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en aquellos puertos contra nuestras posesiones en con travención del derecho de gentes y del tratado de 1795. Cierto es que este grave daño no pudo evitarse del todo, porque la indefinida libertad consignada en las leyes y la Constitución de aquel país, no consiente al gobierno todos los medios de coacción que tienen los de Europa.

Puestas en cotejo estas ventajas con la permuta ó dejación de las Floridas, que de todos modos se nos iban á escapar de las manos dentro de muy breve tiempo, parece que el tratado dicho de cesión fué decorosamente aceptable y sobre todo ventajoso y necesario en aquellas circunstancias agravadas con la revolución de nuestra América y con la imposibilidad en que nos veíamos de sostener una guerra con los anglo-ameri

canos.

El único caso en que podría haberse vacilado sobre la utilidad de esta transacción, hubiera sido si la Inglaterra, que al parecer debía mirar con peores ojos que la España misma la incorporación de las Floridas á los Estados-Unidos, se hubiese prestado á hacer causa común con nosotros, decidiéndose á ayudarnos por medio de una alianza ofensiva y defensiva, cualquiera que fuese el éxito de la negociación. Pero lejos de esto, la Inglaterra á quien se dirigieron por espacio de dos años las más enérgicas y repetidas instancias sobre el asunto, no solo dejó de cooperar con el gobierno español, sino que le aconsejó con la mayor eficacia que se apresurase á zanjar de cualquier modo sus diferencias con los Estados-Unidos, aun cuando fuese á costa de algunos sacrificios.

Pero al mismo tiempo que no se nos oculta la habilidad y prudencia con que se dirigieron estas negocia

ciones, con especialidad en su último período, cuando fijamos la vista en el tratado de San Ildefonso con la Francia y en la absurda y repugnante usurpación de nuestros derechos marítimos y jurisdiccionales dentro del seno mismo de los puertos españoles, vemos con indignación y deploramos amargamente la decadencia de nuestra diplomacia que así malbarataba los fueros de su patria, y la vergonzosa debilidad de nuestros estadistas que miraban con indolencia el noble carácter español indignamente ajado.

D. Narciso de Heredia, que desempeñó una parte tan principal en los trabajos necesarios para el arreglo definitivo de estas cuestiones internacionales fué agraciado en Marzo de 1818 con plaza supernumeraria de Ministro Togado en el Consejo Supremo de la Guerra, como en testimonio de aprecio y recompensa por los trabajos que estaban á su cargo.

Pero esta leve satisfacción vióse tristemente acibarada con desgracias domésticas y persecuciones y atropellamientos políticos tan duros como poco merecidos. En este mismo año su esposa D.a María de la Soledad Cerviño fue llevada prematuramente al sepulcro por una enfermedad del pecho que venía padeciendo de muy atrás y que puede considerarse como orgánica y heredada, por las desgracias que ha causado en su familia. Dejóle á Heredia con el profundo sentimiento de su pérdida el cuidado de dos hijas en edad nubil, grave siempre para un padre y mucho más cuando ocupaciones arduas le distraen y apartan del hogar doméstico.

No bien templado el natural sentimiento del esposo, hubo de sufrir el hombre público vejaciones y afrentas caprichosas. Entrada la noche del 12 al 13 de Junio de 1819 se presentó de repente en su casa el corregidor

de Madrid seguido de alguaciles, y le intimó la orden de marchar en el término preciso de tres horas á la ciudad de Almería señalada como lugar de su confinamiento, hasta donde sería conducido por una partida de fuerza armada, y de cuyo punto no debería salir sin real permiso; se apoderó al mismo tiempo de todos sus papeles, y dejó puestos sus sellos en las puertas de la pieza que le servía de despacho. No permitiéndosele medio alguno de evitar tamaña tropelía, hubo de resignarse á partir antes de amanecer; dejando abandonada su casa y en desamparo á sus dos hijas, jóvenes, solteras y sin madre ni persona que hiciese veces de tal para con ellas. Cuando expuso tan dolorosa separación y rogó encarecidamente que se le permitiese esperarlas en Aranjuez, el célebre con triste celebridad Lozano de Torres, afectando una piedad insultante, le concedió por conducto del corregidor la gracia singular de un solo día. Pasado este, se condujo desde la corte hasta la extremidad de la Península en lo más ardoroso de la estación de verano, rodeado de tropa y con todas las apariencias de un reo de Estado, á un hombre respetable que vestía la toga y llevaba veinte y dos años de servicio en la carrera diplomática.

