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la civilizacion, emprendido con tanto heroismo como entusiasmo, y sumiéndola en un mar de confusion y de trastorno.

Sabido es por último el gran crímen de Atenas: la muerte de Sócrates.

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La república griega, donde la libertad de pensar y de discutir era ilimitada, condenó á muerte al mas puro, al mas honrado de sus hijos, porque usando de aquella misma libertad, predicaba en alta voz que la cabeza debia gobernar los miembros del Estado, como en el cuerpo humano, y que la instruccion, la moralidad y la virtud eran condiciones indispensables á la admision de los ciudadanos en las públicas asambleas y en las magistraturas de la república.

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Y si aun se quieren mas pruebas de lo desastroso é infecundo del gobierno democrático de los atenienses, oigamos á Platon, quien luchando osadamente con el espíritu de la Grecia y de su siglo, proclama en medio del politeismo griego la unidad de Dios; en medio de la democracia mas turbulenta busca un rey para ceñirle una corona; en medio del triunfo absoluto de la ley del individuo invoca la ley de la asociacion; en medio de una libertad invasora exige un poder fuerte; en medio del individualismo predica la unidad social.

Si de Atenas pasamos á Roma, todavía se presentará á nuestros ojos mas confuso y sombrio el cuadro de su organizacion politica, civil y religiosa.

La vida del pueblo-rey fué un combate continuo entre el principio absorbenté de las sociedades asiáticas y el individualismo de la sociedad griega: entre los tribunos y los patricios: entre el Senado y el pueblo.

Efecto de ese eterno combate, la república de Roma fué un tejido de conjuraciones, un foco de ambicion y tiranía, un periodo de disolucion y de muerte.

V

Si esceptuamos á la Francia de 1793, ¿en qué pais, y bajo la forma de un gobierno republicano, ha habido mas anarquía social, mas tiranía de poder que en Roma en los últimos tiempos de su república?

¿Qué otra cosa fueron que aborrecidos tiranos y crueles ambiciosos Mario, Sila, César, Antonio, Lépido y Octavio, elevados al poder supremo por la voluntad, por la cobardía ó por la tolerancia de la plebe romana?

Y entre tantos despótas, entre tautos dictadores, entre tantos indignos republicanos, solo hubo un Caton, modelo de severidad y entereza; un Bruto, emblema del valor y la dignidad; un Ciceron, tipo de la sabiduría y la virtud.

El esceso de libertad mató á Roma como mató á Grecia, porque la libertad, ya lo hemos dicho, como principio absoluto, y por lo tanto avasallador, es un elemento de disolucion, es un elemento de muerte.

La república de Grecia se suicidó con la cicuta que dió á Sócrates.

La sangre de Ciceron, cosido á puñaladas por órden de los triunviros, ahogó tambien à la república de Roma.

Purificada por el martirio y la persecucion, enaltecida por la filosofia, olvidado su antiguo descrédito entre el poivo de doce siglos, preséntase á últimos del anterior la idea de la soberanía popular, mas bien que como un recuerdo, como una esperanza, no como una reaccion sino como un progreso.

Su aparicion produce una revolucion'en Francia y la revolucion produce una república.

Muy recientes están y harto conocidos son para que nosotros nos detengamos en narrarlos, los escesos con que la moderna república profanó el altar de su antiguo idolo.

Como en las repúblicas de la antigüedad, cobijáronse en

el seno de la francesa los odios y las ambiciones, las injusticias y los delirios; pero sobrepujando á sus modelos, filosofaba menos y destruia mas. Y en vez de discutir pacíficamente como aquellas en el Ágora ó en el Foro sobre la religion, sobre las leyes ó sobre la guerra, degollaba en los calabozos á sus víctimas ó asesinaba jurídicamente, ora á sus mas ilustres enemigos, ora á sus hijos mas notables, en la plaza de la revolucion.

El dogma de la república francesa fué la destruccion del mundo antiguo; su simbolo la guillotina.

En nuestros dias, en esa misma Francia y en esa misma Roma hemos visto de nuevo à la soberanía popular dar vida

la república, pero una vida tan raquítica y tan pasajera, tan infecunda y trabajosa que brilló como un relámpago, sin dejar en la historia del mundo el menor vestigio de adelantamiento y civilizacion.

