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nes con todas las partes del mundo y que conduce, á la vez, á la creación de riquezas distintas de la tierra y á la colonización. En estas condiciones, así como el régimen territorial implica el feudalismo, el régimen mercantil, esto es, del dinero, produce la dominación burguesa. El dux veneciano se desposa con el mar, mientras los señores feudales se unían con la tierra.

La colonización contribuye después á esta misma obra. Al cabo de cierto tiempo, no se reconocerán los descendientes de hermanos. John Bull se habrá convertido en el Jonathan que mira á su hermano con desconfianza, se rebela contra él y acaba considerándole con indiferencia. Verdad es que la tierra habrá vencido otra vez, pero será otra tierra.

Este proceso se hace sentir menos en los países enteramente continentales. La tierra patria retiene entonces durante más largo tiempo. Sin embargo, la tierra mejor, por lejana que esté, atrae con todas sus fuerzas. Pero á este éxodo futuro se oponen aún dos obstáculos que mantienen en la dependencia del suelo. Ante todo, faltan medios de comunicación, rápidos, fáciles, baratos. Otro obstáculo consiste en las barreras aduaneras, primero entre provincia y provincia, luego sólo entre las naciones. Tan sólo la remoción de estos obstáculos, que implica ya la acción de los elementos sociales sobre los geográficos, puede consentir la expansión emigradora.

Una vez abiertas las grandes vías internacionales, la geografía pierde influencia sobre la vida social y acaba por extinguirse totalmente. La sociedad ya no es tributaria de su suelo, porque el suelo extranjero le da con facilidad lo que necesita. A la vez, su espíritu se emancipará, y la idea de patria, aun siendo un sentimiento, no será ya una necesidad. El hombre ya puede ser cosmopolita.

Entoncés es cuando, á su vez, la sociedad comienza á reobrar la geografía y á dominarla. La acción del hombre aislado sería insignificante, pero la de la sociedad posee una fuerza enorme. Perforar las montañas no es el mayor de sus esfuerzos. Su omnipotencia se afirma cada día más. La corteza terrestre se convierte en una pasta que modela á su gusto.

¿Será necesario repetir una historia tan conocida? Con los ferrocarriles, los canales, la navegación á vapor, los automóviles, supera el hombre con rapidez las mayores distancias; con la telegrafía eléctrica, sin hilos ó con ellos, con los teléfonos, con los cables submarinos, difunde instantáneamente el pensamiento de un extremo á otro de la tierra; cortando los istmos, hace del mar una vía sin solución de continuidad; extrae el carbón fósil y el petró

leo; alumbra el mundo y perpetúa la luz del día; utiliza y desarrolla la fuerza motriz del agua; fertiliza lo que era árido; seca los pantanos; sanea, transporta y aclimata las faunas y las floras. Subsiste, indudablemente, la geografía propia de cada país y sin carecer de influencia; pero corregida por la sociedad, mejorada. La influencia se hace recíproca, y, en la emulación, la sociedad queda victoriosa.

Otras influencias de la sociedad sobre el suelo, menos conocidas, vienen á aumentar estos efectos. Tal es la repartición de la población sobre la superficie del territorio en modo distinto de su distribución originaria. La vida social, en efecto, concentra una gran parte de la población en las ciudades, transformando con ello su carácter. Y si estas ciudades son muy populosas, la dirección general del país depende de ellas enteramente.

VI

No obstante el predominio de la sociedad, cada vez más fuerte, existen reacciones y luchas de la sociedad y la tierra, nacidas, no sólo de la evolución, sino de la desarmonía entre ciertas condiciones geográficas y determinados acontecimientos sociales.

Desde este último punto de vista, para que no ocurrieran tales conflictos, sería preciso que cada pueblo tuviese un suelo y una sociedad adecuados; dividir la tierra en tantas partes cuantas razas. Entonces, poseyendo cada sociedad todo lo necesario y adecuado para ella, serían menos numerosas las causas de conflicto y la paz universal sería un hecho posible.

Pero no es así, como es fácil advertir inmediatamente. Hay pueblos que no poseen territorio propio, aunque éste supuesto parezca contrario á la naturaleza y á la razón. Expulsados de todas partes, á causa de determinados prejuicios, representan un regreso á la humanidad primitiva, nuevos nómadas en un tiempo en que no existe el nomadismo. Uno de los ejemplos más evidentes es el de los judíos, que desde la toma y destrucción de Jerusalén carecen de patria. Es una singular anomalía la existencia de un pueblo sin tierra. Sería menos extraña si los judíos se hubieran fundido con los demás pueblos; pero no ha sucedido así, porque etnográficamente son una raza propia.

Además, aun cuando un pueblo tenga territorio, raras veces hay pleno acuerdo entre los dos elementos, pues el territorio está sujeto á límites que no corresponden á los caracteres de la raza.

En una misma comarca pueden vivir gentes heterogéneas, ó en una misma ciudad, ó en una misma aldea. Tal puede observarse hoy en el valle del Danubio, y lo mismo en la península de los Balkanes, donde se encuentran griegos, albaneses, turcos, servios, rumanos, búlgaros, alemanes, italianos, húngaros, tchecos, eslovacos, eslovenos, etc. Esta es, precisamente, la causa de la debilidad de Austria-Hungria y del Imperio otomano.

