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CAPÍTULO III.

Despachos enviados al rey de Francia.-Luis XIV acepta el trono de España para su nieto.-Reconocimiento del duque de Anjou en la corte de Francia.-Cédula notable de Luis XIV.-Llegada de Felipe V á España.-Instrucciones de Luis XIV á su nieto.-La política francesa dominando en España.-Medallas.

(1700.)

La misma viuda y la junta de gobierno del país escribieron á Luis XIV noticiándole la muerte de Carlos II y el nombramiento del duque de Anjou, y, según parece, el mensajero que llevó estos despachos tenía instrucciones para trasladarse á Viena inmediatamente y ofrecer la Corona al archiduque de Austria, si Luis XIV no la aceptaba para su nieto. La corte de Francia se hallaba á la sazón en Fontainebleau. Luis XIV convocó el 10 de Noviembre el Consejo de Estado para que discutiese si debía admitir el testamento del rey de España, ó atenerse al tratado de partición que de la monarquía española se había firmado anteriormente. Algunas voces se levantaron en el Consejo en favor de los compromisos contraídos con el tratado de partición, manifestando que el apartarse de su cumplimiento era exponer á la Francia á una guerra inevitable, y quizá llevarla á su ruina; pero hicieron poca mella en el ánimo real ni en el del delfín, quien no pudo disimular su alegría al ver que iba á ser hijo y padre de rey á un mismo tiempo. Luis XIV se decidió, pues, á aceptar, y envió la siguiente carta á la reina de España y á los individuos de la junta de gobierno:

«Muy alta, y muy poderosa, y muy excelente prin

cesa, nuestra muy cara y muy amada buena hermana y prima: muy caros y bien amados primos y otros del Consejo establecido para el gobierno universal de los reinos y estados dependientes de la Corona de España. Hemos recibido la carta firmada de V. M. y de vosotros, escrita en primero de este mes, que nos fué entregada por el marqués de Castelldosrius, embajador del muy alto, muy poderoso, muy excelente príncipe, nuestro muy caro y muy amado buen hermano y primo Carlos II, rey de las Españas, de gloriosa memoria. El mismo embajador nos entregó al mismo tiempo las cláusulas del testamento hecho por el difunto rey su amo, que contiene el orden y lugar de los herederos, que llaman á la sucesión de todos sus reinos y estados, y la prudente disposición que deja para el gobierno destos mismos reinos hasta el arribo de la menor edad de su sucesor. El sensible dolor que nos causa la pérdida de un príncipe, cuyas prendas y los estrechos vínculos de sangre, que nos hacían muy clara su amistad, se ha aumentado infinitamente con las tiernas demostraciones que nos da al tiempo de su muerte, de su justicia, de su amor á tan fieles súbditos y de la atención que tiene á mantener más allá del tiempo de su vida el reposo general de toda la Europa y la felicidad de sus reinos. Queremos, por nuestra parte, contribuir igualmente á lo uno y á lo otro, y corresponder á la perfecta confianza que nos ha manifestado; así, conformándonos enteramente con sus intenciones, expresadas por los artículos del testamento que V. M. y vosotros nos habéis remitido, todo nuestro cuidado se aplicará de aquí adelante á restablecer con una paz inviolable y con la más perfecta inteligencia la monarquía de España al mayor punto de gloria en que jamás haya estado. Aceptamos, á favor de nuestro nieto el duque de Anjou, el testamento del difunto rey católico; también lo acepta nuestro

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hijo el delfín, abandonando sin dificultad los justos derechos de la difunta reina su madre, y nuestra muy cara esposa, reconocidos incontestables, como también los de la difunta reina nuestra muy honrada señora y madre, por los pareceres de los diferentes ministros de Estado y de su justicia, consultados por el difunto rey de España. Lejos de reservarse de ninguna parte, sacrifica sus propios intereses al deseo de restablecer el antiguo lustre de una Corona que la voluntad del difunto rey católico, y la voz de sus pueblos, concede unánimemente á nuestro nieto. Así, haremos partir luego al duque de Anjou, para dar cuanto antes á vasallos tan fieles el consuelo de recibir un rey muy impresionado de que, llamándole Dios al trono, debe ser su primera obligación de hacer reinar con él la justicia y la religión; dar su principal aplicación á la felicidad de sus pueblos; realzar y mantener el lustre de una monarquía tan poderosa; conocer perfectamente y recompensar el mérito de los que hallare (en una nación igualmente valerosa y prudente) idóneos para servirle en sus consejos, en sus ejércitos y en los diferentes empleos en la Iglesia y Estado; le instruiremos también de lo que debe á vasallos inviolablemente afectos á sus reyes, de lo que debe á su propia gloria; le exhortaremos á que se acuerde de su sangre, á conservar el amor de su país, pero únicamente para mantener para siempre la perfecta inteligencia, tan necesaria para la común felicidad de nuestros súbditos y los suyos. Este siempre ha sido el objeto principal de nuestros deseos, y si las desgracias de las coyunturas pasadas no nos ha permitido manifestarlo, esperamos que este gran suceso mudará el estado de las cosas, de tal suerte, que cada día nos producirá en adelante nuevas ocasiones de manifestar nuestra estimación y nuestra particular benevolencia á toda la nación española. Entre tanto, muy alta, muy excelente

