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MADRID.—1875.

IMPRENTA DE LA Revista de Legislacion, Á CARGO DE JULIAN MORALES,

Ronda de Atocha, núm. 15.

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DEL DIVORCIO (1).

SEÑORES (2):

Es costumbre delicada y cortés que en estas solemnidades científicas el nuevo académico, inspirándose en un sentimiento de modestia y de profundo respeto á esta ilustre Corporacion, revele en sus primeras palabras esta disposicion especial de su espíritu; y no he de ser yo el que rompa con tan respetables precedentes, yo, que debo á vuestra benevolencia, y no más que à vuestra benevolencia, el alto honor de penetrar en este santuario de la ciencia.

Gastada mi vida entre las tempestadas de la política y las atenciones de una profesion, noble y levantada sí, pero que seca el alma por la diaria contemplacion de la triste y dura realidad de las cosas humanas, apénas si he podido dedicar ni un momento á los estudios filosóficos, que siempre fueron de mis aficiones; mas lo habeis querido así, me habeis traido entre vosotros, y hay distinciones que no cabe renunciar, aunque, como á mí me sucede, se tenga la conciencia de no haberlas merecido.

Una sola idea me abruma, y es la de que mi presencia en la Academia no podrá nunca llenar el vacío que dejaron en élla dos personajes ilustres que me han precedido en este asiento, y cuya pérdida ha sido tan irreparable para la Patria y para las letras. Insignes jurisconsultos el uno como el otro, publicistas eminentes ambos, cada cual de su lado se distinguia por calidades de alto precio, que Dios prodiga rara vez, y que por lo mismo poseen no más unos pocos afortunados, que á los que somos más pequeños sólo nos es lícito admirar y descubrirnos respetuosamente á su recuerdo.

Sí, señores. Recordad el nombre esclarecido de tan insignes varones, y habremos hecho su panegírico. D. Joaquin Francisco Pacheco y D. Antonio Aparisi y Guijarro son dos nombres de reputa

(1) Discursos leidos ante la Real academia de ciencias morales y políticas, en la recepcion pública del Excmo Sr. D. Cirilo Alvarez Martinez, el domingo 13 de Junio de 1875.

(2) Discurso del Excmo Sr. D. Cirilo Alvarez Martinez.

cion europea; glorias de nuestro foro, glorias tambien de la tribuna de nuestros Parlamentos. El uno brillaba por su fácil decir, por la tersura y correccion de su frase, por el sentido profundo de sus investigaciones, por una palabra seductora, que dominaba á su adversario con la fuerza misteriosa de un encanto irresistible; miéntras que el otro hacía sentir su superioridad por la novedad del pensamiento, por la originalidad de los giros de su diccion, por la uncion apostólica de su voz, de su actitud y de sus maneras, y por la expresion, sentida siempre y siempre feliz, con que nos sorprendia en sus atrevidas concepciones.

Honrado con la amistad de los dos, perdonadme, señores, si yo no sé mas que rendirles el homenaje de mi respeto á su envidiable reputacion y á su memoria.

Y ahora escuchad con bondad lo poco que os he de decir en mi pobre discurso, siquiera en gracia de la materia científica elegida para mi estudio ante vosotros, porque voy á permitirme juzgar bajo todos sus aspectos la cuestion del divorcio; y dicho se está que entra en mi propósito deciros algo de las cuestiones sobre el matrimonio, algo de la familia y de la santidad del hogar, algo, en fin, de esa inmensa cuestion social que intenta resolver y dominar el espíritu revoltoso de nuestro tiempo, rompiendo con santas tradiciones, defendidas por la conciencia universal y consagradas por la historia.

El matrimonio, áun rebajado á la condicion de un contrato comun y puramente civil, es por naturaleza indisoluble y perpétuo. Estas dos condiciones son la esencia de la institucion. La indisolubilidad y perpetuidad del matrimonio es la primera idea que acarician en su mente los que le contraen; idea fija, permanente, preocupacion constante de su espíritu, y que lo es de tal suerte que si en el instante supremo se despertara en su alma la idea de una separacion, se sublevarian con estremecimiento su conciencia y su voluntad. De ahí que el matrimonio sea de todos los actos humanos el más grave y trascendental de la vida; de ahí ese carácter severo y augusto que se dá al acto de su celebracion y á las pompas nupciales que le preceden, y de ahí esa tendencia universal de la humanidad á consagrar la union de los esposos ante los altares y en presencia del ministro de la religion; como si el hombre, finito y limitado en sí mismo, no comprendiera lo absoluto, lo perpétuo, sino asociándolo á la idea de Dios.

En armonía con esta tendencia universal del espíritu bumano el matrimonio ha revestido siempre el carácter de un acto religioso; y testimonios frecuentes de este hecho constante y universal nos ofrecen todos los pueblos de la antigüedad. En el Oriente se celebraba con ofrendas y sacrificios á los Dioses en el hogar y en el templo. En el templo y ante el sacerdote se celebraba el matrimonio romano; y si es verdad que podia verificarse por varios modos, la confarreatio, la coemptio, la usucapio, es digno de observar que si potodos estos modos se constituia la familia romana, y la mujer era la justa uxor, la mater-familias, el altivo ciudadano romano, el patricio orgulloso se casaba generalmente del primer modo, invocando sobre su incierto porvenir la proteccion de los Dioses.

La coemptio era el matrimonio reservado casi exclusivamente á la plebe, y todavía el acto de su celebracion se revestia del carácter de una fiesta de familia, precedida de sacrificios y ofrendas en el hogar y en el templo.

Y la usucapio, que consistia en la cohabitacion de los esposos por espacio de un año sin interrupcion de tres dias, era simplemente el concubinato, la mancebía; era á lo más la barraganería de nuestras leyes de Partida; era la familia natural, que definen nuestras leyes de Toro, con efectos civiles más ó ménos limitados, pero á la que nunca alcanzan las honras y preeminencias de la familia legítima. Y es que el verdadero matrimonio no es puramente la union de los sexos para la propagacion, sino que responde á fines más altos: es un acto de la vida íntima y espiritual del hombre, que es lo que constituye la excelencia de nuestro sér y su verdadera superioridad en el órden de la creacion.

Con efecto, en todos los seres vivientes, en el reptil como en la fiera del desierto, en ésta como en el alegre pajarillo de las alamedas, la aproximacion de los sexos es una ley de la naturaleza, la ley de la reproduccion, que perpetúa las especies. Pero esta union de los sexos en los brutos no crea entre ellos ningun vínculo verdadero; todo es pasajero y fugaz, fugaz como el placer; ¿y despues? Despues la indiferencia ó el tedio de una necesidad natural satisfecha.

En el hombre no. La atraccion de los sexos, esa simpatía vigorosa de la una á la otra mitad del géuero humano, no es ya sólo el instinto de la reproduccion, es algo más, es un sentimiento más noble y levantado, ménos material y grosero, que participa en mu

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