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en un mismo caos. Ni los lugares y edificios aparecen más distintos ó marcados que los sucesos; y sólo muy en confuso se divisan á lo lejos el monasterio Agaliense, ilustre semillero de obispos y de santos (1), al pié de los muros la basílica pretoriense de San Pedro y San Pablo, y la de Santa Leocadia fundada por Sisebuto, en lo alto la cátedra de Santa María y el palacio de los reyes, en derredor los fuertes muros y torreadas puertas erigidas por el ínclito Wamba y confiadas á la custodia de los santos tutelares (a). Pero ved ahí entrar por ellas al mismo Wamba en su triunfal carroza (673), precediéndole cautivos en traje de escarnio los rebeldes de Aquitania y á su frente Paulo, desleal caudillo erigido en intruso rey, cuyo castigo no fué más allá de la ignominia: aquel es el postrer rayo de gloria que brilla para los godos; sus estandartes, enarbolados tras de sangriento asalto en Narbona y Nimes, subyugan á los galos impacientes de sublevarse y contienen la ambición de los francos;

(1) Estaba dedicado este famoso monasterio á los santos Cosme y Damián, y es probable fuese de canónigos reglares más bien que de benedictinos. Los falsos cronicones lo suponen fundado en 560 por Atanagildo; lo cierto es que existía ya antes del siglo vii, y que de allí salieron los prelados más eminentes. Sábese que estaba situado en las afueras, los más creen que hacia la llanura del norte: «ni es maravilla, dice el Dr. Pisa, que no se alcance su sitio, pues ni los historiadores de aquel tiempo curaron de decirlo, ni la tradición lo demuestra, ni hay que esperar que los vestigios ó ruinas lo dén á entender, por haber sido aquel monasterio más famoso en santidad que suntuoso en el edificio, y por ventura fué de labor de tapias de tierra ó poco más, cual pertenecía á la pobreza que aquellos santos varones profesaban y guardaban.>>

Del título de pretoriense que llevaba la basílica de San Pedro y San Pablo, donde se celebraron los concilios VIII, XII, XIII, XIV, XV, XVI y XVIII, sin contar otro anterior tenido en 597, deducen muchos que se hallaba contigua al palacio que suponen mansión de los reyes godos en el sitio ocupado ahora por el convento de Santa Fe; otros la reducen á la ermita de San Pedro el verde ó vetere (antiguo) situada en la vega al occidente. Pretoriense se llamaba también la basílica de Santa Leocadia en el sitio donde subsiste, lo cual ha dado motivo á suponer en sus inmediaciones otro palacio, cuyo asiento ha designado la tradición en el solar de San Agustín. Así, pues, se establecen dentro de la capital dos palacios reales, uno al oriente, otro al occidente, el primero habitado por Wamba y el segundo por Rodrigo; pero esto son hipótesis que no llegan á conjeturas. La basílica de Santa María se halla nombrada como sede, y en ella se tuvieron los concilios IX y XI. (a) Véase en el capítulo siguiente la descripción del tesoro toledano hallado en Guarrazar.

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TOMO III

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la luz y la grandeza se habían refugiado al templo, apareciendo más gloriosa la santidad de los prelados y la firmeza de su autoridad ante lo efímero de las dinastías y lo imbécil ó corrompido de los monarcas. Toledo sucesivamente vió resplandecer su augusta mitra en las sienes del venerable Heladio, del sabio Eugenio II, del dulce y elegante Eugenio III (1), del inmortal Ildefonso, del magnánimo Julián, uno tras otro coronados en el cielo, y bajar en cambio sobre la tierra con el imán de sus virtudes los prodigios y resplandores del empíreo.

Al través de vagas nieblas salpicadas de puntos luminosos, van desfilando en torno de la ciudad aquellos recuerdos tan pálidos é indecisos en la historia, aquellas sombras ensangrentadas de reyes asesinados, aquellas mustias sombras de reyes depuestos despojados de su cabellera, dejando inciertos rastros de alabanza ó de oprobio: piérdense en rumor confuso el estruendo de la victoria, las aclamaciones de la tiranía, el grito de los conjurados, el anatema de los concilios; crímenes y virtudes, invectivas y lisonjas, sordas intrigas y gloriosos hechos, revuelto todo

(1) De este santo arzobispo quedan varias obras teológicas en prosa y una colección de poesías latinas, de las cuales insertamos arriba algunas muestras. Á ellas sólo añadiremos el epitafio que él mismo se escribió en ocho versos, cuyas primeras letras dicen Eugenius, y las últimas misellus :

Excipe, Christe potens, discretam corpore mentem

Ut possim picei poenam vitare baratri.
Grandis inest culpa, sed tu pietate redundas;
Elue probra, pater, et vitæ discrimina tolle.
Non sim pro meritis sanctorum cœtibus exul:
Judice te, prosit sanctum videre tribunal.
Vis, lector, uno qui sim dignoscere versu?
Signa priora lege, mox ultima nosse valebis.

