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mente labrados introducían á gabinetes que ya no existen.

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Rival y contemporáneo del Taller del Moro, enciérrase en la antigua casa de Mesa, inmediata á la parroquia de San Román,

un salón digno de espléndidos palacios y de conservación más solícita y esmerada. Ábrese en herradura el arco de su entrada en un muro cuajado de vistosas labores, y borda su arquivolto un airoso vástago describiendo círculos y desplegando sus gruesas hojas de parra, adorno que se observa dominante en las orlas interiores de la puerta y de las tapiadas ventanas laterales. Pero estos relieves, lo mismo que los del friso superior y de los ajimeces figurados sobre la puerta por caprichosas líneas y enlazados con graciosos follajes, campean sobre fondo menudamente entretejido como por una red de yedra, presentando así un doble bordado de agradable claro oscuro. Los tres muros restantes de este gran cuadrilongo, de veintidós piés de ancho y casi triple longitud, no igualan la profusa magnificencia del de la entrada ni la del techo, cuyos casetones se combinan formando lindísimas estrellas: tan sólo á los piés del salón se ostenta á cierta altura un bello ajimez, arábigo en la forma pero casi gótico en los detalles; y el venerando nombre de Jesús, inscrito en el capitel de la columnita que sostiene su doble arco, indica que empleó allí sus galas en obsequio de cristianos el arte oriental.

¿Y qué viejo caserón no conserva los vestigios de su influencia, no ostenta entre los escombros girones de su rica vestidura? Destrozados, envilecidos, abandonados á la plebe ignorante y menesterosa los que fueron palacios de la nobleza de Castilla, sólo presentan fragmentos rotos y dispersos de su gallarda disposición primera. Yace junto á la Magdalena, en el fondo de ruinosos patios, hoy titulada corral de D. Diego la mansión de los condes de Trastamara: del arco de herradura de su taraceada puerta borráronse casi los arabescos, faltando á sus lados otras dos entradas de no menor atavío; el único salón subsistente reproduce en sus orlas, frisos y ajimeces, en las molduras de sus puertas y en la alfargía de su techo, el tipo arábigo de los que acabamos de visitar. Como en oposición á la memoria del bastardo D. Enrique suscitada en aquel solar por el título

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mente labrados introducían á gabinetes que ya no existen.

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TOLEDO.-DETALLE DE LA CASA DE MESA

Rival y contemporáneo del Taller del Moro, enciérrase en la antigua casa de Mesa, inmediata á la parroquia de San Román,

un salón digno de espléndidos palacios y de conservación más solícita y esmerada. Ábrese en herradura el arco de su entrada en un muro cuajado de vistosas labores, y borda su arquivolto un airoso vástago describiendo círculos y desplegando sus gruesas hojas de parra, adorno que se observa dominante en las orlas interiores de la puerta y de las tapiadas ventanas laterales. Pero estos relieves, lo mismo que los del friso superior y de los ajimeces figurados sobre la puerta por caprichosas líneas y enlazados con graciosos follajes, campean sobre fondo menudamente entretejido como por una red de yedra, presentando así un doble bordado de agradable claro oscuro. Los tres muros restantes de este gran cuadrilongo, de veintidós piés de ancho y casi triple longitud, no igualan la profusa magnificencia del de la entrada ni la del techo, cuyos casetones se combinan formando lindísimas estrellas: tan sólo á los piés del salón se ostenta á cierta altura un bello ajimez, arábigo en la forma pero casi gótico en los detalles; y el venerando nombre de Jesús, inscrito en el capitel de la columnita que sostiene su doble arco, indica que empleó allí sus galas en obsequio de cristianos el arte oriental.

¿Y qué viejo caserón no conserva los vestigios de su influencia, no ostenta entre los escombros girones de su rica vestidura? Destrozados, envilecidos, abandonados á la plebe ignorante y menesterosa los que fueron palacios de la nobleza de Castilla, sólo presentan fragmentos rotos y dispersos de su gallarda disposición primera. Yace junto á la Magdalena, en el fondo de ruinosos patios, hoy titulada corral de D. Diego la mansión de los condes de Trastamara: del arco de herradura de su taraceada puerta borráronse casi los arabescos, faltando á sus lados otras dos entradas de no menor atavío; el único salón subsistente reproduce en sus orlas, frisos y ajimeces, en las molduras de sus puertas y en la alfargía de su techo, el tipo arábigo de los que acabamos de visitar. Como en oposición á la memoria del bastardo D. Enrique suscitada en aquel solar por el título

de sus poseedores (1), lleva el nombre de Alcázar del rey don Pedro sin razón conocida otro edificio situado á espaldas de Santa Isabel; pero allí no busquéis ya techo ni salones; sólo un arco queda de pié entre las

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ruinas, si es que al trazar estas líneas no ha sucumbido. al par de sus compañeros; arco de leve herradura, guarnecido de cordón en su dintel, de lindos vastagos en su

PALACIO DEL REY D. PEDRO

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arquivolto y de bellos paños de follaje arriba y á los lados, mostrándonos el gusto del ornato y los dos pavones escul

pidos en las enjutas las postreras fases del arte musulmán templa

(1) Tenemos por dudoso que aquel príncipe fundase el palacio referido ó habitase en él siquiera, pues ni empezó ni terminó en su persona el título de conde de Trastamara. Poseyólo antes Álvar Núñez Osorio, privado de Alfonso XI, y después, cuando el mismo D. Enrique se intituló rey, lo dió al francés Beltrán Duguesclin en recompensa de sus servicios, y más tarde á su propio sobrino D. Pedro de Castilla, hijo del maestre de Santiago D. Fadrique; por extinción de cuya línea lo confirió Juan II á D. Pedro Álvarez Osorio, uniéndose por fin al de los marqueses de Astorga. Á cualquiera de estos condes pudo deber su origen el citado edificio, una vez que apenas se distinguen los timbres de sus escudos; en cuanto á inscripciones, á más de algunas arábigas que aparecen entre los adornos del salón, sólo se nota esta castellana en la orla de una puerta : « En el nombre de Dios... sea por siempre jamas: gloria sea al Padre, et al Hijo, et al Espíritu Santo. »><

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