Semejantes atropellamientos no fueron parte para que dejase de recibírsele con muestras de aprecio y deferencia en los pueblos del tránsito y en el de su destierro; el ministro, autor de su desgracia, había caído en tal descrédito, que la circunstancia de hallarse una persona perseguida por él, era uno de los títulos más recomendables para el aprecio universal.

En vano quiso Heredia justificarse antes de su salida de Madrid; el corregidor, obedeciendo las órdenes que llevaba, no lo consintió. Por lo demás, este aconteci

miento no fué un hecho aislado y personal. En la misma noche se arrestó al ministro de Estado marqués de Casa Irujo que había estado siempre en buenas relaciones con Heredia, y á otras personas distinguidas, sujetando al primero á formación de causa: tropelías inicuas y bastardas del régimen despótico que solo encuentran sus hermanas gemelas y su reproducción exacta en las épocas desastrosas de revolución y desenfreno.

Aunque no puede dudarse que D. Narciso de Heredia debió al odio brutal, á la suspicacia y á los celos más o menos fundados, de Lozano de Torres, su desgracia, no es tan facil atinar los motivos que despertaron con relación á este caso, esas malas pasiones en su ánimo. Nosotros, apenas nacidos entonces y fuera de estado por lo mismo de apreciarlos personalmente, hemos oido atribuir esta persecución á un origen vario, pero deshonroso siempre para su autor. Supónenla algunos nacida de que habiendo intervenido ciertos personajes en la negociación con los Estados-Unidos que hemos relacionado detalladamente, á fin de apropiarse cinco millones de duros en cuya suma se prometían contratar con americanos ú otros extranjeros porción de tierras baldías y realengas de ambas Floridas que artificiosamente habían arrancado á la generosidad del gobierno, figurando proyectos de población y otras mejoras, se opuso Heredia en cierto modo á la imprudente concesión de aquellas. Hemos dicho que se opuso en cierto modo, porque en realidad parece que se limitó á hacer presente el embarazo que esta novedad produciría en la cuestión pendiente, y la precisión de hacer nuevos sacrificios territoriales á favor del gobierno americano ́en la frontera occidental, si se disponía de las tierras vacantes de entrambas Floridas, hipoteca con que aquel

se proponía hacer frente a las reclamaciones de sus propios súbditos contra la España, y saldar en nombre de ésta la balanza de los pagos. La venganza de los referidos personajes, realizada á instigaciones suyas por Lozano, debió influir como causa muy principal en la persecución de Heredia.

Atribúyese también á diversos incidentes que le hicieron sospechoso á los ojos de Lozano y de otros hombres de los más ciegos é intolerantes en aquella época. Como individuo de una junta formada á principios de 1819 para que expresase su dictamen acerca de las tentativas de sublevaciones ocurridas en varios puntos de la Península, y de los medios de reprimirlas, hubo de contestar que en su entender las medidas extraordinarias de rigor y severidad que exasperan los ánimos en vez de aquietarlos, eran inútiles y perjudiciales para asegurar la tranquilidad pública, que el verdadero remedio consistía en proceder al examen de las leyes y de su influencia, y en mejorar la suerte de las clases industriosas, pues lo contrario equivaldría siempre á derribar con una mano lo que se queria edificar con otra; y finalmente, que cuando los gobernados tienen interés personal y directo en mantener el orden, quédale muy poco que hacer al gobierno para conservarle.

Nombrado asimismo por aquel tiempo para otra junta destinada á examinar los antecedentes y dar informe acerca de los pactos y convenios que habian mediado entre el embajador de Londres, Duque de San Carlos, y el general D. Mariano Renovales, le tocó como más moderno extender el dictamen. Fué este favorable sistema de conciliación y de clemencia que en su concepto convenía adoptar respecto á los refugiados españoles y al sobreseimiento de todas las causas que se

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