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CAPÍTULO DIEZISEIS

De los parlamentos que celebran en la frontera los españoles

con los indios.

El acto más posesivo de la independencia que gozan estos indios de guerra, y en que, vierte don Pedro de Figueroa, se trata con ellos como con potencia libre, son los parlamentos, que ellos llaman coyactunes, que se celebran entre españoles los más autorizados del reino y los toquis y caciques de los indios. La honra que se les hace no puede ser mayor, y aunque nosotros tiramos á disminuirla, diciendo que es piedad de nuestro soberano, ellos vocean que es porque son libres y les tienen miedo. Esta formalidad se celebra para asentar paces, siempre que con los indios ha habido guerra, y estando en paz para ratificarla y darles satisfacción, si tienen de algunos españoles queja, y se repite por cada gobernador propietario que gobierna el reino. El paraje de su celebración es la frontera, mas alguna vez vienen à celebrarle á esta ciudad. Tal fué en el que asisti como capitán en el año 1772, en que se ratificó la paz celebrada y ajustada el año antecedente.

El tiempo de su celebración es el mes de noviembre, 2 antes que se sieguen los pastos para los muchos caballos en que van españoles é indios. El lugar suele ser en Negrete, llano ameno y extendido, que bañan el rio Bio-Bio por el sur y el Duqueco por el norte, y le abriga por el oriente la Cordillera. También se celebran en Tapihue, llano hermoso, en el corre

1. Don Pedro de Figueroa, lib. 1, cap. 15.

2. El P. Miguel de Olivares, lib. 1, cap. 27.

gimiento de Buena Esperanza arriba, de la plaza de Yumbel y al norte de los rios Laja y Bio-Bio. La convocatoria se hace á los cuatro vutan-mapus de la frontera por el Comisario de naciones, citando tiempo y señalando sitio. Los indios pasan el Bio-Bio: los costeños por Santa Juana; los llanistas por el Nacimiento; y los de la falda de la cordillera y pehuenches por Purén. Los vados del Bio-Bio se guarnecen, especialmente los llamados Tanahuillán, y el de la Laja, Curipuchún. Hácense buenas ramadas, y en ellas se celebra el parlamento, que se pudiera llamar junta de guerra 3 y misiones. Los concurrentes españoles son el gobernador, el obispo, el maestre de campo, militares de tropa y milicias, misioneros é intérprete. De los indios vienen los toquis y caciqués, cada uno con cierto número de indios, que llaman mocetones. Júntanse entre todos de tres á cuatro mil hombres, que todos se mantienen ȧ costa del Rey, y de la misma se hacen los agasajos á toquis y caciques. Al empezar la junta, se hace un haz de todos los bastones, asi de los indios, como de el del gobernador, quedando éste en medio, como una cuarta sobresaliente à los otros, en señal de dominación. Todos están destocados, ménos el Gobernador; manda éste haga el juramento el intérprete, y que hable el toqui principal, el cual, puesta la mano izquierda sobre 4 los bastones empieza á hablar. Prosiguen otros, responde el jefe español. Piden los indios por su cumen mapu, que es decir por frontera el Bio-Bio, y se firman unos tratados, con que se da fin à la convención.

3. Idem, cap. 28.
4. Idem, ubi supra.

CAPÍTULO DIEZISIETE

De los españoles chilenos. La pureza de su religión, su gobierno militar, y político, sus genios é ingenios, la robustez y fortaleza, y modo de cabalgar.

«<Los españoles, los mestizos de español y negro, los indios reducidos, los negros y los mulatos que pueblan el reino de Chile, afirmamos, à gloria de esta tierra y honra de N. Santa Madre la Iglesia, cuya cabeza visible es el Sumo Pontifice, que está en Roma, todos profesan fielmente la fe romana, acreditando su creencia con tanta frecuencia de sacramentos en confesión y comunión, que especialmente en la ciudad de Santiago sólo la tengo por menos que la de la primitiva Iglesia». Bien corrobora esto una docta mitra, 2 que se puede ver, en que con el médico forastero Silva prueba que no hubiera muerto, como acérrimo judio que era, más chilenos con su medicina que los indios con las armas, si los hubiera podido seducir; pero ni á su mujer pudo reducir, que, hecho asombro de los católicos, vivia en la ciudad de Santiago.

