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en cierto secreto terror, en cierta misteriosa amenaza? Si se habrá olvidado el Sr. Taronjí de que es sacerdote, y de que en un sacerdote cierto género de indicaciones, por solapadas y latentes que se presenten, suelen ser en extremo graves y funestas!

Ahí está la rebelion á la autoridad legítima; no rebelion formal, no rebelion obstinada y terca, así al ménos lo esperamos de la buena educacion y bellos sentimientos del articulista; pero sí la impetuosidad de carácter, la temeridad de juicio que le permiten declarar á cierto legítimo superior obrero de iniquidad. Ni aunque fuera, dice, un ilustrisimo obispo que, á pesar de su autoridad, omnimodo poder, ó siquiera dulces lágrimas, no hubiese hecho entrar á sus subordinados en la senda del deber y del amor, sí, ni aunque fuera un obispo, podría libertarse de oir las vengadoras palabras: DISCEDITE Á ME QUI OPERAMINI INIQUITATEM. Nadie echará aquí de ménos independencia ni libertad, ¿os parece si sobran el debido respeto y la necesaria sumision? Y para que nada faltase á la sinrazon del articulista, es bien sabido que en los momentos en que publicaba sus deplorables páginas, se estaban practicando vivas gestiones para mejorar su suerte y endulzar en lo posible su amargo destino.

Ahí está por fin la calumnia, no contra un individuo sino contra una clase entera, contra la clase más augusta ý venerable, á la cual el mismo escritor tiene la fortuna y la honra de pertenecer. A esta clase ha tenido la tristísima ocurrencia de aplicar la sentencia recogida de la boca de un apóstata: «Ya no hay bálsamo en Galaad!» Esta acusacion es como la síntesis de todo su escrito, y entraña una falsedad y calumnia tan notorias, que nos creemos dispensados de probarlas, puesto que nadie prueba el sol alumbre, caliente y fecundice.

que

Lo repetimos; no abrigamos prevencion alguna contra

la persona ni contra la clase del autor, pero lamentamos que al tratar tan espinoso asunto, lo haya becho con tan poco tacto y con tan marcadas inconveniencias.

II.

Libres ya de la parte polémica que contra nuestra inclinacion hemos tenido que dar á este escrito, tratemos ahora de elevarnos á la region serena en que estas graves cuestiones deben á nuestro juicio ventilarse.

Es una verdad innegable, bien que tristísima, que existe en Mallorca una prevencion más ó ménos arrai– gada y profunda contra una clase determinada.

Si esta prevencion fué en su principio justa ó inicua no es de nuestra competencia examinarlo, ni su exámen produciría otro resultado que dividir los pareceres y enconar los ánimos.

Que esta preocupacion hoy día no sólo no tenga razon de ser, sino que perjudique notablemente á los sentimientos y á los deberes cristianos, es una verdad que ven con toda evidencia las inteligencias privilegiadas y que sienten con toda su fuerza los corazones generosos; al paso que no la ven sino muy obscura, ni la sienten sino muy remisa las inteligencias cortas y los corazones débiles. No porque tengan éstos ménos virtud ni ménos caridad que los otros, sino porque no se sienten dotados de la energía y entereza de carácter que se requieren para hacerse superiores á las reminiscencias de la infancia y á las tradiciones de la familia.

Éste es á nuestro leal entender el estado de la preocupacion que deploramos. Preocupacion que infiltrada en toda la masa social, inoculada en los estados, las familias y los individuos, sólo puede ser eficazmente com

batida por la Iglesia. Sí; la Iglesia, sola la Iglesia, cuya saludable influencia trasciende desde las más elevadas capas sociales hasta el inviolable santuario de las conciencias, puede tomar á su cargo el desarraigo de esta preocupacion inveterada. Las instituciones políticas, civiles y sociales podrán coadyuvarla más ó ménos provechosamente, pero el triunfo decisivo sólo del poder invencible de la Iglesia puede razonablemente esperarse.

Cuando la Iglesia no pusiera de su parte en favor de esta clase más que sus purísimas máximas, sus elevadas inspiraciones y su santa doctrina, ya hubiera puesto lo bastante para que fuese levantándose de su abyeccion y adquiriendo derechos á la consideracion, al amor y al respeto de todas las demas clases sociales.

Pero la Iglesia ha hecho más, inmensamente más en favor de estos hermanos oprimidos. Ha levantado sus manos augustas, y ha ungido con la plenitud del Espíritu Santo á los individuos que entre esta misma clase se ha escogido. Los ha levantado del polvo, para hablar con una frase bíblica, y los ha hecho sentarse entre sus principes.

