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su complicación y uniformidad sin igual, que simplificada en 1604, veinte años después de la muerte de su autor, siguió funcionando cerca de un siglo á pesar de sus grandes y frecuentes reparos. El abandono del alcázar trajo consigo el de una máquina harto dispendiosa para una población decadente; y hoy sólo restan del artificio de Juanelo aquellos dos lienzos de la sólida construcción que le servía como de caja, y que fundados al parecer sobre la corriente, al pié de la ciudad, enfrente del castillo de San Cervantes, al contemplarlos tan robustos y sombríos con sus dos filas de arcos sobrepuestos y con sus festones de parásita yerba, semejan ruinas de tiempos más lejanos consagradas á misterioso destino.

Por entre angostas y tajadas peñas tuerce el río su curso al mediodía, murmurando á su paso en las numerosas aceñas que lo utilizan, y bañando más desiertos sitios y más humildes monumentos. Las casuchas agrupadas en torno de la mozárabe iglesia de San Lucas, las tenerías de San Sebastián, los altos miradores de San Cristóbal, se suceden sobre su derecha margen en variado panorama; y aunque empinadas cuestas ó cortados precipicios forman casi toda la extensión del ribazo, descienden hasta la flor del agua las construcciones á mirarse en su cristalino espejo, sin temer el ímpetu de sus frecuentes avenidas. Hasta la de 1545 floreció cerca de los tintes en lo más bajo de la playa la celebrada huerta de la Alcurnia ú hoz del Tajo, antigua propiedad arzobispal (1), cuya amenidad y frescura atraía

trucción del famoso reloj de Bolonia, y los toledanos cuentan maravillas de su autómata que iba y venía de su casa al palacio arzobispal, de donde le quedó á su calle la denominación del hombre de palo. La familia de Juanelo se extinguió en sus nietos, cuya miseria aliviaba una escasa pensión: sus dos ingenios destrozados por una avenida fueron refundidos en uno por Juan Fernández del Castillo en 1604. Apenas hubo autor contemporáneo que no se ocupase del acueducto de Juanelo: Quevedo lo compara burlescamente á una espetera, el maestro Valdivieso á un reloj que con sus ruedas gira, Cervantes lo menciona entre lo más famoso que hay en Toledo, á par del Sagrario, de las vistillas de San Agustín, de la huerta del Rey y de la Vega.

(1) La primera mención que de la Alcurnia se encuentra es en un documento citado por Pisa, en que el rey Alfonso VIII permite al arzobispo D. Rodrigo labrar

hacia allí alegre tropel de nadadores: más adelante se erguía la aislada torre, labrada por el arzobispo D. Rodrigo para defender el paso del río, y cuyos robustos cimientos no ha desgajado la corriente todavía. Tristeza y hasta temor sentiréis aún si acertáis á ver de noche este conjunto, iluminado por la luna y cruzado silenciosamente por una barca el río, ahocinada la corriente entre despeñaderos y delineado vagamente en el fondo sobre la cumbre de una colina el castillo de San Servando; suspiros creeréis percibir en el murmullo de las aguas y distinguir cadáveres rodando entre la espuma, si prestáis asenso á la tradición infundada de que era aquel en remotos tiempos el teatro de los suplicios, y que el Tajo daba sepulcro á los restos de los malhechores.

En su vasta curva la opuesta orilla no ofrece sino altas é inaccesibles breñas, entre las cuales asoma la blanca ermita de la Virgen del Valle, contemplando á la ciudad como desde un antepecho. Más internada en aquellas rasas alturas, blasonando de inmemorial origen, existió Santa María de la Sisla, que en 1374 de ermita aneja al cabildo de Santa Leocadia se convirtió en monasterio de jerónimos recién instituídos á la sazón en España, echando los cimientos de aquella su segunda casa el primer prior de la orden fray Pedro Fernández Pecha; pero el espíritu de destrucción de acuerdo con la codicia, en nuestros días ha nivelado con el suelo aquellos muros, mansión siempre floreciente en ciencia y santidad, y retiro de los monarcas de ambos mundos que á veces en la solemnidad de Semana Santa se recogían á meditar allí la inmolación sublime del Rey de reyes. Sus vestigios apartados de la vista de Toledo al menos no la hieren como una punzante memoria; y aunque más adelante yacen los restos de otro monasterio de bernardos que existía

unam casam de molino cum duabus rodis, en aquel lugar qui es inter meos molinos qui sunt en la pressa de molinelis intra civitatem juxta portam de Adabaquim, et ex altera parte molinos Alcurnia de Sancta Maria, et ex altera parte presa de molinos de Daycan.

