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constituyendo una especie de isla que solo se comunica con la tierra firme por una estrecha lengua, con fortificaciones sentadas en derredor del peñon. Guarnecíala con 1,000 hombres el gobernador don Pedro García Navarro, y por mar la protegian buques de guerra ingleses y españoles. No era, pues, de temer que la plaza fuera fácilmente tomada ni rendida, por más que los enemigos colocáran baterías en las colinas inmediatas, y por más que arrojáran sobre ella algunas bombas. Dificultades casi insuperables les quedaban que veucer, pero era contando con la lealtad y firmeza del gefe español que la defendia. Desgraciadamente no mostró poseer estas virtudes el García Navarro, y ya se traslució de sobra en la facilidad con que se sometió á la intimacion de Severoli, accediendo á entregar la plaza (2 de febrero), con tal que los suyos no fuesen prisioneros de guerque se pudiesen retirar donde quisiesen.

ra, sino

Vióse á las claras su deslealtad oprobiosa, cuando se publicó la comunicacion en que ofrecia rendirse, la cual comenzaba: «El gobernador y la junta militar de Peñíscola, convencidos de que los verdaderos españoles son los que unidos al rey don José Napoleon procuran hacer menos desgraciada su patria, ofrecen entregar la plaza... etc. (1).» Así añadia con cierto deleite el Diario Oficial del gobierno intru

(1) Publicóse en la Gaceia de Madrid del 21 de febrero.

TOKO XXV.

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so: La capitulacion de Peñíscola es un testimonio de que los verdaderos españoles, que, ó forzados al principio de la insurreccion, ó exaltados por las pasiones, tomaron parte en ella, reconocen sus deberes hácia la patria y su soberano. Si el ejemplo del gobernador y guarnicion de Peñíscola se hubiese dado de antemano por otros gefes, se habrian evitado la mortandad y los desastres que han afligido á la desgraciada España. Más para honra y consuelo de esta España fueron contados, muy contados, los que ántes y después cargaron con el baldon de la deslealtad. El Navarro entró al servicio del intruso, único camino que le quedaba, como quien no podia vivir ya entre honrados y pundonorosos españoles.

No en todas partes iban mal las cosas para nosotros en el principio de este año. Vimos en el capítulo anterior que después de haber introducido los franceses un convoy en Ciudad-Rodrigo, el duque de Ragusa (Marmont) y el general Dorsenne, en vez de dar batalla á los ingleses, se separaron, acantonando Marmont sus tropas desde Salamanca á Toledo. Esta retirada y la expedicion de Montbrun á Alicante, de que hablamos arriba, vinieron bien á Wellington para formalizar el sitio de Ciudad-Rodrigo que tiempo hacía estaba preparando. Alentaba tambien al general inglés la circunstancia que él no ignoraba, de haber sido llamada á Francia la famosa guardia imperial, á consecuencia de los temores de una próxima guerra

con Rusia. Mandó al general Hill que se moviese hácia la Extremadura española, á don Carlos de España y don Julian Sanchez que se situaran en el Tormes para incomunicar al duque de Ragusa que estaba en Salamanca, y él se presentó el 8 de enero en actitud de embestir la plaza de Ciudad-Rodrigo, cuyas forti- . ficaciones habian reparado y aumentado los franceses. Aquella misma noche se apoderó de un reducto levantado en el cerro ó teso de San Francisco (1). Plantó en el mencionado teso tres baterías cada una de 11 piezas, y al saber que el general Graliam con las de la primera paralela acababa de tomar el convento de Santa Cruz (13 de enero), rompió con aquellas el fuego el 14, en cuya noche se hizo dueño del convento de San Francisco, y del arrabal en que este fuerte estaba situado. En los dias siguientes hasta el 19 se completó la segunda paralela: en aquel dia se prancticaron dos brechas en el muro, de 30 piés de ancha la una, de 100 la otra; y se íntimó la rendicion al gobernador Barrié, que contostó estaba resuelto á sepultarse con la guarnicion bajo las ruinas de la plaza.

Con tal respuesta no quedaba al general sitiador otro partido que tomarla por asalto, y así lo determiné, destinando á primera hora de aquella misma

(1) Algunos historiadores franceses, tomando la palabra teso ó collado por nombre propio, lla

man á uno le Grand-Téson, y á otro le Petit-Téson.

noche cinco columnas á embestir ó amagar por otros tantos puntos: resistieron los franceses con firmeza y resolucion, pero no pudieron impedir que los aliados tomáran la cresta de la brecha grande, y de allí se estendieran lo largo del muro, y á poco se enseñoreáran de la ciudad. Rindieron entonces las armas 1,700 hombres con su gobernador Barrié (1), únicos que habian quedado vivos de los 3,000 que componian la guarnicion, pues los demás perecieron en la defensa. Perdieron los aliados 1,300 hombres, entre ellos los genérales ingleses Mackinson y Crawfurd: Wellington puso la plaza en manos del general Castaños que mandaba en aquel distrito. Las Córtes españolas compensaron á Wellington concediéndole la grandeza de España con el título de duque de Ciudad-Rodrigo. «La pronta caida de esta plaza, dice un escritor francés, admiró á todo el mundo, y causó un vivo disgusto al emperador.» No lo estrañamos, y más sucediéndole este contratiempo en ocasion que la proximidad de la guerra de Rusia le obligaba á sacar de España 14,000 soldados veteranos, entre los 8,000 que hemos dicho de la guardia imperial, y 6,000 polacos del ejército de Aragon.

Puso Wellington en estado de defensa á CiudadRodrigo, hizo reconstruir las fortificaciones de Almeida, y entregando aquella plaza á los españoles, y de

(1) Es de las pocas ocasiones mero las historias españolas y en que están contestes en el nú- francesas.

jando esta gnarnecida, despues de haber provisto de este modo á la seguridad de las fronteras de Portugal, pensó ya en emprender el sitio de Badajoz. Púsose en marcha el ejército anglo-portugués el 5 de marzo, y el 11 sentó sus reales en Yelves, donde se hallaba reunido un tren de sitio traido de Lisboa. Hizo luego echar un puente de barcas sobre el Guadiana una legua por bajo de la ciudad, y pasándole algunas de sus divisiones, embistió la plaza el 16. Otras fueron destinadas á contener é impedir la reunion que se temia de los generales franceses duque de Dalmacia y de Ragusa (Soult y Marmont). Cooperó á estos movimientos el 5. ejército español. Guarnecia la plaza con 5,000 hombres el general Philippon, acreditado ya por su valor y pericia en otras defensas, y habia mejorado y aumentado las fortificaciones. Ahora mostró la misma inteligencia, la misma bravura y bizarría, aunque con adversa fortuna. El 19 dispuso que saliera una columna de 1,500 hombres, que no dejó de causar confusion en los puestos y destrozo en las obras de los sitiadores, pero que rechazada luego por la reserva de los aliados, regresó con 300 hombres de menos. No volvió Philippon á sacrificar en esta clase de tentativas tropas que necesitaba conservar para un momento crítico.

Lluvió tan copiosamente del 20 al 25 (marzo), que la crecida del Guadiana arrastró el puente de barcas, y sin embargo los ingleses no suspendieron

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