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tar de los artículos del matrimonio de Luis XIV con la infanta de España, y convinieron el 8 de Mayo, en un acuerdo que se firmó el 13 con el título de Explicación del artículo 42 del tratado de los Pirineos. Por esta nueva redacción, todo el Rosellón y el Conflent fueron reconocidos como de Francia, y toda la Cataluña y toda la Cerdaña quedaron para España, salvo, con respecto á este último condado, el valle de Carol y una porción del territorio ceretano para comunicar con dicho valle.

Sólo al llegar á este punto es cuando hay que dar por terminada la guerra de Cataluña comenzada en 1640, y proseguida con tanto entusiasmo como denuedo hasta 1659 por los que supieron inspirarse en el espíritu levantado y patriótico de Pablo Clarís. Pocas veces una guerra más justa habrá puesto las armas en las manos de los hijos de una nación. Se alzaron y armaron para sostener las libertades quebrantadas, para hacer constar que ésta era una tierra de ciudadanos libres. ¿Puede llamarse rebelde á Cataluña por haberse levantado contra el ministro de Felipe IV? Seguramente que no. La defensa de unos fueros quebrantados no es rebeldía, sino lealtad.

Nadie desconocerá ni podrá nadie negar el patriotismo de los catalanes durante esta guerra memorable. Los hombres superiores en letras, en armas, en posición social; los ministros del altar como los de justicia, diputados, concelleres, nobles, sacerdotes, la clase alta, la media y la baja, todos se unieron en defensa de sus derechos, todos á una se agruparon junto al pendón de la patria alzado por manos fuertes y robustas.

Ni tampoco se debe hacer recaer sobre los catalanes la culpa de la pérdida del Rosellón, como intentan hacerlo inconsideradamente algunos historiadores. El Rosellón se perdió por pecados del favoritismo y por indolencias del monarca, lo mismo que se perdió Portugal.

Si otra hubiese sido la política de la corte de Madrid; si algo mejor se hubiesen sabido respetar las leyes, las libertades, los derechos, ni Portugal ni Cataluña hubieran soñado con alzarse, y entonces no se habría tenido que lamentar ni la pérdida del Portugal ni la del Rosellón.

Muy al contrario: los catalanes recibieron con sentimiento y desagrado la condición impuesta para las paces de ceder á Francia el Rosellón y el Conflent. No podían avenirse á ver desgajarse estas ricas joyas de la corona condal de Barcelona. ¿Era así, tan fácilmente, por medio de un tratado hecho por astutos diplomáticos en la quietud de un gabinete, como debíamos perder esas bellas comarcas, teatro de nuestras antiguas glorias, conquistadas por nuestros padres á costa de tanta sangre y sacrificios? ¿Era así como Cataluña había de ceder la patria del que fué su primer conde soberano? Lo cierto es que, con ceder el Rosellón, se faltó al compromiso solemne de pactos sagrados; y es que el rey de España no podía vender, ni enajenar, ni ceder aquel territorio.

Por lo que toca á Cataluña, tuvo entonces un período de cinco años completamente de paz y de calma, hasta la muerte de Felipe IV, que bajó al sepulcro el 12 de Setiembre de 1665, á la edad de sesenta años, después de cuarenta y cuatro de reinado. Se ha dicho de este monarca, y quizá con justicia, que su corazón era excelente, aun cuando su cabeza y carácter fuesen débiles; pero es lo cierto que su reinado fué, después del de D. Rodrigo, el godo, el más funesto conocido en los anales de España 1.

1 Véanse la Historia de Felipe IV, por Céspedes; los Anales de España, de Ortiz de la Vega; las tablas cronológicas de Sabau, añadidas á la historia de Mariana; la Historia de España, por Lafuente, y la continuación de la historia de Dunham, por Alcalá Galiano.

