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avance comprometió la división, que, introduciéndose en los barrancos de Espolla, se vió á merced del francés, el cual se apresuró á trocar su carácter de ofendido en el de ofensor. Fatal jornada fué la de Espolla para las tropas españolas y catalanas, que se batieron, sin embargo, con tanta bizarría como desgracia. Los franceses perdieron 1.000 hombres; pero los españoles tuvieron 4.000 entre muertos y heridos, 800 prisioneros, y hubieron de llorar la muerte del duque de Monteleón, del conde de Fuentes, del vizconde de San Jorge y de otros capitanes de cuenta.

Tuvo lugar este suceso á primeros de Julio de 1677, descorazonándose de tal manera los generales españoles, que ya no tuvieron ánimo para intentar otra empresa. Algunos dieron su dimisión y se retiraron, entre ellos el maestre de campo y general D. José Galcerán de Pinós, que desde entonces vivió retraído y apartado de los sucesos, disgustado por no haberse seguido su parecer, que era el de embestir á los franceses antes de que efectuasen su retirada á Espolla.

Con una hueste de 20.000 hombres comenzó en Abril de 1678 la campaña el mariscal de Navailles 1, penetrando en Cerdaña y yendo á poner sitio á Puigcerdá. Brava y heróicamente se defendió esta plaza, cuyo gobernador era D. Sancho de Miranda, soldado de valor, que tenía de guarnición 1.100 infantes, 200 caballos y 500 paisanos de la villa, divididos en seis compañías, que obedecían por coronel al cónsul en cap de Puigcerdá, D. Gaspar Mauri.

1 Feliu de la Peña, y siguiéndole á él otros, llaman á este mariscal duque de Noailles. Es un error. Hubo en Francia en aquella misma época dos mariscales, llamado el uno Felipe de Montaud de Benal, duque de Navailles, que es el de que aquí se trata, y otro, cuyo nombre era Ana Julio, duque de Noailles; pero éste no hizo la guerra en Cataluña hasta algunos años más tarde, como tendremos ocasión de ver.

Fneron los franceses rechazados en el primer asalto, que dieron el 3 de Mayo con pérdida de 800 hombres, y entonces Navailles hizo minar el bastión por donde intentaba de nuevo acometer. Voló la mina el día 16; pero en vez de hacer estragos en los sitiados, hízole en los sitiadores, matándoles, según unos, 400 hombres, y según otros, 160. Esto no obstante, abierta la brecha, dióse un segundo asalto, siendo también rechazados los franceses por el heroismo de la guarnición y paisanos de Puigcerdá. Con nuevas minas se ensancharon las brechas; pero con nuevas defensas acudían á cerrarlas los sitiados, trabajando noche y día en estas obras ancianos, mujeres y niños.

Monterey hacía en tanto grandes preparativos para ir en socorro de la plaza amenazada. Reunió cuantas tropas pudo; formóse un tercio de 700 hombres por la ciudad de Barcelona, cuyo mando se confió, al maestre de campo D. Manuel de Senmanat; congregóse la provincia á somatén general, y por Vich y Ribas adelantó la hueste hasta llegar á legua y media de Puigcerdá. El socorro de la plaza parecía seguro, y sin embargo no fué así. De pronto dió orden el conde de Monterey para que se retirasen las fuerzas, que habían ya tomado buenas posiciones, y él mismo volvió atrás tornándose á Barcelona, sin que ni siquiera se escaramuceara al enemigo más que por los migueletes del capitán Trinxería. Dicen unos que Monterey tomó esta resolución porque no quiso exponer su ejército; afirman otros que fué por haber recibido noticia de la aparición de una escuadra enemiga en las aguas de Barcelona. Lo cierto es que si se hubiese atrevido á acometer, el francés de seguro lo hubiera pasado mal.

La plaza no tuvo entonces más recurso que capitular, con oposición, sin embargo, de los paisanos, que protestaron, pues por boca de su cónsul en cap dijeron que an

tes preferían morir sepultados en las ruinas. No obstante, el gobernador y los capitanes se decidieron á llevar adelante la capitulación, obteniendo todos los honores militares.

Puede decirse que este suceso fué el último de la campaña y también de la guerra. La paz llamada de Nimega vino á poner término á las hostilidades en Enero de 1679. Por ese tratado la Francia quedó dueña definitivamente del Franco Condado, Valenciennes, Ipres, Cambray, Saint Omer y otras plazas.

