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I

OмO nubes empujadas por el viento, ligeros é impalpables, se ciernen sobre el horizonte de la ciudad imperial los grandiosos recuerdos que se exhalan de la tumba de cien generaciones, que en aquel peñón ceñido por el Tajo asentaron su esplendor y poderío. La luz del día los mantiene como comprimidos en las entrañas de la tierra; y aunque ninguna población supera ni tal vez iguala á Toledo en poética y monumen

tal fisonomía, y ninguna conserva ó imita mejor por lo menos los vestigios y carácter de sus moradores sucesivos, es tal la riqueza y variedad de sus arquitecturas, y tan poderoso el encanto con que obra en los sentidos su pintoresco conjunto, que los goces del artista apenas dejan lugar á las meditaciones del historiador ni al análisis del anticuario. Pero cuando las sombras del crepúsculo, borrando gradualmente los detalles, acaban por confundir los objetos y las distancias, del profundo y murmurante río, de la húmeda vega, de las peñascosas alturas van subiendo y condensándose las memorias de lo pasado, y envolviendo á la ciudad dormida prestan a su perfil opaco é indeciso la forma más acorde con la época que retratan. Toledo entonces despierta de su letargo, y desechando las joyas todavía ricas de su decadencia, debajo de la actual vestidura enseña los primitivos trajes y suntuosos atavíos que por su turno la engalanaron: romana, goda, sarracena, para cada pueblo tiene su decoración; y la sombría mole de sus edificios alternativamente se transforma en aras y anfiteatros, en basílicas y palacios, en haremes y mezquitas. Su terreno arroja de sí los tesoros que á guisa de capas en él depositaron la impetuosa lava de las revoluciones y el lento paso de los siglos: porque la historia que en sus fábricas leéis sólo compone un período de su dilatada existencia; sus monumentos se amasaron con el polvo de otros anteriores, sus antigüedades son renovaciones de antigüedades más remotas.

Allá en lo más denso de las tinieblas veis removerse los robustos brazos que en la áspera muela abrieron los primeros cimientos de habitación humana: la oscuridad no permite reconocer si eran hebreos, griegos ó indígenas, si llevó el nombre de patriarca ó de semi-dios su fundador colosalmente engrandecido por la distancia, ó si cónsules romanos abrieron el sulco de la nueva población (1). Y acaso lo atribuyéramos todo á capricho

(1) En las crónicas é historias pueden verse largamente diversas y singulares opiniones acerca de la fundación de Toledo. Muchos la atribuyen al mismísimo Tubal, como decía Gracia Dei en el lib. II de su nobiliario:

de la fantasía, si por la ribera del Tajo no viéramos indudablemente avanzar las huestes romanas, y huir derrotados los vacceos, celtiberos y vetones, dejando cautivo á su rey Hilermo en poder de Marco Fulvio: la pequeña y fortalecida ciudad (1) resiste todavía; pero al año siguiente (192 antes de C.), á pesar del socorro de los vetones, logra el victorioso caudillo enarbolar en sus enriscados muros las águilas del Capitolio. Toledo aparece ya como cabeza de la aguerrida Carpetania, acuña monedas, consagra lápidas á la majestad imperial de los señores del mundo (2); y aunque el recinto de sus murallas sólo rodea por en

Este primer rey de miedo
Hizo su asiento en Toledo,
Que por las aguas no ha osado
En lo llano hacer poblado,
Sino en montes y en roquedo.

Y en general así usavan
Desque las aguas cesaron,
Que en altos montes poblavan;
Nombre con T señalavan

A los pueblos que fundaron.

Otros designan por fundador á Tago, otros á Hércules egipcio hijo de Osiris, que habitó su famosa cueva y en ella leyó magia durante algunos años: la Crónica general y la de mosén Diego Valera entretejen con estos orígenes divertidas fábulas del rey Rocas, del rey Tartus del rey Pirro y de la venida de los griegos por vía de Inglaterra. La etimología griega de Plolietron ha dado margen á creerla colonia de griegos, y la hebraica de Toledoth (generaciones) á suponerla poblada por judíos, ora Nabucodonosor los trajese consigo á España, ora los condujese cierto Pirro capitán del rey Ciro. Más modesto que todos anduvo el arzobispo D. Rodrigo no remontando la antigüedad de Toledo más allá del año 146 antes de J. C. en que dice la fundaron los dos supuestos cónsules de Roma Tolemón y Bruto, pero cuarenta y seis años antes consta que la ciudad fué ya tomada por Fulvio Nobilior.

