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nos, espada en mano, y dignos todos por su gran valor de mejor suerte, los capitanes de caballería D. Mucio, y D. Fadrique Espatafora, y D. García de Cavanillas.

En tanto que tenía lugar este combate, tan favorablemente terminado para los catalanes, y en tanto también que con todo rigor se combatía el fuerte de Montjuich por los escuadrones de mosqueteros primeramente llegados y por las tropas de refuerzo que allí subieron al mando de Torrecusa, Garay y Xeli, con los regimientos que hacían frente á la ciudad, procuraban también con sus cañones y algunas mangas de mosquetería desalojar de la muralla á los que la defendían; pero el capitán Monfar y Sors, hombre muy práctico en el empleo de la artillería que gobernaba, supo mantenerlos á raya y no les permitió avanzar, causando muchas y notables bajas en sus filas. Por otra parte, los maestres de campo Moradell, Dusay y Navel; los cabos y oficiales franceses; el infatigable Tamarit, que se hallaba en todo; los diputados y los concelleres; Pablo Clarís, alma del levantamiento, y mucha gente noble y principal de Barcelona, no cesaban un momento de recorrer la muralla y visitar los puestos de mayor importancia y peligro, animando á todos y prometiendo á todos segura la victoria. Este aliento de los jefes infundía nuevo valor á los soldados, haciendo de cada hombre un héroe, y ni uno solo había, por medroso ó cobarde que fuera, que no estuviese en aquellos momentos, y con tan noble ejemplo, dispuesto á derramar con gusto su sangre por la patria.

Donde la pelea continuaba viva y encarnizada, con poca ventaja para los catalanes por el pronto, era' en Montjuich. Venciendo grandes obstáculos, y dejando el camino sembrado de cadáveres, pudo llegar Torrecusa hasta tocar el fuerte; pero al mandar el asalto se encontraron con que las escalas eran pocas é insuficientes, y

tuvo necesidad Torrecusa de enviar repetidos avisos al marqués Xeli, general de la artillería, para que le mandase escalas en número bastante, ya que él no había de bajar dejando el fuerte en manos del enemigo. Ínterin iban y venían estos correos, proseguían las descargas de mosquetería de una parte y de otra con gran pérdida de hombres, si bien era mucho menor la de los catalanes, que combatían al reparo de sus trincheras y fuerte.

Antes que las escalas á los sitiadores llególes refuerzo á los sitiados, ó á lo menos pudieron ver éstos que iban á ser socorridos, pues observaron que habían salido de Barcelona 2.000 mosqueteros en dirección al fuerte, á tiempo que otra partida de la ribera desembarcaba al pie de la montaña y subía por ella. Las mismas mujeres, con varonil entusiasmo, quisieron participar de la gloria y del peligro de sus padres, esposos y hermanos, pues aun cuando se había echado un pregón en Barcelona prohibiendo que ninguna mujer saliese de su casa, lo cierto es que, aguerridas amazonas, se lanzaron á la calle, sin temor al bando, para ir unas á llevar alimentos y municiones á los soldados, para correr otras á Montjuich con un arma en la mano, dispuestas á morir ó á vencer, como denodados varones 1.

Principiaba ya á decaer el ánimo de los defensores de Montjuich después de seis ó siete horas de incesante combate, cuando un sargento catalán, llamado Francisco Ferrer, desde la plaza superior del fuerte comenzó

1 En la Catalana justicia contra las castellanas armas, cap. II, se dice: "Mujeres hubo tan amazonas que, unas con el traje de mujer y otras con el de hombre, subieron á la montaña, cuál para dar refresco á los que batallaban; cuál para llevar pólvora, balas, trapos y todo lo demás para los pedreros; cuál dando, en lugar de ellos, muchas sayas; cuál con pica, y cuál con arcabuz y pedreñales, para pelear valientes, que aunque se mandó por un pregón que pena de 100 azotes no saliesen de su casa las mujeres, miraron éstas que no tenía lugar la ley.,

TOMO XVI

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á dar grandes voces anunciando que llegaba socorro de Barcelona. Reanimóse á estos gritos el abatido espíritu de los sitiados, y por una de esas eléctricas ráfagas de entusiasmo que en un momento tuercen el curso de los sucesos, cambió de repente la faz de las cosas, tornándose improvisamente los cobardes en valientes, los débiles en fuertes y los acometidos en acometedores. Algunos, más atrevidos ó más temerarios, empezaron á descolgarse por la muralla gritando: ¡A ells! já ells que esta es la hora! Tras de éstos precipitáronse otros, y tras de los otros, otros, como si obedecieran á un impulso irresistible, á una voz secreta que les impedía, y esto á tiempo que llegaba la gente de la marina, la cual se lanzó desbordada sobre los castellanos, á los tremendos gritos de ¡A carn! ¡á carn! ¡muyran los traidors! ¡¡viva la patria!!

