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nados á mirar más por el provecho de Francia y de su familia, que por el de sus puevos súbditos. He aquí algunos de los encargos que en la citada memoria le hacía:

«Amad á los españoles y á todos vuestros súbditos. No prefiráis á aquéllos que más os adulen: estimad á aquéllos que, para hacer bien, se atrevan á disgustaros: éstos serán vuestros verdaderos amigos.

>> Labrad la dicha de vuestros súbditos, y, con esta mira, no tengáis guerra más que cuando os veáis á ello obligado y hayáis bien considerado y pesado las razones en vuestro Consejo.

» Tratad de realzar vuestra hacienda; no perdáis de vista las Indias y vuestras flotas; pensad en el comercio; vivid en estrecha unión con Francia, pues nada es tan importante para nuestras dos potencias como esta unión, á la cual nada podrá resistir.

>>Si os veis obligado á hacer la guerra, poneos á la cabeza de vuestros ejércitos.

>> Mostrad que habéis quedado agradecido al rey difunto y á todos cuantos le aconsejaron que os eligiese por sucesor.

»Tened gran confianza en el cardenal Portocarrero, y demostradle vuestra gratitud por la conducta que con vos ha seguido.

» No olvidéis á Bedmar, que tiene mérito y que puede serviros.

» Tened entera fe en el duque de Harcourt. Es hombre hábil y honrado y os dará provechosos consejos.

>> No mantengáis con la reina viuda otras relaciones que aquéllas más indispensables. Haced de manera que salga de Madrid, pero no de España. En cualquier lugar que esté observad su conducta, y procurad que no se entrometa en los negocios. Mirad como sospechosos á los que tengan con ella relaciones íntimas.

» Amad siempre á vuestros parientes. Acordaos de la pena que han sufrido al separarse de vos. Conservad estrechas relaciones con ellos, así en las grandes cosas como en las pequeñas. Pedidnos lo que necesitéis ó anheléis tener y no se halle en vuestra casa. Lo mismo haremos nosotros con vos.

»>No olvidéis jamás que sois francés, ni á lo que podéis llegar todavía 1.

>> Concluyo por un importante consejo, que me hallo en el caso de daros. Jamás os dejéis gobernar: sed siempre el amo. No tengáis favorito ni primer ministro. Oid, consultad á vuestros consejeros, y luego decidid. Dios, que os ha hecho rey, os dará las luces que os sean necesarias, mientras sean buenas vuestras intenciones.»

Tales son algunos de los consejos dados por Luis XIV al que venía á España á gobernar unos reinos donde las prácticas constitucionales habían enseñado tiempo hacía que era la voluntad soberana del pueblo la que hacía los reyes.

El nuevo rey de España fué reconocido al pronto por todas las potencias extranjeras, á excepción de Austria, que habiendo hecho una solemne protesta contra el testamento de Carlos II, retiró de la corte de Madrid á su embajador. Felipe V comenzó á gobernar á España dominando en sus consejos la política francesa, á la cual se adhirió estrechamente el cardenal Portocarrero, que era el hombre de confianza del nuevo rey. Luis XIV acostumbraba á decir sonriendo, que los españoles le habían nombrado su primer ministro, y en tanto era así, en cuanto pasó entonces España por la humillación de ver crearse un consejo secreto, titulado de gabinete, instándose al embajador francés para que fuera parte de

1 Generalmente se ha creído que estas palabras aludían á la posibilidad de que, con el tiempo, llegase á ceñir la corona de Francia.

él. Tan irregular nombramiento, dice Alcalá Galiano, no fué admitido por el mismo agraciado, y así hubo de recurrirse á Francia para que de allí se diese orden de aceptarle, negándola al principio el monarca francés, y no concediéndola hasta después de ser segunda vez rogado, sin que sea posible averiguar si al proceder así Luis obró con prudencia ó con hipocresía. Lo cierto es que España se hallaba entonces realmente bajo la tutela y curatela de la Francia.