Eugenio pertenecía á una noble familia descendiente del rey Atanagildo: sus versos abundan en preciosas indicaciones y delicados pensamientos. Los que dedica á la memoria del conde Nicolás, su abuelo, terminan con estos hermosos dísticos:

Postquam magnificos gessit ex hoste triumphos,

Dura sorte necis, hic tumulatus inest..

O felix vita, ó mortis sententia dira!

Sic vixisse placet, sic obiisse dolet.

en un mismo caos. Ni los lugares y edificios aparecen más distintos ó marcados que los sucesos; y sólo muy en confuso se divisan á lo lejos el monasterio Agaliense, ilustre semillero de obispos y de santos (1), al pié de los muros la basílica pretoriense de San Pedro y San Pablo, y la de Santa Leocadia fundada por Sisebuto, en lo alto la cátedra de Santa María y el palacio de los reyes, en derredor los fuertes muros y torreadas puertas erigidas por el ínclito Wamba y confiadas á la custodia de los santos tutelares (a). Pero ved ahí entrar por ellas al mismo Wamba en su triunfal carroza (673), precediéndole cautivos en traje de escarnio los rebeldes de Aquitania y á su frente Paulo, desleal caudillo erigido en intruso rey, cuyo castigo no fué más allá de la ignominia: aquel es el postrer rayo de gloria que brilla para los godos; sus estandartes, enarbolados tras de sangriento asalto en Narbona y Nimes, subyugan á los galos impacientes de sublevarse y contienen la ambición de los francos;

(1) Estaba dedicado este famoso monasterio á los santos Cosme y Damián, y es probable fuese de canónigos reglares más bien que de benedictinos. Los falsos cronicones lo suponen fundado en 560 por Atanagildo; lo cierto es que existía ya antes del siglo vii, y que de allí salieron los prelados más eminentes. Sábese que estaba situado en las afueras, los más creen que hacia la llanura del norte: «ni es maravilla, dice el Dr. Pisa, que no se alcance su sitio, pues ni los historiadores de aquel tiempo curaron de decirlo, ni la tradición lo demuestra, ni hay que esperar que los vestigios ó ruinas lo dén á entender, por haber sido aquel monasterio más famoso en santidad que suntuoso en el edificio, y por ventura fué de labor de tapias de tierra ó poco más, cual pertenecía á la pobreza que aquellos santos varones profesaban y guardaban.>>>

Del título de pretoriense que llevaba la basílica de San Pedro y San Pablo, donde se celebraron los concilios VIII, XII, XIII, XIV, XV, XVI y XVIII, sin contar otro anterior tenido en 597, deducen muchos que se hallaba contigua al palacio que suponen mansión de los reyes godos en el sitio ocupado ahora por el convento de Santa Fe; otros la reducen á la ermita de San Pedro el verde ó vetere (antiguo) situada en la vega al occidente. Pretoriense se llamaba también la basílica de Santa Leocadia en el sitio donde subsiste, lo cual ha dado motivo á suponer en sus inmediaciones otro palacio, cuyo asiento ha designado la tradición en el solar de San Agustín. Así, pues, se establecen dentro de la capital dos palacios reales, uno al oriente, otro al occidente, el primero habitado por Wamba y el segundo por Rodrigo; pero esto son hipótesis que no llegan á conjeturas. La basílica de Santa María se halla nombrada como sede, y en ella se tuvieron los concilios IX y XI. (a) Véase en el capítulo siguiente la descripción del tesoro toledano hallado en Guarrazar.

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TOMO III

y en las costas del Mediterráneo humean las naves, y corre la sangre de los árabes invasores, que con armada formidable tientan ya su futura conquista. Toledo se renueva toda con espléndidas obras bajo el benigno cetro del anciano Wamba; los soldados le aclaman héroe, los pueblos padre, la Iglesia restaurador de la disciplina; pero un día, el 14 de Octubre de 680, despierta el buen rey de súbito letargo, amortajado con la cogulla de monje y cortada la cabellera; y confirmándose por muerto, y retirándose al monasterio de Pampliega, deja á Ervigio la corona que le obligó á aceptar la violencia y que le arrebata la ingratitud y el engaño.

