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Lamadrid (1), que «el marquesado se alzó y no le querian obedecer por señor». Y añade que, «despues le rescibieron por señor en el campo de Revolgo, y que traia el marques un collar colorado y que era hombre de gran cuerpo. Y que vinieron delante la posada del dicho marques, que es en la dicha villa, muchas gentes del marquesado con paveses y vallestas y otras armas, y que les dixo el dicho marques:

>>-¿Aun todavia venis con recelo?

» Y que les mandó poner las armas en el suelo, y las pusieron y le besaron pié y mano.»

Para quitar todo pretexto a los inquietos y díscolos, en septiembre del mismo año de 45 (2) obtenía el marqués dos cédulas reales que le conferían el señorío de Santillana con todas sus rentas y jurisdicciones (3).

Algún poder, aunque escaso, conservaron los abades; pero mantenida esta dignidad cuidadosamente en la casa de los Mendozas casi durante un siglo (4), no hacía gran sombra ni obstáculo a los opulentos jefes de ella, la cual, sin embargo, cuidó de llamar a si aun los menores vestigios del antiguo señorío por medio de un convenio celebrado en Guadalajara entre Iñigo Lopez de Mendoza, segundo duque del Infantado, nieto del primer marqués de Santillana, y el abad don Martin de Mendoza por los años de 1511 (5).

Es curioso ver designado por los montañeses al primer marqués de Santillana con el nombre de marqués de los Proverbios (6). ¿Era esto en odio y protesta del título que le constituía en señor de ellos y les dolía reconocer? Yo prefiero admitir, aunque en ello ceda nuestra opinión de altivos y tenaces, que

(1) Pleito de los Valles.-Año de 1499.

(2) En 1445 el Abad y Cabildo cedieron la villa al marqués de Santillana a cambio de otros bienes.-Flórez-27-VIII.

(3) Amador de los Ríos.-Obra citada.

(4) Véase el índice de los abades entre los años 1486 a 1560.-Apéndice número 2.

(5) Papel citado del abad don Gaspar de Amaya al rey.
(6) Así le titulan varios testigos en el pleito de los Valles.

le llamaron así porque era más nuevo para ellos un título literario en sujeto de tanta alcurnia, que el de la más alta dignidad de la andariega corte; yo prefiero imaginar que con el cuento lejano de las intrigas palaciegas, con el rencoroso relato de las discordias civiles, con el rumor espléndido de las hazañas militares, llegaba también a nuestras breñas el eco sonoro y limpio de la musa castellana. Nuestros antepasados habían leído u oído leer que

a los libres pertenesce
aprehender

donde se muestra el saber
e floresce (1).

Habían leído u oído leer:

¡Benditos aquellos que quando las flores
se muestran al mundo desçiben (2) las aves
e fuyen las pompas e vanos honores

e ledos escuchan sus cantos suaves!
¡benditos aquellos que en pequeñas naves
siguen los pescados con pobres traynas! (3)
ca estos non temen las lides marinas

nin cierra sobre ellos Fortuna sus llaves(4).

Habíanse enternecido con la historia del triste Macías, y deleitádose en estos ecos suavísimos del inmortal toscano profética voz en su tiempo, oráculo y resumen de toda fe y de, toda poesía:

La mayor cuyta que aver

puede ningún amador,
es membrarse del placer

en el tiempo del dolor (5).

(1) Proverbios, cap. II.

(2) Descebir, engañar.

(3) Trayna-red pequeña que se emplea en pesca menuda~ (¿del latín, traho?).— Tráineras se llaman en nuestras costas las lanchas dedicadas a matar sardina.

(4) Comedieta de Ponza.-Est. XVIII.

(5)

Nessun maggior dolore che ricordarsi del tempo felice

nella miseria...

(DANTE.-L'Inferno, Canto V.)

<Dura [satis miseris memoratio prisca bonorum.»—Maximianus.—Eleg. 5,

Y asombrados todavía de la catástrofe de don Alvaro de Luna, oían hablar al célebre privado por boca del que le había sucedido, si no en el cariño y confianza regios y en el político prestigio, en el lugar más visible de la corte y del consejo:

Cá si lo ajeno tomé
lo mío me tomarán;
si maté, no tardarán
de matarme, bien lo sé.
Si prendí por tal pasé,
maltray, soy maltraydo,
anduve vuscando ruydo,

basta assaz lo que fallé (1).

No les cogían de nuevo los bríos militares del frontero de Agreda y de Granada, del valerosísimo soldado de Araviana y Huelma; ni las mudanzas del magnate tornadizo, que ora terciaba en el bando del rey, ora en el de los grandes, ya seguía la legítima bandera de los leales, ya la de los inquietos infantes de Aragón; ni la descubierta ambición que tomaba para sí despojos de otro prócer su igual, caído de favor y desvalido, ni la interesada cautela que ajustaba en precio de su ayuda al apurado Juan II, la merced de los valles de Santillana (2). Tales actos de virtud y de flaqueza, de grandeza de ánimo y de vulgar codicia éranles familiares; constituían entonces, sin velo ni disimulo de hipocresía alguna, la vida pública y común de grandes y pequeños, proporcionando su evidencia, su magnitud, su importancia, su escándalo a la alteza y valor del sujeto que los cometía.

Pero leer, escrito por mano de uno de los primeros de Castilla, como llevamos apuntado, que «a los libres pertenece aprender»; a los libres, esto es, a los poderosos, a les exentos de la

v. 291, y Boecio, traducido por Fernán Pérez de Guzmán «el mayor linage de malaventuranza es haber seydo bienaventurado».—Crónica de D. Juan 2.o año 1552.-C. IV.

(1) Dotrinal de privados.-Habla don Alvaro de Luna.

(2) Quintana. Españoles célebres: Vida de don Alvaro de Luna.

servidumbre del trabajo por su nacimiento, o por su suerte, doctrina generosa tan poco admitida y menos usada, no ya en siglos oscuros de feudal prepotencia, sino en días de pretenciosa emancipación y claridad del espíritu; verle proclamar <que no embota la ciencia el fierro de la lanza, nin face floxa la espada en mano del caballero» (1), en días en que lanza y espada eran cuidado excelente de los hombres, la más pulida joya de su hacienda, el primer alfabeto de sus hijos, debía poner al guerrero magnate en tan nueva y seductora luz a los ojos de este pueblo apartado, perspicaz e inteligente, que no pudiera confundirle entre la magnífica y deslumbradora muchedumbre titulada que hervía alrededor del trono, y fascinaba a Castilla con el ruido de sus hazañas, de sus pretensiones, de sus discordias y de su engrandecimiento.

(1) Prólogo de los Proverbios.

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L Noroeste de Santillana surge un monte por el cual trepa el camino. La ruina solariega, habitual detalle del paisaje cántabro, viste su cima con el torreón descabezado y la quebrantada cerca de mampostería robustecida por macizos cubos que las hiedras minan. Un parque secular, enrarecido por los años y el podón, derrama sus robles macilentos y cansados sobre la vertiente septentrional, desde cuyas revueltas descubren los ojos fértiles marinas. En su centro, solitaria sobre un campizo, blanquea la iglesia de Oreña, y de su ancho umbral parten serpeando a lo largo de la verde mies las sendas que traen hasta los sagrados ámbitos a los feligreses de sus seis apartados barrios: Viallán, Caborredondo, Padruno, Bárcena, Torriente y Perelá.

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