Varias medallas se acuñaron por aquel tiempo en Holanda, que pueden considerarse como la expresión de la opinión pública tocante á las cosas de España. Una de ellas hacía referencia al nombramiento del duque de Anjou, y á la idea generalmente esparcida de ser el cardenal Portocarrero el autor, y hasta se decía el falsificador, del testamento de Carlos II. En el anverso se veía el busto del nuevo rey de España con la leyenda Philippus, dux Andejavensis, deceptorum votis obtrusus; en el reverso estaba el busto del cardenal, y en torno la inscripción: Portocarrero cardenalis, testamenti fallacis artifex. Otra medalla presentaba en el anverso el busto de Felipe V, ceñida la frente por una corona de laurel, y estas palabras: Philippus V Hispaniarum Indiarumque Rex catholicus; el reverso figuraba á Luis XIV sentado en su solio, empuñando su diestra el četro, sosteniendo su izquierda el globo, mientras que una matrona, representando la España, se inclinaba reverente ante el monarca francés, leyéndose en torno: Monarchia Hispaniarum sub curatela.

No fueron éstas solas, sino otras varias las medallas que se acuñaron entonces, referentes todas á la importancia que á cada momento iba tomando Francia. Y efectivamente, la preponderancia francesa iba ganando tanto terreno, y traslucíase de tal modo en todos los actos del gobierno, que la dignidad española y el orgullo

nacional habían de sentirse heridos en lo más íntimo, y por fuerza, más tarde ó más temprano, habían de sublevarse contra aquella tutela del extranjero.

CAPÍTULO IV.

Llega á Barcelona la noticia de haber muerto el rey.-Conferencias en Barcelona. Decide la ciudad no hacer fiestas públicas.-Representaciones de la ciudad en defensa de sus privilegios quebrantados.-El conde de Palma nombrado virrey de Cataluña.-Reclamaciones de la ciudad relativas al juramento del nuevo virrey.-Detención de los embajadores catalanes en Zaragoza.-Carta del rey.-Se admite el juramento del virrey,-Partida del príncipe Darmstad.-Motín de estudiantes.-Simpatías de Cataluña por la casa de Austria.—Anuncio de la llegada del rey.

(HASTA AGOSTO DE 1701.)

Veamos ahora lo que pasaba en Cataluña con motivo del advenimiento de Felipe V al trono de España. La noticia de la muerte de Carlos II llegó á Barcelona el 8 de Noviembre de 1700 1, y en Consejo de Ciento celebrado aquel mismo día se leyó una carta de Carlos II, no firmada por habérselo interrumpido el accidente que ocasionó su muerte, manifestando haber ya dado providencia por lo tocante al sucesor de sus reinos y dominios. Á continuación se dió lectura de otra carta de la reina en que participaba la muerte de su esposo, é incluía copia de las dos cláusulas del testamento, por las cuales nombraba como sucesor en estos reinos al duque de Anjou 2.

La nueva sorprendió altamente á Cataluña, «que no esperaba fuese excluída la casa de Austria de patrimo

1 Dietario del archivo municipal.
2 Acuerdos del Consejo de Ciento.

nio tan justamente debido á sus gloriosísimos príncipes, lo que fué ocasión de recelar un engaño 1.» Se ve claramente, por los documentos y escritores de la época, que en toda Cataluña hubo gran sentimiento por la nueva de haber sido llamado un Borbón á suceder en el trono de España, y digan cuanto les plazca ciertos historiadores, lo positivo es que comenzó inmediatamente á formarse un partido contrario al nuevo monarca; que no era un nieto de Luis XIV suficiente garantía para los catalanes tocante á la seguridad de sus libertades. Por instinto pareció comprender Cataluña que sus leyes venerandas estaban amenazadas de muerte subiendo al trono un nieto y discípulo del que decía sencillamente, y como la cosa más natural del mundo: El Estado soy yo.

El mismo día en que fueron leídas las citadas cartas al Consejo de Ciento, se abrieron conferencias entre esta corporación, el Brazo militar y la diputación, para deliberar y ponerse de acuerdo sobre si había concluído la jurisdicción del alternos ó virrey de Cataluña, ya que, muerto el rey y no habiéndose reconocido aún su sucesor, parecía natural y era conforme á las leyes que no pudiese ser la misma la autoridad del príncipe de Darmstad, á la sazón virrey de Cataluña. Fueron las conferencias prolongándose, consultándose á letrados y personas ilustradas, Dividióse la junta en pareceres, y se vió á la ciudad y al Brazo militar ponerse en pugna con la diputación por defender ésta que podía seguir la jurisdicción del virrey, mientras los demás sostenían lo contrario. «No puedo dejar de extrañar, ha dicho Feliu de la Peña, que habiendo los reyes y las cortes elegido á los diputados para defender las leyes y privilegios, no sólo no las defendiesen, si también buscasen estorbos y dilaciones para que los demás no las defendiesen, tole

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