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parte, con saludar las torres de Barcelona desde las alturas de Moncada.

El mes de Setiembre lo pasó Condé en Perpiñán, y á primeros de Octubre fué á poner sitio á Puigcerdá, que capituló en seguida, á causa de la muerte de su gobernador y de la división que se introdujo en el presidio para el nombramiento de sucesor. De Puigcerdá pasó el ejército francés á la Seo de Urgel, que ocupó sin dificultad, lo propio que Camprodón y Berga; mas no fué tan feliz en Vich, á cuya población puso sitio, viéndose obligado á levantarlo á los pocos días, y retirándose á 15 de Diciembre por Olot al Ampurdán, dejando empero presidio en las plazas tomadas, y por jefe militar del distrito de Berga á D. Manuel de Aux.

Los progresos que hacían los franceses en Cataluña eran rápidos, y bien se ve que contaban con el apoyo moral de algunos pueblos. Por de pronto, al comenzar el año 1655, les vemos dueños del Ampurdán, excepto Castelló, extendiéndose por la Cerdaña, Olot, Bañolas, Castellfollit, Camprodón, Berga y Seo de Urgel. Se abrió también favorablemente para sus armas el 1655, pues rindieron por hambre á Castelló y á Cadaqués, mientras que Solsona se entregaba á D. Manuel de Aux, que contaba en ella con algunos partidarios. El caudillo catalán se portó noblemente al entrar con sus tropas en Solsona, pues mandó pregonar que daba de término ocho días á los que no quisieran quedar bajo la obediencia de Francia para retirarse con sus efectos.

D. Juan de Austria decidió recobrar á Solsona, y envió con este objeto parte del ejército, al cual se unió el tercio de la ciudad de Barcelona. La plaza fué con empeño sostenida, porque la guarnición, según dice Feliu de la Peña, «era casi toda de catalanes, soldados viejos que seguían á D. Manuel de Aux. » Una división francesa voló en socorro de Solsona, pero fué batida

ante sus muros, sin que esto influyese en la suerte de la plaza, la cual prosiguió sosteniéndose.

No consiguieron los franceses tomar la plaza de Palamós, cuyo sitio emprendieron á últimos de Agosto, viéndose precisados á levantarle el 21 de Setiembre; pero en cambio alcanzaron la victoria en algunos otros encuentros por mar y tierra.

La popularidad de Margarit, Dárdena y Aux había atraído á muchos catalanes bajo el pendón francés. Los pueblos de la comarca de Berga se habían resueltamente pronunciado contra Castilla, y allí fué, por lo mismo, más empeñada la lucha. Viendo D. Juan de Austria que Solsona se mantenía inexpugnable, fiel á la bandera que abrazara, dió orden para que se intentase la conquista de Berga. Puso sitio y asaltó la plaza el general catalán D. José Galcerán de Pinós, compañero hasta 1652 de los Margarit y Dárdena, y partidario entonces de la monarquía de Felipe IV. Berga resistió, pero fué entrada por combate, saqueada, y el castillo rendido con pactos el 9 de Octubre. D. José de Dárdena emprendió recobrarla, y el 10, día siguiente al de su rendición, puso cerco á la plaza y á sus vencedores. Sangrientos asaltos se dieron á la villa y castillo, que fueron recobrados el 16, no sin haber ofrecido una desesperada resistencia. Poco, sin embargo, le duró á Dárdena el placer del triunfo. El 18 llegaron ante Berga D. José de Pinós, que había ido á buscar refuerzo á Vich, y D. Diego Caballero, y por segunda vez los castellanos, aunque tercera para la plaza, pusieron cerco á Berga. En el corto intervalo de quince días se vió esta población obligada á sufrir tres sitios y varios asaltos. Había decidido empeño en mantener y en recobrar la plaza: por esto no se dió vagar á las armas; se combatía de día, de noche, siempre con obstinación, á ultranza, como hubiera dicho Zurita, y en sangre de unos y

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de otros se empaparon las murallas de Berga, que acabó por caer nuevamente en manos de los filipistas. Don José de Dárdena, con algunos de los suyos, pudo escapar casi milagrosamente de la matanza, y fué á rehacer sus tropas en Borredá.

Á la pérdida de Berga siguió la de Solsona. Fué á sitiarla el mismo D. Juan de Austria en persona, y la batió rigurosamente, consiguiendo, abierta brecha, que se entregaran con pactos los únicos 200 hombres que formaban su presidio, y eran de aquellos antiguos tercios catalanes que sostuvieron siempre la causa nacional con los Mostarós, los Margarit y los Cabanyes. La capitulación de Solsona se efectuó el 19 de Diciembre.

