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SOBRE LOS IBEROS Y SU LENGUA

Es tema candente, y sin embargo muy viejo, traído y llevado sin buen éxito. En él se funda la noción de nuestros orígenes nacionales, de nuestra casta, complicada y desconcertante por sus antítesis. Bien merece la atención de todos, y ahora es oportuno revisarlo, tomando visuales no contempladas antes, porque, a la luz de un documento nuevo insigne, podrá descubrirse el buen camino, tan deseado como enredoso aún. EL PROBLEMA FILOLÓGICO. Lo que atañe a él gira entre dos hipótesis: 1.2. Que sólo queden del habla ibera testimonios muertos, es decir, inscripciones y nombres geográficos, definibles en la región que se estime netamente ibérica; pues, en las otras sólo podrán marcar iberismo los datos concordantes con dicho primer fondo puro. 2.2. Que los vascos actuales conserven reliquias del idioma ibérico, y entonces los datos aludidos habrán de conformarse con este monumento vivo de un habla seguramente remota entre todas las occidentales europeas.

Cabe aún circuscribir más la investigación, previniendo estos puntos de mira: 1.° Que en España exista un solo fondo lingüístico perceptible como anterior a los invasores celtas, púnicos y romanos, y este fondo sea de tipo vasco. Así, los vascos, en cuanto a su lenguaje por lo menos, resultarían una supervivencia ibera, y el problema se plantearía sobre bases simplistas y claras. Es la obra consolidada por Von Humboldt con autoridad envidiable 1, aunque se moteje su teoría, por codiciosa y absorbente cuanto escasa en depuraciones arqueológicas, y aunque todos entren por ella con reservas y recortes; mas, de hecho, lo fundamental subsiste a través de críticas, más firmes en negar que en reconstrucciones, y amparada con cariño por la ciencia alemana como creación propia. 2.° Que el fondo ibérico pudiese diferir del vasco. Supuesto ello y negado un entronque notorio al iberismo, habría de ceñirse la investigación a reunir testimonios arqueológicos, adecuados en lugar y tiempo al concepto histórico de la nación ibera. Lo vasco le quedaría misteriosamente a un lado, alegando, no sin razón, que falta prueba directa de que los vascos antiguos, es decir, los vascones de la geografía clá

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Prüfung der Untersuchungen über die Urbewohnern Hispaniens vermittelst der vaskischen Sprache, 1821.

sica, fuesen iberos: bizcaitarras eruditos de ahora se gozan encastillados en esta posición. -3.° Que, aparte la realidad vasca y la hipótesis ibera, exista otro fondo lingüístico independiente, precéltico y prelatino, complicando el problema. La teoría de Philipon 1, antes rechazada que discutida, podría razonarse bien considerando estas distinciones, y desde luego es suposición que no deberá perderse de vista. Entre tal complejidad de incógnitas procede afianzar una base, y ésta será para nosotros la fijación de lo ibérico.

LOS IBEROS. Por los griegos fué llamada Iberia toda nuestra Península. En consecuencia se impone que nos guardemos de valorar esta palabra en sentido étnico, cuando responda a la unidad geográfica tan sólo: así, sobre Estrabón, por ejemplo. Al contrario, testimonios hay que hablan de iberos como raza, explícitamente. Para Varrón ellos fueron nuestros aborígenes. Según Avieno, poblaban desde la serranía de Denia hasta el Pirineo, y aun más allá junto a la costa, casi hasta el Ródano. En esto último convienen Esquilo y Estrabón; mas Polibio los retrae algo hacia el sur, señalando su límite por encima de Sagunto: la progresiva expansión de la cultura meridional hasta el país valenciano puede legitimarse con este retroceso, que políticamente prevendría el área de la dominación púnica efectiva. El susodicho Avieno designa, como solar originario de aquel pueblo, una Iberia a poniente del río Tinto de Huelva, que se llamó también Iber; teoría no despreciable, pues los cynetes o cúneos de allá, en el último rincón de la Península, bien pudieran ser resto de sus pobladores más antiguos. Hacerlos ligures, con Schulten 2, no parece razonable ni documentado; tampoco ver ligures en los gletes y ver celtas en los cempsios, cuando lo contrario será precisamente admisible. Otros autores clásicos hablan de los iberos del Cáucaso, como colonia de sus homónimos occidentales, problema que no merece distraernos.

