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Cataluña á principios de 1659, cuando se comenzó á saber que las cortes de España y Francia estaban prontas á convenir en un tratado de paz general. Efectivamente, á 22 de Mayo de 1659 se publicó en Cataluña la suspensión de armas entre las dos coronas para tratar las paces.

CAPÍTULO XXXVI.

Preliminares de paz.-Conferencias en las islas de los Faisanes.-Paz de los Pirineos.-Amnistía á los catalanes.-El Rosellón queda provincia de Francia.—Embajada de Barcelona al rey.—Comisarios nombrados para fijar los límites.-Terminación definitiva de la guerra y observaciones del autor.-Muerte de Felipe IV.

(DE 1659 A 1665.)

Desde la primera reunión que tuvo lugar en Munster, venían tratándose estas paces, pero se habían hecho siempre imposibles porque los plenipotenciarios franceses ponían la condición de quedar el condado de Rosellón para Francia al devolver á España el Principado de Cataluña. Y aún no se limitaban á ésto sus deseos: el cardenal Mazarini quería obtener para Luis XIV la mano de la infanta María Teresa, hija única entonces de Felipe IV, lo que hubiera dado al rey de Francia. derechos á la corona de España á la muerte de aquel monarca. Por fin Felipe IV, temeroso de que la Francia, después de las brillantes conquistas hechas en los Países Bajos, abocase toda la fuerza de sus armas contra España, se decidió á entrar en negociaciones de paz, mayormente no siendo ya María Teresa su hija única, pues tenía dos hijos de su segundo matrimonio con María Ana de Austria.

En la isla de los Faisanes, sita en medio del Bidasoa, se abrieron las conferencias para tratar de la paz, siendo comisionados por parte de España D. Luis de Haro y por la de Francia el cardenal Mazarini, quienes llegaron al sitio designado ostentando la mayor suntuosidad y opulencia, como si por una y otra corte no se hubiese tratado de otra cosa que de rivalizar en lujo y esplendor. Abriéronse las conferencias el 13 de Agosto de 1759 y duraron hasta el 7 de Noviembre del mismo año, resultando de ellas el tratado llamado de los Pirineos, que se componía de 124 artículos. Los 22 primeros versaban sobre el restablecimiento del comercio, y en los otros se hablaba de todas las especies de intereses comprometidos durante el curso de aquellas largas hostilidades, del perdón del príncipe de Condé, del matrimonio de Luis XIV con la infanta de España renunciando ésta todos sus derechos á la corona, y de las plazas que recíprocamente se habían de devolver ambas potencias.

Convínose en que la Francia restituiría las conquistas hechas en Flandes y en Italia; que no daría auxilios á Portugal; que las plazas de Vercelli y Juliers serían entregadas, aquélla al duque de Saboya y ésta al de Neubourg; que el príncipe de Condé sería reintegrado en sus bienes y derechos, y finalmente, que España renunciaría á toda pretensión sobre la Alsacia, y cedería una parte del Artois, el Conflent y el Rosellón. Según estos artículos, los Pirineos debían formar en adelante la valla que separase á la España de la Francia. A tan dura costa hubo de comprar la paz Felipe IV.

Por el artículo 53 se comprometía España á publicar un decreto de absolución y olvido en favor de los catalanes, autorizándoles para que volviesen «á la posesión y goce pacífico de todos sus bienes, honores, dignidades, privilegios, franquezas, derechos, exenciones y libertades, sin poder ser inquiridos, molestados ni inquietados,

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en general ni en particular, por cualquier causa ó pretexto que fuese, por razón de todo lo que hubiese pasado desde el comienzo de la guerra.»>

Fueron muchos, sin embargo, los catalanes que, ó por más comprometidos, ó por más intransigentes, ó por más desengañados, se negaron á aceptar la amnistía, figurando en el número de éstos los generales Margarit 1 y Dárdena; Francisco Sagarra, que fué nombra

1 Entre las notas que había ido recogiendo para cuando llegara el caso de hacer nueva edición de esta obra, me encuentro con la siguiente, que considero oportuno poner aquí, tratándose por última vez de Margarit:

El 1.o de Junio de 1868 visité las ruinas del castillo de Margarit, que hoy pertenece al comerciante D. Joaquín Boy.

Apenas queda nada del antiguo castillo, como no sea parte de la torre del homenaje, algunos restos de la muralla, los subterráneos y la entrada de una cueva de salvación ó camino abovedado que debía ir á salir á gran distancia.

Este castillo estaba edificado sobre una colina que se halla á poca distancia de la villa La Bisbal. Su posición era inexpugnable.

