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tes» no se aplicó nunca (1). «En 1826-dice González Nandín (2) - estaba aún en uso en España descuartizar á algunos reos, después de ahorcados, colocando en distintos sitios sus miembros. En este año fué ahorcado y descuartizado D. Gregorio Iglesias, joven de diez y ocho años, por masón.» A la vez seguían las penas de vergüenza para las infracciones leves. La onda de reforma humanitaria que se produce al romper el opúsculo de Beccaria (1764) el estado de equilibrio, llega hacia entonces á nosotros. La codificación comienza; caen los rollos.

Los más de ellos están demolidos. Hechos cantos, afirman carreteras y caminos, ó bien, transportados á otra construcción, resisten su peso. Sobre el solar de antiguos lugares de pena se alzan cruces redentoras.

Otros rollos quedan en pie. Algunos, modernizados, llevan incrustada en su masa la lápida de la

(1) R. DE LA GRASSERIE, De la criminologie des collectivités (en la Revue internationale de Sociologie, 1902). El autor distingue: a) crímenes ascendentes (cometidos por el individuo contra la colectividad); b) descendentes (por la colectividad contra el individuo); c) laterales (entre individuos).

(2) GONZÁLEZ NANDÍN, Estudios sobre la pena de muerte (Madrid, 1872), nota 9.

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9.- Rollo del Convento de Nuestra Señora de la Peña de Francia (Salamanca),

Constitución, como el de Aguilar de Campos (1). Pero ya están definitivamente inactivos. En el de Cebreros, las abejas han colonizado la piedra hendida.

Una tarde de Agosto de 1895, en la villa de que es insignia, la quietud de la siesta se turbó con el rumor de un crimen. Al principio un tanto indiferente, el estado de ánimo de la población sufrió una brusca exaltación cuando se pudo saber que el muerto era un vecino de la localidad y el matador un forastero. La masa masculina de la población salió agresivamente en la dirección del suceso, en tanto que las mujeres y los niños clamaban presagiando inevitables desgracias.

Cuando se supo el hecho, volvió á notarse otro movimiento colectivo del ánimo. La víctima había sido cierta especie de sátiro, agresor de las mujeres en los viñedos. El pueblo se sintió libertado de un mal sujeto, y la exaltación anterior decreció visiblemente en hombres y mujeres.

No obstante, la multitud, aun bajo la impresión del casus belli, rodeaba al matador, que avanzaba á la entrada del pueblo protegido por las autorida

(1) MADOZ, Diccionario geográfico.

des dificilmente. Era, en efecto, un forastero que regresaba á su lugar, en la sierra de Ávila, llevando sobre los lomos de la mula el vino que había de servir para el banquete de su boda. Un mal encuentro en el camino-una disputa en la estrechez breve de un puente - desviaba impensadamente el curso de su vida. La expresión de estupor que aparecía fijada en aquella cara pálida, hubiera desarmado al hombre más duro. Ahora, si el suceso se hubiera desarrollado á la otra parte del pueblo, donde la antigua picota atalaya la salida, ¿hubiera sugerido á la multitud su antiguo oficio?

Esta fué una enseñanza que no pude obtener en aquel caso homicida que me dió, en otras partes, una lección inolvidable.

Pero el régimen de la picota, aplicado en las ciudades modernas en los postes de los varios servicios municipales, ha resurgido en circunstancias anormales de grave conmoción social (revolución, anarquía), como una roca eruptiva rompiendo las estratificaciones sedimentarias, cuando, paralizado el funcionamiento de los conceptos intelectuales superiores, entran en actividad los instintos primitivos. Más extraño es que en condiciones normales la exposición pública á la vergüenza en el poste de la picota reaparezca, v. gr., en el patio de

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