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Así comenzaron las sesiones de aquellas Cortes, cuya apertura significa la conclusión del siglo xvi «El reloj de la Historia, escribe Pérez Galdós, señaló con campanada, no por todos oída, su última hora, y realizóse en España uno de los principales dobleces del tiempo» (1).

(Continuará)

TOMÁS ELORRIETA Y ARTAZA.

Auxiliar de Derecho político en la Universidad Central.

(1) Cádiz, pág. 88.

LOS TRIBUNALES PARA NIÑOS

Medios de implantarlos en España.

Los Tribunales para niños responden á una necesidad moral y á una necesidad jurídica de nuestra época.

El incremento adquirido por la criminalidad de los jóvenes en los países de mayor desenvolvimiento económico, es un he cho tan evidente que no ha menester de demostración. Basta con recorrer las estadísticas penales para adquirir la penosa certidumbre de que la delincuencia, lejos de circunscribirse & determinadas épocas de la vida, en que la lucha, la amargura, el vicio, pueden hasta cierto punto explicarla, se presenta y se desenvuelve, por desgracia, en períodos que debieran ser ajenos á toda idea delictuosa. El fenómeno no es nuevo tal vez, pero nunca se ha manifestado con la agudeza que en nuestro días reviste, ni ha despertado el interés que hoy, ni fué jamás objeto de preocupación tan intensa como ahora. En Alemania la criminalidad juvenil no deja de aumentar desde 1892, y en el período comprendido entre 1882 y 1896, el 24 de los condenanados por incendio; el 21 por 100 de los culpables de los atentados al pudor; el 19 por 100 de los ladrones, y el 11 por 100 de los estafadores, eran menores de dieciocho años.

En Inglaterra los Tribunales condenan un año con otro á 39.000 menores; en Austria la delicuencia de éstos ha experi

mentado un aumento de 23 por 100 durante los últimos dieci. ocho años (1). En Francia los Tribunales condenaron en 1900 á 12.000 menores por robo y á 6.000 por lesiones (2). En Italia la cifra es todavía mayor; 55.000 menores comparecen anualmente ante los Tribunales por distintos delitos. En todos los países ocurre lo mismo. En España la criminalidad de la in fancia representa el 8 por 100 de la criminalidad total. En 1900 fueron procesados en nuestra patria 2.664 menores por delitos entre los cuales descuellan los cometidos contra las personas, ó sean los llamados de sangre, y los delitos contra la propiedad, es decir, el hurto y el robo.

(1) En Austria el aumento de la criminalidad, según Lenz (Jugendstrafrecht), es considerable en los menores de once á catorce años. En 1876-1885 no pasa de 2,6 por 10.000; en 1885-95 se eleva á 3,5, y durante los últimos diez años llega á 4,4. Por lo que hace á los jóvenes de dieciséis á veinte años, llega á 52,8 por 10.000.

(2) En el Congreso anual de la Asociación francesa para el progreso de las Ciencias, celebrado en Clermont Ferrand, el Dr. Henriot, demostró el enorme aumento de la criminalidad juvenil. Las cifras que la expresan son las siguientes: 1830, 18.820; 1840, 11.551; 1850, 16.733; 1860, 18.787; 1870, 13.718; 1880, 26.171; 1890, 29.074; 1900, 29.872; 1905, 31.442. La progresión es mayor todavía si se tiene en cuenta que la unidad estadística no es ya la sentencia, sino el individuo, y que todos los acusados que han comparecido más de una vez ante los tribunales, no se han contado más que una vez, mientras que antes figuraban tantas veces como sentencias habían recaido sobre ellos. El aumento se refiere, principalmente, á los homicidios y asesinatos. En una misma ciudad, el día de la fiesta nacional, cerca de un kiosco donde acababa de celebrarse un baile, un padre de familia recibe una cuchillada mortal que le da un joven de quince años. Los hechos de este género abundan. La causa es doble: falta de educación moral y horror al trabajo... (a)

«Es de importancia notar, dice la estadística penitenciaria de 1904-5, el aumento de la proporción de delincuentes menores de veinte años. En efecto, en 1905 se eleva á 13,39, en vez de 11,96 en 1904 y 9,62 en 1903.

