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las voluntades de los enemigos; los cuales, admirados de tanto valor y fortaleza, echando un garfio, le sacaron vivo, y le trataron con gran humanidad, curándole las heridas recibidas: fuerza de la virtud, amable aun á los mismos enemigos. A mas dió la vida el valor que el miedo. Un no sé qué de deidad le acompaña, que le saca bien de los peligros. Hallándose el rey don Fernando el Santo sobre Sevilla 4, se paseaba Garci-Perez de Vargas con otro caballero por las riberas de Guadalquivir, y de improviso vieron cerca de sí siete moros á caballo. El compañero aconsejaba la retirada; pero Garci-Perez, por no huir torpemente, caló la visera, enristró la lanza y pasó solo adelante; y conociéndole los moros, y admirados de su determinacion, le dejaron pasar, sin atreverse á acometelle. Salvóle su valor; porque si se retirara, le hubieran seguido y rendido los enemigos. Un ánimo muy desembarazado y franco es menester para el exámen de los peligros, primero en el rumor, después en la calidad dellos. En el rumor, porque crece este con la distancia el pueblo los oye con espanto, y sediciosamente los esparce y aumenta, holgándose de sus mismos males por la novedad de los casos, y por culpar el gobierno presente; y así, conviene que el príncipe, mostrándose constante, deshaga semejantes aprensiones vanas, como corrieron en tiempo de Tiberio de que se habian rebelado las provincias de España, Francia y Germania; pero él, compuesto de ánimo, ni mudó de lugar ni de semblante, como quien conocia la ligereza del vulgo 5. Si el príncipe se dejare llevar del miedo, no sabrá resolverse; porque, turbado, dará tanto crédito al rumor como al consejo 6: así sucedia á Vitellio en la guerra civil con Vespasiano. Los peligros inminentes parecen mayores, vistiéndolos de horror el miedo y haciéndolos mas abultados la presencia; y por huir dellos, damos en otros mucho mas grandes, que, aunque parece que están léjos, les hallamos vecinos. Faltando la constancia, nos engañamos con interponer, á nuestro parecer, algun espacio de tiempo entre ellos. Muchos desvanecieron tocados, y muchos se armaron contra quien los huia; y fué en el hecho peligro lo que antes habia sido imaginacion, como sucedió al ejército de Siria en el cerco de Samaria 7. Mas han muerto de la amenaza del peligro que del mismo peligro. Los efectos de un vano temor vimos pocos años há en una fiesta de toros de Madrid, cuando la voz ligera de que peligraba la plaza perturbó los sentidos, y ignorada la causa, se temian todas. Acreditóse el miedo con la fuga de unos y

Mar., Hist. Hisp., 1. 18, c. 7.

5 Tanto impensius in securitatem compositus, neque loco, neque vultu mutato, sed, ut solitum, per illos dies egit: altitudine animi, an compererat modica esse, et vulgatis leviora? (Tac., 1. 3, Hist.)

Quia in metu consilia prudentium, et vulgi rumor juxta audiuntur. (Tac., lib. 3, Hist.)

7 Siquidem Dominus sonitum audire fecerat in castris Syriae curruum, et equorum, et exercitus plurimi, dixeruntque ad invitem Ecce mercede conduxit adversum nos Rex Israel Reges Hethaeorum, et Aegytiorum, et venerunt super nos. Surrexerunt ergo, et fugerunt in tenebris. (4, Reg.; 7, 6.)

otros; y sin detenerse á averiguar el caso, hallaron muchos la muerte en los medios con que creian salvar la vida; y hubiera sido mayor el daño si la constancia del rey don Filipe el Cuarto, en quien todos pusieron los ojos, inmoble al movimiento popular y á la voz del peligro, no hubiera asegurado los ánimos. Cuando el príncipe en las adversidades y peligros no reprime el miedo del pueblo, se confunden los consejos, mandan todos, y ninguno obedece.

El exceso tambien en la fuga de los peligros es causa de las pérdidas de los estados. No fuera despojado de los suyos y de la voz electoral el conde palatino Federico, si después de vencido, no le pusiera alas el miedo para desemparallo todo, pudiendo hacer frente en Praga ó en otro puesto, y componerse con el Emperador, eligiendo el menor daño y el menor peligro.

