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desde las Galias el glorioso Eugenio discípulo de San Dionisio en la edad inmediata á los apóstoles, y estableciendo su silla en la ciudad carpetana, difundió por la provincia la luz del evangelio; pero con su regreso á París en cuyas cercanías le aguardaba el martirio (1), no se dispersó la reducida grey, sino que regida por sus pastores continuó creciendo en la oscuridad entre las abominaciones del paganismo, hasta que traspiraron fuera su solemne culto y sacerdotal jerarquía. Al empezar el siglo IV descollaba entre los cristianos por su virtud y nobleza la virgen Leocadia; y el cruel Daciano, escogiéndola por víctima, la hizo sumir en estrecho calabozo mientras saciaba en otras ciudades sus furores: pero las nuevas de tantos martirios penetraron hasta los oídos de la doncella, y una tierna compasión ó santa envidia le anticipó la eterna palma no regada con su sangre. Si la de algún otro mártir bañó el suelo toledano, muy en breve maduró el fruto la paz de Constantino; y los nombres de sus prelados brillaron desde entonces en no interrumpida serie, esmaltada de trecho en trecho por rutilantes astros de ciencia y santidad (2). La iglesia de España escogió á Toledo desde el principio para

(1) Fué degollado San Eugenio len Dioylo, lugar inmediato á París, por orden del prefecto Fescenino Sisinio durante la persecución de Domiciano. Su cadáver, sumergido por espacio de algunos siglos en una laguna, fué venerado después en la abadía de San Dionisio, hasta que en el x11 Alfonso VII alcanzó del rey de Francia su yerno un brazo del Santo, y Felipe II el cuerpo entero en 1565.

(2) Ignórase el nombre de los obispos sucesores de San Eugenio en el 11 y III siglo, y sólo es conocido el de Melancio como firmante en el concilio Iliberitano por el año de 303. El catálogo seguido de los prelados de Toledo no empieza sino desde la paz de Constantino en esta forma: SIGLO IV; Pelagio, Patruno; Toribio, Quinto, Vicente, Paulato, Natal, Audencio, autor de un tratado contra los errores de Fotino. SIGLO V; Asturio, en cuyo tiempo se tuvo el concilio toledano I, Isicio, Martín, Castino, Campeyo, Sinticio, Praumato, Pedro. SIGLO VI; Celso, Montano, que reunió el concilio toledano II, y elogiado altamente por San Ildefonso, Julián, Bacauda, Pedro, Eufemio, que asistió al concilio III, Exuperio, Conancio, Adelfio. Del SIGLO VII en adelante es más conocida ya la cronologia al paso que á aquella mitra aparece como aneja la aureola de santidad. Aurasio ocupó la silla en 603. San Heladio en 615. Justo en 633. Eugenio II en 636. San Eugenio III en 646. San Ildefonso en 657. Quírico en 667. San Julián en 680. Sisberto en 690. Félix en 693. SIGLO vi; Gauderico en 700. Sinderedo en 10. Opas intruso.-Hasta aquí el primer periodo de la iglesia toledana; más adelante mencionaremos á los que florecieron bajo la dominación sarracena y los que siguieron á la restauración.

centro de sus augustas asambleas; y congregada allí por primera vez en el año de 400, declaró su fe, reformó la disciplina, y mediante abjuración admitió benigna en su seno á varios obispos de Galicia seducidos por los errores de Prisciliano (1). En 527, cuando bajo el cetro de monarcas arrianos se celebró nuevo concilio, Toledo gozaba ya del privilegio de metrópoli sobre la dilatada provincia cartaginense. Habíase engrandecido su importancia con la ruina de las ciudades litorales del mediodía saqueadas por los bárbaros como adictas al Imperio; y aunque ella también en la invasión primera había cerrado sus puertas á los alanos, sometida más tarde por Eurico con el resto de la Carpetania, hízose más pronto al dominio de sus nuevos señores, ó les ofreció más céntrico y ventajoso asiento para velar sobre sus conquistas. Desde Arlés, Tolosa y Barcelona, los reyes visigodos fueron bajando su residencia al seno de la Península, luego que de invasores trataron de erigirse en soberanos, fijando en las costas los límites de su poderío: una y vigorosa inaugurábase en España la monarquía; y de entre las ciudades ibéricas ó romanas, iguales un tiempo ó competidoras en opulencia, una debía levantarse que concentrara en sí la grandeza de todas y recibiera sus homenajes.