Hasta aquí hemos considerado históricamente esos dos principios absolutos y avasalladores del derecho divino y la soberanía popular, polos opuestos sobre los que alternativamente ha descansado el mundo antiguo.

Examinemos ahora á la luz de la filosofia y de la lógica su teoría, ya que conocemos sus resultados.

Si bien se les considera, tanto el uno como el otro son la espresion de la fuerza, la esencia del despotismo.

Tan despótico es el derecho divino de los reyes absorbiendo en sí toda la individualidad del hombre, ó como se dice modernamente, toda su autonomía, como la soberanía de los pueblos devorando la vida social, llamada tambien en el moderno lenguaje principio de autoridad.

¿Qué proclaman los reyes al defender el derecho divino? La omnipotencia.

¿Qué proclaman por su parte los pueblos al defender su soberanía? La omnipotencia tambien.

¿Y qué otra cosa es la omnipotencia humana que el despotismo y la tiranía?

¿Qué diferencia hay entre el rey que castiga en el pueblo, como delito de traicion, la resistencia á su despotismo, y el pueblo que castiga á las minorías como traidoras, cuando á su tiranía se oponen?

Por eso si ante la historia y ante la civilizacion ambos principios son reaccionarios, porque tratan de hacer retroceder al mundo, el uno hasta la edad de su infancia y el otro hasta su edad media, tambien son ambos ante la lógica y la filosofia idénticos por su carácter avasallador y despótico y por las catástrofes que con su aparicion alternativa en la constitucion de las sociedades han llenado de luto á la humanidad y fatigado á los siglos.

No creemos como esos filósofos superficiales, como esos políticos de rutina, que las formas constituyen los gobiernos.

Pensamos por el contrario, que en el gobierno de las naciones la forma es lo de menos; sus bases constitutivas lo de mas.

Las circunstancias especiales de cada una, sus tradiciones. sus costumbres y su historia son en nuestro concepto los verdaderos elementos que constituyen y caracterizan el gobierno de las naciones, en cuyo establecimiento guíanse ademas los legisladores por los consejos de las públicas necesidades, por las mudas y elocuentes lecciones de la esperiencia.

De aquí se sigue que las formas de gobierno varian segun varian las circunstancias que dan vida á las sociedades, y.segun su civilizacion y sus adelantamientos en el órden jisico y moral.

Por eso el que cada época de la vida del mundo se haya

distinguido por una idea, por un principio dominante en las regiones de la politica, producto de la necesidad ó del estudio, imponiendo á las sociedades una forma de gobierno acorde con sus necesidades y adelantamientos.

De todas estas consideraciones nace la conviccion de que ni el derecho divino, ni la soberania popular pueden pacificanente imponer de nuevo su dominacion à las sociedades. modernas, porque serian rechazados de su seno por el anatema de la filosofia, por el desprecio de la civilizacion, por la maldicion de la historia.

Que así como el derecho divino es un anacronismo que el siglo XIX no consiente, así es la soberanía popular un delirio que no tolera la razon. Porque ni la razon ni el tiempo, esos dos arietes de la humanidad, pueden consentir ni tolerar nada que entre los hombres sea soberano, nada que sea absoluto, nada que sea omnipotente; y esa soberanía, ese absoJutismo, esa omnipotencia forman igualmente la esencia de los dos principios políticos que vamos examinando.

Mucho se ha escrito y hablado sobre la soberanía del poder, colocándola unos en la corona de los reyes; depositándela otros en la mano de los pueblos.

Examinemos tambien nosotros los atributos de ese dogma, procurando sacar la verdad de entre la confusion de tan opuestas opiniones.

Para conseguirlo preciso nos es considerar la soberanía como un hecho y como un derecho.

La soberanía de hecho, como ley del mas fuerte, reside de ordinario en la colectividad y por consiguiente en las naciones. Mas si un hombre se apodera de las fuerzas de una nacion y representa sus derechos y sus intereses, la soberanía entonces reside en él, porque en él reside la fuerza.

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