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espinos y laureles, y detrás de sí tiene un vasto paisaje, manchado de colores, los pueblos derramados de Adal, Cicero, Bárcena. Marcando sus términos la curva ría de Marrón, ondea subiendo hacia Mediodía a regar las muertas cepas del viñedo en Colindres y Limpias. Los montes, soberana corona del paisaje, rodean la escena; los montes de cumbres sin número y sin nombre, inmobles, insensibles a los halagos de la noche que los acaricia con el beso y frescura de las nieblas, como a la gentileza del sol que los liberta de la molesta caricia.

Arrimados a los muelles de Santoña negreaban los cascos humildes de algunos caboteros, y alguna vela menuda, como pluma caída del pecho de una gaviota herida, corría la bahía empujada por el viento.

Huérfano parecía aquel mar sin escuadras, plaza de ciudad sin gente, monasterio sin monjes, taller sin obreros, colmena sin enjambres.

Mas si no a los ojos del rostro, ¿por qué no hacerlas desfilar a los de la imaginación? ¿Por qué no pedir a la leyenda lo que la realidad niega? La leyenda es de invención humana, creación de poesía con que la poesía sirve a intereses y pasiones; mas como participante de la poética esencia y sus virtudes, adóptanla los hombres, y por su poética hermosura la guardan, cuando ya la ocasión de su nacimiento es remota, y de ella ni vive raíz ni quedó recuerdo. La leyenda, como el agua, ha de tomarse cuanto más cercana al manantial, no cuando al cabo de largo y bullicioso curso han sido alteradas su limpieza y claridad prístinas.

Trabajada del mar y de los vientos entraba una flota en la bahía. Mas quebrantado por las olas el bajel que hacía cabeza, enarbolando el haron o fanal, guía de sus compañeros, ibase a pique, cuando venturosamente llegó a tocar las arenas de la playa: ¡salve!, exclamaron sus tripulantes en la lengua en que habían aprendido a orar y dirigirse al cielo (1), y para encon-.

(1) Eran cristianos los godos desde el siglo Iv; había contribuído a extende. y afirmar entre ellos la doctrina redentora el célebre obispo Ulfilas, traducien do a su lengua original las Santas Escrituras. Vid. S. Isidoro.--Chronicon, 103 e Hist. reg. goth 7 y 8 Era CDXV.

trar luego el paraje de su salvamento les sirvió el grito de su ansia y de su alegría. Y Salve se llama al cabo de largas edades el arenal todavía.

En tanto en la opuesta orilla tomaban tierra marineros y soldados; fatigados de larga navegación, en cuyos azares habían temido perecer, perdida toda esperanza de éxito y de fortuna, sintiéronse movidos del religioso fervor que en todo corazón enciende un riesgo desvanecido, una esperanza nueva, y saludaron la costa hospitalaria con devota invocación a la Virgen, y a los bienaventurados cuya tutela reconocían, y a cuantas sagradas memorias ¡sancta omnia! eran base y alimento de su fe reciente, juvenil y robusta (1).

Eran los navegantes de la gente goda establecida en las distintas costas de Escandinavia; venían en auxilio de su raza, cuya raíz a duras penas agarraba en el suelo español, sacudida por guerras y discordias, y remontando el río, mientras lo consentían la altura de las aguas, desembarcaron dispuestos a subir los valles de Ruesga, Mena y de Carranza, para llegar a Castilla. El alto de Seña, encima de Colindres, conserva memoria del primer campamento de la hueste, y sitio donde plantó su tienda y su bandera el caudillo que la guiaba, así como muy lejos ya, en los confines castellanos, el paso de Lanzas agudas recuerda la cercanía de países enemigos o sospechosos, y la necesaria cautela de prevenir armas y acicalar su filo mellado en los primeros combates.

En tanto, el jefe del bajel piloto, se detenía en la orilla izquierda del Ason, para fundar un solar, estirpe de linaje destinado a ser uno de los primeros y más ilustres de la monarquía castellana (?). Cerca del pueblo de Carasa permanece aún la casa de Velasco, con el nombre del oficio que su fundador tenía a bordo de la flota goda (velasco, hombre del haron o faro); de aquel origen primero, trocado el nombre común en apellido,

(1) Yepes cita una escritura de Santa María la Real de Naxera del siglo Ix (año 863), según la cual ya era antigua en dicha fecha la advocación de Santa María de Puerto en un monasterio de Santoña.

(2) Lope García de Salazar. ---Libro de las bienandanzas y fortunas, lib. XIII.

salieron vástagos distintos a poblar la aldea que se llamó Vijueces, de los famosos que rigieron a Burgos (Lain Calvo y Nuño Rasura, y las villas de Medina y de Briviesca, donde debía empezar su elevación, singularizándose más por artes políticas que militares, ciñéndose la corona condal de Haro, rival de regias diademas, esmaltada de feudos y señoríos, vinculando en sí la más alta dignidad palatina, la Condestablía de Castilla.

No degeneraba de tan soberbio espíritu la semilla que dejaron en la humilde orilla del río cántabro. Allí nació y dominaba aquella descendiente suya, Doña Velasquita, que rodeaba su escudo con franca y ostentosa divisa: Cuanto ves de río a río, todo es mío.