Ervigio, hijo de patricio griego y descendiente por su madre de Chindasvinto, afectando piedad y blandura, congregó casi anualmente concilios, así para legitimar su usurpación, como para precaverse de otras semejantes asechanzas, y en sus leyes trató de acomodarse á lo débil de su posición y á la molicie de los tiempos: mas apenas fallecido sin probarle el gusto al trono (687), su yerno Egica, sobrino de Wamba, repudia á su mujer Cixilona, y pide á otro nuevo concilio que le absuelva del juramento antes prestado de amparar á la viuda y á los huérfanos de Ervigio. Religioso ante las asambleas episcopales que á menudo convocó, diligente reformador de las leyes, suspicaz y duro en su gobierno, oprime Egica con cetro de hierro á la nobleza goda, llenando el reino de proscripciones y suplicios, y amasando tesoros con indignas artes: la tempestad lejana ruge ya en el horizonte; los árabes aparecen de nuevo en las costas cual fantasmas importunos inútilmente rechazados; los judíos del reino conspiran sordamente (1), y son entregados á acerba servidumbre. En vano Witiza, imprudente pero benigno mozo (2),

(1) «Egica, rey de los Rum (cristianos) se alarmó y envió á Edfunsch (Ildefonso) con ejército contra los musulmanes, y quedaron muertos dos mil musulmanes en la batalla; y dijeron los judíos á Muza sobre la conquista de Andalucía.» (Aabd Allah citado en las Cartas ilustrativas de la España Årabe.)

(2) Si Egica hubo á Witiza en su mujer Cixilona, no podía contar en 702 arriba de 21 año. Patri succedens in solio, dice de Witiza el Pacense, quamquam petu

gobernando á Galicia desde su palacio de Tuy en vida de su padre y sucediéndole luego en el reino universal (702), enjuga las lágrimas, repara las injusticias, entrega al olvido los agravios y al fuego las deudas y procesos; una nube, suscitada por sus vicios posteriores ó por las acusaciones de sus enemigos, ha oscurecido la memoria de este rey desgraciado; y la fúnebre luz que arroja nos le muestra en brazos de sus concubinas, decretando matanzas ó desafiando las censuras de la Santa Sede, la abominación introducida en el santuario, profanados los templos, indefensas las ciudades, derruídos sus muros por una suspicaz y cobarde tiranía, y la corte y la nación entera hecha cómplice de su monarca, y aletargada en la corrupción y embriaguez que precede por lo común á las desastrosas caídas de los imperios.

Dejemos aquí á un lado el lente de la crítica, antes que desvanezca en el aire las encantadoras y romancescas visiones, que engrandecidas y adornadas de cada vez más por la fantasía, han adquirido con el tiempo la consistencia de históricas (1): y ya

lanter, clementisimus tamen; y sigue ponderando sus virtudes y el contento y la dicha de que gozó España bajo su reinado. Y el continuador del Biclarense: Witiza nimia quietudine in solio sedit, omni populo redamante. El cronicón Salmanticense y el Albeldense fueron los que en el siglo Ix y x empezaron el proceso contra Witiza, refiriéndose tal vez á autores ó tradiciones existentes en su tiempo, cuya fuerza no pretendemos negar. Entre los historiadores modernos apenas hay uno que no haya puesto algo de su caudal para ennegrecer el cuadro. Acaso la memoria de los rigores y crueldades de Egica y el apasionamiento del poderoso partido que auxilió á Rodrigo para destronar á Witiza, pudieron influir no poco en dar á éste tan infame nombradía.

(1) No participamos del escepticismo de algunos historiadores que rechazan como apócrifo cuanto no hallan consignado en los oscuros é incompletos anales del Pacense; mas no podemos desconocer cuán faltos de apoyo vienen en su origen varios de los episodios de la pérdida de España, y cuántos adornos y comentarios han recibido de generación en generación, en especial por lo tocante al agravio y venganza del conde Julian. Los más proceden de la llamada historia del moro Rasis, cuya autoridad no es muy superior á la de un libro de caballerías; y cuanto más halagüeños é interesantes son para el poeta, tanto más excitan la desconfianza del historiador. El autor de las Cartas para ilustrar la historia de la España Árabe, el distinguido orientalista D. Faustino Borbón, conjetura que la tradición de La Cava y de D. Julián pudo originarse del nombre de dos tribus llamadas Kaab y Julan que acompañaron en la conquista á Muza: pero lo indudable es que hubo excitación y tratos con los sarracenos por parte de los descontentos de España, y en la parte I, cap. 11 de la historia de Conde se nombra cntre

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