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siete años, y vencido, preso y desterrado al reino de Portugal, que entonces nacía entre los brazos vigorosos de Alfonso Enríquez de Borgoña, meditaba nuevas empresas de armas y la restauración de sus estados, en cuyos aprestos le atajaba la muerte.

Porque la inquietud de los tiempos era grande. Doña Urraca, reina de Castilla y de León, y su segundo marido el aragonés y batallador Alonso, desavenidos y apartados, se disputaban el gobierno y posesión de aquellos estados; fué remedio de esta primera discordia el reconocimiento por rey del hijo de doña Urraca y su heredero, habido en primera unión con Raimundo de Borgoña; los nobles castellanos habían seguido el pendón de su soberana; pero surgiendo luego desavenencias entre madre e hijo, dividiéronse aquéllos, agrupándose unos alrededor del conde don Pedro González de Lara, privado de la reina y hermano de Rodrigo, y apoyando otros al arzobispo de Santiago, Diego Gelmírez, y al noble caballero Pedro de Trava, quienes, encargados de la tutela y cuidado del príncipe niño, era los más celosos favorecedores del rey nancebo. Éste no tardó en mostrar prendas notables de carácter; castigó las mal reñidas inclinaciones de doña Urraca, manteniendo alejados de su favor y regias aulas al privado y sus parciales, cuyo orgullo herido no tardó en solicitar contra su señor natural la alianza y socorro del de Aragón, su antiguo enemigo; y Alfonso VII, resuelto a asentar sólidamente su autoridad y su trono, acudió a la necesidad imperiosa de sujetar los rebeldes.

Dudosos del éxito, se habían refugiado muchos de ellos en tierras del conde Rodrigo, desde cuyas asperezas tentaba su mañero hermano don Pedro medios de conciliación, si bien con tan mala fe, que en los breves intervalos que la sumisión duró, anduvo siempre receloso del rey, a distancia de su corte, y guareciéndose de muros, a falta de las inexpugnables montañas que había abandonado.

La guerra entre castellanos y aragoneses pasó en alternativas de encuentros y negociaciones; terminóse por mediación

de prelados, y la alta razón del leonés, a quien se hacía patente que para sosegar su casa, érale necesario conservar y unir todas sus fuerzas, y no distraerlas empleadas contra sus vecinos. Pocos años más tarde, en una postrera desavenencia, el conde don Pedro, sitiado en Bayona, terminaba su aventurera vida a impulsos de mortal golpe recibido en desafío. Hombre de suerte varia, como fundada en femenil flaqueza.

¿Qué era en tanto del señor de Cantabria? La crónica latina del emperador Alfonso (1), escrita en sus días, por autor notoriamente favorable al monarca, y que calló su nombre, no es asaz explícita en las causas de la constante porfia entre imagnate y soberano, ni explica satisfactoriamente la serie de reconciliaciones y desvíos que forma las relaciones de ambos.

Vino el rey-dice-en el año de 1131, a Castilla y a las Asturias de Santillana, contra el conde Rodrigo y demás rebeldes; rindió sus fortalezas, abrasó sus mieses, bosques y viñedos, acosándolos hasta las últimas asperezas de la tierra.

Próximo a ser vencido, no quiso el conde apurar la resistencia, y solicitó por embajadores una entrevista con el rey. Le fué otorgada, y conforme a las condiciones estipuladas, encontráronse ambos contrarios en la margen del río Pisuerga, cerca de Aguilar, acompañados cada cual de seis hombres de su bando.

Era Alfonso poco sufrido: cuidadoso del respeto debido a su jerarquía, y acaso, acaso, impaciente de asegurar en ventaja suya el desenlace, no quiso malograr la ocasión que le tentaba. La crónica dice que oyendo de boca del conde palabras que ofendían su decoro, le asió vigorosamente del cuello, y ambos cayeron del caballo al suelo. Espantados de tal violencia, huyeron los que acompañaban a don Rodrigo, el cual fué puesto y mantenido en prisiones, hasta que hubo restituído a la corona cuanto de ella poseía. Justicia expeditiva, poco ajustada a códigos, pero de uso común entre los que gobiernan a

(1) Flórez: España sagrada, tomo XXI.

los pueblos, llámense legión o individuo, cuando impacientados por la resistencia hallan razón de ejercitarla.

Despojado de bienes y honores, hubo de resignarse y prestó homenaje al soberano, confesándose culpado, y éste, por bondad de alma, y sin duda por cálculo político, le dió la tenencia de Toledo con vastos territorios en Castilla y Extremadura.

Así arrancaba al conde de sus temidas breñas, excusándole nuevas veleidades de insurrección con apartarle de los lugares que obedecían a su voz; utilizaba en la frontera de los moros la experiencia militar de un caudillo valeroso, y guardaba para sí aquellas marinas con tanto empeño deseadas.

Este empeño era propio de su ánimo levantado, de su espíritu claro, de sus propósitos evidentes de continuar la obra de su abuelo el conquistador de Toledo, quien había sentado sólidamente la piedra angular de la restaurada monarquía, arrancándola a los cimientos del imperio mahometano, que vacilaba con su falta, y no había de poder restablecerla jamás.

