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Desde Figueras quiso Schomberg dar un golpe de mano contra sus encarnizados enemigos, los migueletes, destruyendo la villa de Massanet de Cabrenys, que era su plaza de armas. Al efecto envió contra ella 4.000 infantes y 500 caballos al mando del general Le Bret, con encargo de pasarlo todo á sangre y fuego y destruir la población. Massanet se resistió con heroismo, haciendo proezas inauditas el capitán José Boneu, que con poca gente detuvo todo el ímpetu de los enemigos, defendiendo la población calle á calle, casa á casa y palmo á palmo hasta retirarse á la iglesia, donde después de una desesperada resistencia se tuvo que rendir, siendo llevado prisionero á Francia. En cuanto á la población, fué pasada á saco y á fuego. Sucedió esto á mediados de Julio.

Le Bret fué en seguida á incorporarse con el ejército que había ido á poner sitio á Bellegarde. Pocos días bastaron á Schomberg para apoderarse de este fuerte, que hubiera podido resistir por mucho más tiempo, á ser otro acaso el gobernador. Bellegarde capituló el 25 de Julio, y al decir del capitán Caissel, autor de unas Memorias de aquella guerra, como testigo de vista, se estipuló en uno de los artículos de la capitulación que podían salir con el gobernador tres personas tapadas sin que se las pudiese detener ni hacer descubrir el

rostro.

La caída de Bellagarde devolvía á las fronteras del Rosellón su seguridad, y al ejército francés la libertad de entrar en Cataluña sin obstáculo. Schomberg, tomada aquella plaza, entró en el Rosellón, y ya este año no hubo otro suceso que el de una tentativa hecha por los franceses en Setiembre para apoderarse de Puigcerdá. La plaza estaba bien presidiada, se defendió valerosamente, retiróse el francés, y terminó la campaña de 1675.

El duque de San Germán fué reemplazado en su cargo de virrey de Cataluña, por el marqués de Serralvo, quien entró en Barcelona á 4 de Noviembre y juró los privilegios. Convinieron el Principado y la capital en reconocerle por de pronto, atendiendo á la edad del rey y á los disturbios de la guerra, pero no sin protestar que sólo por estas circunstancias se admitía el virrey, no habiendo antes jurado el monarca, según ley y costumbre.

También por entonces el gobierno francés envió al Rosellón por lugarteniente y general, en reemplazo de Schomberg, á Felipe de Montault, mariscal de Navailles, quien se dispuso á emprender con vigor una nueva campaña 1.

1 Para no recargar de notas, se advierte que en todo lo referente á esta guerra con Francia han servido de fuentes al autor: los archivos de Barcelona y Perpiñán, particularmente los Dietarios, los Anales de Feliu de la Peña, en todo este período bastante exactos; un Dietario manuscrito que me facilitó el Sr. D. Miguel Vinyals, de Tarrasa; la Historia de los franceses, de Simondi; la España desde el reinado de Felipe II hasta el advenimiento de los Borbones, de Weiss; la Relación de lo pasado en Cataluña, de De Caissel; la Historia y Guía, de Henry, y los historiadores españoles Lafuente, Alcalá Galiano y Ortiz de la Vega.

CAPÍTULO XXXIX.

Sorpresa de Figueras por el francés.-Vuelve á apoderarse del Ampurdán.-Nuevo virrey.-Hazaña de los migueletes.-Nueva invasión francesa.-Sube D. Juan de Austria al poder y su conducta con Cataluña.-Funesta jornada de Espolla.-Campaña de los franceses. — Sitio y defensa de Puigcerdá.-Su capitulación.-Paz de Nimega.— Nueva guerra.-Invasión de los franceses.-Victoria de los franceses á orillas del Ter.-Sitio de Gerona.-Los migueletes se apoderan de Báscara.-Pérdida de Cadaqués. -Treguas.

(DE 1676 Á 1684.)

La campaña del 1676 comenzó con un atrevido golpe de mano del francés sobre Figueras. El mariscal de Navailles destacó un campo volante, que cruzó rápidamente los Pirineos, y se arrojó de improviso sobre Figueras, apoderándose de ella por sorpresa y sin disparar un tiro. Todo el tercio de Barcelona, que estaba de guarnición en dicha villa, quedó hecho prisionero con su maestre de campo Francisco Mari, siendo llevados á Francia los prisioneros.