Muchas veces nos engaña el miedo tan disfrazado y desconocido, que le tenemos por prudencia, y á la constancia por temeridad. Otras veces no nos sabemos resolver, y llega entre tanto e! peligro. No todo se ha de temer, ni en todos tiempos ha de ser muy considerada la consulta; porque entre la prudencia y la temeridad suele acabar grandes hechos el valor. Hallábase el Gran Capitan en el Garellano 8: padecia tan grandes necesidades su ejército, que casi amotinado se le iba deshaciendo; aconsejábanle sus capitanes que se retirase, y respondió: «< Yo estoy determinado de ganar antes un paso para mi sepultura que volver atrás, aunque sea para vivir cien años. » Heróica respuesta, digna de su valor y prudencia. Bien conoció que habia alguna temeridad en esperar; pero ponderó el peligro con el crédito de las armas, que era el que sustentaba su partido en el reino, pendiente de aquel hecho, y eligió por mas conveniente ponello todo al trance de una batalla y sustentar la reputacion, que sin ella perdelle después poco a poco. ¡Oh cuántas veces, por no aplicar luego el hierro, dejamos que se canceren las heridas!

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Algunos peligros por sí mismos se caen; pero otros crecen con la inadvertencia, y se consumen y mueren los reinos con fiebres lentas. Algunos no se conocen, y estos son los mas irreparables, porque llegan primero que el remedio. Otros se conocen, pero se desprecian : á manos destos suelen casi siempre padecer el descuido y la confianza. Ningun peligro se debe desestimar por pequeño y flaco, porque el tiempo y los accidentes le suelen hacer mayor, y no está el valor tanto en vencer los peligros como en divertillos. Vivir á vista dellos es casi lo mismo que padecellos. Mas seguro es excusallos que salir bien dellos 9.

No menos nos suele engañar la confianza en la clemencia ajena cuando, huyendo de un peligro, damos en otro mayor, poniéndonos en manos del enemigo. Consideramos en él lo generoso del perdon, no la fuerza de la venganza ó de la ambicion. Por nuestro dolor y

8 Mar., Hist. Hisp., 1. 28, c. 5.

9 Nemo mortalium juxta viperam securos somnos capit, quae etsi non percutiat, certè sollicitat: tutius est perire non posse, quam juxta periculum non periisse. (S. Hier.)

pena medimos su compasion, y ligeramente creemos que se moverá al remedio. No pudiendo el rey de Mallorca don Jaime el Tercero resistir al rey don Pedro el Cuarto de Aragon, su cuñado, que con pretextos buscados le queria quitar el reino, se puso en sus manos, creyendo alcanzar con la sumision y humildad lo que no podia con las armas; pero en el Rey pudo mas el apetito de reinar que la virtud de la clemencia, y le quitó el estado y el título de rey. Así nos engañan los .peligros, y viene á ser mayor el que elegimos por menor. Ninguna resolucion es segura si se funda en presupuestos que penden del arbitrio ajeno. En esto nos engañamos muchas veces, suponiendo que las acciones de los demás no serán contra la religion, la justicia, el parentesco, la amistad, ó contra su mismo honor y conveniencia, sin advertir que no siempre obran los hombres como mejor les estaria ó como debian, sino

segun sus pasiones y modos de entender; y así, no se han de medir con la vara de la razon solamente, sino tambien con la de la malicia y experiencias de las ordinarias injusticias y tiranías del mundo.

Los peligros son los mas eficaces maestros que tiene el príncipe. Los pasados enseñan á remediar los presentes y á prevenir los futuros. Los ajenos advierten, pero se olvidan. Los propios dejan en el ánimo las señales y cicatrices del daño, y lo que ofendió á la imaginacion el miedo; y así, conviene que no los borre el desprecio, principalmente cuando, fuera ya de un peligro, creemos que no volverá á pasar por nosotros, ó que si pasare, nos dejará otra vez libres; porque, si bien una circunstancia que no vuelve á suceder los deshace, otras que de nuevo suceden los hacen irreparables.