Preparábase el príncipe D. Juan para la nueva campaña del 1656, cuando le llegaron los despachos nombrándole gobernador de Flandes, y se dispuso, por lo mismo, á abandonar á Barcelona, de la cual partió por mar el día 4 de Marzo. Quedó entonces el marqués de Mortara como virrey y general del ejército de Cataluña.

Las operaciones militares fueron de poca monta en este año. El marqués se limitó á una expedición al Ampurdán, y como los franceses no le presentaron batalla, y él no se atrevió, por falta de armada, á emprender la conquista de Rosas, no tuvo lugar ningún encuentro que merezca particular mención. La única ventaja obtenida por las armas del marqués de Mortara fué la ocupación de un castillo cerca de Gerona, que tenían fortificado los migueletes catalanes, siendo el centro de sus operaciones; de lo cual se deduce, por más que hayan tratado de ocultarlo, que había partidas de migueletes del país, sostenedoras de la causa apoyada por Francia.

También, registrando los dietarios y papeles de aquel tiempo, se observa que había frecuentes disturbios y

disgustos entre los catalanes y los castellanos que formaban el ejército militante; y si bien la causa de tales pendencias se atribuye unas veces al juego y otras á celos, lo más lógico es achacarla al descontento con que no podían menos de ser mirados algunos por un país en que existían tantos gérmenes de disgusto. Lo cierto es que en Hostalrich hubo una vez tan sangrienta reyerta entre soldados pertenecientes á tercios de Barcelona y de Castilla, que resultaron muchos muertos y heridos, consiguiéndose con gran dificultad poner paz entre los contendientes.

La calma del 1656 fué rota estruendosamente en 1657. Una fuerte división de franceses y catalanes, á cuyo frente iba como uno de sus principales jefes Don José de Margarit, atravesó el Ampurdán, y fué bajando por la marina en dirección á Barcelona. El marqués de Mortara, no hallándose fuerte para impedirle el paso, se fué retirando hasta acampar sus tropas al pie de las murallas de Barcelona, desde la Puerta Nueva á la del Angel; Margarit, con las suyas, se corrió por las montañas que sirven de anfiteatro á la capital del Principado, llegando hasta Moncada, atreviéndose alguna de sus partidas de migueletes á adelantar hasta San Jerónimo y bajar al llano.

Empero no fué otra cosa este avance que un amago, pues no habiendo intención de emprender nada, ni era posible, contra Barcelona, el ejército francés se dividió, marchándose una mitad por la marina con Margarit en dirección á Blanes, que fué ocupada, y la otra mitad por Granollers á Vich, en cuyo llano acampó hasta el mes de Setiembre. De allí se dirigió en Octubre á Castellfollit, junto á cuya fortaleza tropezó con la hueste del marqués de Mortara, que venía de Gerona. Trabóse la batalla, y en ella llevaron la peor parte los franceses, quienes no sufrieron, daño todavía mayor, gracias

á haber sido burlado el marqués por medio de una hábil retirada del enemigo, dirigida por catalanes prácticos en aquel terreno.

Habiendo entrado el francés en el Rosellón, quiso el de Mortara intentar la empresa contra Rosas, pero sin fruto, como había sucedido tantas otras veces. Rosas estaba bien defendida, bien pertrechada, bien murada y con buena guarnición catalano-francesa, y valientes cabos á su frente. Mortara Hubo de retirarse, limitándose á fortificar Castellón de Ampurias, como un freno para Rosas, y volvió á Barcelona el 14 de Diciembre. La guerra continuó ardiendo en Cataluña durante el año 1658, aunque cansados ya los pueblos de tanto padecer y tantos sufrimientos, pues les sucedía en aquella lucha, que tenía mucha parte de civil, ser víctimas de unos y de otros. Poca fortuna tuvieron en el año 1658 los partidarios de la Francia. Por Abril fueron los filipistas á poner sitio á Camprodón, y volaron los franceses y separatistas á socorrer la plaza. La batalla fué empeñada, y las orillas del Ter presenciaron la victoria del marqués de Mortara, que fué una de las más espléndidas y celebradas de aquella guerra. Tuvo lugar esta jornada en Agosto: quedó el campo cubierto de cadáveres del ejército francés-catalán, y en poder de D. Diego Caballero, á quien el de Mortara había confiado el mando de la acción, 1.500 soldados prisioneros, varios jefes y oficiales entre ellos, alguna bandera y muchas armas, artillería y bagajes. Fracasada así la esperanza de socorro que tenía la plaza de Camprodón, era imposible que pudiese resistir por más tiempo.

Fué la última acción de cuenta que había de tener lugar en aquella guerra, que, afortunadamente para los pueblos catalanes, tocaba ya á su fin. Estaba preparando Francia una nueva hueste que, al mando del duque de Vendome y D. José de Margarit, había de entrar en

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