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desde 1397, ocúltanse también entre la amena confusión de sus casas de campo. Conforme el Tajo declina hacia poniente, mejora la ciudad de aspecto y el campo de perspectiva; el áspero ribazo se transforma en suaves colinas vestidas de arboleda, sembradas de blancas y elegantes fábricas, partidas en cercados que retienen el nombre tradicional de cigarrales (1), donde brinda la primavera con sus flores y con sus frutas el otoño; al paso que allá enfrente reaparece el soberbio alcázar sobre el menudo caserío, ostenta San Juan de los Reyes su afiligranada corona, y anchuroso puente flanqueado de torres hunde en el claro río los pilares de sus arcos que reflejados tersamente parecen reunirse por debajo de las aguas cristalinas.

El puente de San Martín, al cual dió nombre la contigua parroquia, excita impresiones tan halagüeñas como graves y melancólicas el de Alcántara, diversidad que nace de su respectiva posición más bien que de su estructura. Risueñas son las comarcas y despejado el horizonte que domina; el sol poniente le dora de lleno con su rojo esplendor; y el Tajo, desembocando por una garganta cuyo paso aún obstruyen los restos de antiguos torreones, se goza al fin de respirar más libremente, y después de abrazar una isleta frondosísima, lánzase retozando hacia la vega, donde serpea hasta perderse de vista. Casi todo su caudal desagua por el arco principal del puente, de 95 piés de altura y 140 de diámetro, cuya construcción recuerda el error del arquitecto encubierto por el osado ardid de su esposa (2): los dos ojos colaterales son harto más estrechos, y los dos extremos sirven tan sólo para nivelar el declive de la orilla. Y si admiran

(1) Este nombre de cigarrales, que hizo más famoso el título de la obra de Tirso de Molina, parece derivado de guijarro más bien que de cigarra, pues Pisa lo hace sinónimo de Pizarrales. Entre ellos es muy nombrado el cigarral del rey, que antes fué del arzobispo Quiroga.

(2) Es tradición, y la refieren algunos cronistas, que acongojado el artífice por un yerro cometido en la fábrica del puente y conociendo que al quitarse las cimbras debía desplomarse el arco, confió estos temores á su esposa, quien saliendo ocultamente de noche, pegó fuego á los andamios, y la ruina se atribuyó á un incendio casual más bien que á la falta del constructor.

do su afinidad con el de Alcántara, preguntáis cuál de los dos sirvió al otro de modelo, una inscripción del siglo XVI puesta á la salida del que ahora nos ocupa, resume en breves frases su historia (1). Allá bajo se ven las ruinas del puente, que destruído en 1203 por una terrible avenida abandonaron los toledanos, construyendo éste en situación más elevada; pero cuando nada tenía ya que temer de las ofensas del río, sobrevinieron á mediados del siglo XIV los estragos de la guerra civil; y ocupado ya por los soldados de D. Pedro, ya por los defensores de D. Enrique, cayó al fin mutilado al rigor del hierro y de las llamas. Alcanzóle como á tantos otros monumentos la espléndida solicitud del arzobispo Tenorio, que lo reparó sólidamente hacia 1390; y sin duda se le deben asimismo las dos torres almenadas que guardan los extremos del puente, y cuya arábiga forma demuestra cuán hondamente se arraigó en Toledo el arte de sus antiguos dominadores. En la que está allende el río, colocó el siglo xvi bajo su grande arco de herradura una bella estatua del arzobispo San Julián; pero al propio tiempo, sin saber por qué, demolió una de las dos torres que flanqueaban simétricamente el arco por donde se entra á la ciudad. Á la última restauración de 1690 no vemos lo que se pueda atribuir sino el pretil adornado de bolas de piedra, á pesar de lo que pondera la inscripción tan fastuosa en las palabras como suelen serlo las épocas estériles de grandes obras (2).

Del antiguo puente situado algo más al Norte en la bajada hacia la vega, sólo restan machones de argamasa informes, á

(1) He aquí la inscripción: Pontem, cujus ruinæ in declivi alveo proximæ visuntur, fluminis inundatione, quæ anno Dni. MCCIII super ipsum excrevit, dirutum, Toletani in hoc loco ædificaverunt. ¡Imbecilla hominum consilia! quem jam amnis lædere non poterat, Petro et Henrico fratribus pro regno contendentibus, interruptum, P. Tenorius archiep. Tol. reparandum C. (curavit).

(2) Sobre la entrada de la ciudad se lee: «Reinando Carlos II N. Sr. la imperial Toledo mandó reedificar este puente casi arruinado en la injuria de cinco siglos dándole nuevo ser, mejorado en la materia, reformado en la obra, aumentado en espacios y hermosura, en que siguiendo el ejemplo de los pasados, alienta con el suyo á los venideros.>>

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