Ante aquella repentina explosión de entusiasmo; ante aquel refuerzo de marinos que aparecía como si la tierra lo hubiese arrojado de sus entrañas, comenzaron á flaquear los escuadrones enemigos, y una vez entrado en sus filas el desorden, todo fué confusión y desconcierto. Parecióles por un momento á los soldados castellanos que la tierra brotaba enemigos, que del centro de cada peña salían huestes contrarias, y echaron á correr precipitadamente por la montaña abajo, alzando un espantoso bramido de terror, sin oir nada, sin atender á nada, arrojando las armas para escapar más lige. ros, sordos á las voces de sus jefes, que se vieron arrastrados miserablemente en aquella desastrosa fuga. Ya desde aquel momento para los catalanes no hubo combate, sino matanza y carnicería. Allí rodaron por el suelo las banderas de Castilla, poco antes desplegadas al viento con ufanía, arrojadas por sus defensores, pisoteadas por sus enemigos, que hasta desdeñaron alzarlas en aquel instante como trofeos de victoria; allí cayeron

muchos, perdiendo la vida bajo las plantas de los propios antes que alcanzara á su cuerpo el hierro del contrario; allí hubo escenas incalificables de desorden y desconcierto, pues no se pensaba sino en huir, cayendo unos, atropellándose otros, dando todos al aire lamentos y alaridos; allí murieron desastradamente D. Antonio y D. Diego Fajardo, sobrinos del marqués de los Vélez; allí fueron mortalmente heridos algunos de los más ilustres capitanes, y allí quedó, por fin, sepultada la soberbia de aquel ejército, poco antes tan potente, tan soberbio y tan cruel con los vencidos.

A las cinco de la tarde no quedaba ya ni un solo enemigo vivo en la montaña, y los restos de aquella hueste se retiraban en el mejor orden que podían, abandonando lugares para ellos tan fatales. El marqués de Torrecusa estaba consternado con aquella lamentable tragedia, y abatido y fuera de sí con la muerte del hijo; el de los Vélez, sintiéndose incapaz, en su aturdimiento y congoja, de tomar una resolución, cualquiera que fuese, cedió el gobierno al de Garay. Fué éste uno de los pocos hombres que en semejante conflicto y catástrofe conservaron la cabeza serena y el corazón tranquilo. A no estar él allí, el ejército entero hubiera sido arrastrado en deshonrada fuga y perecido sin remedio. Haciéndose superior á las circunstancias y mostrando sus altas dotes militares, que más brillan en los momentos aciagos que en los prósperos, Garay mandó formar las tropas dando cara á los fugitivos, quienes á medida que llegaban al llano eran colocados á retaguardia, y así fué retirándose, haciendo siempre frente á los perseguidores y conteniéndoles con severa actitud.

Las compañías de aquel roto y despedazado ejército pudieron oir, al retirarse, las inmensas aclamaciones de júbilo, los entusiastas gritos de victoria con que en Barcelona eran recibidos los vencedores, que se pre

sentaron ostentando trece banderas castellanas, las cuales fueron jubilosamente paseadas por la ciudad á la luz de las antorchas y colgadas luego, invertidas, en los balcones de la diputación, como en desprecio y vilipendio de las armas enemigas 1.

Tal fué aquélla para siempre memorable batalla de Montjuich.

CAPÍTULO XXVI.

Llegada del conceller coronel con la bandera.-Recepción del embajador de Portugal.—Carta credencial del embajador.-Se retira el ejército ieal á Tarragona.-El marqués de los Vélez reclama los cadáveres de sus sobrinos.-Es nombrado virrey el príncipe de Butera. -Se da conocimiento de la batalla al rey de Francia.-Preparativos para continuar la guerra.--Acción de Coll de Cabra.-Pregones públicos.-Llegada de Lamotte á Barcelona.—Muerte de Pablo Clarís.-Consternación de Barcelona por su muerte. -Su retrato.-Su entierro.-Admirable acción de Clarís.

(De 26 de ENERO Á 1.° DE MARZO DE 1641.)

Rebosaba aún Barcelona de ostentoso júbilo; llenas de inmensa muchedumbre sus calles y plazas; abiertos sus templos, á los que iban á dar gracias al Señor por la victoria; congregados los capitanes, diputados y concelleres para acordar lo más provechoso á là salud de la patria; cuando, á cosa de las once horas de la noche, y al alegre rumor de los clarines, atabales y músicas militares, penetró en la ciudad el conceller tercero Pedro Juan Rosell, que había permanecido en el Vallés

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"Perdent los castellans 13 banderas, las cuals una se posá en la iglesia del Bon Succés, una en la capella de Santa Eularia, y las demés foren posadas cap per vall en un balcó de la Diputació en meynspreu y vilipendi de las armas del enemich., (Dietario.)

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