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de que siempre estaremos yo y los de mi casa muy dispuestos al servicio de V. S. Guarde Dios à V. S.

Capitulóse don Enrique de Guzman con doña Juana de Velasco en Palacio, siendo presentes los padres de los desposados, el protonotario don Gerónimo de Villanueva, y el secretario don Antonio Carnero. Pasaron luego todos al cuarto de la reina doña Isabel de Borbon, besóle el novio las manos, y ella le dijo:-No solo sois hijo de la condesa, mas tambien lo habeis de ser mio.

La tercera muger del conde de Olivares fué camarera mayor, no habiendo ejemplar de señora casada que haya tenido cargo semejante. Esto lo hizo para tener cogidos los mas fuertes lados de palacio. Al propio objeto hizo tambien primera dama de la reina á doña Juana de Velasco.

Despues de las bodas fuese don Enrique á hospedar con su esposa en el palacio del Retiro, donde fué visitado de los consejos, embajadores, grandes y cardenales, dándole el tratamiento de escelencia. La ciudad de Sevilla envió tambien á dar la enhorabuena al conde-duque del casamiento de su hijo con tres caballeros veinticuatros y un jurado. Dieron estos su mensage, tratando al de Olivares de señoría, estilo, segun decian, de la ciudad de Sevilla.

Honró à su hijo este señor con la plaza de gentil-hombre, con la presidencia de Indias y con otros títulos. A pesar de ellos, la corte no lo conocia mas que por el hijo de la genovesa, (1) y públicamente decian todos que era hijo de dos padres, casado con dos mugeres, y llamado por dos nombres y por dos apellidos.

Felipe IV por imitar en todo à su privado declaró tambien por hijo suyo á don Juan de Austria, personage que luego fué tan famoso en el reinado de Cárlos II, y el cual hubo en la comedianta Maria Calderon el año de 1629.

Criáronlo secretamente en Ocaña. Poco despues de su nacimiento recibió Maria Calderon el hábito de religiosa de manos del

(1) Véase Gil Blas de Santillana.

nuncio del Papa, arrepentida sin duda de haber tenido amores con

el rey.

El monasterio en donde profesó y fué abadesa, estaba en la serranía de la Alcarria. El obispo de Sigüenza don Pedro de Tapia. que luego fué arzobispo de Sevilla, escribiendo á su amigo don Francisco de Oviedo que vivia en la corte, le decia en carta de 6 de mayo de 1646 lo siguiente:-«Ya dije á vuestra merced como el señor duque del Infantado pasó y me dejó un recado en Xadraque, que recibí aqui, donde me he detenido mas de lo que pensé en la visita de este convento de monjas fundado en el valle de Otande; y la que dicen que es madre del señor don Juan de Austria acabó su oficio y se hizo eleccion de otra.»

LIBRO SEPTIMO,

L

guerra de Cataluña seguiase en este tiempo con ardor por una y otra parte, y tan dificil era la reduccion de los rebeldes por las armas cuanto por las palabras de paz. Cada carta de Felipe IV que llegaba á sus manos, era un motivo mas para acrecentar su cólera. En tanto la reina doña Isabel de Borbon intentaba secretamente desviar del lado de su esposo al conde-duque, causa de tantos desastres: pero era caso dificultosísimo por la sujecion en que la tenia su camarera mayor, pues solo en la presencia era reina, esperimentando en todo lo demas las desdichas de una miserable esclava.

Es fama que constantemente decia:-«Mi buena intencion y la inocencia del príncipe mi hijo han de servir alguna vez al rey

mi marido, de dos ojos mayores que los que hoy tiene; porque con estos mira solamente lo que conviene al conde y á su muger, y con aquellos ha de mirar lo que convenga al príncipe, á su conciencia y á sus reinos; y si no lo hace prontamente, ha de quedar un pobre rey de Castilla, ó un caballero particular.»

Pensaba doña Isabel que el remedio para tantos males y peligros era persuadir á su esposo que fuese en persona al ejército contra Cataluña. De este modo ella quedaria encomendada del gobierno en la corte, y acreditaria al rey lo mal conceptuada que la tenia el conde; y todo seria vaivenes para la caida del valido; porque estando el rey en campaña, tendria que tratar no solo con el de Olivares, sino con otros generales y cabos de guerra. Estos no podrian callar á Felipe IV lo desdichado de las empresas de sus armas, y no faltaria alguno que indignado contra la ocasion de tanto mal, le digese con valeroso celo verdades que aun no habrian llegado á sus oidos. Conociendo el conde-duque los daños que le iban á resultar, contradijo y estorbó con cuantas fuerzas pudo la jornada del rey: la cual hubo de hacerse al fin, pues don Francisco Carreto, marques de Grana, general del emperador Fernando y su embajador estraordinario en España, habló á Felipe IV, y con sus fuertes instancias y contra el parecer de todos, alcanzó que este monarca diese órdenes para salir en persona á campaña, y que enviase á los grandes y títulos cartas de este tenor:

«Habiendo procurado por cuantos medios me han sido posibles la reduccion de las provincias y vasallos que tan ciegamente se han desviado de mí obediencia en Cataluña y en Portugal, tanto por su bien propio cuanto por lo que me toca; y deseando que en órden á conseguir este intento, no me quede por ejecutar la mayor demostracion, he resuelto acercarme á la corona de Aragon por mi persona misma, asi à dar gracias à aquellos reinos; porque al caso del mal ejemplo de Cataluña han crecido en amor, lealtad y fineza en mi servicio, como por ver si acercán

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