En estos países, la geografía y la historia viven en perpetuo conflicto. Y en general, aunque haya Estados limitados por verdaderas fronteras naturales, siempre contienen más ó menos gentes heterogéneas. La Sociología se rebela á esto y es posible que acabe triunfando.

En Italia, antes de la unificación, no había en realidad, sociológicamente más que un solo pueblo. Lo mismo sucedía en Alemania. Pero tal desacuerdo ya ha cesado casi.

Suiza da también uno de los casos en que el desacuerdo entre el territorio y el pueblo era más evidente; y, sin embargo, se ha resuelto en una perfecta armonía. El suelo ha vencido á las razas y á las lenguas. Sean italianos, franceses ó alemanes, todos se han hecho hermanos por la fraternidad de la montaña y del lago, por la solidaridad y homogeneidad del suelo.

Viceversa, el acuerdo entre sociología y geografía, á menudo ha sido destruído por la voluntad perversa del hombre, mediante las conquistas. Un país es sometido enteramente á otro, con la raza que le ocupa; á otro se le quita una provincia entera, ó se le desmembra entre varios conquistadores, y cada uno toma el fragmento que prefiere. Este es, precisamente, el factor que ha alterado la superficie de Europa y de Asia, cuyo mapa está lleno de contradicciones.

La necesidad de que coincidan la geografía y la sociología es tan fuerte, que algunos conquistadores intentaron satisfacerla de un modo artificial mediante una violencia especial que consiste en la toma de posesión del suelo de los vencidos, acompañada de la expulsión de éstos. En tiempo de la esclavitud de Babilonia, los judíos fueron trasportados á Asiria. En nuestros días se ha tratado de germanizar y eslavizar territorios determinados. En ocasiones, el éxodo ha sido espontáneo, como en Irlanda.

Sin embargo, el desacuerdo entre el suelo y la sociedad no surge cuando la variedad de razas que pueblan un país se forma alrededor de un tronco étnico, que, poco á poco, se las va asimilando. En este caso, los hombres se funden en una sociedad única que se consolida en un suelo. Tal sucede en los países de inmigra

ción, v. gr., los Estados Unidos, donde al tronco anglo-sajón han ido á juntarse individuos de todas las estirpes.

Hay también, entre sociología y geografía, otros conflictos menos importantes, pero no menos vivos, como son las cuestiones de fronteras. Una pulgada de territorio basta para originar las guerras más terribles, lo mismo que un metro de tierra suscita un pleito interminable.

Evitando todos estos conflictos, mediante la adaptación de la sociología á la geografía, no se destruirá la unión fecunda é íntima entre la sociedad y la raza, sino que se reforzará, con la prohibición de expropiar á una raza del suelo que la pertenece. El hombre y la sociedad regirán entonces el territorio que ocupan. De esta manera, como es debido, la sociología predominará sobre la geografía, porque si importa que el hombre no sea un rezagado, sino que, antos bien, como Anteo, adquiera nuevas fuerzas con el contacto de la tierra, importa también que la sociedad no sea dominada por un elemento al que es superior.

C. BERNALDO DE QUIRÓS.

NOTICIAS BIBLIOGRÁFICAS (1)

D. FRANCISCO DE QUEVEDO.-Ensayo de biografía jurídica, por el Doctor Rafael Martínez Nacarino. Libro de 150 páginas.-Precio 3 pesetas. - Madrid, 1910.

Con especial complacencia y singular detenimiento hemos leído el libro que el Doctor Martínez Nacarino intitula Ensayo biográfico de Quevedo, y que resulta un estudio meritísimo del escritor, que habiendo florecido en los comienzos del siglo XVII, ha llegado á nuestros días rodeado su nombre de tal popularidad que la incultura de muchas gentes no estará muy distanciada de creer que Quevedo vivió muy cercano de las generaciones actuales. Bien es verdad que la frescura de su ingenio y lo epigramático de sus escritos, no marchitados ni desvanecidos por la acción del tiempo, sea tal vez lo único conocido, no ya por quienes constituyen la masa indocta, sino por ciertos intelectuales que se adjudican á sí mismos tal dictado.

Quevedo, como mentalidad superior, adoctrinada en las enseñanzas de la ciencia de la política, en los problemas del Derecho y en las investigaciones de las ideas económicas; como pensador profundo en la Etica ó Filosofía moral, y escritor cuyas obras son monumento perdurable del estado de las costumbres públicas en el siglo XVII, ha sido tan sólo estudiado detenidamente por con. tado número de obreros de la ciencia que, como Menéndez Pelayo, Fernández Guerra y algunos otros, significan la genuina intelectualidad española, encarnación de la cultura en nuestra pa

(1) De todas las obras jurídicas que se nos remitan dos ejemplares have mos un juicio crítico en esta Sección de la REVISTA. De las que se nos remi ta un ejemplar, pondremos un anuncio en la sección de Libros recibidos.

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