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ticias, el partido exaltado y enemigo del Libertador, á cuya cabeza estaba el vicepresidente general Santander, prorumpió en la mas loca alegría. Repiques de campanas, cohetes, músicas, alboroto y vivas continuados á la tercera division y á sus oficiales, al congreso, al vicepresidente y al Perú, ocuparon la tarde y gran parte de la noche de aquel dia (marzo 9). El mismo vicepresidente acompañó por la noche á una música seguida de numeroso concurso del pueblo, la que recorria la calle principal nombrada del Comercio; accion indigna del alto puesto que ocupaba y de la circunspeccion que él exigia para no dar la última herida mortal á la disciplina y á la moralidad del ejército, que desde entónces quedaron completamente destruidas. Los hombres pensadores, sensatos é imparciales de la capital, que eran numerosos, condenaron aquella fiesta como impolítica, inmoral y escandalosa, pues santificaba una rebelion militar.

Emanaba semejante alegría de las esperanzas que concibieron los exaltados republicanos y los enemigos del Libertador, de que habiendo este perdido con el motin de la tercera division una de las basas de su poder, que existia en el Perú y en el ejército colombiano, podrian al fin derrocarle, desacreditando todos sus actos y oponiéndole las bayonetas de una parte del mismo ejército. Como lleváran adelante las pasiones y el sistema de su partido político, nada les importaba la guerra civil que preparaban con aquella insensata conducta.

De ningun modo participaban de estas ideas los secretarios de Estado del poder ejecutivo. Pero deseando no exasperar á la tercera division, que podia hacer males muy grandes al Perú y á Colombia, cometieron una falta grave, permitiendo que el general Santander dictára la contestacion á Bustamante, concebida en términos que hicieron poco honor á la administracion de que eran parte (marzo 15). Decia el oficio firmado por el secretario de la guerra, que el ejecutivo habia considerado muy detenidamente el acta del 26 de enero y los demas documentos que la acompañaban; que si atendiera solo á los principios legales que prohiben deliberar á la fuerza armada, deberia improbar el movimiento de los oficiales de la tercera division que prendieron y separaron á sus jefes nombrados por el gobierno colombiano. Mas, que atendiendo á las circunstancias y al objeto, se disminuia la gravedad de aquellos hechos.

Entraba despues á analizar lo que entendia por estas circunstancias, y las hacía consistir en que ántes se ejecutaron muchos pronunciamientos que habian quedado impunes. « El gobierno, añadia, considera detenidamente estas circunstancias y halla en su conciencia, que el honor de un oficial ligado con juramentos solemnes á las leyes de su patria, y penetrado del fuego santo de la libertad, el temor de ver perdidas para la República en esta época de disturbios, unas fuerzas tan preciosas, y la distancia que las separaba del gobierno colombiano, eran estímulos muy poderosos para emitir sus opiniones y dar un dia de consuelo á esta misma patria, afligida en extremo por los sucesos que han lamentado junto con el gobierno todos los buenos patriotas. » Aludian estos pasajes al pronunciamiento de Páez y al olvido absoluto que decretára el Libertador en Venezuela.

Bajo de este mismo plan continuaba excusando el motin de la tercera division, diciendo á Bustamante, que si probase las sospechas que indicaba de que sus jefes coadyuvaban á desquiciar las bases de nuestra constitucion, léjos de improbar la conducta de la oficialidad de la division, el gobierno consideraria á esta y á las tropas, como que « han añadido á las coronas de laureles que tan heróicamente han ganado en los campos de batalla, la corona cívica que corresponde á los ciudadanos que salvan las libertades nacionales. » En seguida manifestaba cuánto era lo que el gobierno colombiano apreciaba la irrefragable prueba que acababa de recibir de las virtudes é incorruptibilidad de las tropas auxiliares del Perú estacionadas en Lima. Prometia á Bustamante que ellas correrian la misma suerte que tocára al ejecutivo nacional, como que se le habia unido estrechamente; en fin, que á su tiempo les distribuiria las justas recompensas, manifestando á la oficialidad y tropa que sabía estimar sus servicios, su constancia y fidelidad; encargándoles que observáran la mas rígida disciplina. Esto mismo dijo á Bustamante por una carta confidencial.

