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á comulgar, á asistir á una funcion religiosa, á realizar una romería, á preparar unas cuarenta horas, et cétera, et cétera; y en el acto de hacerlo te acuerdas de que has agraviado á tu hermano, no prosigas, deja la misa, deja las cuarenta horas, y vé á reconciliarte con tu hermano y á reparar el mal que has hecho. De lo contrario, si así no lo haces, ya puedes clamar años y más años: Señor, Señor. El Señor rechazará tus hostias y oblaciones, y en la gran hora de la Justicia oirás de sus labios esta tremenda sentencia: «No te conozco. Apártate de mi, tú que obraste la injusticia y la iniquidad.»>

¡Sí, señor! Apártate de mí, discedite à me. Si, Señor Ecónomo; en la hora tremenda, no valdrán influencias, ni miramientos, ni baladíes y tontas excusas; no valdrá el alegar en descargo de la conciencia los motivos fútiles y vanos ó las corrompidas estupideces que oigo alegar: Discedite á me. Ni aunque fuera una madre abadesa, una priora de convento, un rector de seminario, digámoslo así, ó un señor marques ó caballero principal; ni aunque fuera un ilustrísimo obispo que, á pesar de su autoridad, omnímodo poder, ó siquiera dulces lágrimas, no hubiese hecho entrar á sus subordinados en la senda del deber y del amor; sí; ni aunque fuera un obispo podría libertarse de oír las vengadoras palabras: Discedite àme, qui operamini iniquitatem. (Cap. VII, v. 23 de San Mateo.) Y digo vengadoras, porque estoy convencido de que el Señor Dios sale á la defensa del inocente, del oprimido y del despreciado por los hombres; á la defensa del que ha sido postergado por una hipocresía ora cobarde y tímida, ora insolente y deslenguada, siempre infame, que so pretexto de tranquilidad y de no precipitar las innovaciones, opone una barrera de hierro al paso de la verdad, de la consecuencia, del honor, del derecho, y de la divina equidad que vino á establecer Jesucristo.

Todas esas diferencias y distinciones á que me refiero, todas esas acepciones de personas, y exclusivismos, fundados en una preocupacion ridícula, cuando no feroz y antisocial, socavan el edificio de la caridad cristiana. Yo no aludo (como pudiera creerse en el Continente, en donde ignoran estas miserias), yo no aludo á las preeminencias y jerarquías sociales, á las prerrogativas que deben concederse á la virtud, al talento, al trabajo, al capital, y hasta al simple hecho de haber nacido en ilustre cuna; no aludo á las prerrogativas legítimas, bien lo adivinarán los lectores mallorquines; me refiero á las preocupaciones de clase, tan respetadas y favorecidas en Mallorca por los que tienen la alta mision y el ineludible deber de combatirlas y extirparlas.

Ellas minan la sociedad; matan las dulces afecciones que engendran la simpatía y comunicacion entre las familias, y neutralizan el progreso social. Todos sabemos que el agua del bautismo borra el pecado original y los demas pecados, si los hubiere: esto enseña la Fe, esto cree la Religion, esto manda Dios con solemne mandato. Pero, señores, aquí lo hemos entendido de otra manera; aquí parece que existe un pecado original, que no lo borra el Bautismo. ¡Qué delito contra la Fe! ¡Qué decís? ¿Un pecado original, un pecado de nacimiento que no lo lavan las aguas bautismales?-¡Sí, señor! O al ménos asi lo enseñan, á escondidas con palabras y públicamente con hechos, los teólogos mallorquines. ¡Sí, señor! ¡Un pecado de nacimiento, que se propaga de generacion en generacion, é incapacita á las personas que tuvieron la fatalidad de nacer con ese maldito colgajo, las incapacita para la mayor parte de los cargos, empleos y funciones de la Iglesia. Antiguamente las imposibilitaba de ejercer cargos y empleos civiles y militares; pero esa imposibilidad ha caído en desuso, gracias á la ilustracion y adelanto

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generales. Pero los teólogos mallorquines no entienden en eso de ilustracion; allá se quedan ellos con sus debilidades y prácticas del siglo XVII. En vano la sociedad los empuja; en vano se les dice que con su conducta zahieren la honra y matan el porvenir de dos mil familias; en vano se les grita que predican una cosa y hacen otra, y que ocasionan la ruina espiritual de los fieles, barrenando infamemente el Cristianismo: ellos tan frescos siguen su camino; firmes, y sin ceder, en la obra de adoracion al demonio, en el indigno papel de desacreditar la verdad. Y si no, ahí está el Sr. Ecónomo de San Miguel, que no me dejará mentir. La sangre hierve en mis venas, al pensar en tamaña indignidad. Yo diría al que aconseja ó dispone tales cosazas: Oiga V., D. Villano, ¿quién es V. para querer estigmatizar la frente de personas honradas, más honradas que V., y toda la ralea de los que piensan y obran así? ¿Quién es V., harto de ajos y de miseria, pozo de fechorías; quién es V., para hablar de nacimientos y de calles, y de otras lindezas por el estilo? V. es ménos que un granito de arena sucia, ménos que una burbuja de agua de jabon; para impedir el reinado de Dios y de la equidad V. es ménos que un gusanillo, ménos que un reptil que aplastamos de una patada.