La Iberia de los cúneos, a lo menos en cuanto a su ciudad, Cunistorgis, llegó a ser absorbida por los gletes o célticos vecinos suyos, y no ha dejado vestigios perceptibles. Concretaremos, pues, nuestra atención a la Iberia del Ebro. Avieno cita a Ilerda o Lérida como ciudad principal suya; Hecateo nombra a los iberos ilergetes y a los iberos esdetes o edetanos, los unos en torno de Ilerda, los otros descendiendo desde Zaragoza hasta Valencia, según testimonios posteriores; Avieno y Estrabón reconocen también como iberos, aunque mezclados, a los ceretes o cerretanos de la Cerdaña pirenaica. Iberos mercenarios, juntamente con sus vecinos ligures de hacia el Ródano, combatieron en Himera de parte de los cartagineses, 400 años antes de Cristo, e igualmente figuran ilergetes peleando por ellos, ya con Haníbal, ya en Andalucía, cuando la segunda guerra púnica. Los «inquietos vascones» son citados también por Avieno como ribereños del Ebro, y ellos formaron

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una cohorte de caballería, con preeminencia de ciudadanos romanos, que estuvo de guarnición en Britania.

Los vascones tenían, sobre ambas orillas del Ebro, las plazas de Calagurris, Gracurris, Ergávica, Cascantum y Alabona, o sea desde Calahorra hasta el Alagón. Confinaban, hacia el suroeste y hacia el sur, con celtas y celtiberos; pero Cesaraugusta era de edetanos. Luego, río abajo, cita Livio unos ausetanos, quedando hacia el norte los ilergetes, desde el Gállego, límite oriental de los vascones, hasta el Segre y el Noguera-Pallaresa, y más al oriente los cerretanos, en la cuenca alta del Segre. Como apéndice de los ilergetes hacia el norte, cabalgaban los iacetanos en las estribaciones pirenaicas. A la parte occidental no traspasaban los vascones el río Ega, por lo menos en su curso bajo, estacionándose a la parte contraria los bardietas o várdulos. Éstos alcanzaban, sobre la costa cantábrica, desde San Sebastián, junto a Oiarso (Oyarzun) que era de vascones, hasta el Deva, y seguíanles los caristios y autrigones, hasta más allá de Castrourdiales, donde empezaban los cántabros. La línea meridional de aquéllos, a partir de Briviesca, cruzaba el Ebro, seguía su margen izquierda, dejando al otro lado a los berones célticos, y así hasta la susodicha línea del Ega. Conviene insistir sobre las características de estas gentes, porque ello nos ayudará a formar criterio respecto del iberismo.

CONFINES OCCIDENTALES. Entre vascones y várdulos cortaban límites los conventos jurídicos de Cesaraugusta (Zaragoza) y Clunia (Coruña del Conde: Soria); también hasta aquí extiende Estrabón el territorio de los montañeses occidentales, cuyas costumbres describe, quedando, por consiguiente, incorporados, bajo este concepto, dichos várdulos a los cántabros y astures. Várdulos, caristios y autrigones, con los cántabros, berones y demás pueblos hasta la cordillera del Guadarrama, formaban el convento de Clunia, sujeto a un jefe militar que disponía de una legión entera a sus órdenes; en cambio, los vascones y demás pueblos orientales, romanizados y pacíficos, se gobernaban sin necesidad de ejército regular, según Estrabón. En la guerra de Sertorio, vascones y celtíberos tomaron posiciones contrarias entre sí, ciertamente, pero acreditando participar de los ideales romanos, mientras los montañeses occidentales sólo por fuerza hubieron de rendírseles más tarde, agotados en la guerra cantábrica.

Los datos arqueológicos atestiguan muy bien, bajo el dominio de Roma, estas diferencias. Las modernas provincias Vascongadas, con el distrito de Estella en Navarra, no varían de sus colindantes occidentales por el aspecto de las estelas votivas y funerarias, símbolos, nombres, etc., en cuanto mantienen caracteres de su modalidad indígena. Sobre todo, la nomenclatura personal admite comparaciones de valor definitivo, probatorias de que allí vivían gentes de raza cántabro-astur, sin el más leve rastro de vasquismo perceptible. Es, por consiguiente, seguro que tan sólo después de la época romana

sobrevino un corrimiento de vascones hacia allá, como también por Gascuña, hechos documentados muy bien por las crónicas francas y godas en los siglos VI y VII, según es notorio; mas el impulso venía de antes, como atestigua el calificativo de «inquietos», que les fué adjudicado por Avieno, directamente, según se cree: quizá la expansión de los bárbaros, germanos y godos, por Cataluña los forzó a replegarse.

Aun hay más: dicha línea divisoria resulta antiquísima, por efecto de diferencias orográficas probablemente. Remontándonos a la Edad cuaternaria, en la época de Altamira, la cueva de Santimamiñe, cerca de Guernica, prueba con sus pinturas que alcanzó hasta allí el arte cantábrico. Luego, las sierras de Aralar y de Andía, y la de Urbasa hasta dentro de Navarra, llenas de sepulcros megalíticos o dólmenes, con sus vasos adornados, del tipo de Ciempozuelos, y sus instrumentos de cobre, dan testimonio de relaciones con los grandes focos tartesios de Andalucía y el Tajo, por mar seguramente, influjos que no traspasan el Arga, según cuanto sabemos hoy. Otro tanto parece comprobarse respecto de la primera invasión europea, la de la época del Bronce, que nos llegaría desde Francia por el Laburdán, dejando reliquias arqueológicas suyas en Asturias y Santander y, por otro lado, hasta Aizgorri o, cuando más, hasta la sierra de Alaiz en Navarra.

