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Mariana de Austria, derribada del poder por su bastardo entenado D. Juan; allí vistió el luto de la viudez en 1701 la segunda esposa del último rey austriaco, Mariana de Neoburg, al ocupar el trono una nueva dinastía. Sonrió á Toledo por un momento, entre los azares de la guerra de Sucesión, la esperanza de recobrar la dignidad de corte, con que le brindaba el archiduque en odio de Madrid declarada por su competidor Felipe V; pero despertó de su ilusión bien pronto al resplandor de las llamas con que alumbraron su vergonzosa fuga las tropas del pretendiente, incendiando su magnífico alcázar. Invasores no menos bárbaros la visitaron cien años después, legándole tristes recuerdos de las águilas imperiales de la Francia: su apartamiento solitario, su postración inofensiva no han bastado para asegurarle el sosiego de la oscuridad; y como si no sobraran las injurias del tiempo para abatirla, á la antorcha de la guerra se ha añadido la segur de las revoluciones, al furor de los extraños el abandono de los naturales y ese desdén por lo pasado, que en vano se disfraza entre nosotros con las estériles demostraciones de un hipócrita culto. Tan sólo la iglesia, menos voluble que la fortuna, menos deleznable que el poder de los imperios, constante en amparar lo débil y respetar lo ilustre, ha mantenido inamovible la silla de los Ildefonsos y Eugenios en el vacío dejado por el trono de los Wambas y Alfonsos; y fijando su solio entre ruinas como en otra segunda Roma, cobija bajo su esplendoroso manto la desvalida grandeza de Toledo, y en su frente ya sin corona hace brillar la sagrada aureola de la primacía episcopal.

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de herradura caudaloso río, y cor

tado casi á pico sobre sus márgenes

profundas, menos por el lado de tierra hacia la cual desciende en apacible sesgo, aparece Toledo blandamente recostada, descansando los piés sobre la mullida alfombra de su vega, y arrullada por el plácido murmullo de las corrientes, cuya risueña náyade semejara si cien torres no coronasen su cabeza. Nada más parecido á un trono que su asiento; y este trono natural, pronóstico en su origen y recuerdo ahora de sus regios destinos, no podrán quitárselo al menos el capricho de los hombres ó la inconstancia de las cosas. Á ejemplo de aquellas inimitables estatuas de la antigüedad, que

desde cualquier punto que se contemplen, presentan elegantísimo perfil y actitud majestuosa, Toledo muestra por todos lados un aspecto digno de su alta nombradía, y supera las esperanzas del viajero, ora al bajar al norte se la divise de frente al extremo de ondulosa llanura, ora se asome de improviso al doblar las áridas cumbres que la ocultan al mediodía, ora se descubra de flanco vista desde el otro lado de los puentes que tiende como dos brazos á poniente y á levante. Cual si brotara de entre ásperas breñas ó de terrosas llanuras sin movimiento y vida, su lejana aparición obra el efecto de un encanto: á trechos se esconde en las sinuosidades del camino para reaparecer luego más distinta y más hermosa; á trechos la preceden cual mensajeros alguna ruinosa ermita, algún caserón arábigo, algún vestigio de remotas épocas y dominaciones. Á guisa de trofeo artísticamente colocado, se agrupan en anfiteatro los edificios, realzando armónicamente su brillo en vez de eclipsar por envidia el ageno: sobre todos y de todos lados descuella con su maciza mole el inmenso alcázar, como aislado pico sobre densos pinares; en la falda meridional lanza al viento sus botareles la catedral suntuosa; iglesias y hospitales, casas y palacios, se mezclan y combinan en acorde confusión, cubriendo las vertientes del peñasco; y hasta las humildes viviendas de los arrabales toman de lejos el carácter de monumentos ó se convierten en pintorescos accesorios. Los vapores del río envolviendo á la ciudad en su ligera gasa, alejan ó aproximan los términos de la perspectiva á medida que se condensan ó se rasgan; un poco más allá se perciben ya sus rumores, despliegase el plateado giro de sus aguas, y reflejados en ellas grupos de fábricas á cual más lindo, resuenan ya sobre el puente los herrados piés de la caballería... ¡ Incomparable Toledo! Otras ciudades encierran para el artista aislados objetos de grandes inspiraciones, pero toda tú en globo pareces la inspiración única, el sueño ideal de un artista.

