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En el primer caso la ejercen los pueblos cuando se sublevan y vencen. En el segundo los dictadores cuando sujetan á la revolucion y tiranizan.

Esta soberania es por precision pasajera siempre, siempre perjudicial para la sociedad, siempre infecunda.

De lo que dejamos sentado nace una subdivision de la soberania de hecho en popular y real.

La soberanía popular de hecho es la soberanía del puñal, como en Roma en los últimos años de la decadencia de la república, ó la soberanía de la guillotina, como en Francia en el período de fiebre de su revolucion.

La soberania real de hecho es la soberanía del tormento, como en el imperio de Neron, ó la soberania del sable como en las monarquías despóticas y arbitrarias de la edad media.

Empero, aunque una y otra son tiranía y despotismo, es preferible la soberanía del sable á la del puñal, el despotismo del cetro al de la guillotina, por lo mismo que es menos pesado el yugo de un tirano, llámese rey ó emperador, que el de tres, diez ó ciento, llámense triunviros, consejeros de Venecia ó convencionales franceses.

Hablemos ya de la soberania de derecho, que es la verdadera soberanía.

En su esencia y en su forma es tan vaga y tan indelerminada como la idea en que se funda; tan ilimitada y variable como las circunstancias que la engendran.

La soberanía de derecho no reside como principio en los poderes constituyentes, sino como atributo en los poderes constituidos.

Su soberanía no es hija de un derecho preexistente, sino emanacion necesaria de su legitimidad.

Por consiguiente, todo poder legitimamente constituido, sea de la indole que quiera, es soberano.

Así es que en las repúblicas reside la soberanía en el pueblo, y se llama sufragio universal; en los gobiernos representativos está simbolizada en la nacion y en la corona, y se llama constitucion; en las monarquías absolutas la ejercen los reyes, y se llama derecho divino.

Inútil nos parece advertir que en las anteriores apreciaciones consideramos la soberanía de derecho en el órden político como principio relativo y no absoluto, porque en el órden moral la soberanía no corresponde á ninguna institucion ni á ninguna persona.

La soberanía del mundo, moralmente considerada, pertenece solo á la inteligencia, á la virtud y á la justicia, y en ese sentido pertenece á Dios, orígen de todo lo inteligente, virtuoso y justo, y único soberano, cuyo absoluto poder reconoce y proclama la naturaleza entera, entonando a todas horas himnos de gratitud y de alabanza.

Fácilmente se comprende ahora el absurdo de atribuir la soberanía de derecho á los reyes ó á los pueblos, como principio absoluto, como derecho preexistente, cuando no es en si mas que un principio relativo, el complemento y al mismo tiempo la base de la legitimidad de los poderes.

Mas, ¿cómo se conocen los poderes legítimos para concederles la soberanía?

Conócese la legitimidad de un gobierno cuando está admitida por otros gobiernos legítimos y sancionada por el tiempo; cuando el poder que ejerce la soberanía es la espresion de los derechos y de los intereses de los gobernados.

La soberanía de hecho, segun esta doctrina enseñada por la historia, puede convertirse en soberanía de derecho cuan

do se purifica su origen, convirtiéndose la usurpacion en legitimidad, la conquista y la revolucion en gobierno.

Dijimos que era un absurdo atribuir esclusivamente à los reyes ó á los pueblos la soberanía de derecho, y lo probaremos con una ligera reflexion.

¿Dejará de ser un absurdo en los reyes el fundar su soberanía en su propia inteligencia sin contar para nada con la inteligencia de sus súbditos?

Pues mayor absurdo és todavía que la hagan derivar los pueblos de la voluntad general, en cuyo caso ponen tambien la suerte del pais á merced de les dementes, de las mujeres de los niños, á quienes Dios no priva de la voluntad al negarles ó limitarles la razon.