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Fundó la naturaleza esta república de las cosas, este imperio de los mixtos, de quien tiene el ceptro; y para establecelle mas firme y seguro, se dejó amar tanto dellos, que, aunque entre sí contrarios los elementos, le asistiesen, uniéndose para su conservacion. Presto se descompondria todo si aborreciesen á la naturaleza, princesa dellos, que los tiene ligados con recíprocos vínculos de benevolencia y amor. Este es quien sustenta librada la tierra y hace girar sobre ella los orbes. Aprendan los príncipes desta monarquía de lo criado, fundada en el primer ser de las cosas, á mantener sus personas y estados con el amor de los súbditos, que es la mas fiel guarda que pueden llevar cerca de sí 1.

Non sic excubide, non circunstantia tela,

Quam tutatur amor. (Claud.)

Este es la mas inexpugnable fortaleza de sus esta

4 Corporis custodiam tutissimam esse putatum, in virtute amicorum, tum in benevolentia civium esse collocatam. (Isoc., ad Nic.)

| dos 2. Por esto las abejas eligen un rey sin aguijon, porque no ha menester armas quien ha de ser amado de sus vasallos. No quiere la naturaleza que pueda ofender el que ha de gobernar aquella república, porque no caiga en odio della, y se pierda. «El mayor poderío, é mas cumplido (dijo el rey don Alonso 3 en una ley de las Partidas) que el Emperador puede aver de fecho en su señorio, es cuando él ama á su gente, é es amado della. » El cuerpo defiende á la cabeza, porque la ama para su gobierno y conservacion; si no la amara, no opusiera el brazo para reparar el golpe que cae sobre ella. ¿Quién se expondria á los peligros, si no amase á su príncipe? ¿Quién le defenderia la corona? Todo el reino de Castilla se puso al lado del infante don Enrique 4 contra el rey don Pedro el Cruel, porque aquel era amado y este aborrecido. El primer principio de la

2 Salvum Principem in aperto clementia praestabit: unum erit inexpugnabile munimentum, amor civium. (Senec., de Clem., lib. 1, cap. 19.)

3 L. 3, tit. 1, p. 2.

4 Mar., Hist. Hisp.

aversion de los reinos, y de las mudanzas de las repúblicas es el odio. En el de sus vasallos cayeron los reyes don Ordoño y don Fruela el Segundo 5, y aborrecido el nombre de reyes, se redujo Castilla á forma de república, repartido el gobierno en dos jueces, uno para la paz y otro para la guerra. Nunca Portugal desnudó el acero ni perdió el respeto á sus reyes, porque con entrañable amor los ama, y si alguna vez excluyó á uno y admitió á otro, fué porque amaba al uno, y aborrecia al otro por sus malos procedimientos. El infante don Fernando 6 aconsejaba al rey don Alonso el Sabio, su padre, que antes quisiese ser amado que temido de sus súbditos, y que granjease las voluntades del brazo eclesiástico y del pueblo, para oponerse á la nobleza: consejo que si lo hubiera ejecutado, no se viera despojado de la corona. Luego que Neron dejó de ser amado, se conjuraron contra él, y en su cara se lo dijo Subrio Flavio 7. La grandeza y poder del rey no está en sí mismo, sino en la voluntad de los súbditos. Si están mal afectos, ¿quién se opondrá á sus enemigos? Para su conservacion ha menester el pueblo á su rey, y no la puede esperar de quien se hace aborrecer. Anticipadamente considerarou esto los aragoneses, cuan lo, habiendo llamado para la corona 8 á don Pedro Atares, señor de Borja, de quien desciende la ilustrísima y antiquísima casa de Gandía, se arrepintieron, y no le quisieron por rey, habiendo conocido que aun antes de ser eligido los trataba con desamor y aspereza. Diferentemente lo hizo el rey don Fernando el Primero de Aragon, que con benignidad y amor supo granjear las voluntades de aquel reino, y las de Castilla en el tiempo que la gobernó. Muchos príncipes se perdieron por ser temidos, ninguno por ser amado. Procure el príncipe ser amado de sus vasallos y temido de sus enemigos; porque si no, aunque salga vencedor de estos, morirá á manos de aquellos, como le sucedió al rey de Persia Bardano 10. El amor y el respeto se pueden hallar juntos; el amor y el temor servil no. Lo que se teme, se aborrece; y lo que es aborrecido no es seguro. Quem metuunt, oderunt,

Quem quisque odit, periisse expetit. (Enn.)