Vedlos á los hijos de esas familias vilipendiadas levantar su frente ennoblecida con el más augusto carácter de la tierra.

Miradlos alternando en el coro con los demas ministros del santuario los sublimes cánticos del Dios de las virtudes, ejerciendo en el confesonario el nobilísimo ministerio de derramar en las llagas del alma el vino y el óleo del compasivo Samaritano.

Contempladlos al pié del altar revestidos de misteriosos ropajes, con el incensario en la mano, dejando escapar de sus labios un himno de adoracion al Excelso, ofreciendo por fin la Víctima augusta, y vueltos despues al pueblo para bendecirle, mientras el magnate, el rico,

el poderoso inclinan hasta el polvo la frente para recibir la bendicion de sus manos venerables.

Decidme: el pueblo que esto ve, que esto contempla, que esto acata y reverencia, ¿puede dejar de sentir que insensiblemente se disipan sus prevenciones y se exclarecen sus ideas y se ensancha su corazon para amar y venerar en el hogar al que todos los días respeta al pié de los altares? ¿No mirará siquiera como hermano en el trato familiar al que, revestido de los sagrados paramentos, reverencia todos los días como padre?

Toda vez que la Iglesia con su augusta sancion ha ennoblecido esta clase, comunicando indistintamente á sus individuos la plenitud de sus altísimos poderes, esta cuestion social está resuelta. Las consecuencias vendrán infaliblemente á su tiempo.

¿Cuál es el deber de todos? Es cooperar al desarrollo lento, pero seguro y progresivo, de los frutos de bendicion que entraña como en su raíz la sancion de la Iglesia.

Mas ¿sabéis qué es lo que puede comprometer el sazonamiento de tan dulces frutos? Puede comprometerlo á nuestro humilde juicio, en primer lugar la pasion política. Por esto hemos visto con dolor que grandes porciones de esa clase se alistaban á ciertos partidos, y cabalmente de los más hostiles á la Iglesia. Ah! si nuestra voz amiga debiera ser escuchada, rogaríamos encarecidamente á las personas influyentes que dirigiesen todos sus esfuerzos á impedir que su clase figure en masa bajo una de esas banderas políticas, que siendo enseñas de division, sólo pueden contribuir á ahondar las diferencias y prevenciones que mutuamente nos separan.

Lo puede comprometer la herejía, si bien ésta ya hemos dicho que más debe considerarse como una amenaza pueril que como un peligro serio.

Pueden comprometerlo por último, aunque no en tan

vasta escala, las impaciencias personales. Comprendemos que sea penoso esperar por largo tiempo que se les haga justicia; pero tambien la razon y el propio interes deben sobreponerse á las fogosidades del temperamento. El mal que se combate es un mal social, inveterado y terco, y por consiguiente su desarraigo no puede ser sino lento y paulatino. Obrar de otra manera sería imprudencia, disculpable quizas en inexperto jóven, pero en ninguna manera justificable en las venerables personas que la Iglesia de Dios constituye sobre la direccion de las almas.

Pongamos ejemplo en lo que acontece con la facultad de predicar, si es que al Sr. Taronjí no ha de ofenderle que nos ocupemos de ese ridiculus mus que parece ha motivado su artículo. Cierto que la Iglesia ha resuelto la cuestion, dando facultad á los individuos de esta clase para anunciar la palabra evangélica, y en efecto el señor Taronjí y varios otros de sus compañeros la han anunciado repetidas veces.

Mas la Iglesia se inspira en la caridad, y la caridad segun S. Pablo non agit perperam, (I COR. XIII, 4.) no obra temerariamente. La Iglesia al abrirles la cátedra del Espíritu Santo, desea que vayan subiendo modestamente sus santas gradas; no que se impongan á los directores de las almas, y se empeñen obstinadamente en anunciar la palabra de Dios á un público quizá todavía no suficientemente preparado para oírla de sus labios.

Cuando esta línea de conducta no fuera el deseo de la Iglesia y el carácter genuino de la caridad, la misma prudencia, el propio interes la aconsejaran. Ya que el Sr. Taronjí y mnchos otros de sus compañeros han recibido del cielo admirables dotes de entendimiento y de corazon con que desempeñar honrosamente estos ministerios, ¿qué es lo que aconseja su interes bien entendido?

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