la que interviene, y en aquellos se hace que intervenga generalmente la venganza, disfrazada con el sagrado manto de la justicia.

¡Triste condicion de la humanidad, que los pueblos no puedan ser libres é independientes sino á costa de mucha sangre, derramada con crueldad en las calles ó vertida noblemente en los campos de batalla!

Sin embargo, la sangre de los motines mancha y degrada á los pueblos, mientras la de los combates honra y enaltece á las naciones.

Mucha ha costado ya á nuestra patria la revolucion políticosocial que empezó en el alzamiento de 1808 y sigue conmoviendo todavía los mas profundos cimientos de la española sociedad.

Quiera Dios poner término pronto á sus desventuras, y que los historiadores venideros no continúen nuestra obra, escribiendo páginas tan sangrientas como.las que nosotros escribimos.

CAPÍTULO VIII.

Congreso de Bayona.

SUMARIO.

Contraste entre Bayona y Madrid.-Heroicidad de Zaragoza.Ceguedad de Napoleon.-Resistencia de Fernando VII.-Defeccion de la Junta Suprema y del Ayuntamiento de Madrid.- Abdicacion de Fernando VII. --- Renuncia de Carlos IV en favor de Bonaparte. Pretende halagar á los españoles con promesas de reforma.-Inoportunidad de esas ofertas. Convocatoria del Congreso de Bayona Carta otorgada por el rey José.-Análisis de aquella Constitucion.-Mérito y bondad del código frances.

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Tras una reseña de hechos nobles, grandes y heróicos, tócanos reseñar en el presente capítulo otra serie de acciones mezquinas, degradantes y afrentosas. Con la lealtad, con el patriotismo, con el valor, con la abnegacion de España en aquella época, forman vergonzoso contraste la debilidad, la torpeza, la cobardía, la humillacion de Bayona.

Al lado de un pueblo noble, valiente y pundonoroso, preséntanos la historia unos monarcas sin resolucion para morir antes que abdicar su dignidad, unos cortesanos imbéciles y traidores, un capitan famoso, un héroe, un semidios, convertido en espía y carcelero de sus víctimas, en escamoteador de un trono hecho astillas, y de un cetro arrojado al lodo de la humillacion por la débil mano que lo empuñara.

No nos asombra tanto la manera incalificable con que Carlos IV y su hijo entregaron ese trono, como los bajos y arteros medios que empleó Napoleon para adquirirle, convirtiendo la altiva águila imperial en astuta raposa.

Siempre es odioso y aborrecible todo usurpador que trata de

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arrojar sobre una nacion estraña las cadenas de la esclavitud; pero, sin embargo, algo hay de grande y de noble en el que, empuñando la espada de la conquista, se presenta en el campo de batalla jugando su vida y su gloria en los azares de un combate.

Mas el que para dominar á un pueblo estranjero se vale de raterías y de vilezas, consiguiendo aquel dominio por el abuso de la fuerza en los salones de su palacio, sin riesgo ni esposicion alguna, ese no es un conquistador ni usurpador de un trono; es el hurtador de una corona, y no hay voces en la humana lengua para calificar debidamente su villanía.

Si Napoleon ambicionaba para sus gigantescos cálculos de dominio universal el cetro de España, ¿por qué, en vez de arrancarlo ratera y violentamente de las temblorosas manos de un anciano y las inespertas de un jóven, no vino á tomarlo de las vigorosas é inflexibles con que el pueblo español lo sujetaba?

¡Ah! Era empresa mas fácil intimidar á unos cautivos monarcas y engañar ó seducir á unos miserables cortesanos, que vencer á los españoles en las ásperas gargantas del Bruch, y derrotarlos en Bailen. Era mas fácil y mas cómodo intrigar en Bayona, que triunfar en Ciudad-Rodrigo, en Gerona, en Arapiles, en Vitoria, en San Marcial y en Zaragoza. En Zaragoza que, cual otra Sagunto, prefirió morir entre sus ruinas à someter su altiva cerviz al yugo del usurpador.

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Nada mas grande, mas heróico y mas fiero que la respuesta del jefe de los zaragozanos á la intimacion de los sitiadores. Hé aquí el oficio del general franees: « Cuartel general de Santa Engracia: Capitulacion. El invicto caudillo Palafox contestó al instante: «< Cuartel general de Zaragoza: Guerra á muerte. » Con-testacion que revela por su laconismo la decision y el arrojo de los españoles, y que simboliza perfectamente el carácter de la guerra de 1808.

La máxima de que cuando Dios quiere perder á un hombre lo enloquece, se vió aplicada entonces á Napoleon. Él que con su ojo de águila vió la senda de la gloria en medio de las malezas que la cubrian; él que con su elevada política salvó á la Francia de una segura perdicion; él que con sus atinados planes se de

fendió de Inglaterra y contuvo á la Rusia; él, por fin, que con su intrepidez y sabia conducta conquistó y entusiasmó á la Italia, en los asuntos de la península ibérica anduvo torpe y desatinado, adoptando el peor sistema y valiéndose de los peores medios. Dios lo queria perder y lo enloqueció.

Si la ambicion no lo hubiese cegado, si su deseo de dominar el mundo no lo hubiera enloquecido, al nombrarle los Borbones árbitro en sus discordias debió desempeñar el papel de mediador y ayudar con sus consejos, con la influencia de su nombre y la autoridad de su gloria á la pacificacion y organizacion de España, que habria sido en todos tiempos para él una fiel aliada, una consecuente amiga. Mas le honrara y enalteciera la blanca palma de pacificador y regenerador de nuestra patria, que los rojos laureles de conquistador de Italia y triunfador del Norte.

La benévola acogida que dispensó á los ancianos reyes en Bayona, recibiéndolos con los honores de la soberanía en ejercicio, y halagándoles hasta el estremo de sentar en su misma mesa á D. Manuel Godoy, en contraposicion al desairado recibimiento que hizo á Fernando, era evidente señal de sus planes posteriores.

Seducido y atemorizado Carlos IV, á quien en cambio de su abdicacion se le alucinó con la oferta de otro trono, consintió en renunciar la corona de España en favor de Bonaparte, si este conseguia que su hijo se la restituyera.

Ni las amenazas de Napoleon al jóven y cautivo monarca, ni las injurias de sus padres en la entrevista, que para honor de España quisiéramos se borrase de la historia, pudieron arrancar á Fernando la conformidad á tales combinaciones. Resistióse por el contrario á tamaña violencia, dirigiendo á su padre la siguiente. carta que revela por sí cuánta miseria se encerraba en las intrigas de Bayona, y cuyo contenido, á ser la espresion de los verdaderos sentimientos del joven príncipe, algo le disculpa en sus pasados y posteriores actos.

«Venerable padre y señor: V. M. ha convenido en que yo no tuve la menor influencia en los movimientos de Aranjuez, dirigidos, como es notorio y á V. M. consta, no á disgustarle del gobierno y del trono, sino á que

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