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mo éxito, y un mismo día celebraron los santanderinos la paz de Vergara y la inauguración de su Instituto.

¡Hermosa coincidencia!; soltar las armas y abrir las aulas; envainar la bayoneta, retirar el cañón amenazador de la angosta tronera y erigir la cátedra del magisterio; apagar la tea y encender la antorcha; tender la mano al enemigo y llevar juntos sus hijos a los bancos del estudio, donde no han de oir predicaciones de odios que enciendan la sangre y armen el brazo, sino principios benéficos y creadores; donde han de aprender las máximas de la moral para amarse, las leyes de la filosofía para conocerse, los misterios de la ciencia para penetrar la admirable máquina del mundo y comprender sus portentos, los ejemplos de la historia para honrar la patria, los encantos de las letras y las artes para estimar la grandeza del ingenio humano, respetarle como a centella de divino origen, como a consolación suprema de ruinas y dolores, como a prenda exclusiva de duración de los pueblos, pues la misericordia del cielo conserva y perpetúa sus obras cuando pasaron y se extinguieron sus leyes, sus armas, su poder, su gloria, y ya no pisa la tierra hombre que hable su lengua y en ella rece, discurra, blasfeme o gima.

Desde 1839, año de su inauguración, ha sido el instituto plantel donde las inteligencias cántabras, preparadas por una labor primera y rudimentaria, han sido nutridas de sustancia y modeladas para sus destinos ulteriores; allí se han iniciado y presentido las vocaciones de todos nuestros conterráneos de la generación actual; allí los que ahora ciñen espada sintieron el primer hervor del militar entusiasmo exaltados por las glorias de la falange, del tercio, de la guerrilla; allí los que guían naves por remotos y tempestuosos mares, vieron la primera luz de los rumbos del cielo en sus fijos luminares; allí los que velan con provechosa constancia en persecución de la fortuna, tuvieron la noción elemental de la economía y del cálculo; allí los que predican al pueblo desde la sagrada cátedra, los que amparan la justicia en el foro, sintieron el misterioso atractivo de la palabra; allí los que manejan pluma com

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prendieron la áspera grandeza de esta obra excelente y viril, la cual exige de consuno idea, valor, inspiración y trabajo, según frase del más elegante de los modernos críticos franceses (1).

Allí, en fin, ha sentido, o siente, o sentirá las primeras e inefables caricias de la musa patria, el ingenio, que ha de hacer olvidar este libro mío (si alguna vez mi libro logra fama, siquiera en los estrechos horizontes de la tierra nativa), trazando en fiel y vigoroso retrato su imagen, inspirado por la voz íntima y constante que oye el buen hijo brotar doliente de las ruinas, de los recuerdos, del sepulcro sagrado de su madre olvidada u ofendida:

Exoriare aliquis nostris ex ossibus ultor (2).

V

LOS MUELLES.-LA BAHÍA.—ESCUADRAS Y FESTEJOS

No abusemos de tu paciencia, lector, que andará ya muy al cabo, así como tu aliento aridecido del seco polvo, o hastiado del vapor de moho que tantas piedras viejas despiden.

Vamos a lo que no envejece ni se muda, a lo que permanece y dura, aunque movible y fugitivo, según la expresión de nuestro Quevedo. Vamos al mar, azul y profundo, sonoro y undivago hoy, como lo era en los tiempos en que arrullaba aqui vastas soledades; al mar que vieron en el siglo v los Erulos o Normandos de que nos habla el viejo Idacio (3), igual que lo

(1) Jules Janin.

(2) Virgilio-Eneida-IV. v. 625.

(3) De Erulorum gente septem navibus in Lucensi litore aliquanti advecti... ad sedes propias redeuntes Cantabriarum, & Varduliarum loca maritima crudelissime deprædati sunt.-Idatii Chronicon.-A. C. 456.

ven ahora los mareantes de los clippers que llevan pan a Cuba y de Cuba traen tabaco y dulce.

Aquí está la gala de Santander, aquí su opulencia: aqui suena la respiración de sus anchos pulmones, su rumor sordo de colmena, su correr de tratos y negocios, su rechinar de cabrias, su zumbar de aventadores, su rodar de barriles, su golpear de empaques, su contar sin duelo y sin tregua de cueros, duelas, hierros, tablas, bacalao y fardería: aquí late la vida de su cerebro, aquí suena el oro de su bolsillo, y cruje sobre el papel la pluma de sus escritorios, y susurra en el aire el cuchicheo de sus transacciones y el aritmético y arcano frasear de cotizaciones, precios, cambios y descuentos.

Por aquí rebosó, haciendo estallar el férreo cinto de sus muros, cuando, crecida de villa a ciudad por merced del señor rey Don Fernando VI (1), le pareció poco y estrecho aposento el de sus antiguas calles, y para edificarse vivienda suntuosa y vasto almacén echó cimientos en el agua, donde no tenía más coto que el de sus dineros y su voluntad.

La voluntad no ha enflaquecido nunca, los dineros han tenido períodos de fluir y prodigarse, y tiempos de escasear y retraerse. Y los muelles, sujetos a las fluctuaciones económicas, empujados en los momentos prósperos, paralizados en los adversos, han ido entrándose mar adelante con la pertinacia de todo lo fatal e incontrastable.