Era necesario enviar prontamente á Lima un jefe que mandára las tropas colombianas insurreccionadas en aquella capital, y el vicepresidente escogió al general Antonio Obando. Ni sus talentos, ni su prestigio militar le hacian á propósito para mandar á los vencedores en Ayacucho; así, aun cuando por otra parte, su adhesion y obediencia al gobierno prestáran á este suficientes garantías, la eleccion fué desacertada.

Entregóse al general Obando un despacho ascendiendo á José Bustamante á coronel efectivo de infantería, y se le ordenaba en un oficio reservado, que le diera cumplimiento en uno de dos casos: primero, si de los informes que tomára resultaba que los oficiales de la tercera division habian tenido motivos fundados para hacer el pronunciamiento del 26 de enero; y segundo, si observaba que podia causar perjuicios á la disciplina militar la falta de alguna manifestacion de parte del gobierno colombiano en favor de Bustamante. En los mismos casos dispuso el vicepresidente que diera Obando un grado á cada uno de los oficiales que mas se hubieran distinguido en promover y ejecutar el expresado pronunciamiento. Con semejantes medidas se santificaban los atentados cometidos por los oficiales de la tercera division, y se echaban por tierra los severos principios de obediencia en que se apoya la disciplina militar.

Por este mismo tiempo llegó á Bogotá el coronel Escobedo, comisionado por el consejo de gobierno del Perú para llevar al Libertador la nueva constitucion de aquella República, las actas por las cuales habia sido nombrado presidente vitalicio, los documentos en que constaba haberse jurado la expresada constitucion y las medallas acuñadas en honor de Bolívar, para atestiguar y celebrar aquellos grandes actos. Habiendo sufrido una enfermedad en el camino, Escobedo arribó á la capital, al tiempo que eran públicas las novedades ocurridas en el gobierno del Perú, á consecuencia del motin de la tercera division. Á pesar de esto el coronel Escobedo sigue hácia Carácas; pero regresó en breve, cuando supo que Arequipa y otras ciudades habian hecho pronunciamientos en el mismo sentido que el de Lima. Por consiguiente, el Libertador jamas recibió los despachos, medallas y demas documentos que conducia. dicho comisionado, que se volvió á su país, despues de haber vendido en Bogotá las medallas de oro.

Las importantes noticias del motin de la division colombiana estacionada en Lima y las consecuentes novedades ocurridas en el gobierno del Perú, se comunicaron oficialmente al Libertador, á quien tanto interesaban. Súpose por el oficial conductor, que las habia leido sin alteracion alguna, y que dijo: « Colombia solo ha perdido una division de tropas; pero la República peruana volverá á sumirse en la anarquía de que la

habian sacado mis esfuerzos y los del ejército colombiano. » Empero lo que no pudo sufrir Bolívar sin la indignacion mas profunda, fué la fiesta hecha en Bogotá con motivo de los sucesos del 26 de enero, y la concurrencia á ella del vicepresidente de la República. A tan justo sentimiento se añadió el asombro, al recibir la contestacion á Bustamante arriba mencionada. No podia concebir cómo el jefe actual del gobierno de Colombia se dejára arrastrar á tal exceso por sus pasiones, que aprobára y aun santificára la mas escandalosa violacion de la disciplina militar, sin la cual jamas puede haber órden ni tranquilidad en los Estados. Las observaciones que sobre dichos actos mandó insertar el presidente en el Reconciliador, su papel oficial, al paso que abundaban en exactos raciocinios, eran las mas fuertes contra la conducta del vicepresidente y sus partidarios en aquellas circunstancias.