El que á muchos teme, de muchos es temido. ¿Qué mayor infelicidad que mandar á los que por temor obedecen, y dominar á los cuerpos, y no á los ánimos? Esta diferencia hay entre el príncipe justo y el tirano: que aquel se vale de las armas para mantener en paz los súbditos, y este para estar seguro dellos. Si el valor y el poder del príncipe aborrecido es pequeño, está muy expuesto al peligro de sus vasallos; y si es grande, mucho mas ; porque, siendo mayor el temor, son mayores

Mar., Hist. Hisp., 1. 8, c. 3.

♦ Id., id., l. 13, c. 20.

7 Nec quisquam tibi fidelior militum fuit, dum amari meruisti: odisse coepi, postquam parricida matris, et uxoris, auriga, histrio, et incendiarius extitisti. (Tac., lib. 15, Ann.)

8 Mar., Hist. Hisp., l. 10, c. 15.

9 Id., id., 1. 20, c. 8.

40 Claritudine paucos inter senum Regum, si perinde amorem inter populares, quam metum apud hostes quaesivisset. ( Tac., lib. 11, Ann.)

las asechanzas dellos para asegurarse, temiendo que crecerá en él con la grandeza la ferocidad, como se vió en Bardano, rey de Persia, á quien las glorias hicieron mas feroz y mas insufrible á los súbditos 11. Pero cuando no por el peligro, por la gratitud, no debe el príncipe hacerse temer de los que le dan el ser de príncipe; y así fué indigna voz de emperador la de Caligula: Oderint, dum meluant; como si estuviera la seguridad del imperio en el miedo; antes ninguno puede durar si lo combate el miedo. Y aunque dijo Séneca: Odia, qui nimium timet, regnare nescit : Regna custodit metus; es voz tirana, ó la debemos entender de aquel temor vano que suelen tener los príncipes en el mandar aun lo que conviene, por no ofender á otros; el cual es dañoso y contra su autoridad y poder. No sabrá reinarquien no fuere constante y fuerte en despreciar el ser aborrecido de los malos, por conservar los buenos. No se modera la sentencia de Caligula con lo que le quitó y añadió el emperador Tiberio: Oderint, dum probent; porque ninguna accion se aprueba de quien es aborrecido. Todo lo culpa é interpreta siniestramente el odio. En siendo el príncipe aborrecido, aun sus acciones buenas se tienen por malas. Al tirano le parece forzoso el mantener los súbditos con el miedo, porque su imperio es violento, y no puede durar sin medios violentos, faltando en sus vasallos aquellos dos vínculos de naturaleza y vasallaje, que, como dijo el rey don Alonso el Sabio 12: «Son los mayores debdos, que ome puede aver con su señor. Ca la naturaleza le tiene siempre atado para amarlo, é no ir contra él, é el vasallage para servirle lealmente. » Y como sin estos lazos no puede ésperar el tirano que entre él y el súbdito pueda haber amor verdadero, procura con la fuerza que obre el temor lo que naturalmente habia de obrar el afecto; y como la conciencia perturbada teme contra sí crueldades 153, las ejercita en otros. Pero los ejemplos funestos de todos los tiranos testifican cuán poco dura este miedo; y si bien vemos por largo espacio conservado con el temor el imperio del turco, el de los moscovitas y tártaros, no se deben traer en comparacion aquellas naciones bárbaras de tan rudas costumbres, que ya su naturaleza no es de hombres, sino de fieras, obedientes mas al castigo que á la razon ; y así, no pudieran sin él ser gobernadas, como no pueden domarse los animales sin la fuerza y el temor. Pero los ánimos generosos no se obligan á la obediencia y á la fidelidad con la fuerza ni con el engaño, sino con la sinceridad y la razon. «E porque (dijo el rey don Alonso el Sabio) las nuestras gentes son leales, é de grandes corazones: por eso han menester que la lealtad se mantenga con verdad, é la fortaleza de las voluntades con derecho é con justicia. >>

Entre el príncipe y el pueblo suele haber una inclinacion ó simpatía natural que le hace amable, sin que

