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menajes de los vivos y memorias de los muertos, alimentado del aire de los suspiros, del vaho de las lágrimas, no se siente movido a perdonar y arrepentirse, a sollozar y gemir dentro de sí mismo! ¡Más mísero aún quien de aquella atmósfera que desahoga el pecho, eleva el corazón e inflama el espíritu, toma para sus entrañas no sé qué invisible germen de insaciables odios y ciegos rencores!

Vosotros los que os recostáis en esos plintos y columnas, y juzgáis impacientes y cansados el recinto estrecho, el culto pobre, opaca y discorde la voz de los sagrados cánticos, porque estáis en el abril de la vida, y el batir de alas de la imaginación os ensordece y soñáis con deslumbradoras esplendideces y pompa magnífica, pensad que nunca habéis de oir música que tan blandamente os hable al corazón, y le amanse en sus desvaríos y altiveces y le levante de sus desfallecimientos.

La imagen de la augusta Señora, a cuyo tránsito glorioso está la iglesia consagrada, prevalece en su recinto, titula sus capillas, realza sus retablos, santifica sus aras. Adórala allí el ánima devota del cielo y de la patria, bajo tres gloriosas advocaciones, veneración honda y constante de los españoles: la de su Concepción Purísima, que aclaman patrona de su tierra, guía de su estado, consolación perpetua de aflicciones y miserias; la del Pilar del Ebro, tutela y escudo de independencia y honra, rodeado de sus firmes y leales aragoneses, pechos de pedernal, roca y fuego; la del Rosario, festejada por el santísimo pontífice Pío V, en agradecimiento y memoria de aquella victoria de las galeras españolas sobre la armada del turco en las aguas inmortales de Lepanto.

En otra parte tiende su simbólico escapulario, vestida del pardo buriel que abrigó el inflamado corazón de Santa Teresa, en otra muestra el yerto cadáver de su Hijo, asistida de ángeles, pero lacerada por aquel dolor sin igual que ofrece como ejemplo a quien afligido la contempla: videte si est dolor sicut dolor meus.

En los demás altares adora el pueblo a sus naturales patronos, al mártir del Calvario, al Salvador glorioso del mundo, al

apóstol pescador, hijo de las olas, natural protector de la gente marinera; y adórale en la hora de lágrimas, de contrición, en que, despierta a la voz del vigilante gallo su ruda conciencia le hiere con implacable dolor, dolor de su negación, su apostasía, su miedo.

También tiene allí altar el fervoroso mártir del sigilo confesional, y el glorioso paduano, objeto de ferviente culto femenino. Ninguna de estas capillas pertenece al primitivo plan de la obra; son construcciones greco-romanas de época decadente. Del altar de San Matías, por cuya inmediación penetramos subiendo del Cristo de abajo, hay que hacer mención más detenida. Porque el culto de ese apóstol, culto oficial en Santander, trae su origen de días en que la peste había hecho asiento en la villa, y apenas desaparecía por breves intervalos y amenazaba despoblarla. Es antiguo esto de la peste en Santander, porque entre las tradiciones de su fundación, hay una que asegura que la villa vino a ser fundada donde hoy se halla, porque de su asiento primitivo, más tierra adentro, fueron arrojados por la peste los habitantes.

Pero en 1503, agotados los auxilios y medios humanos, pensaron las corporaciones eclesiásticas y populares en impetrar del cielo un intercesor especial entre los apóstoles, cuyo amparo alejase el azote que sobre el pueblo incesantemente caía.— «E luego tomaron doce candelas de cera, iguales por peso y medida, y encendida cada una de ellas en igual, e doctada e nombrada cada una a cada uno de los dichos doce apóstoles, e la que postrera quedase encendida que aquel apóstol a quien se había nombrado la tal candela aquel querían tomar e tomaban por su patrono e amparador, e defensor e guardador del dicho pueblo e de sus alquerías e vecindad, para ahora e para siempre jamás, para que la guarde de todo mal y en especial de pestilencia» (1). Y oída misa mayor por las autoridades y pueblo congregado, sucedió consumirse sucesivamente las velas y quedar postrera ardiendo la dedicada

(1) Véase el apéndice núm. 5.

a San Matías; y conocida por tal camino la voluntad del cielo, se acordó tomar e invocar al apóstol por patrono de la ciudad y su término comunal, y hacer una efigie de talla del Santo, y celebrar fiesta en su día, y llevarle procesionalmente por las calles de la población encomendada a su custodia (1), con otras particularidades que se contienen en la curiosa acta de voto y capitulación.

Salgamos al claustro por una puerta cuyos machones en su revestimiento llevan la fecha del siglo XV, manifiesta en el estilo de las torres castellanas esculpidas en recuadros alternos, inientras sus jambas y dintel acusan más moderna edad (2). El ancho patio, antiguo cementerio, ha venido al cabo de tres siglos a recobrar la placentera y fresca fisonomía que tuvo en el XVI, cuando un viajero lo apellidaba «huerto amenísimo perpetuamente embalsamado por el fragante aroma de sus árboles florecidos»> (3). Una cruz clavada en escabel de piedra abre sus brazos de hierro sobre la tierra bendita, un tiempo lecho de humanas reliquias, cercada de rosas y cipreses, de laureles y magnolias, a cuyo rico follaje dan suave y soñolienta voz las auras pasajeras, nunca dormidas en estos parajes marinos. Todos lo vimos desierto prado, cuando entre su yerba ociosa asomaban los escuetos ángulos de algunas piedras sepulcrales, desencajadas y ennegrecidas por las lluvias.