Y no uso otras comparaciones, porque me lo impide la caridad; esa caridad santa, ángel de amor, misterio del corazon de Dios, esa caridad, aroma de la fe, sosten de la fraternidad humana; esa caridad que prescribe el amor mutuo, que Vds. no conocen ni quieren conocer. Porque ¿cómo conocerán la caridad los que aborrecen sus frutos? ¿Cómo la amarán los que propinan hostias envenenadas, en la comunion de las relaciones sociales? ¿Cómo amarán la caridad, los que alientan las víboras de la discordia, los que no se atreven á tocar los malos usos, ántes bien los protegen y fomentan?-Yo, dice una persona piadosa,

me siento inclinada al claustro, deseo ser monja.—¿Monja? No puede ser: ya ve V.; no las ha habido nunca de la clase de V.-Yo, dice un hombre de estudios, cansado de los combates de la vida, yo deseo meterme fraile; siento que Dios me llama á la vida religiosa.-¿Fraile? No puede ser: ¡quiá, hombre! No; si nunca los ha habido de la clase de V. en nuestros conventos.

Yo, dice un obrero, un hijo del trabajo y de la luz, yo ansio pertenecer á la Órden tercera; ganaré las indulgencias concedidas por los Sumos Pontífices, y santificaré mi alma. Señor Director de la Órden tercera de penitencia, sírvase V. apuntar mi nombre en el catálogo de los terciarios.

-¿Cómo se llama V.?

-Fulano de tal.

-Lo siento. No es posible apuntarle á V.

-¿Por qué, Señor? Las gracias pontificias, ¿son de usted ó de todos los cristianos? Si V. no me apunta falta al espíritu y á la letra de la ley.

-Pero, ya lo ve V. La Órden tercera, y la primera, y la segunda, y la... y la... y la... Verdad es que Dios derramó la sangre por todos; mas á Vds...

-A nosotros no debió de tocarnos la sangre del Señor. ¡V. prefiere la amistad de algun César á la voluntad de Cristo!

Yo, piensa un jóven, voy á vestirme la sotana de jesuita; ya sé que no podré residir en mi patria, pero siento la voz de Dios que me llama por ese camino; voy á sacrificarme por la humanidad.-El jóven atraviesa los mares, va léjos, muy lejos del Mediterráneo, se interna en Francia, entra como novicio en uno de los colegios de la Compañía, cerca de Bélgica; allí se porta como hombre de honor. Pero ¿qué queréis? allá le ha seguido la vista de los fanáticos de su país; allá le ha seguido la

intransigencia de sus compatriotas; y, vencido y humillado, tiene que regresar á vivir entre los que marchitaron sus esperanzas.-Yo, dice otro jóven, me ordenaré de sacerdote; para poder llevar una vida estudiosa y retirada, segura contra las seducciones del mundo, ingresaré como interno en el seminario.—¡Quiá, hombre! ¿En el seminario? ¿seminarista? ¿Se ha vuelto V. loco? Si no puede ser; nunca los ha habido de la clase á que V. pertenece. No, no, vamos; no se empeñe V.; ¿qué pensaría el rector? ¿qué el vice-rector; qué, etc., etc....?-Yo, dice un caballero, respetable y principal, (más que los que de tales se precian), yo hago celebrar anualmente unas cuarenta horas en honra de la Virgen de la Salud. Un señor sacerdote, que hizo oposiciones dos veces á canonicato, nos predicará el sermon este año; ¿qué le parece á V., Señor Ecónomo?-Bien, no me parece mal; convenido, aunque.... bien, cuente V. con que ese sacerdote predicará este año. =» ¿Lo creerán Vds? Al cabo de dos meses, cuando se acercaba el día de la fiesta, ¡tate!; el muy rumboso Ecónomo se arrepiente de lo dicho; ha consultado á sus ilustres camaradas, ha habido consejo pleno; y el Señor Ecónomo no puede cumplir su palabra.—«Ya lo ve V.; nunca se ha visto cosa tal en la parroquia; nosotros no debemos ser los primeros en romper la valla; porque... porque....>>

¡Ah! ¡señores! Esto pasa; esto pasa á la luz del sol y de la Fe; esto pasa en una poblacion culta y cristiana; esto pasa á la mitad del siglo XIX; esto pasa en una ciudad de España, en la capital de las Baleares. ¡Sépalo España; sépalo el país; sépanlo los forasteros honrados! Aquí se reniega, con hechos indudables, se reniega de la caridad; y por eso se reniega de la Fe.

La caridad es el primer mandamiento de Cristo..... <«<Un mandamiento nuevo os doy, y es que os améis los

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