y muy poderosa princesa, nuestra muy cara y muy amada buena hermana y prima, rogamos á Dios, autor de todos consuelos, conceda á V. M. los de que necesita en su justa aflicción, y os aseguramos, muy caros y bien amados primos, y otros del Consejo establecido para el gobierno de España, la estimación particular y el afecto que os tenemos.-Dada en Fontainebleau á 12 días del mes de Noviembre de 1700.-Luis 1.»

Enviada esta carta y restituída á Versalles la corte francesa, se apresuró Luis XIV á hacer reconocer al nuevo rey de España. En presencia del delfín y de los hijos de éste, los duques de Borgoña, de Anjou y de Berry; en presencia del marqués de Castelldosrius, embajador de España, y de los grandes dignatarios de la corte, dijo el monarca francés á su joven nieto el duque de Anjou: — «Señor, el rey de España os ha dejado su Corona. La grandeza os llama, el pueblo os desea, y yo consiento en que reinéis. » Pronunciadas estas palabras con la solemnidad que en todos sus actos usaba Luis XIV, se volvió al embajador español y le dijo:—«Caballero, saludad á vuestro rey.» El marqués de Castelldosrius dobló una rodilla y besó la mano á Felipe. Luis en seguida lo presentó á su corte por medio de estas palabras: «Señores, os presento el rey de España. Le llaman al trono su cuna y el testamento del difunto monarca. La nación española le reclama; su nombramiento es la voluntad del cielo, y yo me inclino ante esta voluntad. » Inmediatamente, volviéndose hacia el joven duque, «Sed buen español, le dijo, pues es éste vuestro principal deber; pero no olvidéis jamás que habéis nacido francés, y mantened la unión de ambas Coronas, ya que ambos países podrán así ser feli

1 Se ha copiado esta carta de un impreso coetáneo que circuló entonces profusamente por las provincias de España.

ces conservando la paz y la tranquilidad de Europa.» Pocos días después de haber tenido lugar esta ceremonia y solemne presentación, cuando Felipe de Anjou se preparaba para pasar á España y la corte francesa para acompañarle hasta la villa de Sceaux, Luis XIV, que había revelado ya su secreta idea faltando al compromiso del tratado de partición con las potencias firmantes, la acabó de patentizar expidiendo una real cédula, á tenor de la cual el monarca francés declaraba conservar al nuevo rey de España y á sus sucesores su derecho á la Corona de Francia, en el caso de que su hermano mayor el duque de Borgoña, hijo primogénito del Delfín, muriese sin hijos, ó éstos tampoco los tuviesen. Y sin embargo, el rey que expedía esta cédula acababa de aceptar el testamento del difunto monarca español, en el cual se decía terminantemente: convenir á la paz de la cristiandad y de la Europa toda, á la tranquilidad de los reinos que formaban la monarquía española y á la intención del testador, que siempre se mantuviesen desunidas las Coronas de Francia y España.

Luis acompañó á su nieto hasta Sceaux, donde le abrazó y se despidió de él, dándole en una memoria, escrita de su puño y letra, las instrucciones que creyó podían servirle para su gobierno, y dirigiéndole aquellas tan memorables y al propio tiempo tan impolíticas palabras de: Ya no hay Pirineos. Los duques de Borgoña y de Berry acompañaron á su hermano hasta la frontera, y el 24 de Enero de 1701 entró Felipe V en Irún.

Conocidas son las instrucciones escritas que, al despedirse de él, dió Luis XIV á su nieto. Han sido muy admiradas y elogiadas por varios historiadores; pero también otros han confesado, con mayor imparcialidad, que si bien en ellas hay máximas sanas, las más son triviales, conteniendo generalmente encargos encami

TOMO XVI

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