Fué empero esta paz de corta duración. Sólo se sostuvo cuatro años, y aun cuando durante su transcurso se había casado el monarca español Carlos II con María Luisa de Orleans, hija del duque del mismo nombre, hermano de Luis XIV, no fué obstáculo esta alianza para que dejara de romperse la guerra por nuevas pretensiones del rey francés, quien reclamaba el condado de Alots con amenazas de tomarlo á viva fuerza si se le negaba. Se le negó, y en Octubre de 1683 se rompieron otra vez las hostilidades entre ambas naciones. A últimos de este año el mariscal de Humieres entró en la Flandes española, y á principios del siguiente de 1684 el fuego se encendió en toda la extensión de los Países Bajos.

Ignorábase por qué parte acometería el francés la Península. Sus preparativos eran contra Navarra, pero no fué sino un amago, pues el golpe le dió contra Cataluña. El mariscal de Bellefonds, encargado del mando de las tropas reunidas en el Rosellón, entró por la Junquera el día 1.o de Mayo de 1684 con un ejército bien provisto de gruesa artillería y de gran copia de proyectiles, formado de 15.000 hombres entre infantería y caballería, y siendo el general de esta última un catalán llamado D. José Calvo. Después de haber atravesado el Ampurdán, los franceses pasaron el río, ocu

paron Báscara el 4 y se dirigieron á poner sitio á Ge

rona.

A la noticia de esta nueva invasión de las fronteras, el duque de Bournonville, que era á la sazón virrey de Cataluña, reunió cuanta gente le fué posible y dirigiéndose á Gerona, fué á ponerse junto al Ter, para impedir el paso del río á los franceses; pero éstos rompieron por medio de una brillante victoria las líneas de sus adversarios, que en gran confusión y desorden se retiraron á la ciudad, peligrando mucho la misma persona del virrey en esta retirada. Dejó el duque encargada la defensa de Gerona á su gobernador D. Carlos Sucre, y se retiró á Hostalrich, de donde, luego de haber confiado el mando de este puesto al marqués de Leganés, se vino á Barcelona para atender á la defensa de esta capital, amenazada por la escuadra francesa.

Gerona fué sitiada el día 15 de Mayo y combatida con empeño; pero en este sitio memorable había de alcanzar aquella ciudad ilustre otro de sus altos y legítimos títulos de gloria. Abierta brecha por dos lados, el francés se lanzó al asalto, que fué dado á las nueve de la noche del día 24. En este asalto Bellefonds se apoderó de la media luna de Santa Clara, sostenida hasta el último trance con gran empeño por su gobernador Ramón Calders y los capitanes Félix de Senmanat y Juan de Copons, y á pesar del fuego sostenido de los sitiados llegó hasta el centro de la ciudad, en medio de la plaza pública. Creíase ya el mariscal dueño de Gerona, cuando de repente se le arrojó encima el paisanaje armado, y con valor extraordinario hizo en sus mejores tropas una carnicería espantosa; le rechazó, le arrojó de la plaza, le persiguió, se apoderó de sus trincheras, y le obligó á partir presurosamente y á levantar el sitio, dejando en poder de los intrépidos gerundenses nueve banderas, muchos prisioneros y algunas

piezas de artillería. Tal fué para Gerona la gloriosa noche del 24 de Mayo 1.

Habíase retirado Bellefonds al Ampurdán, dejando en Báscara una guarnición de 150 hombres. El capitán Trinxería, con sus arrojados migueletes y un cuerpo de tropas que destacó el marqués de Leganés, fué á mediados de Junio á caer sobre esta villa, apoderándose de ella y de toda su guarnición, que trajo prisionera á Barcelona.

En cambio, los franceses se apoderaron de Cadaqués. Hostilizada á un mismo tiempo esta plaza por una escuadra de 30 galeras y un cuerpo enemigo que se presentó á sitiarla por tierra, hubo de rendirse el 23 de Junio con honrosos pactos, no llegando á tiempo el capitán Trinxería, que acudió precipitadamente á socorrerla.

Ya nada más de notable ocurrió en esta campaña y en esta guerra. Verdad es que la escuadra francesa hizo un amago sobre Rosas y también sobre Barcelona, en cuyas aguas se presentó en ademán de atacar á la ciudad, pero no llevó á cabo sus designios. Barcelona, por otra parte, estaba prevenida: tenía bien defendidos sus fuertes, y había congregado su coronela á las órdenes del entonces conceller en cap D. Juan Jofreu.

Vino á poner fin á la guerra, por el pronto, una tregua de veinte años, que se pactó entre ambas potencias, á consecuencia de la cual los franceses evacuaron el Ampurdán por el mes de Setiembre, volviéndose el duque de Bournonville á Barcelona, donde fué reemplazado en su cargo de virrey por el marqués de Leganés, á 5 de Octubre.

Ya nuestros anales no hablan de otra cosa notable

1 Henry, en su Historia del Rosellón. lib. IV, cap. VII, cuenta el hecho de un modo distinto, faltando á la verdad histórica.

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