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ARTÍCULO

DE

D. ANTONIO CASTELLÁ Y MORA.

AL SR. D. JOSÉ TARONJÍ, PRO.

Dolor meus super dolorem, in me cor meum mærens. Mi dolor sobre dolor, mi corazon entristecido dentro de mí. (Jeremías; cap. VIII, ver. 18.)

Ved si tengo razon al exclamar...... cual exclamaría el profeta del llanto: Ya no hay bálsamo en Galaad!»> (Sr. Taronji, Pro.)

Hay bálsamo, hijo mío, hay bálsamo en Galaad para su dolor. El pueblo baleárico, y el de más allá de estas islas, han escuchado el plañido de su lamento: ha llegado íntegro hasta su corazon el lastimero acento de su melancolía. Los buenos han atendido; y con entrañas de amor, con el espíritu de aquella caridad siempre benigna, indulgente siempre, con que el generoso Saulo estrechaba entre sus brazos á su discípulo Onésimo, acuden á V., y le rodean afectados de admirable ternura. Angustiado su corazon con el quebranto de su alma, exclaman: ¡hay bálsamo, hay médico todavía en Galaad para las heridas de su inmerecida amargura!

¿No ve que el milano ha conocido en el cielo su tiem

po? ¿que la tórtola, la golondrina y la cigüeña se reunen en bandadas, porque ha alboreado el día de su emigracion? Las arpas, que melancólicas colgaban en los sauces de las estériles riberas del río de Babilonia, á las cuales no dejaba mano sacrílega elevar los piadosos suspiros de su acento al Dios de Israel, hoy en las márgenes floridas del Jordan, en transporte de tan fausta nueva, y como llevadas en alas de los vientos, cantan para salud nuestra y para nuestro fraternal amor:

«<Los fariseos aman á Dios en espíritu y en verdad; y cediendo al dulce atractivo de la libertad cristiana, tan sólo anhelan las regiones embellecidas del progreso espiritual: los saduceos celebran la apoteósis de la celestial inmortalidad: los esenios se inician en el fuego purificador del amor divino: los samaritanos han dilatado sin fin las fronteras de su imperio, y han abierto á todos sus hermanos en Jesucristo las puertas de su más cordial hospitalidad. >>

«No hay cristianos judíos; no hay cristianos griegos; no hay cristianos romanos. Todos hemos sido regenerados en Cristo: todos somos de Dios, somos en él, y por él. Cristo es todo para nosotros, y nosotros todos para con Cristo: ha muerto la Sinagoga, y el gran Pan vive, y Sion dilata las pieles de su tienda; pues el judío, el japonés, el israelita...., todos, en una palabra, habitan ó habitarán sucesivamente debajo del pabellon inmaculado del místico Cordero. >>

¿Cómo, pues, hijo mío, ha de faltar bálsamo en Galaad para cicatrizar las heridas de nuestros corazones? Si hermanos somos, ¿cómo dejar de admitiros en nuestro seno? ¿Cómo no estrechar vuestro corazon cristiano contra nuestro cristiano corazon, y no daros el santo ósculo de la paz?

¡Cuán dulce era al Señor; cuán provechosa á la nueva casa de Israel, cuán ejemplar y asimismo terrible á los

fariseos, cuán luminosa á los gentiles la palabra de uncion, que brotaba de los encendidos labios del convertido discípulo de Tarso!

Dejad, pues, que diga, siquiera de un modo indeciso, el rabino Gamaliel, dejad que diga, que el ungido del Señor cante en los templos sus divinas alabanzas, y pregone desde la cátedra del divino amor la buena nueva; que en ella nos aliente, y sostenga en nuestros corazones la fe, la piedad, la caridad y la esperanza.

¡Ah! ¿Cortaremos indiscretamente sus alas á la blanca paloma? ¿Extinguiremos sin piedad el sagrado fuego de su generoso pecho? ¿Cubriremos de heladas sombras para ignominia nuestra los horizontes de su imaginacion vigorosa, que fecundiza con esperanza de copioso fruto el privilegiado sol de su entendimiento? ¡Ah! no, léjos de nosotros tamaño delirio.

¡Amaos los unos á los otros; y sea ésta nuestra perpetua divisa! Sí, amaos los unos á los otros; todos necesitamos de amor mutuo: reciban nuestros corazones el ósculo de la Paz. Digno de ese amor es el clero de Mallorca, por su alto ministerio, por su saber, por su piadoso celo y por su acrisolada virtud. Digno de ese amor es nuestro amado Taronjí, por el carácter que reviste, por su corazon noble, por las elevadas miras de su propia defensa, cuyo orígen, sin méritos bastantes, ha motivado profunda amargura en las delicadas entrañas de su alma: Olvidemos nuestras faltas, cualesquiéra sean; perdonemos á quien quiera sea, sobre quien graviten; edifiquémonos mutuamente con el buen ejemplo, y caiga para siempre de nuestros corazones esa necia y negra honrilla, que nos acibara y nos separa con injusticia á los unos de los otros: reine de hoy en adelante una sola hermandad, franqueable, sincera y generosa; para que todos seamos unos ante Dios y ante los hombres.

Hagámoslo así, cueste lo que costare el sacrificio de la preocupacion añeja; que sólo así se alcanza el galardon verdadero; sólo así daremos ejemplo de vida, y endulzaremos la triste amargura que corroe las paternales entrañas de nuestro buen pastor, de nuestro amado Obispo, el bondadoso señor D. Mateo Jaume, quien con la humildad y mansedumbre de su alma piadosa, levantando los ojos de su angustiado espíritu al Padre de las misericordias y de la santa consolacion, exclama con solícito afan: ¡¡Amaos los unos á los otros!!

3 de Febrero.

ANTONIO CASTELLA Y MORA.

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CARTA

AL SR. D. ANTONIO CASTELLA Y MORA.

Oculi tui videant æquitates. Tus ojos vean la equidad. Salmo 16.

Muy señor mío y entrañable amigo: El artículo-remitido que publicó V. el sábado en los periódicos de esta Ciudad, referente á mi humilde persona, me obliga á tributarle hoy con sincero respeto mi admiracion por las altas cualidades de valor, de nobleza de alma, de espíritu de concordia que adornan á V.; y en segundo lugar á darle un expresivo voto de gracias por el afectuoso cariño con que me trata V. ante el público. Este cariño, este amor, no son, no pueden ser exclusivamente para mí: no soy digno de tanta bondad; no me considero digno de las frases de alabanza con que V. me honra á boca llena. Este cariño, este amor de los ángeles, lo siente V., indudablemente, para con las personas, para con las familias desgraciadas, cuyos lamentos seculares han conmovido el cristiano corazon de V. Sí, indudablemente; el pensamiento de V. estaba fijo en los padecimientos de una parte considerable del pueblo mallorquin; en esos padecimientos crueles que no tienen nombre en el diccionario

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