Su fábrica cuenta a piedra en grito y al más sordo, tres períodos sucesivos de construcción desde que, levantado el piso antiguo de la baja Ribera, al promediarse el pasado siglo, paulatinamente creció hasta el Martillo, en cuyas obras suena el nombre del Don Juan de Isla, que hallamos en el astillero de Guarnizo. Luego, en los días de 1820 a 1823, se alarga desde el Martillo al Merlon, y se apellida Nuevo por su fecha, de Calderón por su diligente constructor y empresario, y al cabo se dilata hasta el desagüe de Molnedo, anónimo, porque se edificó en tiempos en que la asociación es especial y poderoso

(1) 29 de Junio de 1755.

agente de la actividad humana, y en ella se anegan nombre e iniciativa individuales, por más que de la iniciativa individual tenga toda asociación su espíritu, su energía, sus resultados y sns provechos, y más ligero y menos suntuoso, porque ha nacido en tiempos en que hav muchos vestidos que hacer, y no se puede consumir el caudal en uno solo, suntuoso y de boato. Pero este es muelle epiceno y mestizo; tiene de señor y de obrero, de comerciante y de vago, de taller y casino, de lonja y de paseo. Sin quitarse la honrada librea de su trabajo, el polvo de la harina que le mancha muros y losas, como mancha el polvo de la creta las barbas y manos del escultor, como mancha el polvo de la hulla la piel curtida del cerrajero, cesa, descansa, toma aires de ocioso y de galán, se deja visitar por damas y se hace cómplice de amores y elegantes aventuras.

Otro es el muelle que no reposa ni tiene domingo, ni hora de urbanidad y sociales esparcimientos; el muelle obrero, de pipa y faja, incansable, rudo, polvoriento, escabroso, inhospitalario para todo el que no va a pagar o recibir jornal, a cargar o descargar, a comprar o vender. En este muelle hemos desembarcado. Arranca de la parte meridional de la ciudad y se tiende al Sudoeste a buscar, avanzando por escalones, la distante península de Maliaño y a pedirle su nombre.

Franceses vinieron a construirlo, y un día de verano de 1853, entre músicas y aclamaciones de algunos entusiastas, y las preces que la Iglesia tiene para toda obra beneficiosa y útil de la inteligencia humana, sumergióse en las aguas de Santander, por cuatro o seis brazas de fondo, la primera piedra de la construcción. ¡Cuántos se reían y alzaban los hombros al oir hablar del porvenir y utilidades y ventajas de una empresa cuyo presente se reducía a un sillar sumergido en las aguas, hundido y desaparecido en el cieno de su fondo! La fe es prenda rara; faltábales a los mismos que, partícipes del pensamiento inicial, lo habían transmitido a la actividad y mayores medios de los extranjeros; húbolos que como Esaú vendieron su derecho de primogénitos, es decir, de propietarios primeros en la tierra arrancada al mar, levantada y establecida sobre su

extensa ciénaga, por un plato de lentejas, y quizás el descorazanamiento cundía y se arraigaba porque los extranjeros, aparte.de las ventajas que de la realización del plan habían de dimanar, legítima recompensa de sus afanes y perseverancias, pedían pocos dineros sonantes.

Pero al sillar inicial y simbólico fueron siguiendo algunas barcadas de sillares. Un día ya asomó el artificial escollo sobre la base de las aguas en su pleamar, y como hitos de una medición fantástica fueron asomando otros escollos parecidos en toda la extensión de la obra proyectada.

Los escollos fueron creciendo y ensanchando, luego se unieron, luego el cieno de las mareas se espaldó en su base y rellenó sus huecos, y los barcos fueron descargando arena al abrigo de aquellos estribos, y el mar, después de porfiar una vez y otra, de roerles los cimientos, de arrancarles las piedras de la base, de minar, arrastrar, hundir y quebrantar, sintióse a su vez quebrantado e impotente contra la tenacidad humana, y cedióle el paso, y se fué retirando, y reconoció, por último, que su destino no era pelear contra el naciente y ya vigoroso y erguido muelle, sino ayudar a su utilidad y empleo, arrimando los barcos y teniéndolos a flote, mientras vomitaban sobre la escollera los depósitos de sus anchas bodegas ó las abarrotaban con las mercancías que la escollera acarreaba.

De tal manera, con uno y otro muelle, alargándose a Vendaval y Nordeste, va Santander abrazando su bahía, a modo de colosal crustáceo que abre la ancha tenaza de sus pinzas para coger la presa.

¿Hasta dónde llegará? ¿Cuál será el límite de su afanosa, lenta y tenaz porfía? ¿Cuántos siglos pondrá la eternidad desde el punto en que yo cuento hasta aquel en que un bibliófilo curtido y seco, empolvado y míope, manuscriba aquí entre renglones de lo impreso, con inefable y egoísta gozo la contestación definitiva a mis preguntas?

Pintoresca ribera contiene el espacioso lago desde la escollera extrema de uno y otro muelle. Allá al Este avanza el cabo San Martín y su inútil batería; un peñón, que parece despren

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