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cidos por laboriosidad extraña. Las riquezas y los privilegios los ahogarán, se los robarán la envidia y aun el desprecio, ó morirán sobre ellos cual muere el avaro sobre los sacos de inútil

oro.

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¿Qué es de Calatrava hoy día? ¿Cómo tantos y tan ricos y honrados caballeros que hicieron grandes fundaciones que honran nuestras iglesias, no taparon con harto poco las goteras que hundían las bóvedas de su iglesia matriz y su célebre convento? Si no lo hacía la corona que se había llevado y malversado sus bienes, ¿era motivo para que no lo hicieran ellos?

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Pero cuando vemos lo que eran sus maestres, verdugos de Ciudad Real y de otros pueblos de la Mancha, que amenazaban con meter otro pié en el infierno (a), no extrañaremos que la maldición cayera sobre aquellas ruinas como la de David sobre los montes de Gelboe testigos mudos de la prolongada agonía de Saúl.

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Ciudad Real ha medrado á costa de Calatrava, su rival en la Edad-media, como lo fué de Toledo en el siglo XII. ¡Cuán superiores eran las glorias, tradiciones y topografía de Calatrava á las del Pozuelo, aun admitiendo su legendario origen en las noticias acerca del fundador de la Santa Hermandad, que le metamorfosearon en hijo suyo á Miguel Turra! En este siglo la Iglesia y el Estado á porfía parece que han tenido empeño en realzarla, como otras poblaciones de España á las cuales el calor oficial ha fomentado.

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Al hacerla capital del vasto territorio y de lo que por antonomasia se llama la Mancha, ha necesitado palacios para sus oficinas, y convertir sus conventos, harto modestos, el de la Merced en Instituto, otro en escuela normal y al mismo tiempo improvisar casinos y centros de utilidad y recreo, de que no sabe

(a) Véase en el párrafo anterior el dicho del maestre Padilla que recuerda el grito de los soldados de su tercio al asaltar famélicos la ciudad de Amberes: «¡Á comer en Amberes ó á cenar con el diablo!»

ni puede prescindir la civilización moderna. En obsequioso recuerdo del célebre Hernán Pérez del Pulgar se ha construído un obelisco con pretensiones de fuente, rodeado de sencilla verja.

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La Iglesia por su parte ha venido á realzarla con las tradiciones de las antiguas sedes de Mentesa y Oreto y con las glorias y jurisdicción de la orden de Calatrava, que eran de su provincia como las de Uclés y Santiago eran más bien de la de Cuenca. La iglesia parroquial de Santa María del Prado ha sido elevada á la categoría de episcopal, aunque se presta poco al culto tal cual se da en las catedrales de España. El territorio de la provincia ha sido declarado territorio prioral de las cuatro órdenes militares, llevando el obispo prior el título de obispo. de Dora (a) y resumiendo en jurisdicción suya ordinaria, la que tenían en aquel territorio el arzobispo de Toledo y las órdenes. militares de Santiago, Calatrava y San Juan de Malta.

(a) El obispo prior es exento del arzobispo de Toledo y depende para las apelaciones del Tribunal de las Órdenes, lo cual á veces hace su posición embarazosa en términos que ninguno de sus obispos priores que hasta el presente ha habido, ha dejado de ser trasladado á otra iglesia.

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Daimiel.-Manzanares.-Valdepeñas.-Santa Cruz.-Infantes.

Los Guadianas.-Lagunas de Ruidera

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IEN que no entren en la índole de nuestra publicación ni las estadísticas oficiales, ni las dimensiones geográficas, preciso sería recurrir á unas y otras si algo hubiera de anotarse acerca de varios distritos judiciales de esta provincia, que poco ofrecen á la historia y casi nada á las bellas artes, con ligeras excepciones, muy honrosas. ¿Habrá que omitirlas sin nombrarlas? ¿Nada se dirá al viajero que apresuradamente las cruza por las dos vías férreas que atraviesan la provincia de Ciudad Real?

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No es despreciable la villa de Daimiel, cuyas numerosas

norias y frondosos huertecillos le dan risueño aspecto y proporcionan un momento de solaz para el viajero cansado ya de cruzar páramos y monótonas llanuras. Su territorio llano y de población escasa, es cruzado por el Gigüela y el Guadiana, que tiene allí su denominado segundo nacimiento en el sitio llamado Ojos de Guadiana, dos leguas al N. E. de Daimiel y una de Arenas de San Juan. Báñalo también el arroyo Azuer, que apenas merece nombre de río, pero ni éste ni el Gigüela riegan ni lo benefician, pues sus habitantes, por lo común, con agua de pozo se contentan Y no es porque falten aguas someras en el subsuelo y de no difícil extracción: más feraces y abundosos fueran muchos territorios de la Mancha si imitaran el buen ejemplo de Daimiel.

