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Poco ó nada notable ocurrió en esta primera mitad del año 11 en las comarcas limítrofes de las provincias de Granada y Murcia, al cuidado la primera, juntamente con la de Jaen, del general Sebastiani con el 4. cuerpo francés, la segunda al del general español Freire, sucesor de Blake en estas partes, con el 3.er ejército que antes formaba parte de el del Centro. Hubo solo reencuentros parcialeo, aunque recios algunos y bastante empeñados; incursiones recíprocas en territorio respectivamente enemigo, de las cuales húbolas atrevidas é imponentes, como la que hizo Sebastiani hasta Lorca, y la que á su vez ejecutó el conde del Montijo con algunos batallones por la parte de las Alpujarras, aproximándose tanto á Granada que puso en cuidado la guarnicion misma de aquella capital. Al fin de junio el genera! Sebastiani, quebrantado de salud y al parecer no bienquisto de Soult, reti-· róse á Francia, sucediéndole en el mando de aquella provincia el general Leval.

Solia haber en la Mancha ura division del mismo 4. cuerpo francés para mantener espedita la comunicacion entre las provincias de Andalucía y la capital del reino; si bien el territorio mismo de la Mancha, como de las provincias de Madrid, Toledo, Guadalajara, Cuenca, Avila y Segovia, comprendian el distrito militar á que se estendian las operaciones del ejército ilamado del Centro, bajo las inmediatas órdenes del rey José, único en que él inandaba con libertad. Este ejér

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cito, más que con tropas regulares españolas, tenia que habérselas con las partidas que rebullian en las provincias mencionadas, y de las cuales las más gruesas subsistian las mismas que en años anteriores, si bien de las pequeñas solian desaparecer ó concluir algunas, que no tardaban en ser reemplazadas por otras que brotaban de nuevo. Era siempre de los partidarios de más cuenta don Juan Martin (el Empecinado), que corriéndose unas veces á Aragon, volviendo otras á Guadalajara ó Cuenca, ya campando solo, ya uniéndose á don Pedro Villacampa, como cuando desalojaron juntos la guarnicion francesa de la villa y puente de Auñon llevándose más de cien prisioneros, ya batiéndose en las comarcas de Sigüenza ó de Molina, ya trasponiendo sierras y apareciéndose en Segovia ó San Ildefonso, traia constantemente er jaque á los enemigos.

Fué error de la junta (entre los desaciertos é inconveniencias que estas juntas de provincia solian cometer) haber puesto la division del Empecinado, que division podia llamársela, puesto que reuria ya más de 3.000 hombres, bajo las órdenes del marqués de Zayas (distinto del general Zayas, perteneciente ahora al ejército de Cádiz), como comandante de la provincia. No era el de Zayas hombre ni de prestigio ni de tacto para el caso, y bajo su direccion llevaba más trazas de debilitarse y amenguar que de crecer y fortalecerse la gente de don Juan Martin (julio). Por for

tuna la medida de las Córtes disolviendo aquella junta y relevando de la comandancia á Zayas pusc término á aquel estado, y reorganizando don Juan Martin su fuerza acreditó otra vez más que para gobernar parti das eran menester las condiciones especiales que él y algunos otros de su temple reunian.

Eran de este número los dos médicos, despues generales, en años anteriores ya tambieh mencionados, Palarea y Martinez de San Martin, tan molestos al' ejército francés de Castilla la Nueva, él primero 'por la parte de Talavera de la Reina y Toledo, el segundo por la de Cuenca, Albacete y Ciudad-Real, ya solos, ya en combinacion con otros partidarios, como cuando éste último, reunido con don Francisco Abad "(Chaleco), escarmentó á los franceses en la Osa de Montiel (agosto). Tampoco faltaban guerrilleros diestros y valerosos, aunque no de tanta nombradía en las dos previncias de Castilla la Vieja, Avila y Segovia, comprendidas en la demarcacion señalada' al ejército francés del Centro bajo el mando inmediato del rey José. En la primera y sus confines campeaba el ya otras veces nombrado Saornil; y en la segunda y sus sierras, se hacia cada vez más notable don Juan Abril, que entre otros importantes servicios hizo en la primavera de este año el de rescatar 14,000 cabezas de ganado merino que os franceses habian apresado é intentaban trasportar acaso fuera del reino', ó donde otros de sus cuerpos de ejército estaban

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necesitados: de provisiones. Continuaban los gefes franceses ahorcando ó arcabuceando los guerrilleros que cogian, so color de considerarlos como brigantes óbandidos, y nuestros partidarios tomando la revancha de ahorcar francescs en los caminos ó á las entradas de las poblaciones por donde sabian que sus columnas iban á pasar; que era uno de los caractéres terribles de esta guerra, por las causas que otras veces hemos ya apuntado.

Respecto á cómo vivian los franceses en la capital del reino y asiento de su rey, nada diremos nosotros; nos contentamos con copiar las breves pero espresivas palabras siguientes del autor mismo de las Memorias del rey José. Les Francais ne pouvaient se montrer dans les promenades axtérieures de la ville de Madrid, sans courir le danger d' étre enlevés (*).

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No tanto por la resistencia tenaz que el país oponía á su dominacion, como por el disgusto habitual que le producia la conducta personal y política del emperador su hermano para con él, la situacion del rey José no era ni más ni ménos amarga en 1811 que lo que vimos hasta fines de 1810 (2). Buscando siempre cómo salir de aquella ansiedad que tanto le mortificaba, en enero de este año (1811) envió á París uno de sus edecanes, el corónel Clermont-Tonnerre, con cartas para Napoleon rogándole le esplicara en

(1) Memoire, lib. X.

esto dijimos en los capítulos 9.°

Recuérdese lo que sobre y 11.°

qué relaciones se encontraba respecto á algunas provincias. Clermont-Tonnerre entregó los despachos, pero ni obtuvo respuesta, ni él volvió más á España. A poco tiempo (febrero) apareció en el Monitor de París un artículo, en que se decia, que la fiebre del patriotismo español habia pasado, y que los pueblos de Aragon, como los de otras provincias del Centro, del Mediodía y del Norte de España, pedian á gritos su reunion al imperio. Compréndese cuanto aumentaría esta declaracion, publicada en el diario oficial de Francia, la inquietud del rey José. Las cartas que recibia de la reina Julia no eran tampoco para trarquilizarle. Decíale que apenas podia hacerse escuchar del emperador; que el pensamiento de la adquisicion de la hacienda de Mortefontaine para su retiro no habia merecido su aprobacion; que à juicio de su hermano los intereses de España debian subordinarse á los del imperio, y que si se determinaba á dejar el trono queria que lo declarara oficialmente por medio de su embajador en Madrid. En consecuencia de esto, y de una conferencia que José tuvo con el embajador Laforest, pasó una nota al emperador, en que, sin declarario definitivamente, le indicaba que le convendria renunciar á los negocios políticos.

En tal estado de incertidumbre y de zozobra, no pudiendo José captarse el aprecio de los españoles, por más què procuraba halagarlos y distraerlos dando saraos y banquetes, permitiendo los bailes de másca

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