Imágenes de páginas
PDF
EPUB

tender y arraigar en América, exagerábase en diversos conceptos, encerrándose en reducido molde, ya por la eliminación de extraña gente, ya por el exclusivismo en materia de tráfico mercantil.

Empeñábase frecuentemente la nación española en guerras con la Gran Bretaña y otros pueblos europeos; y no sólo por causa de esas luchas, sino por el afán que en ingleses y otros extranjeros se despertaba de comerciar con las provincias hispanas del Nuevo Mundo, aparecían en nuestras costas los corsarios y los piratas, apoderándose hostilmente de nuestros puertos, trayendo, de furtivo modo, sus artefactos, y llevándose la plata, el añil y otros de los productos del reino de Guatemala, al que mantenían en continua alarma, obligándole á defenderse de tan audaces adversarios. De ahí la necesidad de las fortificaciones construídas en el litoral del Norte.

Desde 1665 se había levantado en Golfo Dulce un reducto; pero en el año á que se refiere este capítulo (1686), lo atacaron los corsarios, desmantelándolo, y así quedó, hasta que, más adelante, se dispuso reparar los daños experimentados y reconstruir el edificio que allí servía al presidio.

Puerto Caballos, en la costa del Norte de la provincia de Honduras, estaba habilitado para la entrada y salida de artículos de comercio. La importancia de ese punto llamó siempre la atención de los monarcas de Castilla, que dictaban providencias para mejorarlo en todos sentidos. Ya desde algunos años antes (real cédula de 15 de julio de 1671) se había dispuesto que pasase á Puerto Caballos el capitán general de Guatemala don Fernando Francisco de Escobedo, á fin de reconocer personalmente ese sitio, para hacer al gobierno español, por conducto del Consejo de Indias, explicación minuciosa de todo lo que pareciese útil ejecutar para alentar el tráfico por el puerto, y para que éste fuese convenientemente fortificado. En cuanto á los gastos que tales objetos demandaran, recomendábase proponer el arbitrio á que pudiera acudirse sin gravamen de la Real Hacienda.

Avisó, en tal virtud, al gobierno de España (julio de 1673) el capitán general Sr. Escobedo que, con arreglo á su encargo, había ido á la ciudad de Comayagua, y que, no obstante las dolencias físicas que entonces aquejaban al gobernador de aquella provincia, don Pedro de Godoy, lo había éste acompañado á Puerto Caballos, yendo también con ellos el maestre de campo don Francisco de Castro Ayala.

Los referidos funcionarios y los pilotos de dos naves que allí estaban fondeadas, examinaron el puerto; y después de echar sonda en el canal, descubrióse que había de trece á catorce palmos de agua (*) en un banco formado por las avenidas del río Marqués, que en ese punto desemboca. Veinte años antes tenía ese canal veinticuatro palmos; y el maestre de campo Sr. Ayala, comisionado para dar otra dirección al río y evitar tales inconvenientes, fué de parecer que la mejora era fácil de conseguir, limpiándose así el canal, en beneficio de un puerto de más de una legua de largo y cerca de media de ancho, con buen fondeadero en las márgenes, de suerte que podría permitir que en tierra se carenasen los buques. Por otra parte, el arbolado de los contornos sería muy útil para diversos objetos, y la lengua de tierra de la herradura entre el mar y el puerto era adecuada para la fortificación que debiera

levantarse.

Terminadas esas diligencias, volvió el Sr. Escobedo á la ciudad de Guatemala, por la vía de Golfo Dulce, donde tomó algunas medidas de utilidad pública. El Sr. Castro Ayala se quedó en Puerto Caballos; pero habiendo enfermado gravemente, por causa del mortífero clima, y pulsando en el desempeño de su cometido dificultades que, como fundadamente se presume, procedían de la oposición que encontraba en el gobernador de Honduras don Pedro de Godoy, regresó á la ciudad de Guatemala, sin ejecutar cosa alguna de provecho en Puerto Caballos.

*) Palmo: medida que equivale á muy poco menos de 209 milímetros.

Interesado en el asunto el rey de España, expidió en 1674 otra cédula, en la que se recomendaban las obras dichas, y se estimulaba al Sr. Castro Ayala á realizarlas, ofreciéndosele el empleo de gobernador de Honduras, si daba pruebas de celo en el particular.

De acuerdo con esa nueva cédula dispuso el Superior Gobierno de Guatemala que el referido maestre de campo don Francisco de Castro Ayala cumpliese con lo prevenido sobre el cambio de curso del río, manejándose con independencia del gobernador y justicias de Honduras y pagando los correspondientes jornales á los trabajadores que al efecto ocupara. (*) (†)

Experimentáronse en tiempo de la dominación de Castilla en estas tierras ataques de corsarios y piratas en nuestras costas del Norte y del Sur, como ha podido advertirse por el relato que de sucesos de esa índole se hace en el anterior tomo de esta Historia. El malestar por tales causas producido se sentía en los intereses públicos en general, entorpeciéndose el tráfico y la agricultura, aumentándose los gastos del erario y sufriendo por ello los habitantes, especialmente los de las dichas costas, no siempre bien guarnecidas para escarmentar al enemigo.