Se le conoce aún, vulgarmente, por el castillo del Ampurdán ó San Martín de Llaneras. Hay una capilla que se llama del Remedio, donde se venera una Virgen que inspira gran devoción en toda la comarca. Los gozos que se cantan á esta Virgen están escritos por el poeta bisbalense D. Joaquín Sitjar, puestos en música por D. Juan Carreras, de Gerona, actual director de la Escuela de sordo-mudos de Barcelona. La tornada de estos gozos dice:

"En antich castell feudal
Erau del senyor Patrona;

Ara n' es vostra corona
Ser Remey de La Bisbal.>>

Cuando D. José de Biure y de Margarit tuvo que abandonar para siempre Cataluña, á consecuencia de los acontecimientos políticos en que tomó tan activa parte y en que hizo tan brillante figura, se fijó en Francia, yendo á parar, según parece, á la ciudad de Tolosa. Sus descendientes y herederos son hoy franceses. El heredero de esta casa ha venido á ser M. Jean Aymar de la Croix, el cual, no hace muchos años, habiendo vuelto á recobrar los bienes de Margarit que fueron secuestrados, los vendió, viniendo entonces á pasar el castillo ó casa pairal de Margarit al citado Sr. Boy, que lo ha convertido en una moderna casa de campo.

do gobernador del Rosellón; José Fontanella, á quien se dió el cargo de presidente del consejo real de Perpiñán; Francisco Martí y Viladamor, que fué abogado general de este consejo, y los miembros del mismo Felipe de Copons, José Queralt, Nicolás Manalt, Isidro Prat y Ramón Trobat, habiendo sido llamado este último por Mazarini para asistir á las conferencias de la isla de los Faisanes, á causa del perfecto conocimiento que tenía de la topografía de los condados del Rosellón y de la Cerdaña.

En cuanto se supo oficialmente que las paces estaban acordadas, los cónsules de Perpiñán enviaron á Tolosa, donde á la sazón se hallaba la corte de Francia, una embajada de cierto número de sus habitantes, presidida por D. Francisco de Blanes, para pedir al rey Luis la confirmación de sus privilegios y constituciones, lo cual el monarca francés se apresuró á otorgar. Fué esto en 6 de Enero de 1660 1.

li

Sin embargo, en Barcelona no se publicó la noticia oficial de las paces hasta el 21 de Febrero, y pocos días después, el 8 de Marzo, partía para Madrid, como embajador de la capital del Principado, D. Pedro Montaner, con el encargo de pedir al rey que se dignase restituir á la ciudad en el goce de los privilegios todos y bertades que tenía antes del 1640, alegando muy justamente en su favor que con las paces habían cesado las circunstancias extraordinarias, y con ellas el motivo por el cual no se les habían devuelto ciertos privilegios 2. Barcelona bien se apresuró á pedir, pero el rey no se dió prisa á conceder. El embajador llevaba también el encargo de ofrecer al rey un donativo de 100.000 escudos, creyendo la ciudad que esta oferta apoyaría fa

1 Henry, lib. IV, cap. V.

2 Dietario de la ciudad.

vorablemente su justa petición. El monarca tomó el dinero, y se limitó á dar las gracias á Barcelona. Verdad es que prometió devolverle sus libertades todas; pero infiel á su palabra y á la que en su nombre había dado á los barceloneses D. Juan de Austria, Felipe IV continuó reservándose los privilegios que les había quitado en su circular de 3 de Enero de 1653.

Conforme al artículo 42 del tratado de los Pirineos, los nuevos límites de los dos reinos en Cataluña debían ser determinados por comisarios especiales de ambas potencias, quienes habían de reunirse, lo más tarde, un mes después de la firma del tratado. Pero dificultades sobrevenidas en la ejecución de este artículo retardaron el nombramiento de estos comisarios, resultando, por fin, elegidos: de parte de Francia, Pedro de la Marca, arzobispo de Tolosa desde 1652, y anteriormente nombrado visitador general de Cataluña, y Jacinto Serroni, obispo de Orange; y de parte de España, D. Miguel de Salvá y Vallgornera, del consejo de S. M. en el supremo de Aragón, y D. José Romeu de Ferrer, miembro del Consejo de Ciento de Barcelona 1.

Los cuatro comisarios se reunieron en Ceret á mediados de Abril de 1660; y como, por lo que parece, no eran hombres, ni Salvá ni Romeu para luchar en talento y astucia con el arzobispo de Tolosa, hubieron de quedar algo envueltos entre las redes que éste supo tenderles, y casi en su totalidad se pasó por los límites que La Marca fijara, exceptuando lo concerniente á Cerdaña. No pudieron en este punto avenirse, pues con sobrada razón sostenían los comisarios españoles que la comarca ceretana no podía ni debía pertenecer á la Francia. Ultimamente se volvieron á reunir en la isla de los Faisanes los dos ministros, Mazarini y Haro, para tra

1 Feliu de la Peña, lib. XX, cap. XIV.

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