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pués en Viena el príncipe; y ya que hacía ostentación de ella, no dejaría de ajustarse á su intención. Cuando para embarcarse en la nave se puso en la lancha, en el muelle de Barcelona, dijo en alta voz que volvería con nuevo rey á ella: todo esto alentaba los alevosos ánimos, que mal hallados con la quietud, solicitaban su ruina 1.»

Esto es lo que dice San Felipe, y la verdad que haya en ello no podemos saberla, aunque sí ponerla en duda por ser quien es el autor. Sobradas ocasiones se presen. tarán para hacer ver y constar hasta qué punto hay que desconfiar del marqués de San Felipe cuando habla de los catalanes, á los cuales trata siempre como rebeldes. Por fortuna, ya se sabe el valor que debe darse á la palabra rebelde cuando se la ve usada por un autor cortesano. Pudo ser cierto, sin embargo, lo que en el párrafo transcrito afirma el de San Felipe; pero no fué una conspiración, resultado de unos amores contrariados, lo que hizo estallar el gran movimiento de Cataluña contra Felipe V. El alzamiento tiene su origen en causas algo más graves, algo más serias, algo más transcendentales para la felicidad de los pueblos, que la verdadera ó supuesta pasión de una dama por el príncipe de Darmstad.

Por el mes de Abril hubo un alboroto en Barcelona promovido por las rivalidades que había entre los estudiantes del Colegio de Cordellas y los de la universidad. La cosa hubiera pasado casi inadvertida si el virrey, conde de Palma, no hubiese tomado alguna medida imprudente, por lo cual los concelleres de Barcelona, en junta de Estudio, celebrada el 23 de Abril, resolvieron elevar una representación al rey explicándole minuciosamente lo ocurrido, «por el fundado temor que abri

1 Comentarios del marqués de San Felipe, tomo I, pág. 29.

gaban de que llegase la noticia á oídos de S. M. comentada falsamente ó exagerada á propósito 1.»

Leyendo los documentos que existen en nuestros archivos, se puede ver claramente el poco acuerdo con que marchaban la ciudad y el virrey. Los representantes de Barcelona no dejaban pasar desapercibida ninguna ocasión, y sabían aprovechar cualquiera que se ofreciese para demostrar sus simpatías á la casa de Austria, simpatías que iban haciéndose más vivas y consistentes á medida que se veía la poca disposición del rey y de sus delegados en guardar las libertades del país, ó mejor, la mucha que mostraban en irlas coartando.

Había llegado ya el rey á Madrid y se habían celebrado fiestas oficiales en Barcelona por su elevación al trono, cuando tuvo lugar una academia y público certamen en que tomaron parte todos los ingenios barceloneses de más nota. El objeto fué demostrar, por medio de las composiciones poéticas que se presentaron, el sentimiento de Cataluña por la muerte de Carlos II. Los concelleres asistieron á la academia, y con su presencia allí y con la publicación de las poesías premiadas, se vino á dar á aquel acto el color de una manifestación política.

Pocos días después, por el mes de Mayo, dejó el virrey el luto que á la muerte del monarca era costumbre guardar en Cataluña por dos años. Siguiéronle los del real Consejo, los soldados y algunos paisanos, y viendo que los demás proseguían llevándole, ofició á la diputación y al Consejo de Ciento para que se abandonase, no obstante haber sólo transcurrido cerca de seis meses después de la muerte de Carlos II. Los diputados obedecieron; no así los concelleres, quienes deliberaron. se continuase el luto en la ciudad por el tiempo que se

1 Dietario de la ciudad.

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había estilado en las muertes de los reyes anteriores, á no ser que se dejase en Madrid y vistiesen la corte y el rey de gala, pues entonces sería forzoso imitar el ejemplo 1.

En tal estado se hallaban las cosas, cuando el 16 de Julio se recibió una carta de S. M. en la que decía éste al Consejo de Ciento haber resuelto salir de la corte el 16 de Agosto inmediato para pasar á Barcelona, con objeto de convocar Cortes del Principado en el convento de San Francisco, según costumbre, y también con el de ir á recibir á la princesa María Luisa y Gabriela de Saboya, con la cual había ajustado casamiento 2.