Lo que acá ocurría á ese respecto, observábase también en otros puntos de América, sin que en todas ocasiones se opusiese á esos ataques la resistencia que hubiera sido de desear: quejábase el rey (cédula de 14 de mayo de 1686) de tan lamentable estado de cosas en estas colonias, y decía que en Nueva España descuidaban particularmente las autoridades el lleno de sus deberes en lo relativo á la defensa del litoral.

(*) Expediente comprendido en el legajo número 69, provincia de Honduras, Superior Gobierno, Archivo Nacional de Guatemala.

(†) Aunque el pasaje relativo á Puerto Caballos corresponda á un tiempo anterior á 1686, ha parecido conveniente incluirlo en este capítulo, por ser de interés y enteramente nueva la publicación de los datos que con el asunto se relacionan.

Acordóse, pues, que los cargos de gobernadores, alcaldes mayores y corregidores de la costa del mar y partidos inmediatos se proveyesen en individuos acreditados como soldados valerosos, y que á todos los vecinos de esos puntos se les proporcionasen lanzas, arcabuces, balas y pólvora; en el concepto de que en los juicios de residencia debían responder de la conservación y buen uso de esos artículos de guerra los funcionarios dichos.

Al llegar acá esa cédula, dispuso la Audiencia observarla, y la transcribió á los gobernadores de las varias provincias del reino de Guatemala, para que á la primera noticia de la aproximación ó desembarco de enemigos, acudieran con sus jefes los vecinos armados á la parte amenazada.

Entre las depredaciones ejercidas por los piratas en América, se había hecho notar en aquel tiempo un saqueo de consideración consumado en la ciudad de Veracruz; suceso que sirvió de estímulo al rey para dictar las medidas de que se habla, y entre las que debe incluirse la organización de tropa de caballería, con el objeto de que con más presteza se acudiese á combatir á los corsarios y piratas. (*)

(*) Los excesos en aquella inolvidable ocasión cometidos por los piratas en Veracruz, revisten tan inusitada crueldad, que se ha estimado oportuno darlos á conocer. El historiador Riva Palacio (México á trarés de los siglos, tomo II, páginas 638, 639 y 640) los describe así:

El lunes 17 de mayo de 1683, á pesar de que por costumbre y por mandato real salían algunos barcos á reconocer las embarcaciones que aparecían á lo lejos, y aunque había en la Caleta siete barcas de pescadores, ninguna de éstas ni el vigía salieron á reconocer dos navíos de alto bordo que se avistaron por barlovento como á dos leguas del puerto. Como los vecinos estaban en espera de la flota, con señales de alegría se recibió en Veracruz la noticia de haber aparecido aquellos navíos; sin embargo, algunos comenzaron á suponer que eran enemigos, porque en llegando á la boca del canal tomaron vuelta afuera, á pesar de que el viento soplaba favorable; pero esos temores desechábanlos otros, diciendo que si aquellos navíos no entraban desde luego al puerto era porque perteneciendo á la flota quedaban fuera en espera de la capita

Habían los del mar del Sur atacado en 1684 el partido de Nicoya, y los vecinos de esos pueblos, aborígenes casi en su totalidad, se esforzaron en la defensa, hasta poner en fuga al enemigo, causándole la muerte de algunos hombres, sin que por parte de la gente de Nicoya hubiese otras desgracias que lamentar que la muerte de un indio y las heridas recibidas por otro. Con motivo de ese servicio * abandonaron los defensores del partido mencionado sus trabajos habituales, con los que proveían á su sustento; y para premiar tanta abnegación dispuso el capitán general exonerarlos por un año del pago de los tributos. Pero el rey, con noticia de lo acaecido, acordó (1686) que la gracia se extendiese á dos años más; que la mujer del indio que había muerto, estuviese exenta de la capitación durante su vida, y que la del herido, en caso de haber fallecido éste, disfrutara de la misma merced, quedando enteramente libre de la cuota por cuatro años, si hubiese aquél sanado.

Los alcaldes mayores de Nicoya, don Diego de Pantoza y don José de Albelda, que tuvieron parte principal en el triunfo obtenido contra los piratas, fueron recomendados por el rey á la Audiencia de Guatemala, á fin de que

na. Así llegó la noche sin que nadie hubiera pensado en tomar precauciones, y con la mayor tranquilidad y descuido recogiéronse en sus casas autoridades y vecinos.

El martes á las cuatro de la mañana los piratas que habían desembarcado en la noche cerca de la ciudad la sorprendieron, precipitándose al mismo tiempo por las calles y sobre todos los baluartes, vitoreando al rey de Francia, descargando las armas de fuego y haciendo sonar estrepitosamente las cajas de guerra.

La sorpresa y el temor consiguiente á ella hicieron imposible toda defensa: nadie pensó siquiera en resistir; mataban los franceses sin compasión alguna á cuantos se atrevían á salir á la calle ó á presentarse en los balcones y ventanas, y muy pronto se apoderaron de la ciudad.

Las puertas de las casas fueron abiertas á hachazos, y todas las familias y toda la gente arrancada de sus habitaciones, y sin darles tiempo siquiera á vestirse llevadas á la iglesia, en donde á las nueve de la mañana había ya más de seis mil prisioneros, que apenas tenían el espacio suficiente para poder moverse.

« AnteriorContinuar »