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la mercadería y el dinero, habia tres mesas en cada parte muy largas sobre maderos que salian del valle, y á modo de torno dispuestas, que poniendo el uno la mercadería á un extremo daba vuelta, y la tomaba el comprador y ajustados del precio ponia el dinero, y á otra vuelta le recibia el que lo habia vendido, quien llevaba consigo una olla con vinagre para purificar la moneda, ó con una sarten las ponia al fuego, y limpia de este modo las contaba, y cada uno se volvia. Allí habia personas destinadas para que nadie pasase la línea, y para lo mismo habia guardas á la otra parte. Con boletas pasaban, más sin ellas habia pena de la vida.

III.

»Muere mucha gente: prosigue la fuga y queda
casi despoblada la ciudad.

»A los últimos de Mayo se reconoció grandísimo estrago; porque ya los sepultureros que estaban divididos por seis cuartos, gobernando cada uno un conceller, no bastaban á conducir los muertos y enfermos al hospital de Jesus, y fué preciso valerse de carros para los muertos y de féretros para los enfermos. Era cosa lastimosa, y aun horrorosa ver las carretas llenas de muertos: unos vestidos, otros en camisa; unos desnudos y otros envueltos en las sábanas, mezclados, y amontonados, como si fueran sacos. Seguian á los difuntos otras carretas llenas de los colchones y ropa en que habian muerto. Eran aquellas muchísimas. Al enfermo tambien le seguia la cama que tenia, para poderle tener en la Enfermería, y el que no la llevaba, habia de quedar en tierra, porque habia llegado á tal extremo el número de los enfermos y muertos, que para los primeros, no solo faltaban camas, sino tambien puesto para hacerlas en cubierto, que ni en celdas, corredores, claustros, oficinas y demás del convento, sobre ser muy grande, habia capacidad para tantos. Y se hubieron de fabricar cubiertos de madera por los huertos; y llegó á ocasion, que pasaban de cuatro mil los enfermos de la Enfermería, sin los particu

lares por las casas y otros puestos, y sin los que á todos cuartos de hora espiraban. ¡Considere el lector, qué gente, qué remedios, qué expensas para asistir á tantos!

»A vista de tan imponderable tragedia, la poca gente que quedaba esparcida y casi sin sentido, resolvió salirse, y abarracarse en la montaña de Monjuich, en el llano de Valldoncella, y otras partes y algunos mas lejos: consolándose de pasar por cualquier trabajo, como quedasen esperanzas de salvar la vida: con que quedó la ciudad de forma, que parecia milagro encontrar alguno: y no es encarecimiento decir, nacian yerbas por las calles, como por los campos, que no los huella planta humana. Si alguno se hallaba era solo para buscar alimentos, ó medicinas para el enfermo. Viendo la ciudad tanta infelicidad y estrago, por comunicarse unos con otros, echó bando, so pena de la vida, que hombre, ni mujer que gobernase apestado, pudiese andar por la ciudad, ni comunicar con los sanos. Asalarió gente por los cuartos, para que llevasen la carne y demás mantenimientos, que nadie pudiese entrar en casa que hubiese enfermo. La señal de ellos era una cruz de Santa Eulalia blanca sobre la puerta. En viéndola, todos huian. Y que las casas donde habia habido un apestado, se cerrasen y clavasen unos maderos atravesados y que nadie fuese osado á abrirlas sin licencia del conceller del mismo cuarto, bajo la dicha pena de la vida.

>> Estilábase que los que quedaban en las casas de los que habian muerto de peste, los llevaban á Jesus, sino tenian posibilidad para sustentarse: si eran muchachos sin gobierno, los llevaban á unas casas en la calle de Jesus, que llamaban la Purga, ó al colegio del Obispo, y allí los sustentaba la ciudad. Si alguno hurtaba en las casas cerradas, lo pagaba con la vida ó con azotes, ó servir tanto tiempo al hospital. Con estos ejemplos se remediaron muchas maldades y latronicios.

IV.

Inauditos trabajos y miserias en lo mas encendido de la peste.

»Para lo que ahora paso á referir (dice el anónimo) qui

siera tener la elocuencia que se requiere para traer á la memoria el mas doloroso, y lamentable suceso, que hallarás, no solo en los libros de historias del presente asunto, sino en los que pudieres leer de tragedias lamentables y compasivas; y por si la desgracia te trajera (lector mio) á ver semejante tiempo, sírvate de escarmiento y documento lo que aquí verás.

>>El principal y único remedio (dice) para librarse uno - de la peste, es huir de los primeros y volver de los últimos; que de esta suerte y no de otra podrá librarse. Y si por la misericordia de Dios se libra, ve cosas tales, que le afligen, y atormentan, como padecer el mismo mal. Apenas le hiere á uno la peste, cuando luego se ve en total soledad. Todos le desamparan. Ni el padre consuela al hijo, ni el hijo al padre. Lo mismo pasa con marido y mujer, con los hermanos y aun las madres desamparan los hijos. De entre hermanos puedo referir por experiencia (dice el anónimo) que teniendo mi mujer un carbunclo en la pierna y tumor á la ingle, no hubo medio que alguna de dos hermanas suyas, no solo la quisiese asistir, pero ni aun verla, pidiéndolas frecuentemente la enferma, para hablarlas antes de morir; pero no hubo remedio, por mas que en salud eran muy hermanas y se querian mucho.