Tal fué y así acabó la historia del levantamiento y guerra de Cataluña, vulgarmente conocida por la guerra de los segadores, á causa de haber sido éstos los principales promovedores de la revolución del 1640 en Barcelona. No la he escrito como debiera escribirse, como lo hará de seguro algún día pluma en todos conceptos más autorizada y competente que ésta pobre mia, pues debiera ocupar esta sola historia un grueso volumen; pero al menos, con el celo y la buena voluntad de un hijo amante de la gloria y de la honra de su patria, he procurado poner de relieve las causas que obligaron á los catalanes á levantarse, vindicándoles de las calumnias que se quiso arrojar sobre ellos. Sirva esta historia de enseñanza á reyes y á pueblos: á los primeros, para demostrarles cuán funesto puede ser un favorito, y cuántos males puede acarrear á un país el despotismo; á los segundos, para convencerles, una vez más, de cuán grande, heróico y noble es el pueblo que lucha por su libertad y por su independencia, pues siquiera haya de quedar vencido en tan justa lucha, deja, al menos, un monumento perenne, un título eterno de gloria á sus hijos. Llamen, en buen hora, rebeldes á los catalanes. Su historia probará eternamente que fueron leales á la ley.

CAPITULO XXXVII.

Ocupa el trono Carlos II.—Pretensiones del rey de Francia y nueva guerra. Catástrofe en Barcelona con motivo de la sentencia del capitán Rius.-Reclama Barcelona.-El duque de Osuna entra en Rosellón.-Venida de D. Juan de Austria.-Disturbios en Rosellón.— Entrada de franceses en el Ampurdán é incendio de la Junquera.

(DE 1665 Á 1673.)

Fué un triste reinado el de Carlos II el Hechizado, hijo y sucesor de Felipe IV. Con él llegó España al último grado de su postración; con él acabó en esta nación la casa de Austria, que había principiado en un coloso para rematar en un imbécil. Carlos II era un niño no todavía de cinco años cuando murió su padre, y empuñó por él las riendas del gobierno la reina viuda, austriaca de origen y de corazón, de no muy buen concepto en el pueblo, y supeditada por su confesor y favorito el jesuita Nithard, extranjero también, y hombre generalmente aborrecido.

Empezó el reinado de Carlos II, ó por mejor decir, el de su madre, con la pretensión del rey de Francia Luis XIV, quien, no obstante haber renunciado para sí y para sus sucesores á todo derecho ó posesión alguna de las de la corona española, pretendió que tocaba á su esposa una parte de los Países Bajos. Apoyaba su pretensión en cierta costumbre antigua, pero ya derogada, de un oscuro distrito de aquellas provincias, la cual disponía que hasta una hembra nacida de un primer matrimonio debiese ser preferida á un varón habido en segundas nupcias; y como la reina María Te

resa, su mujer, era hija, según ya se ha dicho, del primer matrimonio de Felipe IV, y D. Carlos del segundo, de aquí tomó origen el pretexto de Luis XIV, quien se apresuró á sostenerlo por las armas invadiendo á Flandes, al ver que la reina regente de España, Doña María Ana, se negaba á reconocer su pretendido derecho 1. La nación española tuvo, pues, que prepararse á una nueva guerra.

En Cataluña proseguían la paz y la tranquilidad, que no aparecen turbadas sino por un suceso que tuvo lugar en Barcelona el miércoles 17 de Marzo de 1666. Prueba este suceso lo que era la soldadesca de aquel tiempo y de qué modo eran tratados los catalanes. Se había condenado á muerte á un llamado Miguel Rius, á quien en algún dietario se da el título de capitán, lo cual demuestra la existencia en Cataluña de partidas de guerrilleros y migueletes que sin duda iban por la montaña proclamando las ideas de independencia y quizá de anexión á Francia que sostenían aún Sagarra, Martí y Viladamor, Fontanella y otros, al frente de los cargos públicos del Rosellón, pues queda ya dicho que á estos y á otros catalanes les dió honoríficos empleos en Perpiñán el rey Luis XIV luego de firmada la paz de los Pirineos. No he hallado otro dato que el de la sentencia de muerte de este capitán para aventurar mi idea.

De todos modos, es positivo que un llamado capitán, Miguel Rius, fué condenado á perder la cabeza en la plaza del Rey, donde estaban antes las cárceles, debiéndose ejecutar la sentencia el 17 de Marzo por la tarde. Y que este capitán debía tener simpatías entre el pueblo, infundiendo recelos esta causa de que sus amigos.

1

Continuación del Dunham, por Alcalá Galiano.-Historia de España, por Lafuente.

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