No hay medio. O la soberanía popular se apoya en la voluntad de todos, como sostiene la escuela democrática, y en ese caso todos sin distincion deben participar de esa soberania, como los seres débiles é incapaces que hemos indicado, ó no se apoya en la voluntad general sino en la voluntad de los mas inteligentes y osados, y entonces el sistema de la soberania popular queda imperfecto, porque la voluntad no es general, ni la libertad ilimitada.

De lo espuesto hasta aquí se desprende sia la menor violencia que los principios del derecho divino y de la soberaa popular son hoy ante la lógica y la razon un absurdo, y su práctica un imposible.

De ese imposible y de ese absurdo, revelados por la razon, justificados por la historia, ha nacido la idea del gobierno representativo, cuya mision no es otra que resolver el problema de respetar la individualidad humana, sin que los cimientos de la sociedad se conmuevan, y conservar y perfeccionar la sociedad sin encadenar al hombre.

Esa es la aspiracion noble y fecunda de la civilizacion moderna, y todo principio que tienda á mutilar la libertad del individuo ó á relajar el organismo social, bien se represente por el derecho divino, bien por la soberanía popular, es un principió reaccionario, porque pertenece á una civilizacion muerta, y como tal efimero é infecundo.

El gobierno representativo que comprende que el presente está unido al pasado, como se unirá al porvenir, funda su existencia en la tradicion y en el progreso y procura dirigir el mundo con ambas tendencias, convencido de que un pueblo sin tradiciones es un pueblo salvaje, y de que una sociedad sin progresos es una sociedad sin vida.

Mas bien que una forma, el gobierno representativo es un sistema que tiende á armonizar las formas antiguas, hermanar los principios opuestos en todo aquello en que por su esencia no se rechacen, á dar la posible relacion á las ideas absolutas.

Los gobiernos de derecho divino con su inmovilidad, con su uniformidad, detienen á la humanidad y la postran.

Los gobiernos republicanos con su agitacion, con su desordea, la empujan con tal violencia que la rinden.

El nuevo sistema, evitando ambcs males, procura hacer marchar á las sociedades modernas, sin que su marcha las destruya; hacer que reposen, sin que su reposo sea un letargo que las hiera de paralizacion y de muerte.

Necesitando los gobiernos para existir y ser beneficiosos ser el resultado de las necesidades sociales, el centro de todas las fuerzas, la reunion de los intereses todos, los esfuer203 del representativo no tienden á otra cosa que á satisfacer esas necesidades, combinar esas fuerzas y amalgamar esos intereses.

Antes de examinar sus elementos constitutivos, digamos algo de su origen, discurramos sobre su historia.

Francia le dió vida como se la ha dado siempre á todo lo grande, á todo lo terrible.

No parece sino que el destino ha impuesto á ese pueblo la mision de servir de estrella que guie á los demas pueblos en el camino de todo progreso, en la senda de toda clase de revoluciones.

Al brotar la civilizacion moderna de la destruccion del imperio romano, y cuando la religion de Jesucristo necesitaba un genio que enarbolase el estandarte de la cruz por el Mediodia de Europa, Francia le dió ese genio, y Carlomagno, el coloso de la edad media, halló la unidad política y religiosa que la Europa necesitaba.

Dando apoyo al Pontificado, consolidó el poder y aumentó el prestigio de los reyes, presentándoles como modelo el imperio germánico, la mas sólida y compacta entonces de las monarquías absolutas.

De igual manera que creó la Francia en aquella época el poder real, proclamó en el siglo último la soberanía del pueblo y produjo una revolucion que conmovió los tronos y alarmó á las naciones.

Pero cuando aquella revolucion cayó rendida, como despreciada prostituta, á las plantas de un soldado, Francia se encontró completamente desorganizada, y atendió presurosa á su nueva organizacion.

¿Podia esta realizarse en nombre del derecho divino, que habia muerto ya, ó en nombre de la soberanía popular que habia convertido á la república francesa en un lago de sangre?

De ningun modo. Esa nacion necesitó un nuevo dogma, ·

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