>>Con mucha dificultad se hallaba quien asistiese á los enfermos; porque eran pocos los asistentes respecto al número de los apestados. Hallábanse por fin; pero sin hacer mas que salir de uno á otro enfermo, y era preciso acudir á la morbería, ó á la purgacion, que aquellos, como experimentados, estaban mas animosos, habiendo pasado y curado del mismo mal; y para sacarlos de allí era preciso billete y permiso del conceller del cuarto en que vivia el que lo pedia, y á golpe de ruegos y lástimas lo conseguian.

¿Pues qué diremos de las pobres criaturas de teta, que apenas se apestaba la madre, les quitaban el pezon, y algunos aventuraban madre é hijo dejándosela dar? Pero las que morian y dejaban niños de pecho, ¿á quiénes se habia de buscar para que les diesen leche? (¡aquí del llanto y dolor!) Iban los padres de puerta en puerta con el hijuelo, todos,

dos llorando y buscando quien le diese el pecho, ó ama que se encargase de él; y ver del modo que los despachaban, en oler que la madre habia muerto, ó estaba el niño herido de peste: era para quebrantar un corazon diamantino oir los lamentos del afligido padre; y si por suerte ó desgracia se encontraba alguna, antes de encargarse la criatura, desnudábanla en carnes y lavábanla con vinagre muy fuerte; la perfumaban muchas veces con yerbas confortativas y la pasaban por las llamas; y despues de todo esto, vestíanla de ropa nueva. Este martirio con un angelito tolerar se podia, si se asegurase con él su crianza; pero sucedia enfermar la ama de allí á cuatro dias, y al recibirla otra, habia de pasar otra vez los mismos martirios. Pero, ¿qué sucedia si el niño ó niña se apestaba? Lo volvian luego á su padre, sin que á precio alguno se hallase quien le diese el pecho. ¡Qué infelicidad para un padre; pues por mas doblones que tuviese, se hallaba sujeto á tan lamentable desgracia! Para ellos habia dispuesto la política el tener en las casas de la Purga, en la calle de Jesus, amas asistidas y regaladas de todo, criaban y daban leche á todos los que allí llevaban, y aun pagando exorbitante salario á éstas, y estando á pedir de boca, servidas, se hallaban pocas que quisiesen aplicarse á esto; allá las llevaban y entregaban los afligidos padres, señalándolas con una cinta, y el nombre de ellos, para volverle á recobrar, si vivian, pasado el mal. Lo que estos angelitos allí padecian, solo Dios lo sabe. Parecian aquellas casas cabañas de corderillos recien nacidos, dando validos por la madre. Y como las tales amas acostumbraban ser como vacas, poltronas y dadas al vicio, cuidaban poco de su obligacion; ó porque no podian acudir al alimento y limpieza, pues tenian seis, ocho y mas cada una. Y si escapaban con vida, no hallaban á su padre los mas, ni quien los acogiese. Las mujeres que los hijos, ó á quien daban el pecho se les morian de peste, padecian infinito de la leche, por no hallar quien la tomase, si no encontraban otros que las madres, ó amas hubiesen muerto apestadas.

>>Las preñadas padecian en esta ocasion lo que no es de

cible. Mostró la experiencia, que de las ciento, apenas escapaban dos, y en llegando el lance de parir, quedaban madre é hijo en la demanda; porque las comadres no querian asistir: y si el marido ó algun amigo, por gran fineza, no hacia el oficio de comadre, perecian irremediablemente vidas y almas. Si la madre moria, y quedaba el recien nacido, era otro nuevo tormento buscar por la ciudad quien le diese leche; y sino, como acabamos de referir arriba, que alguna apestada, ó que se le hubiese muerto el que criaba, arriesgando la vida, la perdia el inocente en los brazos de su padre por falta de sustento.

>>No era de menos dolor el riesgo de perderse las almas en tan deshecha borrasca; porque morian muchos, sin que tuviesen el consuelo de hacerlos acordar pidiesen á Dios perdon, y los absolviese de sus culpas; porque sacerdote alguno no habia que buscar por eso; habíalo de hacer el que servia en la enfermedad, y este solia ser francés, que hubo muchos que se aplicaban á este ejercicio, y tal vez no católico (¡ah, mi Dios!). Conque se echa de ver el evidente peligro de la salvacion de las almas; y si se aplicaba á lo referido el enfermero, procuraria mas presto despachar el doliente que detenerlo, para hacer pesquisa de lo mejor que en la casa encontraba; porque hasta que los sepultureros cargaban con el cadáver, envuelto en la sábana, quedaba dueño de la casa, sin que nadie se atreviese á subir á ella, y despues se cerraba, como queda dicho.

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Imponderables desdichas de los que se salieron de Barcelona: y dá esta gracias a Dios por la mejora del contagio.

>>Diremos algo ahora de lo mucho que padecieron los que en medio del estrago de la pestilencia quisieron, por su temor, salir de Barcelona y abarracarse á vista de la ciudad: porque en otros lugares con cuarentena, ni aun con guardas de vista, no eran admitidos, ni les daban terreno; porque en oyendo que habian salido de Barcelona, se huia de ellos como de la peste.

TOMO XVI

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