Tuvo lugar este suceso á primeros de Mayo, y poco después llegó el grueso del ejército francés, compuesto de 12.000 infantes y 3.000 caballos, el cual se paseó impunemente por el Ampurdán hasta el mes de Agosto, habiéndose retirado nuestra gente á Gerona. Bien es verdad que el virrey marqués de Serralvo salió como en disposición de abrir la campaña, pero no llegó más que á Gerona, de donde regresó pronto para ir á descansar de sus fatigas en una casa de campo del pueblo de Tayá.

A esto se redujeron todas las proezas del marqués de

Serralvo, que aquel mismo año fué reemplazado en su cargo de virrey por el príncipe de Parma, cuyo juramento admitió Barcelona con las protestas de costumbre.

Los anales de este año no consignan otro suceso digno de nota por nuestra parte que el de una acción llevada á cabo por el capitán Trinxería y sus migueletes cerca de Besalú, donde batieron á los franceses, siendo éstos mucho mayor en número.

Más favorables fueron aún para el enemigo las campañas de 1677 y 78. Los franceses, después de haberse retirado á invernar en el Rosellón, volvieron con la primavera del 1677, entrando esta vez por la parte de Cataluña, á tiempo que el príncipe de Parma invadía el Rosellón, el cual hubo de abandonar pronto, retirándose al Ampurdán.

En Enero de este año había D. Juan de Austria subido al poder, alegrándose toda la nación, que creía iban á tomar las cosas públicas, con este acontecimiento, mejor y más acertado rumbo. Pero el príncipe D. Juan, como ministro de Carlos II, defraudó las esperanzas que en él se habían cifrado. A 29 de Enero llegó á Barcelona la noticia de la elevación de D. Juan, y fué recibida con Te-Deum, luminarias y fiestas públicas, que duraron tres días. ¿Cómo no había de tener confianza Barcelona, y Cataluña toda, en aquel príncipe á quien se había dado generoso asilo en estas tierras cuando proscrito, amparándole, protegiéndole, facilitándole medios para llegar al poder? Sin embargo, nada se consiguió de él. El nuevo ministro no recordó ni lo que había solemnemente prometido al entrar como general y virrey en esta ciudad en 1652, ni tampoco lo que ofreciera cuando fugitivo y desterrado sólo aquí halló un asilo y sólo aquí la protección que en todas partes se le negaba en aquellas circunstancias. En vano se envió á la

TOMO XVI

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corte una embajada para recordar á D. Juan aquella deuda de gratitud, pedirle que fuesen devueltos los privilegios que la Corona se había reservado y suplicar al rey que viniese á jurar las libertades del país. Todo inútilmente. Carlos II pasó á Zaragoza para coronarse, jurar y celebrar Cortes, pero los catalanes se hubieron de contentar con saber que había estado en Aragón.

No es extraño, pues, que el analista Feliu de la Peña, que vivía en aquella época, estampe en sus anales las siguientes palabras: «Poco debimos los catalanes al señor D. Juan, así en esto (lo de la venida del rey) como también en no cumplir á la ciudad lo ofrecido al entregarse á la obediencia de S. M., año 1652.» Palabras muy significativas en boca del analista Feliu, tan inclinado á adular á los poderosos.

Y sin embargo, ¿cómo pagó Cataluña la ingratitud del ministro? Sirviendo en Junio al rey con un donativo extraordinario de 300.000 escudos para asistir á los gastos de la guerra, guerra que en el país sostenía Cataluña casi con sus solas fuerzas, pues la mayor parte de las tropas españolas regulares se habían enviado á Mesina ó estaban en las otras naciones extranjeras, donde había que sostener el pabellón español.

Lo que hizo D. Juan fué enviar á Cataluña por virrey al conde de Monterey, el cual no contó en este país más que derrotas, pues no era ciertamente el hombre que se necesitaba para oponerle al mariscal de Navailles. Púsose á sus órdenes una división de 11.000 hombres que antes se destinaban á Sicilia, y con ellos y los tercios de Cataluña marchó contra el mariscal francés, que estaba en el Ampurdán. No considerándose fuerte Navailles para hacer frente á Monterey, se declaró en retirada, empeñándose el general español en seguirle, con tan poca prudencia como falta de acierto. Con este temerario

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