En sus campañas continuadas el rey cristiano llegaba hasta Almería y las costas del reino granadino, donde sus propios ojos, si ya la razón antes no se lo dictaba, le persuadian de que el mar traía a sus tenaces enemigos nueva robustez y nueva vida, que hacía inútiles las heridas dadas por los castellanos. El auxilio reciente de los cruzados ingleses y normandos en la conquista de Lisboa al Alfonso portugués, probaba la eficacia de la organización y fuerza de las armadas, y que sin ellas no cabía esperar decisivas victorias.

La necesidad de poder marítimo para su reino hizo sin duda al emperador conservar en su mano activa y enérgica la montaña. Castilla necesitaba costas, ya las tenía. Alfonso VII tomaba las tierras, su nieto Alfonso VIII las poblaba, dos generaciones después el Rey Santo les pedía naves y marineros que apresuraban y acaso decidían la rendición de Sevilla, y, por último, un siglo más tarde el Rey Justiciero sacaba de aquellos puertos y riberas una escuadra capaz de medirse ventajosamente con la más famosa de Aragón, cuyas quillas entorpecían añejas algas nacidas en las olas de Levante y de Africa.

Es notable que, aun después de recibido en gracia el antiguo rebelde, a quien se fiaban las plazas más importantes del reino y ejércitos para entrar en campaña, ni ahora, ni luego que climas lejanos y guerras habían quebrantado sus primeros bríos, se le consintiera recobrar la herencia de sus mayores.

Esta esperanza ilusoria le animaba acaso, cuando en su recia acometida a los moros andaluces, los vencía y desbarataba, llegaba a las puertas de Sevilla, y tornaba a su rey cargado de presa y de trofeos. Tampoco dice la crónica qué causa hubo para que después de tales pruebas de lealtad y valor continuase mostrando desapacible y ceñudo semblante al alcaide de Toledo; pero se comprende que viéndose éste tan mal pagado, hiciese entrega del mando que tenía, y besándole las manos, despedido de sus parientes y amigos, tomase la vía de Jerusalén.

Para el leal entonces el rey representaba la patria: habíale servido con lealtad y arrojo en sus guerras de Andalucía, de Rioja y de Navarra, y recogía en premio ingratitudes; a la melancolía del desengaño se juntaba en su ofendido pecho la tristeza del destierro. Vedábansele los montes que fueron su cuna, donde había vivido feliz, amado de sus vasallos, poderoso en medio de los hidalgos que le servían y acompañaban, siendo el nervio de su fuerza en la guerra, y para hacerle más oscuro el cielo de la patria, acaso una amargura suprema apretaba el corazón del desventurado.

El linaje de su primera esposa, la época en que el matrimonio fué contraído, hacen sospechar que en él tuviera la razón de estado, la codicia de grandezas más parte que el afecto; sus segundas bodas con doña Estefanía de Armengol, hija del conde de Urgel, celebradas por aquel tiempo (1135), parecen, por el contrario, haber sido premio de un afecto profundo y sincero, a juzgar por la extraña expresión de la carta de Arras del don Rodrigo a su esposa, otorgada en 1135 (1), y en térmi

(1) Sota.-Escritura, núm. 35.--La to:nó de den Antonio de Alarcón en sus relaciones Genealógicas, y éste del Archivo de la Catedral de Oviedo, pág. 553, de Sota. (N. del E.-Valladolid se lee en Sota.)

nos no comunes en semejantes tiempos, poco dados a enamoradas ternezas.

La corta memoria que de doña Estefanía se halla en diplomas del tiempɔ, no pasa del año de sus esponsales, y acaso esta razón, insuficiente como prueba definitiva, es bastante a hacer sospechar que fué la vida de la joven condesa corta, y su muerte ocasión que esforzó en el ánimo de su esposo la voluntad de peregrinar a Palestina. En la tierra sagrada de Siria peleó como había peleado en España; ganó a los infieles una fortaleza cerca de Ascalón, que ensanchada y bien guarnecida de soldados, armas y vituallas, entregó a los caballeros del Temple, cuyas hazañas había tenido ocasión de admirar y quizás de compartir.

El amor de la patria, y una esperanza vaga acaso de volver a sus hogares montañeses, le hicieron atravesar de nuevo el Mediterráneo; quiso ver al rey y no le fué concedido: odio singular el de este príncipe, a quien sus contemporáneos llaman magnánimo, cuyas hazañas ilustran su reinado glorioso; odio tenaz, cuya persistencia no se alcanza, por más que su origen se explique.

Vagó desesperanzado algún tiempo el proscrito en las cercanías de Castilla, en Navarra y Cataluña, como si quisiera entretener sus dolores contemplando de lejos los horizontes en que había pasado su vida activa, inquieta y trabajosa; pero este lenitivo convenía mal a su carácter entero, el emperador exigía de sus feudatarios que no asilasen al que tenía por enemigo, quien hubo de refugiarse entre los que lo eran de su ley.

Acogióse a Valencia, donde vivió algún tiempo, hasta que dándole los árabes, por causa que se ignora, en bebida preparada el germen de una enfermedad incurable, se halló cubierto de lepra, miserable, abandonado de todos, y tornó a embarcarse para Palestina; no ya paladín aventurero, dispuesto a ahogar sus tristezas y sus pasiones en el furor desesperado de las batallas, sino peregrino humilde, arrimado a un bordón, tendida la mano a la compasión ajena, puesto el espíritu en

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