Efectivamente, á la política de Luis XIV había convenido que Felipe V se enlazase con una princesa de Saboya, con lo cual se quitaba un aliado á las potencias enemigas de Francia. Sin embargo, también este enlace hacía ya imposible todo acuerdo con la casa de Austria. Algunos historiadores imparciales creen que acaso hubiera sido mejor enlazar al duque de Anjou con una archiduquesa de Austria, ya que esto quizá hubiera evitado la sangrienta guerra de sucesión, cumpliéndose así por otra parte la voluntad última de Carlos II, quien al nombrar heredero de su trono á Felipe, duque de Anjou, añadía en una cláusula de su testamento las palabras siguientes:

» Y porque deseo que se conserve la paz y unión que tanto 'importa á la cristiandad, entre el emperador mi tío, y el rey cristianísimo, les pido y exhorto que estrechando dicha unión con el vínculo del matrimonio del duque de Anjou con la archiduquesa, logre por este medio la Europa el sosiego que necesita.»>

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CAPÍTULO V.

Cartas del rey contra las prerrogativas de Barcelona.-Defensa de privilegios.-Llega el rey á Barcelona.-Agüeros.-Fiestas. - Abertura de las Cortes.-Discurso del rey.—Va el rey á Figueras á recibir á su esposa. Fiestas en Barcelona.-Oposición al gobierno en las Cortes. Se cierran las Cortes.-Injusticias de algunos historiadores.

(DE SETIEMBRE A FIN DE 1701.)

Hubo de retrasarse el viaje del rey, pues hasta el 5 de Setiembre no salió de Madrid, llegando el 16 á Zaragoza. El 11 del mismo mes se recibió y leyó en Consejo de Ciento una carta en la que S. M. encargaba á los concelleres omitiesen á su entrada en Barcelona la antigua ceremonia de la granada, que se colocaba en la puerta de San Antonio, y de la cual salía un niño para entregar al rey las llaves de la ciudad. Leyóse también el mismo día otra carta real disponiendo S. M. que la prerrogativa concedida por sus antecesores á los concelleres de cubrirse ante el rey, debía sólo entenderse cuando S. M. les mandase que se cubrieran 1. Barcelona recibió estas órdenes con asombro. Si Felipe no quería que los concelleres se cubriesen hasta tanto que él se lo mandara, claro era, pues, que les negaba este derecho, es decir, la prerrogativa que gozaba Barcelona de tiempo inmemorial, aprobada y confirmada por los reyes todos, pues si bien Felipe IV, después del levantamiento de Cataluña la quitara, Carlos II la volviera á conceder. Si Felipe no quería que se le entregasen las llaves de la ciudad, no podía ser por otra

1 Archivo municipal: Cartas reales.—Acuerdos del Consejo.

causa que por creerse ya dueño de ella en el mero hecho de haber tomado posesión del trono de Castilla. ¿Cómo, pues, podía comprenderse que á jurar viniera las leyes y privilegios de Barcelona quien comenzaba por faltar á ellas? El error político más grave que podía un rey cometer, tratándose de Cataluña, era querer acomodar el pueblo á su voluntad, en lugar de acomodarse él á la voluntad del pueblo.

Cataluña, ya lo sabemos por repetidos ejemplos, era celosa de sus libertades, y escrupulosa observadora de sus privilegios. Los concelleres habían nombrado embajadores que llegasen hasta Lérida para recibir y dar la bienvenida al rey. Sin embargo, reuniéndose el Consejo de Ciento, revocó el nombramiento, por ser cosa sin ejemplar, eligiendo á otros y dándoles orden de llegar sólo hasta Martorell, conformé en otras ocasiones se había ejecutado, con encargo de dar al rey la bienvenida; pero representándole al mismo tiempo el desconsuelo de Barcelona por los decretos y órdenes referidos 1. Vieron estos embajadores al rey en Martorell, y volvieron á Barcelona muy asegurados de que no se innovaría cosa alguna, habiendo ofrecido Felipe V conservar y mantener los fueros y privilegios de la ciudad y Principado.

Sucedió empero muy de otra manera. El 30 de Setiembre, habiendo llegado Felipe cerca de Barcelona y salido á recibirle las autoridades y corporaciones populares, se observó que no mandó cubrirse á los concelleres, quienes le acompañaron con la cabeza desnuda hasta el convento de Jesús, si bien no desmontaron de caballo al recibirle y besarle la mano, conforme esto con la costumbre que siempre en la entrada de los reyes se había seguido. Feliu de la Peña cuenta que á vista

1 Acuerdos del Consejo.—Feliu de la Peña, lib. XXII, cap. V.

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