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la, detallada, completa, fiel, para dársela sin falsa vanidad ni falsa vergüenza a leer a sus hijos.

Y ahora, lector, de nuevo estoy contigo para acompañarte a visitar el paisaje que de lejos ha podido tentar tu curiosidad y tu deseo.

Dos mares tiene Santander que enseñar al forastero: el mar casero, doméstico, útil, manso, apacible a los ojos y al oído, la bahía que hemos visitado; y el mar libre, bravo, proceloso, indomado y rebelde, la costa adonde vamos ahora.

Y vamos por un camino recto, orillado de gallardos chopos piramidales, faldeando el vallecillo de Miranda, camino anecdótico al cual apodaron algunos ingeniosos vía Cornelia, y luego dieran una mano por borrar el apodo, porque el pueblo, con su recto juicio, repitió en són de alabanza lo inventado en són de ironía. Un camino en el cual conviene elegir hora y estación para seguirle, porque en la del verano, por tardes y mañanas, es dominio exclusivo de la numerosa carruajería que trae y lleva enfermos y sanos del Sardinero a la ciudad, y de la tralla de los mayorales y de las nubes de polvo que ruedas y herraduras levantan y esparcen.

Y llegamos a una altura divisoria, sobre la cual está la ermita de los Mártires. Lejos estoy de aquellos parajes, y mi memoria es flaca, pero creo recordar-¿no lo dice una inscripción sobre la puerta?—que en 1848 se edificó la capilla. Costeóla el cabildo de mareantes de San Martín de Abajo, uno de los dos en que se divide el gremio de la ciudad (1), y depositó en ella los bustos de San Emeterio y San Celedonio, que custodiaba antiguamente en una tribuna o balcón abierto en la muralla, junto a la puerta del Arcillero y mirando a su Arrabal

Ya vimos al visitar la colegial (2) que de muy antiguo, en el siglo XIII, usaban los abades en su sello el símbolo de las

(1) El otro es el de San Pedro, habita la calle alta, que vimos por la espalda al llegar a Santander, y tiene su titular en la iglesia de Consolación, ligera construcción dórica de una sola nave, erigida en la propia calle.

(2) Pág. 120.

dos cabezas. El pueblo que la ve cotidianamente en los actos y acuerdos de su Municipio, que adora los santos cráneos en señaladas festividades del año, y los sigue devotamente cuando en sus días de tribulación y espanto salen a recordarle su fe antigua y a fortalecer su ánimo y su esperanza, profesa aquella tradición que Morales apunta y Risco severamente examina (1), según la cual las cabezas segadas del tronco, caídas al Cídacos y arrastradas por su corriente, llegaron al Océano, y sobre sus ondas traídas, arribaron al puerto a que habían de dar nombre. Y os dirá que allá en los hondos cimientos de la catedral, donde no llegan humanos, yace escondido el barco que las trajo, y desde estos mismos lugares os mostrará en la entrada de su bahía, en el seno de la Magdalena, una roca, la Peña de los Mártires, horadada porque, dando en ella el barco impelido por la corriente, dejóse penetrar milagrosamente la piedra (2).

Tan populares como fueron en España los mártires de Calahorra, no podían escapar a la musa invasora y altamente popular de nuestro teatro; así tomaron su apoteosis para asunto de un drama don Antonio Coello y el glorioso Rojas. Tituláronlo Los tres blasones de España; y deseosos de ligar la devoción a los heróicos confesores con las más altas glorias castellanas, hacen que en aparición misteriosa el ínclito Rodrigo Díaz de Vivar reciba de aquellos bienaventurados el espaldarazo y la espuela de caballero (3).

Desde esta cumbre se domina el vasto panorama de alta mar. De aquí caen rápidamente a la marina, carretera, senderos, prados, veredas, cauces y cañadas a morir como en ancho desagüe en el arenal del Sardinero. Por quiebras y lomas se derrama y esparce la población con libertad completa de

(1) Esp. sagr.: tomo 33.

(2) Vid Argaiz.-Soledad laureada. Tomo II.

(3) Tiene el drama bellísimos rasgos, aparte del capital vicio del asunto, como obra dramática. Para esforzar el interés, o para evitar la monotonía de los caracteres, fingieron los poetas a Emeterio niño y hacen que Celedonio sea cegado antes del suplicio final.

gusto, proporciones y arquitectura en sus viviendas, urbanas y rústicas, góticas y suizas, y abajo en la playa tiene su núcleo, su plaza, su estación, su centro de vida y movimiento, adonde la gente afluye y de donde se retira guardando compás de tiempo y de grupos, a semejanza del torrente circulatorio en los vasos del humano organismo.

En tanto llega el momento de examinarla de cerca, nos llama los ojos una cumbre desolada, yerto peñasco erguido a la boca del puerto, en cuya cima, como reliquias de antigua corona, se distinguen restos de una fortaleza. Si tomamos el áspero camino de arena y roca que a esa cumbre lleva, su aridez desaparece o se amansa: su desnudez está cubierta a trechos de tupida grama, de haces de juncos, de manojos de lirios blancos, de purpúreas clavellinas, flor de Cantabria, alegría de sus quemados arenales como de sus heladas cumbres donde la encontraremos.

Al pie del monte, agarrada a los estribos de su base, está la batería de Santa Cruz de la Cerda, convertida en faro, y sus colgadizos y cuartel en establo de vacas. Desde ella, y rastreando todavía las huellas del camino cubierto que unió ambas fortalezas, se trepa suavemente a la cumbre de Hano. El són de las olas que baten eternamente estos parajes nos acompaña, voz del perpetuo combate que los elementos sostienen.

