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políticos que de su gobierno en tiempos remotos se apode

raron.

Hemos dicho que las recíprocas y ordenadas relaciones entre los individuos producen la accion comun, y esta el gobierno y la sociedad. De suerte que en la organizacion de la última entran dos elementos constitutivos: la independencia natural del asociado y la conservacion de la sociedad; la libertad del individuo y la conveniencia de las relaciones con sus semejantes; la personalidad y la colectividad; la voluntad del hombre y la voluntad de la asociacion.

El hombre se reconoce un ser inteligente y libre.

En alas de su inteligencia se remonta hasta Dios, y conducido por su libertad se asocia á sus semejantes.

En sus relaciones con Dios, humilla su frente ante la omnipotencia divina, y no concibe mas idea que la del deber.

Cuando al asociarse á los demas hombres se cree libre sin limitacion alguna y desprecia en su soberbia las civilizadoras trabas de la sociedad, no tiene entonces mas idea que la de su derecho omnímodo, ni otro sentimiento que el de la dominacion.

En ambos casos no acaricia mas que dos ideas contrarias: la idea de su absoluta esclavitud y la de su absoluta libertad. El hombre entonces es rey del mundo y esclavo, de Dios; un ser imcompleto, un hombre mutilado.

Pero cuando su inteligencia y su libertad lo modifican y completan; cuando la ley inmutable del progreso y la perfectibilidad humana lo arrastran hácia la asociacion, y su libertad y su inteligencia le dicen que los demas asociados son libres é inteligentes como él, entonces nace en el hombre la salvadora idea de los derechos y deberes recíprocos, y en el santuario de su conciencia se verifica un progreso que es

una revolucion, al penetrar en ella el sentimiento de la igualdad.

Cuando este sentimiento de su corazon llega á grabarse en su mente como un principio político, el hombre es un ser perfecto y la sociedad queda organizada; porque la idea de la reciprocidad de derechos y deberes lleva en su seno un mundo, que es el mundo moral.

La inteligencia y la libertad descomponen la personalidad humana en un dualismo incomprensible, que pone contínuamente al hombre en lucha consigo mismo, y que siembra en la sociedad un gérmen perenne de perturbacion y de trastorno.

A la vez que la inteligencia, como principio armónico, aconseja al hombre que estienda sus deberes en beneficio de los demas, la libertad, como elemento de carácter absoluto, independiente é indivisible, le exhorta al ensanche de sus derechos en pro de la personalidad y el egoismo.

Así es que la inteligencia del hombre es un principio social y organizador, mientras que su libertad es un elemento anti-social y resistente.

De ahí el que las inteligencias se atraigan y las libertades se escluyan.

La ley de las primeras es la fusion y la armonía; la esencia de las segundas, la divergencia y el combate.

Por eso la inteligencia ha sido la causa primordial de la sociedad, y la libertad del hombre ha hecho necesario en la sociedad el gobierno.

En aclarar este dualismo misterioso, que constituye el problema de la organizacion social, se han ocupado falsos filósofos é ilusos legisladores, esplicándolo de diverso modo, segun convenia á las miras é intereses de sus respectivas escuelas.

Unos han dicho:-El hombre es un ser inteligente, pero no es un ser libre. La sociedad es la reunion de todas las inteligencias: fuera de la sociedad no hay nada: los individuos. no son: ó si son, deben perderse en el seno absorbente de una terrible unidad. »

D

Esta es la espresion del panteismo y la tiranía.

Oigamos ahora la opinion de otros legisladores y filósofos tan exagerados y fanáticos como aquellos.-"La libertad es la única ley del hombre: el hombre libre es el centro de la creacion: él no ha nacido para la sociedad: la sociedad se ha formado para él. El hombre es rey.» Y han añadido despues: -«Si su voluntad es su regla, no hay regla fuera de él: sino hay regla fuera de él, no hay Dios: ó si le hay, el hombre es Dios.» Esto es tambien la manifestacion de la anarquía y de la impiedad.

