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aplaudida, como si espectáculo tan caído en otras partes hallase espíritu que lo resucitara.

Tres autores de los más felices en este género popular, los poetas García Gutiérrez y Ayala y el músico Arrieta, han hecho diferentes veces largas estaciones en la villa, cuyo paisaje y horizonte marino no han sido acaso de todo punto extraños a la peculiar belleza de sus inspiraciones diversas.

Para cobrar horas adelante mi albergue seguía la luz de los faroles pintorescamente clavados en las ramas de los chopos del camino. Lucía el faro encendido sobre la torre del antiguo castillo, y lucía correspondiéndose con el de Algorta. El marino que corre la costa, va descubriendo a lo largo de ella un cordón de luminosos vigías, que le guían con mudo aviso copiado del que da el cielo con el centelleo de sus estrellas, lazo que le ata a la tierra, mirada que le acompaña y sigue, serena su ánimo y le preserva de mortales congojas, repitiendo con su variedad infinita de eclipses y destellos, de color y viveza, que a la vera del proceloso camino vela inquieta y constante la caridad de sus hermanos.

III

EL MILLAR

A la mañana, atraído por el rumor y la frescura de las arboledas hacia el cauce de Brazo-mar, a pocos pasos de la quinta, encontraba un millar romano levantado sobre un pedestal moderno, en cuyo neto se lee restablecida la inscripción del antiguo monumento.

Dice así:

NERO CLAVDIVS'DIVI
CLAVDI F CÆSAR'AVG'
GER PONT MAX TRIB'

POTESTATE VIII*
IMP'IX COS IIII'
A'PISORACA'M'

CLXXX

Fué, pues, erigido a distancia de 180 millas de Pisuerga, y en el año noveno de su imperio, por el César Augusto y Pontífice Máximo, Claudio Nerón, Germánico, hijo del divino Claudio, después de haber ejercido ocho veces la potestad tribunicia y cuatro la consular (1).

Aquel fuste, de asperón rojo, surcado por las lluvias, roído por el tiempo, conserva un aspecto singular de solidez y fuerza que conserva cuanto salió de las manos del pueblo rey. Los años, aun cuando lamen y gastan la piedra, no pueden borrar completamente las letras tan hondamente grabadas en ella, como lo está la huella romana en las generaciones herederas y sucesoras suyas.

¿Dónde estuvo el millar cuando señalaba distancias a caminantes del siglo primero de la Era Cristiana? Medía un camino que los emperadores romanos tendieron sobre la raya cántabra como cadena destinada a ceñir y sujetar los lomos de una fiera indomable, cuyo irritado resuello amedrenta a su opresor y dueñc, y cuyos estremecimientos le sobresaltan. Por él cruzaban los soldados de las cohortes destinadas, no a ocupar la tierra de los cántabros, sino a impedir que, levantado por un nuevo arranque de independencia aquel pueblo terrible, invadiendo los comarcanos y despertándolos a la pelea, suscitasen nueva guerra al imperio, tan difícil y desastrosa como la terminada por Augusto. Asombrado su ánimo con las relaciones oídas, en la ciudad o en el campamento, el recluta romano tendía recelosas miradas a aquellas asperezas que al ocaso descubría, y del pie de ese cipo, la mano curtida del veterano le señalaba en los altos de una marcha las cumbres fuentes de ríos, solares de pueblos, cuyos salvajes nombres no cabían dentro de las cultas inflexiones del habla latina, como no cupieron bajo el yugo Cesáreo los hombres que los usaron (2).

(1) Según Muratori (Annali d'Ital.), Nerón Claudio entró a ejercer la autoridad imperial en el año 54 de J. C.; corresponde, pues, el noveno de su gobierno al 63 de nuestra era, durante el cual fué labrado y erigido el millar de Castro, que cuenta de edad mil ochocientos ocho años.

(2)

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quorum nomina nostro ore concipi nequeant.-Pomponius Mela. De Situ orbis; lib. III, cap. I.

Bajaba la vía desde lis márgenes del Pisuerga las del Océano, y cerraba por Oriente el anillo en que cogía la indomable tierra Roma, señora del mar, apostada sobre los páramos de Castilla, y segura de los asturianos, enervados por su codicia, despierta al golpe del legón minero (1). Subsisten sus hitos terminales en Castro y en Herrera, mas desaparecieron los intermedios, los que pudieran ayudarnos al cabo de siglos a plantear de nuevo el curso y desarrollo de la estratégica vía. Maestra en las artes de ocupación y de conquista, la terrible invasora sabía que después de quebrantada por el valor militar la virgen energía del salvaje, su fiereza se amansa a vista de otro modo de vivir más concertado y con la experiencia de sus beneficios; aislado el cántabro, fiaba su reducción completa a la acción de la corriente civilizadora establecida por trajineros, caminantes y soldados a lo largo de la nueva arteria.

Pocos años después daban los Flavios nombre a una colonia establecida a inmediación de aquella carretera, y un siglo más adelante restablecía sus murallas, o las levantaba de raíz Castro, que acaso no es otra que la misma Flaviobriga (2).