Bajo del mismo plan estaba calcada la contestacion que dió al jefe del gobierno sobre el oficio dirigido á Bustamante. Despues de pintar con enérgicos colores la enormidad del crímen cometido por este oficial y sus coasociados, descendia el secretario general á manifestar cuánta era la pena del Libertador al oir la aprobacion que el poder ejecutivo habia dado á tan nefando delito, y que hubiese considerado á sus autores como dignos de la corona cívica; al observar que solo sentia no tener datos seguros para distribuirles recompensas; al meditar con asombro esta inesperada prueba de la decadencia que sufria la moral del gobierno de la nacion; al ver finalmente que la gloria ántes adquirida por el ejército de Colombia, en los campost del Perú, habia quedado cubierta de indeleble infamia por los hechos escandalosos de Bustamante y de sus cómplices.

Data de estos sucesos el rompimiento entre Bolívar y Santander, que fué absoluto, y jamas volvieron á tener conecciones. Es cierto que el primero, despues de dar los mencionados ataques oficiales, no los volvió á repetir. El alma grande y franca del Libertador se desdeñaba de ocuparse en escribir artículos de periódicos, y en otras arterías que eran el elemento del general Santander. Habia mucho tiempo que este empleaba con placer gran parte de su tiempo en redactar artículos para la Gaceta de Colombia y para otros periódicos. Apénas habia alguno de ellos en que directa ó indirectamente no atacára al Libertador, á quien debia tan distinguidos servicios y una sin

cera amistad; tambien excitaba á otros escritores de su partido á que hicieran lo mismo. Esta conducta no era noble, y muchos la tachaban con razon de ingratitud.

Mientras en Colombia ocurrian estos sucesos originados del motin de la tercera division, en el Perú y en los departamentos meridionales de la República se agolpaban los acontecimientos producidos por la misma causa. Vamos á referirlos trasladándonos de nuevo á Lima.

Á los cinco dias despues de la insurreccion de Bustamante y socios, salieron las tropas colombianas de aquella capital, á situarse en los puntos de Bellavista y la Magdalena. Antes de marchar juraron á presencia del agente acreditado de Colombia en el Perú, Cristóval Armero, la constitucion de la República y la obediencia á su gobierno. Este juramento se prestó por los cuerpos con el mayor entusiasmo, manifestando en el acto un espíritu nacional bien pronunciado. Desde ántes habia dicho oficialmente el comandante interino al gobierno del Perú, que lo reconocia como á tal, y que las tropas de su mando permanecian en la misma calidad y con los deberes de auxiliares que cumplirian religiosamente. Al hacer esta declaracion pedia Bustamante que el gobierno peruano continuára asistiéndolas con todo lo necesario, y que le comunicára las órdenes que á bien tuviera. La contestacion del secretario de la guerra fué, que su gobierno asistiria á la tercera division auxiliar con todo lo que necesitase para su subsistencia y comodidad, mientras que su conducta se conservára digna de los hijos de Colombia. Bustamante tuvo la firmeza necesaria para mantener en las tropas la disciplina militar, sin embargo del funesto ejemplo que él mismo y los demas subalternos habian dado en contrario. Fruto de este sin duda fué la revolucion que algunos cabos y sarjentos en número de catorce, pretendieron hacerle en el mes de febrero. Mas descubiertos se les aprehendió, y algunos de ellos fueron pasados por las armas. A la par de este ejemplo de severidad, Bustamante dió otro que alentaba al crímen: tal fué el haber ascendido á oficiales á veinte y nueve sarjentos de los que mas se distinguieron en el motin del 26 de enero; medida que plagaba á la division con subalternos insubordinados, fuera de los muchos que por su desgracia tenia ya en su seno.

En tanto que la tercera division colombiana permanecia acantonada en la Magdalena, llegó de guarnicion á la capital

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