Vestido de púrpura y ceñida la diadema, fíjase en Toledo el belicoso Leovigildo, y designándola por capital elévala en cierto modo al consorcio de la autoridad suprema que establece y funda con su energía. Sus predecesores, caudillos más bien que soberanos, sólo reinaban en los campamentos; en el seno de la morían asesinados: su corona era la de víctimas destinadas al sacrificio, ora se transmitiese por elección, ora se hiciese here

paz

(1) Este concilio toledano I supone otro algunos años anterior ante el cual pareció Simfosio, uno de los obispos priscilianistas; y de una carta de Inocencio I y de otra de San León se desprende que por los años de 405 y 447 hubo en Toledo otros dos concilios cuyas actas no existen, y que no son del número de los diez y ocho. Debe rechazarse como apócrifo el concilio, que, apoyado en la autoridad de San Vicente Ferrer, refiere Pisa haberse reunido en Toledo bajo el pontificado de San Sixto II, quien, dice, asistió á él llevándose de paso al diácono San Lorenzo.

ditaria en la dinastía de Teodoredo. Las conquistas de Walia, de Teodorico y Eurico fueron irrupciones pasajeras que ocuparon sin someter, ganaron sin consolidar, comprimieron la población indígena sin fundirla con la raza vencedora; los romanos del Bajo Imperio permanecían tenazmente asidos á las costas del Mediterráneo, y el trono de los suevos rival del de los godos dominaba la Galicia y Lusitania. Así recibió la Península Leovigildo en 569 de manos de su pacífico hermano Liuva, que asociándole al gobierno, reservó para sí la Galia Narbonense: en Toledo acababa Atanagildo de cerrar con tranquila muerte su reinado; sucédele el ilustre guerrero en el trono y en el tálamo de Gosvinda, y aprestos de armas y gloriosos trofeos y pompas no acostumbradas estrenan la majestad de la nueva corte. Desde su alcázar encumbrado lanzándose á la Bética, á Celtiberia, á Cantabria, tan pronto ahuyentando allende el mar los pendones imperiales, como domando la fiereza de los montañeses, do quiera alcanza con su espada el invicto conquistador; cada año, al volver de su campaña, una provincia viene encadenada á su carro de triunfo, y en el último ostenta ya sobre su frente la corona de los suevos. Reformadas las leyes, segadas ó proscritas las cabezas de la turbulenta aristocracia goda, comprimida con el destierro de los obispos y la persecución del catolicismo la única libertad que restaba á los pueblos, asegurado ya en su posteridad el cetro, embriágase Leovigildo en el orgullo de su omnipotencia; pero la dicha y el sosiego se alejan de su palacio; atiza Gosvinda los furores arrianos; el primogénito alza banderas en su reino de Sevilla á favor del perseguido culto. Y la sombra de aquel amado Hermenegildo, á quien desposeyó como á rebelde y á quien más tarde hizo inmolar como á mártir, consterna y turba la agonía de su padre, sin abrir á la verdad eterna sus ojos moribundos: de los labios del impotente rey arranca Dios saludables consejos y tardíos homenajes, y designa á su hijo Recaredo para consumar la grande obra.

Solemne y glorioso para Toledo fué aquel dia de 586, en

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que Recaredo, sentando en su trono á la fe católica y postrándose á sus plantas, reconcilió á la España con el cielo, á los pueblos con el soberano. Nació con la unidad de culto la unidad de la monarquía hermanando entre sí las clases y las razas; y apenas tocado con la punta del cetro el arrianismo, religión oficial sin arraigo y sin influencia, vino al suelo deshecho en polvo. Los magnates corrieron al altar en pos de su monarca; los obispos sectarios, más por convicción que por imperio, abjuraron sus errores y partieron las sillas con los confesores de la fe: y si la perfidia ó el fanatismo armaron algún brazo en la oscuridad contra la vida del clemente príncipe, su castigo no turbó la paz ni el regocijo universal. Tres años después más de sesenta obispos congregados en el santuario recibieron la profesión de fe del católico monarca y de la nobleza goda; y el venerable Leandro gozó inefablemente, al felicitar á la nación, á la iglesia, á su neófito y sobrino (1) por la prodigiosa mudanza debida en gran parte á sus padecimientos y virtudes. Desde este III concilio abrióse en Toledo aquella serie de ilustres asambleas, convocadas y sancionadas por los reyes, asistidas de próceres; pero formadas exclusivamente de prelados, donde unidas en estrechísima alianza las dos potestades se prestaban de consuno su voz y sus atribuciones, amparándose mutuamente la una con su espada terrena, la otra con su égida divina (2). ¡ Venturoso siglo el VII

(1) Bien que esta opinión de que San Leandro fuese tio de Hermenegildo y Recaredo no tiene apoyo alguno en las historias y documentos contemporáneos, y que el silencio de estos, en especial de San Isidoro, hermano de aquél, la haga parecer improbable, se halla sin embargo tan vulgarizada desde que se introdujo en las crónicas del siglo xu, que pasa por hecho incontrovertible. Los antiguos no nos dicen que la primera mujer de Leovigildo se llamase Teodosia, ni que fuese hija de Severiano cartaginense padre de San Leandro; y entre los modernos hay quien la nombra Rinquilde, hija de Chilperico, rey de Soissons.