¿Sabes quién quitó a la plaza su avanzado centinela, quién mató a este fornido guerrero, quién postró en el suelo su yelmo, rompió su espada y dejó su cadáver tendido sobre su propio solar a merced del insaciable buitre del tiempo que le roe, le devora y aún no ha podido dar cabo de su durísimo esqueleto? Allí lo tienes, en medio de las aguas, descansando inmóvil como el ictiosauro ahito de las edades palingenésicas, dormido en el sueño de su victoria y de su fuerza incontrastable. Ese escollo es Mouro (1), que en los días de invierno, asaltado

(1) Mouro o Mogro parece nombre genérico, degeneración del sustantivo morro, aplicado a rocas aisladas de forma determinada. En la provincia encon tramos otro Mogro, en la embocadura del Pas, y Mogrovejo, o veio, en Liébana.

por las anchas mares, envuelto en espuma, ondeando en el aire tempestuoso blancos penachos, dejando correr sobre sus hombros blancos armiños, recuerda infaliblemente los versos de Quevedo: «Tu pompa es la borrasca.» Mouro, el que Escobedo quería vestir de muros y coronar de almenas, sobre cuya espalda el siglo actual ha hincado un faro, y del cual hicieron batería los ingleses en 1812 para desbaratar y rendir el castillo de Hano que los franceses ocupaban.

He contado varias otras veces el suceso, y me cuadra mal relatar de nuevo la arrimada nocturna de los buques aliados, su sigiloso trabajo, el desembarque y establecimiento de su artillería, y el alba del siguiente día (12 de Agosto) que para los franceses rompe en lluvia de fuego desde el inerme peñón convertido en fulminante nube; pero en la ciudad hallarás quien te lo refiera, quien despertó aquel día al febril redoble de la generala, vió la confusión de la sorpresa y el combate, y botar en las losas de los muelles las balas disparadas por los barcos ingleses, dueños ya del paso, y correr por las calles los dragones desbocados y ordenar su retirada la guarnición enemiga.

La costa de la otra parte tiene también su fortaleza natural avanzada, el islote de Santa Marina, Santa Marina de Don Ponce, que conserva su nombre en mapas y documentos oficiales, y lo ha perdido en la memoria del pueblo, el cual la llama isla de Jorganes, del apellido de su dueño, o de los Conejos, porque estuvo poblada de ellos.

No era isla esta peña en el siglo xv. Había en ella una ermita de Santa Marina, adonde, movido de espíritu ascético un canónigo de la colegial de Santander, don Pedro de Oznayo, arcipreste de Latas, se había retirado con otros compañeros a hacer vida penitente. Otros ermitaños reunidos en Santa Catalina de Monte Corban a instancia y por consejo del obispo de Burgos don Juan Cabeza de Vaca, que visitaba su diócesis, habían en 1407 tomado el hábito de San Jerónimo, con cuyo ejemplo y una nueva visita del celoso prelado de Burgos, los de Santa Marina en 1411 se resolvieron a hacer otro tanto.

Ambos monasterios asistían al primer capítulo general de la Orden en Guadalupe a 26 de Julio de 1415, representado Monte Corban por su procurador Fr. Gómez de Toro, y Santa Marina por su fundador Fr. Pedro de Oznayo (1).

Eran tan pobres de rentas, que en el segundo capítulo general celebrado en 1416 y en San Bartolomé de Lupiana solicitaron por sus procuradores la incorporación en uno de ambos monasterios; decidióse así, disponiendo que quedase con su título el de Santa Marina.

Pero tres años después, en el de 1419, mal avenidas ambas comunidades, quejosos los de Corban de la aspereza y rigor del sitio, tornaron a solicitar de nuevo su separación, resolviendo entonces la Orden que se hiciese la traslación a Santa Catalina, quedando la fundación isleña como granja o dependencia suya.

Conservaron la iglesia para celebración del culto divino, y quedése a acabar sus días en aquel nido de su fervor, nido de aves marinas, el fundador Fr. Pedro de Oznayo. Poco vivió: af año siguiente ya tenía lápida con su efigie de medio relieve y una orla con estas letras: AQUÍ YACE FRAY PEDRO DE HOZNAYO, CANÓNIGO DE LA IGLESIA DE SANTANDER, ET ARCIPRESTE DE LATAS, FIJO DE GARCÍA GUTIERREZ ET DE DOÑA URRACA DE HOZ→ NAYO, EL CUAL FIZO ET DOTÓ ESTE MONASTERIO, QUE FINÓ ANNO DOMINI MILLESIMO QUADRIGENTESIMO VIGESIMO.

Los huesos del venerable varón y la piedra que los cubría fueron trasladados a Corban en el año de 1550, y en un rincón del claustro yacieron hasta nuestros días (2).

Bajemos y sigamos la quebrada costa hacia el Sardinero; pasaremos junto al pinar de la Alfonsina, don de la provincia a su última soberana, antes floreciente y lozano, ya desmedrado

(1) Sigüenza: Historia de la Orden de San Jerónimo, tomo I, cap. 31. (2) Historia manuscrita de Santander, citada por Assas en varios artículos del Semanario Pintoresco Español, año de 1857, y atribuída por él a dos autores, don Emeterio Almiñaque, prebendado de la catedral, y Fr. Ignacio de Bóo Hanero, monje de Corban.-Escribióse por los años de 1772. La iglesia de Latas, inmediata a Santa Marina, en el continente, fué de los monjes de Corban.

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