* Á poca distancia de este pueblo hállase la Algüera (Albuhera Albufera) de media legua de extensión y unos cuatro metros de profundidad en su mayor hondura. Fórmase de algunos manantiales que á ella afluyen, y se cree que tenga comunicación subterránea con el Guadiana, cuyo nivel por lo común conserva, quedando casi seca cuando también queda seco el que llaman Guadiana alto, el cual pasa una legua al norte de esta laguna, á donde suelen á veces citarse los cazadores de aves acuáticas.

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La parroquia mayor de Daimiel, dedicada á la Asunción, es gótica, de tres naves y de respetable antigüedad. Servíala antes uno de los principales freires de la Orden de Calatrava, con el título de Prior de Santa María de Ureña, que era una de las dignidades principales de aquel instituto.

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Ya ninguna persona ilustrada cree en la desaparición del Guadiana, ni sus ocultaciones, ni su puente de siete leguas. El verdadero Guadiana es el que nace en la parte más alta y septentrional, en Villarrubia, con razón llamada de los Ojos del Guadiana, los cuales manan perenne y abundantemente. Pasa este río á una legua de Daimiel, atraviesa la dehesa de Zacatena, entra en el partido de Ciudad Real por Torralva, cruza no lejos de la

capital (a), y va á buscar las ruinas de Calatrava la Vieja, cuyos fosos llenaba en algún tiempo, corre luégo hacia Alarcos y de allí entra en el partido de Almodóvar.

* El llamado Guadiana alto ó Guadiana de Ruidera, tiene escaso curso, pues corriendo por terreno de poco declive, va formando charcas y remansos por tierras de Argamasilla y Alcázár, y, si algo le queda de los riegos y calores del estío, ó cuando aumentan su caudal las lluvias, lo lleva humilde á verter al Záncara (6).

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Y si el artista y arqueólogo hallan poco que estudiar y menos que admirar, el historiador en aquellos campos de Montiel, donde los castellanos alzaron por primera vez trinchera contra su propio y legítimo rey, aunque sanguinario y excomulgado, y recuerdan en la Torre de Juan Abad la memoria del festivo y á veces místico Santiaguista, señor de aquel pueblo, en Argamasilla de Alba puede visitar el sótano que sirvió de cárcel al pobre manco de Lepanto, que dió fama imperecedera á los territorios de este país, y metamorfoseó al estilo clásico la cueva de Montesinos (c), el corazón de Durandarte, el Guadiana y las Lagunas de Ruidera.

(a) Alguna vez llegaron á ella las inundaciones del Guadiana.

(b) Las lagunas de Ruidera se forman de varias fuentes que afluyen á ellas, siendo una de estas la que brota de la Cueva de Montesinos. Los nombres de las lagunas son: Laguna-blanca, Rui Pérez, Tinaja, San Pedro, Redondillo, Lengua, Salvador, Santomorcillo, Batana, Colgada, Laguna de Rey, Cuevamorenilla y Cenaguero. De esta sale ya formado el río.

El verdadero Guadiana nace en un carrizal ó pantano de cerca de una legua, donde se cuentan doce manantiales ó sea ojos. Los principales de estos se llaman La canal, Cercano y Mari López. De este, que es el mayor, y tiene unas veinte varas en cuadro, mana el agua á borbotones.

(c) Cervantes en un arrebato de buen humor, al estilo clásico, hace bajar á D. Quijote á la cueva de Montesinos, para soñar un episodio caballeresco, mezcla de caballería andante y de transformaciones dignas de la pluma de Ovidio. Halla á Durandarte encantado por Merlín, «con Guadiana su escudero, y con la dueña Ruidera y sus siete hijas y dos sobrinas y con otros muchos... y solamente faltan Ruidera y sus hijas y sobrinas, las cuales llorando las convirtió Merlín en otras tantas lagunas, que ahora en el mundo de los vivos y en la provincia de la Mancha las llaman las lagunas de Ruidera: las siete son de los Reyes de España, y las dos

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TOMO III

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