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más fecundos en resultados. No solo el parlamento británico otorgó á lord Wellington mercedes y honores; tambien las Córtes españolas, á propuesta de la Regencia, le condecoraron con la insigne órden del Toison de Oro, y la princesa de la Paz doña María Teresa de Borbon le regaló el collar que habia pertenecido á su padre el infante don Luis (1).

Cuando el rey José supo la retirada de su ejército de Portugal sobre el Duero, viendo que el general Caffarelli no le enviaba sino un pequeño cuerpo de caballería, y que Soult y Suchet se negaban á enviarle tropas, recogió todas las que pudo de su ejército del cen

la Guerra, como el de lord Wellington, y varias relaciones escritas por oficiales ingleses y fran

ceses.

(1) En las Córtes se anunció la noticia del triunfo de Arapiles del modo siguiente. Era la sesion del 31 de julio, y á poco de abierta se presentó el ministro de la Guerra y dijo: «Señor, vengo de órden de la Regencia del reino «á anunciar á V. M. la derrota del mariscal Marmont. Antes de leer el parte, los diputados y el público de las tribunas prorumpieron en vivas aclamaciones y palmadas. Restablecido el silencio y leidos los partes se acordó que el Congreso fuese inmediatamente y sin ceremonia, acompañado de la Regencia, & la Iglesia del Cármen á cantar un Te Deum en accion de gracias por accion tan gloriosa, y que una comision pasase á felicitar al embajador de Inglaterra. Todo se verificó conforme á le acordado.

Hablando Villanueva de la impresion que hizo en las Córtes la noticia de la derrota de Marmont

en Arapiles, dice: «Fué rato de sumo gozo para el Congreso y para el público..... se abrazaban todos mútuamente: fué dia de gran «júbilo. Al tiempo de la salva dispararon granadas los enemigos. «Ya el pueblo miraba esto con desprecio. Vino á tiempo la noti«cia alegre de templar la pena «que causó la desgraciada muerte de Novales, el oficial mayor de la «secretaría de Córtes, que murió ⚫en su cama á las cuatro de la ma«ñana, sofocado de humo de una

bomba que reventó en su cuarto. «Cinco veces han disparado grana«das los enemigos despues de la no«ticia.»

Más adelante se acordó que se erigiese en los campos de Salamanca y Arapiles un monumento en memoria de la batalia de 22 de julio.- Decreto de las Córtes de 4 de agosto. Y á los pocos dias se dió tambien una órden permitiendo colocar en la plaza de Salamanca el busto del duque de Ciudad-Rodrigo, lord Wellington

tro, en número de 10,000 hombres, y en cuanto dió tiempo á que viniera á Madrid la division Palombini y dejó guarnecida su capital, y principalmente el Retiro, púsose en marcha hácia el Duero en socorro de Marmont, franqueando el Guadarrama el 22 de julio, precisamente el dia de ia derrota de aquél en los Arapiles, que José ignoraba y no imaginaba. Pero aquel dia supo ya que Marmont se habia replegado hacia Salamanca; decidióse entonces él mismo á marchar sobre el Tórmes con objeto de juntarse con él. Acampaba el 24 en Blasco-Sancho, y tenia ya órden de proseguir al dia siguiente á Peñaranda, cuando le llegaron noticias del triste resultado de la jornada del 22 en Arapiles, confirmadas al otro dia por cartas de Marmont y Clausel escritas desde Arévalo, diciéndole que trataban de ganar á Valladolid antes que los ingleses. Tuvo con esto José que variar completamente de plan. Des- · pues de alguna vacilacion decidióse por volver á Ma drid, y el 26 se hallaba de retroceso en la Venta de San Rafael, cerca de la cumbre de Guadarrama, cuando en virtud de nuevo aviso del general Clausel tuvo por conveniente variar un poco de rumbo y dirigirse á Segovia, donde estableció su cuartel general, con el fin de proteger al ejército perseguido. Mas éste, acosado de cerca por los aliados, huía precipitadamente en la mayor desorganizacion é indisciplina hácia Burgos, ansioso de ganar el Ebro. José entonces, no pudiendo permanecer mucho tiempo en Segovia sin com

prometerse, determinó volverse á Madrid, donde entró el 5 de agosto. Entretanto lord Wellington habia entrado el 30 de julio en Valladolid, y además avanzaba el 6. ejército español por Astorga, y se estendia hasta Toro y Tordesillas, donde el brigadier don Federico Castañon rindió todavía 250 franceses, que se habian refugiado y fortificado en una iglesia.