(2) La facultad que tenían los reyes de convocar los concilios y de confirmar sus cánones, y la asistencia de los próceres y magistrados á sus sesiones, en las cuales á veces suscribían, han dado lugar á creer que estas asambleas no eran puramente eclesiásticas, sino unas verdaderas cortes donde se discutían los negocios del reino. Pero en esto no debe verse otra cosa que la protección dispensada por la autoridad civil á la religiosa, cuyas disposiciones se encargaba de ejecutar, y el deseo de que los jueces y gobernadores de las provincias se imbu

para nuestra España, si de él no nos quedaran otras memorias que las actas de los concilios toledanos, y si las rebeliones y trastornos de un gobierno electivo y la licencia de costumbres precozmente degeneradas con el ocio no turbaran las benéficas influencias del astro de la fe sobre la monarquía de los godos!

Á los gloriosos triunfos contra romanos y vascones y en especial contra los francos, que inauguraron el benigno reinado de Recaredo, cubriendo de laureles á Claudio su general, sucedió una paz profunda y reparadora, terminada ¡ay! harto temprano con la vida del justo, del apacible, del religioso monarca, que en 601 llevó consigo al sepulcro el amor y la ventura de sus pueblos. La espada de Witerico segó en flor las esperanzas

yeran en la disciplina de la iglesia y aprendieran á regir los pueblos con más rectitud y piedad. Nunca allí se trataba de los intereses temporales sino con relación á los eternos ó á la jurisdicción espiritual: las leyes civiles pasaban á veces al concilio para obtener un ascendiente religioso que dominara en las conciencias, así como los cánones se presentaban al soberano para obtener su fuerza ejecutiva. Otras asambleas políticas había, en que los obispos sólo tomaban una parte accesoria en calidad de próceres; y en ellas se promulgaban las leyes y eran elegidos los monarcas, cuya autoridad y persona recibía luego en los concilios la inviolable sanción religiosa que les era debida en justa reciprocidad y de que tanto necesitaban en aquella época de usurpaciones y rebeldías.

La cronologia de los concilios toledanos que siguieron á la conversión de los godos, es la siguiente: Bajo el reinado de Recaredo, III concilio nacional en 589, y otro sinodo en 597. En 610 otro sinodo reinando Gundemaro. En el reinado de Sisenando, IV concilio nacional en 633. En el de Chintila, V en 636 y VI en 638, ambos nacionales. En el de Chindasvinto, VII nacional en 646. En el de Recesvinto, VIII nacional en 653, IX provincial en 655, y X nacional en 656. En el de Wamba, XI provincial en 675. En el de Ervigio, XII nacional en 681, XIII nacional en 683 y XIV provincial en 684. En el de Egica, XV en 688, XVI en 693 y XVII en 694, los tres nacionales. Y por fin, reinando ya Witiza en compañía de su padre Egica antes de 702, túvose el XVIII y último cuyas actas no subsisten.

El famoso códice Emilianense traído del monasterio de San Millán al Escorial, cuya antigüedad remonta al siglo x y que de tanto crédito goza entre los eruditos, al frente de los concilios de Toledo trae una tosca viñeta muy interesante no sólo por su fecha, sino por lo que misteriosamente representa. Dividida en cuatro órdenes, figura el superior un muro cubierto de pedrerías, flanqueado de torres con arquitos y coronado de cabezas, con dos puertas en las cuales se lee janua urbis. janua muri; en el segundo se ven dos iglesias, ecclesia Marie virginis, baselica S. Petri, con un ostiario en medio: el tercer orden se compone de un grupo de obispos, uno sentado y tres en pié, y de otro grupo de cinco sacerdotes, clerici cum codicibus, divididos por tres árboles; en el cuarto hay tres tiendas y dos árboles, aquellas con las inscripciones de tentoria, papilio y tabernaculum, y estos con las de arbos cum jocalibus, y vascula in sumis.

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