Así el misterio de los orígenes ha sido siempre incentivo y acicate de la insaciable curiosidad del hombre. Hoy se emplea en investigar el suyo propio; hablarle de orígenes de apellidos, fabulosos o históricos, es suscitar su impaciencia, provocar su desdén, despertar su sarcasmo. ¿Quién sabe si años andando no aguarda la misma acogida de parte de los espíritus investigadores de entonces, a los sistemas e hipótesis en que apura su ingenio para explicar su progreso y aparición primera sobre el globo?

IV

UNA ENTRADA DE ENEMIGOS

Lejana de sus épicos orígenes, quebrantada en su poder, y harto menguada en glorias y en fortuna, andaba la nación española, cuando con más certidumbre suena en su historia el nombre de la bahía de Santoña.

A su boca amanecía el día 13 de Agosto de 1639 una escuadra de setenta velas, en cuyos topes flameaba el pabellón blanco y las lises de oro de la Casa Real de Francia, trayendo por general al célebre arzobispo de Burdeos Henry d'Escoubleau de

DRIVERSIDAD DE MARAT * DEL ARTE

Sourdis (1). Venía esta fuerza contra dos galeones fondeados en la ría de Colindres, al amparo de algunos cañones asestados en tierra, y cuya presa no podía estorbar la plaza de Laredo, a pesar de sus baterías altas y bajas y su guarnición de 2.000 hombres.

Seis mil puso en tierra al siguiente día el francés, y los hizo marchar al asalto de la villa. La defensa fué floja; retiráronse los españoles a las alturas vecinas, más aterrados, sin duda, del aparato y fuerza del enemigo, que lastimados por sus armas. Don Juan Rejón de Silva que los gobernaba, se prometía al decir de los prisioneros, haber hecho más firme y honrada resistencia; prevenido a menos desigual batalla, o distante de temer tan grueso golpe de enemigos. Pero a bordo de las naves francesas navegaban ayudando al valor y al ansia de combate, órdenes precisas del omnipotente Richelieu, para intentar un golpe sobre la armada o las costas españolas; nadie de cuantos le servían acostumbraba soñar en torcer o resistir su voluntad, y el prelado encargado de ejecutarla tenía, además, para ser ciego y ejecutivo instrumento, el deseo de recobrar un favor que le desamparaba, restableciendo su nombre militar comprometido por esquiveces de la fortuna.

El año anterior habían salido con escasa gloria del asedio de Fuenterrabía, los franceses, obligados por un socorro de españoles a levantarle y descercar la plaza; mas durante aquella facción famosa, el arzobispo encargado del bloqueo marítimo de la embocadura del Bidasoa, había tenido ocasión de acorralar sobre la costa de Guetaria una división española, y abrasarla con brulotes sin recibir daño alguno.

En esta carnicería perecieron, según los partes del vencedor, tres mil soldados de los tercios viejos de Flandes, sin dejarle más trofeo que los tizones del incendio de sus buques apagándose en las olas, pues los más valerosos de aquella milicia sin par, «perecían», dice el padre Fournier, capellán de la

(1) Véanse su correspondencia y despachos. ---Documents inédits sur l'histoire de France.

armada y testigo de vista, «envolviéndose a guisa de mortaja en sus banderas». (A 22 de Agosto de 1638) (1).

Ni este triunfo ni el recuerdo de otros anteriores estorbaron que surgiesen causas de tibieza entre el cardenal y el arzobispo, quejoso aquél de la condición dificultosa de éste, y respondió a sus exigencias con instrucciones terminantes sobre su proceder ulterior.

Así puesta a punto la armada, corrió a retar los buques refugiados en la Coruña, que no salieron a la mar (2); pasó frente a Santander, sin amagarla, teineroso de inútiles sacrificios o de un descalabro, y vino despechado a caer con todo el poder de sus navíos sobre Laredo.

Saqueada la villa, desmantelada su fortificación, y embarcada la artillería, organizó una división ligera de fragatas, brulotes y embarcaciones menores que, auxiliada de la marea, embistió a rendir los galeones; defendiéronse éstos, matando dos capitanes de brulotes enemigos, hiriendo de un mosquetazo en la mandíbula al valeroso Duquesne, mozo entonces, mas ya señalado y destinado a gloriosa nombradía; mas acosadas de cerca sus tripulaciones, los desampararon después de darles fuego: lograron los franceses apagarle en el más cercano; el otro fué consumido por las llamas.

En tanto la infantería desembarcada se hacía dueña de la península de Santoña, cuya población y fortaleza sufrían suerte igual que las de Laredo.

De pingüe califican autores franceses el botín ganado en aquella empresa. Su trofeo militar fueron la bandera del galeón preso y ciento cincuenta cañones de calibres diversos: haciendo alarde de humildad, el arzobispo pidió al rey uno de ellos, maltratado y roto, para emplearle en refundir y robustecer una de las campanas de su metropolitana, y tan exigua merced otor

(1) Pereció en el combate don Juan Bravo de Hoyos, general de la Escuadra de las Cuatro Villas.-Memorial Histórico. T. 15, pág. 57.

(2) Véase el apéndice núm. 7 sobre el desafío de ambos generales, francés y español.

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