Wellington no paró tampoco en Valladolid: prosiguió á Cuellar, donde sentó sus reales el 1. de agosto. Dos partidos podia tomar desde aquella posicion; ó seguir la vía de Burgos tras el desconcertado ejército francés de Portugal hasta acabar de destruirle, ó venir en pos del rey José hasta la capital del reino. Prefirió el general británico este segundo partido, y el 6 se movió de Cuellar, y atravesando por Segovia llegó el 8 al real sitio de San Ildefonso ó la Granja, donde hizo alto para dar lugar á que su ejército descendiera los puertos de Navacerrada y Guadarrama. Habia dejado un cuerpo de observacion sobre el Duero, y el ejército español de Galicia ocupó á Valladolid.

José á su regreso á la capital encontró sus contornos devastados por las guerrillas españolas, que se acercaban con frecuencia hasta las tapias mismas de Madrid, plagando del mismo modo los alrededores de Toledo y Guadalajara. Convencido de la imposibilidad de tomar la ofensiva contra los aliados sin el auxilio del ejército del Mediodía, habia ordenado desde Segovia

al mariscal Soult que se acercara al Tajo por la Mancha. En vano le reiteró estas órdenes; el duque de Dalmacia se le mostró tan inobediente como antes. José no qucria abandonar la capital sino en el último estremo, porque le dolia dejar á merced del enemigo tanta artillería, tantas armas y municiones; sentia el embarazo que le iban á causar los muchos españoles comprometidos que se disponian á seguirle, y comprendia todo el mal efecto de este paso en Francia y Europa. Mas cuando supo que los aliados franqueaban ya la sierra que divide las dos Castillas, resolvióse ya á abandonar la córte, juntó sus tropas, ordenó al general Hugo que se quedara con 2,000 hombres para mantener el órden hasta que se alejase el ejército, y al coronel Lafont que defendiera el Retiro y cuidara de los enfermos, y él trasladó su cuartel general á Leganés (10 de agosto), y colocó al general Treilhard con alguna fuerza entre Boadilla y Majadahonda en observacion del enemigo. En efecto, habiendo ya éste descendido de la montaña, una columna de su vanguardia fué acometida por superior fuerza francesa, y en el encuentro perdió tres cañones y cerca de 350 hombres entre infantes y ginetes, despues de cuyo golpe continuó José su retirada, durmiendo aquella noche en Valdemoro, entre Madrid y Aranjuez.

Aquella misma mañana (12 de agosto) comenzaron á entrar en Madrid los aliados, acompañándolos algunos guerrilleros españoles de cuenta, como el Empeci

nado y Palarea, en medio del alegre son de las campanas. A las pocas horas escitó mayor entusiasmo la llegada de Wellington, á quien el nuevo ayuntamiento que se habia formado recibió y llevó á la casa de la Villa, á cuyo balcon se asomó el general en gefc del ejército aliado en compañía del Empecinado, siendo ambos objeto de estrepitosas aclamaciones. Fué luego Wellington conducido al Palacio Real, donde se le aposentó. Los corazones de los madrileños rebosaban de júbilo, y á pesar de la miseria pública no se veia semblante mústio, y esmerábase todo el mundo en agasajar cuanto podia á los nuevos huéspedes, que miraba como libertadores. Al dia siguiente se publicó en Madrid con aplauso universal la Constitucion de la monarquía hecha en Cádiz, presidiendo el acto don Miguel de Alava y don Cárlos de España, este último recien nombrado gobernador de Madrid, y que llamó la atencion pública por las demostraciones hasta exageradas que hizo de entusiasmo constitucional, verdadera antítesis del aborrecimiento que despues en el trascurso de su vida mostró á cosas y á personas que por liberales y constitucionales fuesen tenidas. El ayuntamiento obsequió tambien por la noche al duque de Ciudad-Rodrigo con un magnífico baile.

En la tarde de aquel mismo dia hizo Wellington cercar y acometer el Retiro, donde, como dijimos, habia quedado un cuerpo francés custodiando los enfermos. Buenas las obras de fortificacion practicadas en

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