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de 1663. Su perseverancia y la de cuantos les ayudaron o sucedieron tantos y tan robustos obstáculos hallaba, que hasta el de 1683 no fueron terminadas las obras del actual monasterio. En tan largo plazo de veinte años, habían tenido tiempo de entregar su alma a Dios, Fr. Juan, en edad verde todavía para el ministerio apostólico (cincuenta y dos años); y doña Ana María, vistiendo el hábito descubierto del Patriarca (orden tercera de Santo Domingo).

Señalada la fecha de la construcción, queda escrito su gusto y proporciones. Epoca decadente y triste para el arte como para la patria. La tradición del romano Herrera palidecía y se acababa, degenerando, perdiendo la austera grandeza, su calidad ingénita, a favor de la cual en los asombros de la impresión primera no se perciben su fría elegancia y sequedad ascética. La corrección severa del dórico escurialense, o toledano, trocada en licenciosa bastardía, daba ser a un orden espurio, cornisamentos sin arquitrabe, cúpulas sin tambor o cimborrio, pilastras enflaquecidas por recuadros, en vez de las estrías que las visten y aligeran. A tales troncos arrimó sus crespos e inverosímiles ramajes el gusto que del nombre de uno de sus más ilustres secuaces fué llamado churrigueresco, y obedeciendo a tales principios se edificó en los reinos de España durante los siglos XVII y XVIII, herido el arte por la creciente pobreza del Estado, y precisado a medir sus vuelos y proporcionar sus aspiraciones al caudal de que disponía.

La pobre portada, pobre en proporciones y en gusto, autorizada por la imagen del santo fundador vestida de sus hábitos blancos y negros, no anuncia la nave anchurosa y vasta, cortada por otra menor en cruz latina bajo cuya bóveda, durante tantos años, hicieron las familias hidalgas de la comarca resonar las preces de sus funerales.

Los que no traían a enterrar aquí sus muertos, venían en luctuosa peregrinación, convocados de los valles extremos de la provincia a exequias y aniversarios; así los libros de asiento de esta santa casa debieron ser heráldico necrologio de apellidos ilustres, juntados para la verdad y desengaño de la

muerte, contraste de las genealogías y entronques conservados para los fines ambiciosos o soberbios de la vida.

Aquí se recogían también, en señaladas épocas del año, a llevar la penitente vida de los dominicos, a participar de sus austeridades y rezos, muchos varones respetables, arrancándose por algunos días al regalo y dulzuras de la familia.

La hoz de los Caldas abre al Sur sobre el valle de Buelna. Recto, como tiro de artillería, le atraviesa el ferrocarril; a su izquierda deja los pueblos del concejo de San Felices, puestos sobre un alto rellano tajado sobre la vega, a manera de costa sobre desecado piélago; a su derecha, perdido entre desiguales breñas, Cóo, cazadero de corzos; mientras labran el llano, le siegan, le podan y le cosechan Barros, San Mateo, los Corrales y Somahoz, ya a la entrada de nuevo desfiladero, tan quebrantado y retorcido, que por cinco veces en intervalos de segundos, los duros y tenaces carriles entran en las entrañas de la roca y salen de ella como sierpe acosada. Mientras ellos siguen a llenar sus destinos, nosotros, saltando sobre los cudones y lastras que la corriente menguada deja en seco, vamos a nuevas exploraciones.

II

SAN ROMÁN DE MOROSO.-DOÑA URRACA.-VAL-DE-IGUÑA.
PUERTOS ARRIBA

Hay un camino que traían los corzos cuando el tráfago humano no los había ahuyentado hasta lo más áspero y despoblado de la comarca, y cuando tomados por nieves y hielos sus claros y enriscados manantiales de las alturas, bajaban a beber al Besaya.

Este camino es, como tantos otros de la Montaña, el cauce abierto en la peña por una vena de agua desgajada de remota cumbre. Viajero o corzo, quien lo tome ha de trepar saltando de la roca al tronco, del tronco a la lastra, de la lastra al man

UNIVERSIDAD DE MADNO

M.a DEL ARTE

chón de tierra, amasado y sostenido por la raigambre de espinos y zarzas, de helechos y vides silvestres; cruzando de una a otra margen, espantando pájaros y reptiles, oyendo el grato y sonoro vuelo de los unos, y el agrio y repulsivo serpear de los otros sobre yerba y hojarasca; mirándose en las limpias pozas, que señalan durante el estío la interrumpida corriente, y en unas partes reflejan el claro cielo, en otras el rico y matizado follaje de la umbría.

Pero si duro el camino, es amén de pintoresco breve; luego se llega al poblado bosque. Los árboles parecen a los hombres: aquellos que nacieron en quiebras bajas u hondos barrancos, crecen rectos a buscar el sol, sin espaciarse en vago ramaje, concentrando savia y vida en dar a su tronco robustez y empuje; empuje que levante en breve su copa a desembarazada altura, robustez que lo afirme y asegure contra vientos y tempestades: los nacidos sobre orgullosas cumbres, tienden en cambio anchas y opulentas ramas; su fruto, si lo crían, cae al alcance de infantiles manos; su prodigada sombra abriga rebaños y pastores; déjanse quemar el tronco por la hoguera que a sus pies el leñador enciende, y abrasada su entraña, todavía hojecen lozanos y fructifican. En tanto, si fuego o hierro tocan en lo vivo al que sólo en medrar pensaba y subir hasta el cielo, cae y se derrumba entero, y fenecen de golpe su ambición y su vida.