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sea menester otra diligencia; porque á veces un príncipe que merecia ser aborrecido, es amado, y al contrario; y aunque por sí mismas se dejan amar las grandes virtudes y calidades del ánimo y del cuerpo, siempre obran este efecto si no son acompañadas de una benignidad graciosa y de un semblante atractivo, que luego por los ojos, como por ventanas del ánimo, descubra la bondad interior y arrebate los corazones; fuera de que, ó accidentes que no se pudieron prevenir, ó alguna aprension siniestra, descomponen la gracia entre el príncipe y los súbditos, sin que pueda volver á cobralla; con todo eso obra mucho el artificio y la industria en saber gobernar á satisfacion del pueblo y de la nobleza, huyendo de las ocasiones que pueden indignalle, y haciendo nacer buena opinion de su gobierno. Y porque en este libro se hallan esparcidos todos los medios con que se adquiere la benevolencia de los súbditos, solamente digo que para alcanzalla son eficaces la religion, la justicia y la liberalidad.

Pero, porque sin alguna especie de temor se convertiria el amor en desprecio, y peligraria la autoridad real 14, conveniente es en los súbditos aquel temor que nace del respeto y veneracion; no el que nace de su peligro por las tiranías ó injusticias. Hacerse temer el príncipe porque no sufre indignidades, porque conserva la justicia y porque aborrece los vicios, es tan conveniente, que sin este temor en los vasallos no podria conservarse; porque naturalmente se ama la libertad, y la parte de animal que está en el hombre es inobediente á la razon, y solamente se corrige con el temor. Por lo cual es conveniente que el príncipe dome á los súbditos como se doma un potro (cuerpo desta empresa), á quien la misma mano que le halaga y peina el copete, amenaza con la vara levantada. En el arca del tabernáculo estaban juntos la vara y el maná, signíficando que han de estar acompañadas en el príncipe la severidad y la benignidad. David se consolaba con la vara y el báculo de Dios, porque si el uno le castigaba, le sustentaba el otro 15. Cuando Dios en el monte Sinaí

14 Timore Princeps aciem auctoritatis suae non patitur hebescere. (Cic., 1, Cat.)

15 Virga tua, et baculus tuus, ipsa me consolata sunt. (Psal. 22, 4.)

dió la ley al pueblo, le amenazó con truenos y rayos, y le halagó con músicas y armonías celestiales. Uno y otro es menester para que los súbditos conserven el respeto y el amor; y así, estudie el príncipe en hacerse amar y temer juntamente: procure que le amen como á conservador de todos, que le teman como á alma de la ley, de quien pende la vida y hacienda de todos; que le amen porque premia, que le teman porque castiga; que le amen porque no oye lisonjas, que le teman porque no sufre libertades; que le amen por su benignidad, que le teman por su autoridad; que le amen porque procura la paz, y que le teman porque está dispuesto á la guerra; de suerte que, amando los buenos al príncipe, hallen que temer en él; y temiéndole los malos, hallen que amar en él. Este temor es tan necesario para la conservacion del ceptro, como nocivo y peligroso aquel que nace de la soberbia, injusticia y tiranía del príncipe, porque induce á la desesperacion 16. El uno procura librarse con la ruina del príncipe, rompiendo Dios la vara de los que dominan ásperamente 17; el otro presérvase de su indignacion y del castigo ajustándose á la razon. Así lo dijo el rey don Alonso 18: «Otro si, lo deben temer como vasallos á su señor, haviendo miedo de fazer tal yerro, que ayan á perder su amor, é caer en pena, que es manera de servidumbre. » Este temor nace de un mismo parto con el amor, no pudiendo haber amor sin temor de perder el objeto amado, atento á conservarse en su gracia. Pero, porque no está en manos del príncipe que le amen, como está que le teman, es mejor fundar su seguridad en este temor, que en solo el amor; el cual, como hijo de la voluntad, es inconstante y vario, y ningunas artes de agrado pueden bastar á ganar las voluntades de todos. Yo tendré por gran gobernador á aquel príncipe que vivo fuere temido, y muerto amado, como sucedió al rey don Fernando el Católico; porque, cuando no sea amado, basta ser estimado y temido.