Los que esto creen, alegan en su apoyo otros datos fuera del millar de Nerón. Con él se descubrieron y en un mismo paraje, en Otañez, cerca de Castro, sobre el camino de Castilla, piedras e inscripciones; de ellas un millar labrado, en el cual no llegaron a esculpirse las acostumbradas letras, porque quizás las gentes que en la obra se ocupaban, hubieron de abandonar la tierra sin poner remate a su civilizador trabajo.

(1) Sic astures, dice Floro al referir los medios empleados por Augusto para la completa pacificación de los pueblos del Norte de España, et latentes in profundo opes suas atque divitias, dum aliis cuærunt, nosse cœperunt, libro IV, cap. XII.

(2) Fué autorizada opinión de los insignes académicos de la Historia, P. la Canal y Cean Bermúdez, que con su compañero señor Sabau, al ser comisionados para emitir dictamen sobre la Memoria remitida por los correspondientes señores Murga y la Presilla, en 1826, acerca de antigüedades romanas descubiertas en Castro, asintieron al parecer de éstos.

Las medallas de que hicimos mención en la pág 20, y se guardan en el salón municipal, atestiguan la fábrica posterior, parcial o general de lcs muros.

No lejos de aquellos sitios había sido hallada una alhaja de labor singular, un plato argentino de forma circular, esculpido en relieve, supuesto voto o memoria de algún enfermo al manantial de aguas que le dieron medicina y remedio. Así lo describe en sus memorias la Academia de la Historia: «En la parte superior se ve una ninfa, que vierte de una urna el agua que cae por entre peñas. Un joven coge de ella para llenar una vasija; otro la da con un vaso a un enfermo; otro está llenando una cuba colocada en un carro de cuatro ruedas, a que están uncidas dos mulas. A los dos lados de la fuente hay dos aras en que se ofrecen libaciones y sacrificios, y en el contorno la inscripción: SALVS VMERITANA».

El hábil orfebre, queriendo acaso indicar la fisonomía y vegetación del terreno donde el celebrado manantial brotaba, dibujó a uno y otro lado de la personificada fuente dos troncos con hojas de castaño. El indicio convendría a la comarca donde sucedió el hallazgo; pero ¿cuál de los varios lugares de ella donde corren salutíferas aguas, da cabida en su etimología a la raíz umeritana?

¿Y quién sabe si en el lugar donde fué el plato hallado le depositaron manos precavidas o manos criminales? ¿Quién sabe si alli quedó enterrado en la confusión y sangre de militar sorpresa?

IV

LA IGLESIA

No sé de qué enemigos recelaban, qué acometidas de herejes o paganos temían los fundadores de Santa María de Castro, para erigir su templo en el centro de una fortaleza, sobre un áspero escollo, cuya entrada cerraron con muro y cava. Sin duda eran en su tiempo frescas memorias las de aquellas correrías que la intrépida marina de los árabes andaluces había

dilatado por las costas lusitanas y gallegas, hasta los confines marítimos de Asturias y tierra de Santillana, como la Historia compostelana refiere en el año 1115 de Jesucristo (1).

Probablemente le dieron asiento en el de otro santuario, en suelo ya santificado, y acaso en este uso antiguo de fortalecer la casa de Dios y almenar sus cercas no era todo desconfianza o marciales exigencias, sino propósito de ensalzarla rodeándola de atributos de poder, majestad y soberanía.

Quiere la tradición que dentro de este recinto murado y a par del rey del cielo, tuvieran palacio los reyes de la tierra. Autorízase de las reliquias viejas que aún subsisten; dice que Alfonso el Sabio le habitó en ocasiones, que en sus aposentos se ordenó el trabajo de alguna de las Siete Partidas, y hasta señala una angosta y misteriosa puerta, ya tapiada, por donde aquel príncipe glorioso, asombro de su era, afligido en medio de sus prosperidades y merecimientos por la aguda pena de la rebelión y desobediencia de su hijo Don Sancho, pasó alguna vez y se recogió a sagrado, fugitivo si no del hierro, de la insolencia de conjurados y descontentos.

¿Sería a vista de este mar proceloso de Cantabria, donde soltando el freno del cortesano disimulo, ahogada en llanto el alma del rey poeta de Las Querellas,

gritaba doliente con fabla mortal?

Pocos pasos necesitaba andar para poner su trémula mano en los cerrojos ungidos. Frente al dintel por donde salía, levanta los suyos la puerta principal del templo, la que los arquitectos de la Edad Media solían llamar puerta del Perdón, y era ahora para el Monarca puerta del Refugio. Es, al parecer, de lo más añejo del edificio, pertenece al estilo de transición con que el arte salía del siglo Xи y de la tradición románica, para entrar en el siglo XIII y en el brioso desenvolvimiento del

(1) Iisden temporibus Hispalenses..., ceterique Sarraceni..., maritima a Colimbra usque ad Pyrenaeos... Naviam, ceterosque maritimos asturum fines, terramque 8. Juliana depopulando vastabant. (Historia compost.: lib. I, capítulo CIII.)

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