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LIGURES EN ESPAÑA. Dicho gran movimiento, el primero, quizá, de pueblos indoeuropeos hacia nuestros confines, sólo puede referirse históricamente a la raza ligur; ya que, reconocida su lengua con cierta probabilidad dentro de la familia aria 1, cuya expansión es relativamente moderna, parece absurdo suponer una población primitiva de ligures aquí en donde hay vascos. Eso puede admitirse respecto de Italia, y el cotejo de nombres topográficos entre ambos países descubre relaciones claras; pero sólo en un estrato secundario nuestro, que afecta precisamente a la zona cantábrica y meseta central española, con dejación de sus bordes laterales, donde más tarde se situaron grandes tribus célticas. La comprobación de todo ello no es asunto para hoy; baste declarar que las fracciones del pueblo aludido constituyeron nuestros cántabros, astures y vettones, lusitanos, carpetanos y vácceos. Sus tribus más orientales, en las provincias Vascas modernas, serían los citados autrigones, caristios y várdulos, cuyos indicios de onomástica delatan, según veremos, afinidad con astures y vettones, mejor que con cántabros. Respecto de los caristios, quizá compruebe su estirpe el saberse, por Livio, de otro pueblo con el mismo nombre en Liguria, y también hubo unos várdeos, antiguos pobladores de Italia, según Plinio, en Dalmacia. Los autrigones consta que no eran cántabros, pues resultan enemistados con ellos; asimismo los tormogos, aledaños suyos, y los vácceos, pero tampoco hay testimonio de que fuesen celtas.

1 P. KRETSCHMER, Die ligurische Sprache, en Zeitschrift für vergl. Sprachf, XVIII, 108,

Para el estudio de estas gentes se ha manejado con preferencia la nomenclatura geográfica, desprovista de cronología y que abarca estratos sucesivos de población, sin base para distinguirlos, generalmente. Ahora bien, como lo que nosotros buscamos es discernir el tipo étnico y lingüístico de ellas bajo la conquista romana, cuando ya los trastornos de invasiones eran cosa pasada, nos valdrá, en primer término, la onomástica personal, que responde a influjos vivos en cada momento, siendo notoria la rápida sustitución de unos por otros a consecuencia de las evoluciones sociales. Habremos de observar la acción progresiva de influjos latinos, y bajo ella restos de la individualidad propia de cada núcleo étnico, revelada por nombres bárbaros, cuyo tipo y difusión valen mucho para reconocer un fondo racial único a través de su disgregación en tribus. El resultado, para el problema que hoy nos ocupa, no puede ser más claro y decisivo.

Ni cabe achacarlo a moda pegadiza, como la que impuso nombres romanos, luego otros godos, etc.; porque esto es consecuencia de una situación de predominio, que no existía, de unas a otras, entre las tribus aludidas; éstas, además, vivían casi cercadas por cántabros, celtas y vascones, y sin embargo la hermandad mayor de nombres se establece a distancia, o sea entre vettones, mediante los vácceos, según iremos comprobando y lo aclara el gráfico adjunto.

ONOMÁSTICA PERSONAL. Dichos nombres, tomados de las inscripciones descubiertas en tierra de caristios, autrigones y várdulos, forman la siguiente serie, donde se incluyen sus complementarios de estirpe latina, para conservar idea del grado de romanización de dichas tribus. Llevan el número correspondiente a cada letrero en el Corpus de Hübner. De las correcciones propias no hago mérito, por brevedad.

Pancorbo. Ad. 172: Ambatae Plandidae Domitia Doidena et Domitius Reburrus matri.

Olabarre. 5818: Attia?

Iruña. 2927: Vetius. 2935: Munatius Fuscus Ambaici filius). 5819: Elanus Turaesamicio(rum) Ambati f.

Margarida. 2928: Caricus?

Meacaur. [Selverina Salv[ia]no Certimio(rum).
Salvatierra. 2942: Segontius Iammari? f.

Ocáriz. 2946: Segontius Segoni f.

Eguílaz. 2948: Ambaus Plendie f. - 2949: [Li]cira Segonti f.
Ilarduya. 2940: Ablonius Licirae servus.

Contrasta. 2950: Ambata Appae f. 2951: Ambatus Serani? f. — 2952: Araica Arai f. 2953: Cantabri Tritai f. 2954: Caricus Carif. 2955: Madanica. - 2956: Segontius Ambati Vecti f 2957: [T]uraesamu Cantabri f.

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Gastiain. 5827: Iunia Ambata Vironi f. 5828: Minicia Aunia Se

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