En la margen derecha de la arroyada, sobre un terreno descuajado y cubierto de heno tupido, está lo que fué iglesia del priorato de Moroso. Fábrica de área breve, de planta rectangular partida en dos, a Levante la menos espaciosa, la que en términos de arte se llamaba pronaos o galilea; a Poniente la más ancha y larga, la nave propiamente dicha. Una entrada por el Norte, gallardo arco de herradura puesto sobre dos columnas de fustes cortos y capiteles de labor estalactita o de bovedillas, con imposta de losetas en resalto del capitel al arco; canecillos volados, cuyo perfil lateral dibujan tres círculos de diámetro sucesivamente menor, y un bocel que los termina, son su ornamentación y rasgos fisonómicos. Otro arco

idéntico al de la puerta, comunica ambas estancias, y en su intradós aparecen huellas de pintura: la techumbre hundióse, y en las paredes quedan los arranques de la bóveda de cañón. ¿Quién erigió el edificio? Un angostísimo lucero o aspillera abierto en su cabecera oriental, es diámetro de una estrella cuyas ocho puntas abren en chaflán el macizo del muro desde el lucero a la superficie externa; otra cruz semejante corona la espadaña. Este símbolo de la orden hospitalaria blasona aún solares de las cercanías donde la orden tuvo dominio (1).

¿Serían los caballeros de San Juan los fundadores de Moroso? Ellos tenían en Oriente glorioso predominio: allí guerreaban contra infieles, y de sus despojos erigían templos y hospederías; el arquitecto de Moroso, venido de Palestina, traía en su mente la imagen o el recuerdo tenaz de las construcciones siríacas, y diputado por la religión poderosa en cuyo servicio trabajaba para alzar un santuario, lo trazó conforme con los principios hondamente encarnados en su memoria.

Así se explicaría la existencia en nuestras breñas, vírgenes de dominación o influencia sarracena, de ese gallardo tipo arquitectónico, venerable reliquia que parece arrancada del morisco suelo de Córdoba o Granada, del cual son orgullo y encanto sus análogos y semejantes. Sólo que al labrar las mezquitas andaluzas, sus autores no preveían ni en sueños la cruz plantada luego por la conquista sobre sus almenadas azoteas, y el arquitecto de la mezquita cántabra la pintaba en sus planos por remate de su obra, la abría en el muro principal y acaso la llevaba sobre su pecho.

Sin embargo, en aquéllas suena todavía la oración cristiana, fervorosa y tierna; de ésta, sólo sube a Dios el himno de la naturaleza, la voz del pájaro que anida en las piedras, el sus

(1) En la aldea o barrio de la Serna, entre Santa Cruz y Arenas en Val-deIguña, donde se ve también el palomar aislado, símbolo de señorío, harto raro en estas solariegas montañas. De ellos era la iglesia de San Juan de Raicedo, inmediata a Arenas. -Iglesias de San Juan de Raicedo y de la Serna, de la Orden de Malta, pone allí cura el baylío y prior de Camesa en Campoó.-Martínez Mazas.

piro del viento en las yedras que las desencajan y envuelven, el zumbar del insecto despertado por el rayo del sol que calienta su albergue; suavísima armonía, pero falta del hondo acento agradecido o penitente, alma y vida de la oración humana.

Hasta sus arcas de piedra que fueron ataúdes y hoy recogen las aguas del cielo y las conservan para los pájaros, parecen piscinas puestas a ambos lados de la puerta para las abluciones mahometanas.

Lo cierto acerca de Moroso, ya monasterio, es que en los años de 1119 pertenecía a la reina Doña Urraca, aquella célebre mujer a quien el docto Mariana llamó en sus historias <<recia de condición y brava», y de la cual ya queda hecha mención ligera en este libro (1).

A 25 de Marzo del citado año hacía donación de este su monasterio de San Román de Moroso, con todos sus anejos y propiedades, al de Santo Domingo de Silos, de la orden de San Benito, la cual lo convertía en priorato (2).

Una tradición curiosa, viva todavía, perpetúa aquí el nombre de la antigua poseedora y donataria. A la otra parte de una de aquellas soberbias y aterciopeladas cumbres, mirando entre Levante y Mediodía, está Cotillo, pueblo del valle de Anievas: por él pasó Doña Urraca viniendo peregrina al santuario, y en él dejó su comitiva, caballerías y fardaje, sea por llegar a pie y con mayor devoción al monasterio, sea porque tomase miedo a cabalgar en tan agrio e inseguro piso. Al volver hallóse descolados caballos y acémilas: tan mal guardados estuvieron por palafreneros y caballerizos, o tan amañada te

(1) Pág. 190.

(2) Llamábase priorato en la orden de San Benito una casa-habitación de corto número de monjes, pertenecientes a algún monasterio principal, cuyo abad les nombraba superior inmediato.-En Moroso queda solamente su original iglesia, dentro de una cerca aportillada en varias partes. No hay rastro de edificio que pudiera haber sido vivienda de los monjes.

El P. Sota copió la escritura original del archivo de Silos, y la inserta en sus Apéndices con el núm. 30.

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