(1) Toletum ibi parva urbs erat, sed loco munita: eam cum oppugnaret (M. Fulvius), Vellonum magnus exercitus Toletanis subsidio venit. Cum his, signis collatis, prospere pugnavit; et fusis Vettonibus, operibus Toletum cæpit (Tito Livio, dec. 4, lib. 5). Reinando Felipe II, sacóse del Tajo una espada petrificada, trofeo, según creyeron unos, de estas victorias del pretor romano, y según otros, de la que antes alcanzó Aníbal contra los naturales de la Carpetania.

(2) Hablan de Toledo Ptolomeo, Antonino y Plinio, que en el lib. III, cap. 3, dice: Caput... Carpetaniæ Toletani Tago flumini impositi. Monedas se han encontrado algunas del tiempo de la República, con un jinete lanza en ristre esculpido en su reverso y abajo TOLE... pero ninguna del Imperio según el P. Flórez, que niega á Toledo el título de colonia. Entre varias inscripciones, las más de ellas sepulcrales, unas ya perdidas y otras conservadas, descuella por su importancia la que hallada por el maestro Alvar Gómez y trasladada al alcázar, sufrió mucho con el incendio de este por las tropas portuguesas. Es una dedicación al emperador Filipo, y lejos de probar su profesión de cristianismo como algunos entienden, muestra que era también objeto de gentilica apoteosis.

IMP. CAES. M. JULIO PHILIPPO PIO FEL. AUG. PARTICO MAX. TRIB. POT. P. P. (patri patria) CONSULI TOLETANI DEVOTISSIMI NUMINI MAJESTATIQUE FJUS D. D.

tonces la cima del peñón (1), sus monumentos fastuosos descienden hasta la ancha vega, y la pueblan de rumores de fiesta, de bramidos y de vítores atronadores. Sobre los cimientos y machones de romana argamasa diseminados por aquel suelo, restaura sin mucho esfuerzo la fantasía el vasto circo ó hipódromo donde ostentaban los caballos y carros su ligereza y las fieras su bravura, el templo suburbano consagrado á alguna deidad del Olimpo, el teatro destinado á muelles cantos ó á torpes pantomimas; pero la niebla de lo pasado roba en parte al anticuario el vago contorno y el incierto destino de estas fábricas, y sólo consigue rasgarlas la intuición brillante del poeta (2).

Al abrigo de aquella caduca grandeza nutríase entretanto desapercibida la inmortal centella que había de constituir el esplendor de Toledo y su indeclinable supremacía. Introdújola

Otras dos inscripciones refiere el conde de Mora, una de ellas dedicada á Hércules, en que se habla de los osos, toros y avestruces que en su honor se combatían, y otra que es una dedicación del puente de Alcántara hecha en tiempo de Diocleciano y celebrada con la inmolación de algunos hombres de la gente supersticiosa, es decir, cristianos. Pero el silencio de los autores que antes y después escribieron y la credulidad del que las trae, hacen más que sospechosa la autenticidad de tales lápidas, obra sin duda de los forjadores de antigüedades que tanto abundaron en el siglo XVII.

(1) El mismo conde de Mora describe así el circuito de los muros romanos: por bajo del alcázar á la plaza de Zocodover, á Santa Fe, á la puerta de Perpiñán, á San Nicolás, á San Vicente, á Santo Domingo de Silos, á Santo Tomé, á San Salvador, á la casa de Ayuntamiento, á la del Deán y á San Miguel el alto, cerrando con el alcázar.

(2) Como poeta el doctor Lozano en sus Reyes nuevos de Toledo describe la disposición y los juegos del circo máximo, las dimensiones y ornato del templo que supone consagrado á Hércules y al cual atribuye 300 piés de longitud, las funciones de naumaquia que dice se daban al occidente del circo, según se lo persuaden algunos arcaduces y frogones allí encontrados, y los varios usos del teatro ó anfiteatro. Hallábase este situado hacia las Covachuelas al oriente del hospital de Tavera, y el circo más al poniente junto al convento de minimos de San Bartolomé; al norte del circo estaba el templo. El famoso arquitecto y escultor Juan Bautista Monegro, después de examinar estos vestigios de fábricas, no dudó caracterizarlas del modo que hemos indicado, y juzgó el templo propio de Marte, Venus ó Esculapio, deidades que solían tenerlo fuera de los muros. Á mediados del último siglo aún se prestaron dichas ruinas al atento examen del erudito D. Francisco Santiago Palomares; hoy casi es imposible reconocerlas. Obras romanas fueron también el acueducto que conducía el agua á Toledo extendiéndose hacia los montes de Yébenes por espacio de siete leguas, y una via militar que iba de Toledo hasta Laminio no lejos de Montiel.

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