Según la estadística presentada al Comité de defensa de niños procesados por Mr. Honnorat (b), el total de menores detenidos por delitos comunes en París, en 1907 se elevó á 6.377, cerca de 2.000 más que en 1906.

(a) Revue Pénitentiaire, Julio, Octubre 1908. (b) Revue lénitentiaire.

Este fenómeno, por muy doloroso que sea, no tiene ni puede tener en sí mismo nada que sorprenda, ni nada que carezca de explicación para el que estudia los caracteres de la época en que vivimos. No es más que una consecuencia lógica del estado actual de las clases sociales. Los penalistas y sociólogos no vacilan en atribuirlo á factores como los siguientes: 1.o insuficiencia de los medios pecanarios requeridos para la educación; 2.o malas condiciones de las casas que dan por resultado la vida callejera de los niños; 3.o (y principal) indiferencia ó ausencia del padre y de la madre, ausencia que unas ve. ces es física y otras moral. «Los problemas actuales de la infancia, dice Roberto Hunter en su admirable estudio sobre la pobreza, se deben todos à una causa fundamental.>

Durante el siglo último se operó en la industria una revolución completa y casi todos los problemas sociales de la vida infantil son resultado de esa revolución. Lo mejor del pensamiento humano se consagró durante todo ese período al desarrollo industrial, á la economía, á la riqueza, á las ganancias, á los salarios. Es indudable que las necesidades del niño se han descuidado, si no olvidado enteramente, al ajustar la so ciedad á las nuevas condiciones. Al originar grandes ciudades y una nueva vida industrial, esta revolución destruyó el hogar. En nuestras grandes ciudades el hogar no existe ya. El desarrollo económico de los últimos cien años lo ha destruído, dejando en su lugar una mera sombra de lo que en otro tiempo era fuente de todo lo necesario en el mundo. El hogar consta ahora de unas cuantas habitaciones en una casa de vecindad. Los campos se han convertido en calles, las calles en patios, los patios en patinillos; la casa de vecindad no tiene ni siquiera esto último...» «En todas las grandes ciudades, decía M. Passez en el III Congreso Internacional de protección á la infancia celebrado en Londres; en todos aquellos sitios en donde la organización del trabajo tiende á destruir la familia, á sustituir con la fábrica el hogar doméstico, el niño expuesto á los mismos peligros, comete las mismas faltas y ofrece ca

...

racteres idénticos. El vicio imprime el mismo sello á todos los que á él se entregan, ya sean pequeños ó grandes. ¿En qué medio ambiente se encuentran los niños viciosos que no son delincuentes aún, pero que están ya en la pendiente que conduce al delito? No se encuentran, por lo general, en las casas de familias ricas ó acomodadas. Allí no suele haberlos, sino como excepción. Tampoco le hallaremos en la morada más modesta del artesano ó del agricultor que dispone de cierto bienestar Los niños que están expuestos á cometer delitos, porque nadie combate sus malos instintos, y que la autoridad paternal ni la educación en familia corrigen, se hallan con frecuencia en aquellas capas sociales en donde fermentan mil elementos en descomposición, en donde no estando nada en su sitio, todo ofrece la imágen del caos. En medio esos seres que la casualidad ha reunido bajo el mismo techo, sin que de su pasajera agrupación pueda salir una familia verdaderamente digna de este nombre, nadie se cuida del interés moral ni de la dignidad personal del niño. Este queda en libertad de entregarse á todos los vicios; á todos les parece muy natural que vagabundee, que incendie, que robe, que se embrutezca, que se prostituya. Podrán privarse, por tal de que coma, pero no hacen el menor esfuerzo porque no tenga ante los ojos ejem plos que le hagan perder pronto el respeto à todas las cosas, y que destruyan en él hasta los gérmenes de una idea moral; puede darse por feliz si sus padres no le aconsejan mal y no vierten en su alma el veneno de corrupción de que están atacados ellos mismos». Este cuadro tétrico del estado social de las clases bajas, determinante principal de las delincuencias de los jóvenes, no es privativo de ningún país; es común á todos los países, sobre todo de los más cultos, de los más ade lantados. ¿Quién puede negar que las mismas circunstancias se dan en Madrid, en Barcelona, en cualquiera de los grandes centros de la peninsula? Todo el que por afición al estudio de estos problemas ó por deber haya recorrido los barrios bajos de la corte y sus arrabales donde se reunen los elementos más

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