Rodéase el jardín de arquería ojiva, por donde entra copiosa luz a las cuatro crujías del claustro. Su disposición es sencilla: pilares de planta romboidal, amortecidos vivos y aristas, un doble collarín por capitel y otro por basa. El pavimento de los ánditos cubiertos más bajo que el piso del patio, antes de ser renovado en 1782 (4), era un memorial de piedra donde la antigua sociedad, la villa de los siglos medios, con sus gre

(1) Hoy se hace esta procesión dentro de la iglesia y llevan las andas del Santo los guardias del Ayuntamiento.

(2) Siglo XVII.

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(3) <amoenissimum pomarium, gratissimo floridarum arborum perpetuo odore fragrans». Jorge Brawn.-Civitates orbis terrarum: lib. II.

(4) Relac, de la fund. de la Igl. de Santander ya citada.

mios, corporaciones, insignias, escudos, dignidades y apellidos, aparecía viva, entera en su organismo detallado y completo, como aparece la ciudad romana en Herculano y en Pompeya, desentrañada de lavas y cenizas volcánicas. Se había formado con lápidas desalojadas de la iglesia del Cristo, probablemente por la idéntica razón què las desalojó luego del claustro; muchas de ellas conservaban grabados los atributos o emblemas de profesiones y artes, instrumentos y herramientas de oficios, costumbre heredada de los primitivos cristianos, seguida durante los siglos de fe, conservada en las comarcas y países pobres e incultos donde únicamente príncipes o magnates podían magnificar sus sepulturas con grandiosos simulacros y prolijas inscripciones. Completaban el curioso museo lapidario epitafios esparcidos por el claustro, y sepulcros, estatuas y figuras de la nave meridional, que después de haber sido entierro de canónigos, vino a servir para común sepultura de pobres (1). La ciencia epigráfica, que hoy tan solicita y perseverante busca, reune y compara documentos, que no se ahorra de fatigas ni caudales para restituir, merced a sus esparcidos rasgos, la fisonomía social de señalados monumentos históricos, hubiera estimado en su valor singular tan rara y curiosa galería.

En la nave occidental se abre la puerta de una capilla arruinada, cuya advocación del Espíritu Santo, es memoria y última reliquia del hospicio fundado para doce pobres por el abad más insigne que tuvo la Colegiata (2).

(1) Esta nave meridional que mira al mar y abre sus ajimeces trebolados sobre el muro bañado aún pocos años ha por las olas, se llamó de los cuerpos santos, denominación que trae la iglesia en documentos y noticias del siglo XVI mientras en los anteriores es designada por el nombre de uno o de los dos mártires sus patronos.-No aparece probada la causa de tal denominación: el Padre Bota apunta la creencia existente en su tiempo de que las sabandijas morían a, penetrar en aquella parte del claustro, y autoriza la denominación con un supuesto martirio y sepultura de cristianos en aquel sitio por piratas herejes.Juan de Castañeda, en su Memorial, cita la misma creencia,-escrito en 1591. (2) Véase el Apéndice núm. 1.o Existía aún en el siglo xvi. Intus in circuitn xenodochium habet S. Spiritus, ubi pauperes quilibet, benigne excepti, humanissime pro necessitate, diligenti cura tractantur, dice Brawn.

Ilustre por su sangre, considerado por sus letras, eminente por sus prendas de consejero y estadista, Nuño Pérez de Monroy, brilla con purísima gloria en tiempos harto difíciles para la monarquía castellana. Dos minoridades sucesivas pusieron a prueba la integridad de su carácter, que salió ilesa de tan prolijos y multiplicados riesgos, encarecido su buen nombre con el extraño ejemplo de conservar su dignidad modesta, sin pretender a mayores en la jerarquía eclesiástica.

Cierto que su virtud no estaba sola; apoyábase en el corazón varonil y entero de la matrona regente doña María de Molina, gobernadora de los reinos de Castilla durante la menor edad de su hijo Fernando IV, y posteriormente la de su nieto Alfonso XI. Honra singular y excelencia gloriosa de nuestras dinastías españolas, la de que sus hembras mostrasen en el trono cualidades suficientes para acreditar al más esforzado y prudente varón; estirpe rica, generosa y bendita por Dios, la que dando una Isabel santa a Portugal, una Blanca gloriosísima a Francia, cuenta dentro de nuestra tierra española una Berenguela en el siglo XIII; una María en el XIV; una Isabel por excelencia católica en el xv. Y de esta tradición perpetuada y enaltecida, del hábito de obedecer y servir a una mujer generosa y digna, cuya autoridad y elevación eran justificadas por el ejercicio constante de toda virtud doméstica y pública, nació acaso en la caballería castellana el respeto profundo a la mujer, y tomó nuestra cortesía su carácter austero y grave eximiéndose de la liviana jovialidad que empaña y desdora la celebrada galantería de otras naciones. La cotilla y el chapín bordado terciaban en la vida social con el arrebolado prestigio de haber hollado el escabel del solio con no menor firmeza y gloria que el férreo zapato y el borceguí purpúreo, y fulgía sobre la frente altiva de la dama española, reina del estrado, la soberana aureola de sus semejantes las señoras del solio.

Acechada por el bando de los Cerdas, joven entonces esperanzado y resuelto, cercada de nobles tornadizos y ambiciosos, no muy segura de sus derechos la viuda de Sancho el Bravo, fuera acaso figura menos eminente y ejemplar de nuestra

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