La armonizacion de tan opuestos principios hace necesa-. rio el gobierno como poder tutelar de ambos, como defensor mas bien de la sociedad en las invasiones de la libertad individual.

Como el gobierno es una accion, y como esa accion es por necesidad una resistencia á las intrusiones de la libertad humana, todo gobierno tiene que resistir, porque tiene que obrar, pues gobierno que no obra muere.

Y tan necesaria es la resistencia de los gobiernos á la libertad, como principio disolvente de toda asociacion, que no aparece en la historia un gobierno que no haya resistido, bien á las mayorías, bien á las minorías, siempre á todo poder arbitrario é injusto que ataque á la sociedad, comprometiendo su existencia; porque ya hemos dicho que el gobierno es la sociedad misma en accion, y la sociedad no deja nunca que se la asesine impunemente.

Los límites de la resistencia de los gobiernos, marcan su carácter y demuestran su legitimidad.

Cuando los gobiernos traspasan en la resistencia á la libertad los límites que la justicia y la conservacion de la sociedad les trazan, en vez de ser resistentes son invasores, y por consiguiente despóticos.

Cuando por su debilidad triunfa en la lucha la personalidad de los asociados, esos gobiernos son indignos y perjudiciales, porque entregan la sociedad á los horrores de la anarquía.

Hemos dicho que la inteligencia dei hombre tiene la cualidad de la asimilacion y la libertad la de repulsion.

De ese antagonismo entre la inteligencia y la libertad del hombre, de esa lucha eterna entre su corazon y su mente, nacieron desde la formacion de las primitivas sociedades dos principios absolutos y avasalladores, causa y origen de los gobiernos de la antigüedad.

Esos principios que mútuamente se acometen y mútuamente se rechazan, la ley de la asociacion y la ley del individuo, crearon la autoridad y el personalismo, y dieron nombre á dos formas de gobierno, simbolizando en ellas los derechos de la sociedad y los derechos del hombre.

Y esos dos símbolos de la autoridad y de la independencia, esas dos fórmulas de la inteligencia y de la libertad, esos dos elementos de absorcion que vienen dominando á las sociedades desde la antigüedad mas remota, y dando vida á cuantas revoluciones políticas y sociales han trastornado el mundo, conociéronse en lo antiguo con los nombres de imperio y de república, y llamáronse luego derecho divino y soberania popular.

Cuando las razas se convirtieron en clases y las tribus

en familias, la sociedad quedó civilmente organizada, y, como complemento de su organizacion, establecióse en ella una autoridad pública que defendiese y protegiese los intereses individuales.

En Oriente, cuna del género humano, tuvo tambien su cuna esa autoridad protectora, que siglos adelante se llamó gobierno.

Dominadas las sociedades asiáticas por la religion, única ley social en el crepúsculo dudoso que siguió al caos y que precedió á la luz, natural y preciso fué que sus ministros y sacerdotes ejerciesen en nombre de ella el público poder y la pública autoridad.

Es indudable, porque así nos lo enseñan la filosofía y la historia, que las primitivas sociedades de Oriente fueron dirigidas por gobiernos teocráticos, y como tales absolutos, porque eran representantes de la divinidad, que es lo absoluto, lo ilimitado, lo omnipotente.

Vencida la teocracia por el genio griego que, armado de la espada de Alejandro proclamó el principio de la libertad humana, quedó sin fuerzas, pero no aniquilada, puesto que aun la vemos aparecer en Esparta poniendo sobre los hombros del magistrado la túnica del sacerdote, y luchar en Roma despues con el genio latino que representaba el principio de la personalidad.

Reponiéndose de sus heridas durante los tiempos de la república romana, vemos aparecer á la teocracia adornándose despues con el manto de los Césares; pero absorbida ya la autoridad religiosa por la autoridad civil, convertidos ya los Pontífices en emperadores.

Agobiado el imperio romano bajo el peso de su propio despotismo, ahogado en su misma sangre, desapareció del

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