El estado militar consta del capitán general, el maestre de campo general, el sargento mayor, el comisario de la caballeria varios capitanes, tenientes y subtenientes, de nueve compañias de infanteria, otras nueve de dragones, y una de artilleros, de que se compone la tropa del ejército, y muchos regimientos de milicias de los que los de la ciudad de Santiago tienen patentes del Rey.

1. El P. Miguel de Olivares, lib. 1, cap. 20.

2. Villarroel, cuest. 20, art. 2, núm. 6.

Desde el principio de la conquista 3 conocieron nuestros monarcas que era Chile una piedra muy preciosa de su corona y una porción muy noble de sus vastos dominios, y la condecoraron con el titulo de reino, distinguiéndolo con poner en el una Real Audiencia con su presidente que fuese también gobernador y capitán general, y proveyendo en los distritos corregidores y dos alcaldes en cada ciudad para administrar justicia.

Como el suelo y cielo de Chile es el más semejante 4 al de España entre todos los países de la América, así lo es la complexión de los españoles y de los americanos chilenos. Son inclinados à las ciencias, haciendo en sus estudios grandes progresos en ellas hasta merecer que Su Majestad se las ha premiado con togas, mitras y prebendas. 5

«Los españoles hacen á los indios conocida ventaja en la fortaleza, con las señales de cargar 6 un peón solo de tarea ocho mulas, cada una con dos tercios y cada tercio con seis à diez arrobas. Lúcas Ojo en estos tiempos sólo con sus brazos daba tortor á las maromas del puente de Maipo, que tendrán como setenta y cinco varas. Juan Castillo, al pasar por debajo de un árbol robusto, se afianzaba dél, y levantaba el caballo suspendido entre las piernas. D. Félix Donoso en el Colegio Convictorio de Santiago, amarraba una maroma á la pierna, y paseándose por el claustro con ella, arrastraba una cuja en que estȧbamos acostados cuatro y cinco colegiales. Don Carlos de Sotomayor levantaba con los dientes una mesa regular con moneda esparcida por ella, sin derramar un real. Un mozo en la Concepción hizo mofa de cuatro que estaban presos en el серо, diciéndoles que tuviesen vergüenza de que les sugetase aquel palito, que él solo se pasearia con él, puesto de golilla. No habló á sordos, pues el superior le plantó luego de cabeza en él, pero se admiraron viéndole levantarse con él y pasearse muy autorizado y reverendo. El sostener un hombre solo un toro ó potro cerril es tan común que da verguenza escribirlo. >> Es tan maravillosa 7 la fortaleza y destreza de los chilenos

3. El P. Miguel de Olivares, lib. 1, cap. 19.

4. Idem, cap. 21.

5. Véase este libro, cap. 23.

6. El P. Miguel de Olivares, lib. 1, cap. 22.

7. Idem, cap. 23.

en el manejo de los caballos, que ninguna nación, aunque entren en esta cuenta los tártaros y árabes, pueden en esto comparárseles. Ayúdanles tres medios para ello, que son practicarlos desde niños, continuarlo en las demás edades y tener ȧ mano muchos medios para conseguirlo. Los caballos valen poco y la afición es mucha, no andan una cuadra sinó es á caballo. Los viejos de setenta años hacen correr y escaramucear los caballos más ligeros. En las carreras y andadas de apuesta corren los caballos niños de diez años, para no agravarlos con el peso. En lo más veloz de la carrera levantan una lanza del suelo. Montan para domarlos doce potros al día por tarea. Montan de un salto un potro en pelo y lo gobiernan á bofetadas, aguantando sus corbetas, como si fuese cosa de juego. Enlaza uno sólo un toro, y monta en él en las corridas. 8 Hay quien dome un potro cerril, no sólo sin riendas ni silla sinó con las manos atadas atrás. Vilches corria un caballo, puesto de cabeza sobre él, y lo propio hoy Felipe León. Otros de pie sobre el lomo, y al rendir la carrera, se quedan á caballo. Uno corria calzado y en la carrera iba largando los zapatos.

8. D. Jorge Juan y don Antonio de Ulloa, tomo 3, lib. 2, cap. 5, pág. 504, y trae dibujado un huaso enlazando y otro enredado en el lazo y arrimado al árbol, pág. 328.

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