O siempre el espíritu se encuentra bastante tranquilo ó libre de cuidados para expresar lo que concibe y piensa. Téngalo presente quien lea estas líneas y disimulará su desaliño. Honrar á los que nos honraron con sus virtudes, con su patriotismo y con su grandeza conquistada á fuerza de trabajo, durante una larga vida sin tacha, no solo es deber de gratitud, sino de justicia. El Conde de Ofalia, D. Narciso de Heredia, mi querido abuelo, preclaro varón que al verdadero mérito debió únicamente hacer imperecedero su renombre en la historia Patria, ostentó legítimamente dos aureolas: la de la virtud y la del talento. España agradece sus servicios, y yo, no ingrato por venir de buenos, bendigo y consagro amor respetuoso y devoción sincera á su memoria. Precede su biografía á los documentos que publico, dejando de dar á la estampa aquellos que, aunque prestarían más esplendor á su fama, tienen carácter reservado. La imparcialidad, el desinterés y la serenidad de juicio con que D. Fernando Alvarez, ilustre repúblico, escribió la biografía del que fué su Jefe, no la exponen al peligro de que se la tilde de apasionada. La que yo me atreviese á escribir correría el riesgo de parecer dictada por extremos de cariño: no tendría además el valor literario de la que reproduzco, competentemente autorizado. De los labios de mi ilustre abuelo, que ensalzó á su país y dió brillo á su raza, aprendí estas grandes enseñanzas que procuro no se aparten de mi memoria, ni de mi corazón: El amor verdadero á Dios y al prógimo te enseñará, hijo mio, más rectamente que los mejores maestros de sabiduría, lo que debes hacer. Los pueblos bienaventurados no son los más poderosos, sino los que aman y temen à Dios y le sirven. El prudente, que no el rico, evita la miseria. Si amas y temes á Dios, no te vendrá mal ninguno. A quien siembra esta semilla en el alma, ¿cómo es posible dejarle de amar y venerar? |