16 Ita agere in subjectis, ut magis vereantur severitatem, quam ut saevitiam ejus detestentur. (Colum.)

17 Contrivit Dominus baculum impiorum, virgam dominantium, caedentem populos in indignatione. (Isai., 14, 5.)

18 L. 15, tit. 13, p. 2.

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En el reverso de una medalla antigua se halla esculpido un rayo sobre una ara, significando que la severidad en los príncipes se ha de dejar vencer del ruego. Molesto símbolo á los ojos, porque se representa tan vivo el rayo del castigo, y tan inmediato al perdon, que puede el miedo poner en desesperacion la esperanza de la benignidad del ara; y aunque tal vez conviene que el semblante del príncipe, á quien inclina la rodilla el delincuente, señale á un mismo tiempo lo terrible de la justicia y lo suave de la clemencia; pero no siempre, porque seria contra lo que amonesta el Espíritu Santo, que en su rostro se vean la vida y la clemencia 1. Por esto en la presente empresa ponemos sobre el ara, en vez del rayo, el Tuson que introdujo Filipe el Bueno, duque de Borgoña, no por insinia (como muchos piensan) del fabuloso vellocino de Cólcos, sino de aquella piel ó vellon de Gedeon, recogido en él, por señal de victoria, el rocío del cielo, cuando se mostraba seca la tierra 2; significando en este símbolo la mansedumbre y benignidad, como la significa el Cordero de aquella Hostia inmaculada del Hijo de Dios, sacrificada por la salud del mundo. Victima es el príncipe, ofrecida á los trabajos y peligros por el beneficio comun de sus vasallos. Precioso vellon, rico para ellos del rocío y bienes del cielo; en él han de hallar á todos tiempos la satisfacion de su sed y el remedio de sus necesidades; siempre afable, siempre sincero y benigno con ellos; con que obrará mas que con la severidad. Las armas se les cayeron á los conjurados viendo el agradable semblante de Alejandro. La serenidad de Augusto entorpeció la mano del francés que le quiso precipitar en los Alpes. El rey don Ordoño el Primero 3 fué tan modesto y apa

4 In hilaritate vultus Regis, vita: et clementia ejus quasi imber serotinus. (Prov., 16, 15.)

2 Ponam hoc vellus lanae in area: si ros in solo vellere fuerit, et in omni terra siccitas, sciam quod per manum meam, sicut locutas es, liberabis Israel. (Judic., 6, 37.)

3 Mar., Hist. Hisp., l. 7, c. 16.)

cible, que robó los corazones de sus vasallos. Al rey don Sancho el Tercero llamaron el Deseado, no tanto por su corta vida cuanto por su benignidad. Los aragoneses admitieron á la corona al infante don Fernando, sobrino del rey don Martin, enamorados de su blando y agradable trato. Nadie deja de amar la modestia y la cortesía. Bastante es por sí misma pesada y odiosa la obediencia; no le añada el príncipe aspereza, porque suele ser esta una lima con que la libertad natural rompe la cadena de la servidumbre. Si en la fortuna adversa se valen los príncipes del agrado para remedialla, ¿por qué no en la próspera para mantenella? El rostro benigno del príncipe es un dulce imperio sobre los ánimos y una disimulacion del señorío. Los lazos de Adan, que dijo el profeta Oseas que atraian los corazones 4, son el trato humano y apacible.

No entiendo aquí por benignidad la que es tan comun que causa desprecio, sino la que está mezclada de gravedad y autoridad con tan dulce punto, que da lugar al amor del vasallo, pero acompañada de reverencia y respeto; porque si este falta, es muy amigo el amor de domesticarse y hacerse igual. Si no se conserva lo augusto de la majestad, no habrá diferencia entre el príncipe y el vasallo 5; y así, es conveniente que el arreo de la persona (como hemos dicho) y la gravedad apacible representen la dignidad real; porque no apruebo que el príncipe sea tan comun á todos, que se diga dé lo que de Julio Agrícola, que era tan llano en sus vestidos y tan familiar, que muchos buscaban en él su fama, y pocos la hallaban 6; porque lo que es comun no se admira, y de la admiracion nace el respeto. Alguna 4 In funiculis Adam traham eos in vinculis charitatis. (Osee, 11, 4.)

5 Comitas facilè faustum omne atterit, et in familiari consuetudine aegrè custodias illud opinionis augustum. (Herod., 1.1.) 6 Cultu modicus, sermone facilis, adeò ut plerique, quibus magnos viros per ambitionem aestimare mos est, viso aspectoque Agricola, quaererent famam, pauci interpretarentur. (Tac., in vita Agric.)

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