Testigo inmemorial de tus glorias y vicisitudes, el Tajo ha enlazado al tuyo un nombre no menos poético y famoso, y sus

frescas márgenes y arenas de oro han sido cantadas al par de tus regios monumentos (1). Gozoso de contemplarte y como no acertando á separarse de ti, describe á tu alrededor un obsequioso rodeo; y tú agradecida, te complaces en mostrártele bella desde tu alto mirador, y en sembrar sus riberas de magníficas obras y de grandiosos recuerdos. Así después de regar anchuroso y risueño tu frondosa huerta, entre cuya arboleda blanquean los molinos, apenas entra por el lado del Este al abrigo de tu imponente mole, estrechado en más hondo cauce, toman también sus aguas un color más sombrío, un sonido más grave y casi doliente, como si dentro de sí mismo se replegara, meditando en las grandezas que ya fueron ó lamentando tu decadencia. Diríase que la puente de Alcántara, el castillo de San Cervantes, el destrozado acueducto de Juanelo, le suscitan penosos

(1) Es notable la predilección que en sus obras muestra Cervantes por la amenidad del Tajo, como la mayor parte de nuestros poetas, pero especialmente en el libro VI de su Galatea, donde pone en boca de un pastor estos encarecidos elogios: «Casi por derecha línea encima de la mayor parte de estas riberas se muestra un ciclo luciente y claro, que con un largo movimiento y con vivo resplandor parece que convida á regocijo y gusto al corazón que dél está más ageno; y si ello es verdad que las estrellas y el sol se mantienen, como algunos dicen, de las aguas de acá bajo, creo firmemente que las de este río sean en gran parte ocasión de causar la belleza del cielo que le cubre; ó creeré que Dios, por la mesma razón que dicen que mora en los cielos, en esta parte haga lo más de su habitación. La tierra que lo abraza, vestida de mil verdes ornamentos, parece que hace fiestas y se alegra de poseer en sí un dón tan raro y agradable; y el dorado río, como en cambio, en los abrazos della dulcemente entretejiéndose, forma como de industria mil entradas y salidas, que á cualquiera que las mira llenan el alma de placer maravilloso... La industria de sus moradores ha hecho tanto, que la naturaleza encorporada con el arte es hecha artífice y connatural del arte, y de entrambas á dos se ha hecho una tercia naturaleza á la cual no sabré dar nombre.»>

Es imposible contemplar la ciudad y el río, sin recordar aquellas exactas cuanto magníficas octavas de Garcilaso:

Pintado el caudaloso rio se vía,
que en áspera estrechura reducido,
un monte casi al rededor ceñía,
con ímpetu corriendo y con ruido.
Querer cercarle todo parecía

en su volver, mas era afán perdido:
dejábase correr á fil derecho,
contento de lo mucho que había hecho.

12

Estaba puesta en su sublime cumbre
del monte, y desde allí por él sembrada,
aquella ilustre y clara pesadumbre
de antiguos edificios adornada.
De alli con agradable mansedumbre
el Tajo va siguiendo su jornada,

y regando los campos y arboledas
con artificio de las altas ruedas.

TO MO III

recuerdos de la opulencia y valor de las generaciones pasadas; ó al menos si no los siente, los comunica con solemnes impresiones al que pasea por aquel

sitio sus orillas. Asomado al preti del majestuoso puente, sigue con ojos distraídos la corriente opaca que por bajo del arco principal sin estrépito se desliza, la ve bullir por un momento dando impulso á las aceñas arrimadas á los res

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tos del grandioso artificio que levantaba el agua un tiempo hasta el nivel del alcázar, y trasponer luégo al sur aquel monte de ruinas, torciendo entre las pardas breñas de angosto desfiladero. Y entonces, si prolonga ya las sombras la caída de la tarde, bien que deleite en la presa el sonoroso rumor de las aguas, bien que rielen pintorescamente en sus cristales los apla

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